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"No hay nada con lo que el hombre ocupado esté menos ocupado que vivir: no hay nada que sea más difícil de aprender." (Séneca)
Hola, ¿cómo has estado?
“Bien pero ocupado.”
"Tapado en pega."
"En mil cosas."
"Corriendo de un lado para otro."
"Sin tiempo para nada."
...
Todos escuchamos —o nosotros mismos usamos— este tipo de respuestas para describir cómo estamos. Usamos el “estar ocupado” como símbolo de estátus, como una representación de nuestro valor. Pareciera que pensamos que estar ocupados es algo bueno y deseable.
Quiere decir que algo estamos haciendo bien, ¿no? Que somos importantes para otros, que nuestro tiempo es estimado y solicitado, que no nos alcanzan las horas, que le sacamos el jugo a nuestros días.
Peor aún, a veces respondemos con un “bien pero ocupado” por defecto, automático, como si se tratara de una condición basal o un estado anímico permanente. Lo decimos como si se tratara de algo digno de orgullo.
Henchimos el pecho con satisfacción cuando vemos —y mucho más cuando exhibimos— el calendario y la agenda repletos de actividades y tareas. Como si la palabra “ocupado” representara un aspecto de nuestra identidad, un indicativo de lo indispensables que somos.
En nuestra sociedad que idolatra la productividad y el trabajo, “estar ocupado” parece un estado físico y mental deseable.
Bertrand Russell reflexiona sobre esto en "Elogio de la ociosidad":
"La fe en las virtudes del trabajo está haciendo mucho daño en el mundo moderno."
Mientras más ocupado y con menos tiempo libre estés, más valioso e imprescindible eres para los demás, ¿no? Después de todo, un calendario lleno es signo de éxito.
Por supuesto que hay gente para la cual "estar ocupada" no es una opción. Pienso en aquellos jóvenes que trabajan part-time para costear sus estudios, en aquellos padres con dos trabajos para sacar sus familias a flote, o en esas madres solteras con jornadas extenuantes de tareas domésticas y exigencias laborales. Hay gente que se la pasa siempre ocupada no para vanagloriarse, sino porque es su única alternativa posible.
Habemos otros, en cambio, que sí contamos con el lujo cierta flexibilidad para gestionar nuestro tiempo pero optamos, sin embargo, por llenarlo de actividades y tareas. Unas por trabajo. Otras por decisión.
Quizás nos desespere el ocio de un momento sin ocupaciones porque ello nos convertiría en miembros menos útiles a ojos de la máquina productiva, o también porque nos obligaría a reflexionar sobre cómo estamos realmente y qué queremos. A veces ese momento se siente tan grande, escribe Anne-Laure Le Cunff, que preferimos seguir en la rueda del hámster. Hacer y hacer. Vivir en modo productivo. Estar ocupado.
Pero como dice Derek Sivers, "'ocupado' implica que la persona no tiene control sobre su vida." O como escribió Séneca hace varios siglos: "El gusto por el ajetreo no es diligencia."
¿Es verdaderamente digno de alarde decir que estamos ocupados todo el tiempo?
En uno de los capítulos del libro "O lo uno o lo otro", el danés Søren Kierkegaard —precursor del Existencialismo—, explora cómo este constante "escapismo" es a la vez la principal fuente de infelicidad.
Kierkegaard se refiere a la cultura del estar-ocupado-como-medalla-de-honor:
"De todas las cosas ridículas, la más ridícula me parece estar siempre ocupado."
Y es que para Kierkegaard una persona infeliz es aquella que tiene su ideal, su significancia, su esencia, fuera de sí mismo. La persona infeliz es un ser ausente. Y uno está ausente cuando vive en el pasado o en el futuro, y no en el presente.
Por eso nos pasamos ocupados en otras cosas.
¿Pero por qué estamos (tan) ocupados?
Para entender este problema y escapar (no de la vida sino) de la trampa de la productividad, es necesario adoptar la mirada de Sahil Bloom y distinguir las dos partes del fenómeno: (1) ¿Por qué DECIMOS que estamos ocupados? y (2) ¿Por qué SENTIMOS que estamos ocupados?
Es una distinción importante, para nada trivial.
(1) Decimos que estamos ocupados porque...
Estar ocupado se ha convertido en el símbolo de estátus del millennial moderno.
De alguna forma decidimos que estar ocupados es algo bueno, por lo que sentimos orgullo de ello y lo usamos como un indicador de nuestro valor en la sociedad. Quien no está ocupado no aporta. Si me la paso ocupado soy importante.
Pero, en algunos casos, también decimos que estamos ocupados como una forma de protegernos del escrutinio público. Un mecanismo de defensa.
En el metro con sus celulares, en las cafeterías con sus computadores... están todos muy ocupados, ¿cierto?
En el trabajo, por ejemplo, si estamos (o parecemos) ocupados todo el tiempo, nuestros compañeros y jefes difícilmente cuestionarán nuestro rendimiento o desempeño. Si envías correos electrónicos a todas horas, si programas y asistes a reuniones constantemente, si intervienes en los chats de pega (en Slack, Teams o por Whatsapp) apenas alguien comenta o plantea una pregunta, o simplemente te paseas por la oficina acarreando carpetas y documentos... todos estos comportamientos te harán parecer ocupado en público. ¡Nadie se atreverá a interrumpirte!
Cal Newport lo dice mejor que yo en Deep Work:
En ausencia de indicadores claros de lo que significa ser productivo y valioso en sus trabajos, las personas se vuelven hacia un "indicador industrial" de productividad: hacer muchas cosas de manera visible.
Así que decimos que estamos ocupados porque nos enseñaron que es algo deseable, porque lo vemos como una medalla de honor que hay que lucir, y también porque sirve como mecanismo de defensa.
Oliver Burkeman, en Four Thousand Weeks, piensa que llenamos nuestras mentes de ocupaciones y distracciones para también adormecernos emocionalmente.
(2) Nos sentimos ocupados porque...
Como opina Darius Foroux, ser productivo no tiene que ver con pasar cada minuto haciendo "cosas productivas".
Sin embargo, la tecnología ha hecho posible un grado de conectividad antes inimaginado. Ahora los dispositivos electrónicos nos acompañan a todas partes todo el tiempo, por lo que depende de nosotros qué tan disponibles queremos estar.
Si lo deseamos, podemos pasar conectados 24/7 y hacer cosas todo el tiempo: revisar y enviar correos electrónicos, responder mensajes, atender notificaciones, entretenernos, aprender, leer, etc. Siempre podemos tener una excusa para pasar pegados a nuestros dispositivos. Porque cada vez hacemos algo importante, ¿no?
El problema es que también pretendemos operar como lo hacen los dispositivos electrónicos: optimizándolo todo.
Pensamos que si no aprovechamos cada segundo del día nos estamos perdiendo de algo. Necesitamos estar en control del tiempo.
Lo paradójico es que muchas veces ese nivel de ocupación no se traduce en resultados.
Esto nos ha llevado a lo que Khe Hy denomina meta-trabajo (meta-work), algo así como el hermanastro perdido de la procrastinación, y que es cuando alentamos y aceptamos el ajetreo porque lo sentimos como progreso, pero en realidad no avanzamos.
Como cuando te lees todos los manuales de cocina pero nunca preparas nada, o cuando miras todos los tutoriales para crear tu página web pero nunca la haces, o cuando ensayas conversaciones enteras en tu cabeza pero nunca le hablas a esa persona.
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O sea, moverse por el solo hecho de moverse. Pero sin avanzar.
Pareciera que a veces deseamos estar ocupados sólo porque nos hace sentir bien con nosotros mismos.
Y la falta de progreso, aunque estemos "muy ocupados", también se debe a que no sabemos priorizar. De hecho Khe Hy piensa que esto es lo que más explica nuestro gusto por el ajetreo.
Como no sabemos priorizar, dedicamos una cantidad desproporcionada de nuestro tiempo a asuntos triviales y de baja importancia, mientras dejamos desatendidos los asuntos relevantes.
Este fenómeno (sesgo) se conoce como la ley de trivialidad de Parkinson —o del cobertizo para bicicletas (bikeshedding en inglés)— que en su entrada de Wikipedia explica su origen:
En 1977, Cyril Northcote Parkinson observó e ilustró que un comité cuyo trabajo era aprobar planes para una central nuclear dedicó la mayoría de su tiempo a discusiones sin sentido sobre asuntos relativamente triviales e innecesarios, pero fáciles de entender (como qué materiales usar para las columnas del techo del bicicletero), dejando de lado los asuntos más importantes sobre los diseños propuestos de la central nuclear en sí, lo cual no solo es mucho más importante, sino también una tarea mucho más difícil y compleja de criticar constructivamente.
El bikeshedding deforma nuestras listas de tareas pendientes y nos distrae de nuestros objetivos. Nos conduce por laberintos inútiles y consume nuestra energía, agotándonos.
¡Con razón nos sentimos agobiados!
Y es que estar ocupados todo el tiempo nos da esa ilusión de productividad.
Hazte el tiempo
El gusto por el ajetreo, el "estar ocupado" como símbolo de estátus —en definitiva, la trampa de la productividad—, es un problema tanto sistémico como individual.
En un intento por entender el problema, Sahil Bloom distingue dos partes importantes, que hoy he compartido con ustedes:
La primera, que nos gusta DECIR que estamos ocupados porque la cultura moderna nos ha enseñado que es algo deseable (piensa en el auge de los side-hustles, por ejemplo), y que implica algo de lo que estar orgulloso y
quejarsejactarse. Pero también porque nos sirve como muro de defensa ante cualquier intromisión. Nadie interrumpe a una persona ocupada.La segunda, que nos SENTIMOS ocupados porque tratamos de funcionar de la misma forma que lo hace la tecnología: conectividad total, instantánea y a toda hora. Esto nos conduce a un intento de optimización total, a pensar que el tiempo libre es tiempo perdido. Por esto, también meta-trabajamos (hacemos cosas sin avanzar) y nos cuesta priorizar (bikeshedding).
Al tratarse de un problema sistémico, alentado por la cultura hiperconectada moderna, no podemos "arreglar el sistema" por nuestra cuenta. Lo que sí podemos hacer, en cambio, es atender las distintas formas en las que nosotros somos cómplices del ajetreo innecesario, cuando abusamos del "estar ocupado" todo el tiempo.
Algo que en lo personal me ha servido harto, por ejemplo, es dejar de decir que estoy ocupado como excusa para justificar lo que no quiero hacer o lo que no es prioridad. ¿Qué razones damos para no hacer ejercicio regularmente? ¿Para no alimentarnos mejor? ¿Para no leer más? ¿Para no empezar ese hobby? A veces es mejor no engañarse, ser claros y responder: "Esto no es una prioridad para mi en este momento" y punto. No andar pregonando sobre lo ocupados que estamos. Porque a veces no es cierto. O bien es cierto pero sólo porque nos auto-saboteamos para no tener ese tiempo disponible.
Otra forma de dejar de ser cómplices es aprender a aburrirse y disfrutar más los días tranquilos y solitarios. Un "buen" fin de semana no tiene porqué ser siempre el del paseo en bici, la subida al cerro, la ida al cine y el carrete con los amigos... todo el mismo día. Si alguien te pregunta cómo estuvo el fin de semana, no debiéramos caer en el absurdo acomplejamiento del ¡es que no hice mucho! A veces un buen día de descanso, con UNA sola actividad gratificante, basta.
No necesitamos impresionar a nadie con agendas abultadas.
Para terminar, un consejo del Almanaque de Naval Ravikant:
"Es muy importante tener tiempos muertos. Si no tienes un día o dos cada semana en tu calendario en el que no estés siempre en reuniones, y no estés siempre ocupado, entonces no serás capaz de pensar. No vas a poder tener buenas ideas. No vas a poder hacer buenos juicios."
Porque sólo después de aburrirte tendrás buenas (y varias) ideas. Esto no ocurre cuando estás estresado, corriendo o apurado.
No pasará si persigues o te gusta el ajetreo.
Hazte el tiempo.
Séneca habla de nuestros problemas actuales 🗣️