Leer es más difícil de lo que parece.
En un pasaje del clásico Fahrenheit 451, Ray Bradbury escribe: "Las cosas que estás buscando, Montag, están en el mundo, pero la única forma que un chico promedio pueda llegar a saber del 99% de ellas, es en los libros."
Pero mi experiencia con los libros ha sido, por mucho tiempo, otra: leer algún título que parecía iba a cambiar drásticamente mi concepción sobre algo (o la vida misma), y después... nada.
Y esto porque cada vez que enfrentaba una situación en la cual podía invocar aquellos supuestos conocimientos de un libro, recordaba a medias o sencillamente nada.
Algunas veces se trata de un problema de memoria: simplemente no se puede recordar todos los detalles de un libro.
Pero, con frecuencia, lo que en verdad pasaba es que me daba cuenta que realmente había entendido poco (o nada), a pesar de creer estar entendiendo todo mientras leía el libro.
"La persona que dice que sabe lo que piensa pero no puede expresarlo, por lo general no sabe lo que piensa." (Mortimer J. Adler)
Así, sólo en ese momento posterior, cuando "necesitaba" recordar, me daba cuenta lo poco que había aprendido. (Esto fue uno de los gatillantes de querer sistematizar mi práctica de la lectura, a través del registro de lo leído y de mis apuntes e impresiones. La semana pasada compartí algunos datos de mi año lector 2020-21.)
Pero no me malinterpretes: por no asimilar lo que pensaba que sí había aprendido, no digo, bajo ninguna circunstancia, que al leer perdí el tiempo.
Porque así como ocurre especialmente con los libros de ficción (novelas y cuentos), realmente disfruté de su lectura. Y eso es lo que importa. Pasé agradables momentos de tranquilidad, distracción y entretención. No cabe duda que también aprendí cosas: puntos de vista, maneras de pensar y emocionar, experiencias comunes, anécdotas, etc.
Esto se debe a que, en el caso de los libros de ficción, mi objetivo es entretenerme, por lo que no me interesa recordar específicamente lo que leo.
El problema, en cambio, ocurre con aquellos libros de no-ficción (divulgación y ensayos), donde precisamente la idea es que aprendamos cosas.
Y aquí es donde se presenta el dilema —ahora personal— con la lectura: cuando queremos obtener conocimiento de lo que leemos, ¿debemos centrar el problema en cómo leemos, o en cómo aprendemos?
El libro y la clase, venerados
Creo que, como cultura, damos por sentado el concepto de libro. Asumimos que sirve.
Como expone Andy Matuschak, escribimos y leemos libros con esta suposición implícita: que la gente absorbe conocimiento leyendo palabras. Que empiezas un libro, lees el texto en orden, lo terminas, y listo, adquiriste las ideas que el autor quiso transmitir.
Pero si fuera así, entonces no tendríamos problemas de comprensión lectora, ni necesitaríamos releer lo mismo varias veces para entender un punto.
Y es que, por una parte, los libros no "entran" en nuestra cabeza sobre una hoja en blanco. La mente no es una tabula rasa, como diría Locke. Por el contrario, cada vez que leemos algo, el contenido debe "competir" con lo que ya pensamos que sabemos de eso.
"Es imposible que un hombre aprenda lo que cree que ya sabe." (Epicteto)
Por otro lado, como he expuesto, también está la suposición de que los libros simplemente funcionan como transmisores de conocimiento.
Si bien esto es cierto, basado en la calidad del contenido, también lo es que los libros no están pensados entorno a un modelo explícito de cómo aprende la gente.
Dicho de otro modo, el libro como objeto sí es una fuente de conocimiento. No hay duda. El problema está en nosotros, como lectores, y en nuestras formas de acceder a dicho conocimiento.
Y con las clases ocurre lo mismo, ya sean presenciales o virtuales.
En la universidad, por ejemplo, cuando yo iba a clases, tomaba pocos apuntes y "sentía" que había entendido, sólo para descubrir más tarde, tratando de resolver algún problema o explicarle a alguien más, que en realidad había comprendido poco o nada.
Es cierto que la memoria algo tiene que ver con esto: podemos tener la sensación de saber algo en un momento dado, pero luego lo olvidamos.
Pero creo que no podemos culpar sólo a la memoria.
Y es que lo interesante de las clases, al igual que con los libros, es que uno cree entender mientras estás en la actividad. Sólo te das cuenta si lo lograste o no de forma posterior.
O sea, no por asistir a clase —o leer un libro—, uno siempre aprende.
En la universidad, en realidad yo aprendía (más) haciendo otras cosas: resolviendo guías de ejercicios, escribiendo ensayos, estudiando con mis compañeros, traduciendo artículos, etc.
Lo que ocurre es que los libros no funcionan por la misma razón que las clases tampoco: ninguno aplica lo que sabemos de cómo la gente aprende cosas.
Creo que por eso vemos a diario lo que he comentado hasta ahora: que la mayoría de los estudiantes que asisten a clase no absorben el conocimiento que se les pretende transmitir, y que la mayoría de los lectores de libros tampoco lo hacen. Ni las clases ni los libros son "medios de transmisión de conocimiento" totalmente efectivos e infalibles.
Ojo que aquí estoy simplificando el problema.
Es evidente que al consultar a un profesor sobre cómo cree que sus estudiantes aprenden, no dirá que sólo lo hacen gracias a sus clases. También, dirá, lo hacen después de clase, cuando resuelven problemas, escriben reportes, preparan presentaciones, etc.
Visto así, las clases serían entonces un tipo de "pre-calentamiento" al verdadero aprendizaje, pues la única forma de aprender y entender algo es cuando nos involucramos activamente con la materia. La clase es, bajo esta mirada, una introducción de las siguientes actividades.
Y si pensamos así —al menos yo— sobre las clases, ¿por qué no aplicamos lo mismo con la lectura?
Sabemos que el profesor hablando y el estudiante escuchando no se traduce en aprendizaje inmediato. Tampoco lo hace el lector leyendo palabras de un libro.
Hay "algo" que debemos hacer durante o después de la lectura, tal como en el colegio o la universidad no sólo se aprende asistiendo a clases.
Lo que le falta al libro
Andy Matuschak comenta que hay gente que sí absorbe conocimiento (más fácilmente) de los libros. Pero se trata de personas que realmente piensan sobre lo que están leyendo.
El proceso es invisible y casi espontáneo. Conforme leen, hablan consigo mismo: "Esta idea me recuerda a...", "Este punto de vista es contrario a...", "No entiendo esta parte...", "Esto también lo leí en...", etc.
Si a estas personas les pidiéramos tomar apuntes, sostiene Matuschak, probablemente no transcribirían simplemente las palabras del autor: en cambio, harían resúmenes y análisis.
El problema es que estas "técnicas" reflexivas son personales. "¿Cómo resumo lo que estoy leyendo? ¿Debería releer esta parte? ¿Debería consultar otro libro sobre este tópico? ¿Tengo un sesgo sobre lo que leo?", son todas preguntas que deben nacer del propio lector. Retroalimentarse consigo mismo.
Es en ese sentido que pienso que nadie nos enseña realmente a leer.
Debemos aprender por nuestra cuenta.
En el caso de las clases, los profesores planifican el aprendizaje del estudiante a través de ejercicios, ensayos, pruebas, etc., que funcionan como retroalimentación. Los acompañan en el proceso (al menos los buenos profesores). Las clases son sólo una parte, aunque aparentemente la más importante para el colegio o universidad, dentro del proceso de aprendizaje que significa una asignatura.
Pero con los libros esto no ocurre. Aquí somos los propios lectores los que debemos diseñar nuestros propios "problemas" y "ejercicios" para asegurarnos que estamos aprendiendo.
¿Quién es nuestra contraparte?
Algo de esto lo pretende resolver los "libros de texto" típicos (los que usamos en el colegio), que cuentan con resúmenes al final de cada capítulo, preguntas y ejercicios, etc.
Pero para el resto de libros (de ficción y no-ficción) esto no es practicable. Nadie esperaría un cuestionario al final de una novela de Stephen King, o ejercicios en los libros de Robert Greene.
Mejorando la lectura
Con estas reflexiones en mente —que los libros no funcionan "así no más" y que depende del lector cómo avanzar en su proceso de aprendizaje— es que me he interesado por saber más sobre metacognición, modelos y sesgos cognitivos, etc. (Conocimientos rudimentarios, por cierto.)
Irónicamente, la mayoría del material lo he consumido a través de libros.
Recomiendo tres sobre aprendizaje y lectura:
"Make it Stick" de Brown, Roedinger y McDaniel, sobre la ciencia de cómo aprendemos.
"Reader, Come Home" de Maryanne Wolf, sobre la lectura como camino para aprender y pensar.
"How to Read a Book" de Mortimer J. Adler, sobre cómo debiéramos abordar un libro.
La tesis compartida por estos tres títulos es que el proceso básico de aprendizaje se compone de reflexión y retroalimentación. Si lees algo y no dedicas tiempo a pensar sobre lo que leíste, difícilmente podrás interiorizar su contenido.
Así que el primer objetivo de una lectura (más metódica) es dejar de ser un consumidor pasivo.
"Piensa antes de hablar. Lee antes de pensar." (Fran Lebowitz)
Yo, por ejemplo, pensaba que con destacar o releer el texto era suficiente, pero en Make It Stick enseñan que esas prácticas son técnicas pasivas de consumo.
Lo que necesitamos es lo contrario: involucrarnos activamente con el material que leemos. Leer activamente.
Y es que como no absorbemos información simplemente leyendo palabras, debemos darle sentido a la información que consumimos, ya sea interpretando, conectando, relacionando y elaborando entorno a ella.
En Make it Stick, los autores comparten una serie de estrategias de aprendizaje que Eva Keiffenheim traduce a la lectura. Yo comparto las tres principales para mi:
(1) Elaboración: Es cuando explicas y describes una idea con tus propias palabras. De esta forma asocias el material que quieres aprender con lo que ya sabes. Consejo: Al leer un libro, en vez de transcribir las palabras del autor, trata de resumir y analizar tú mismo.
(2) Rescate: Es cuando tratas de recordar algo que aprendiste en el pasado. Esto es lo que hacemos en el colegio o la universidad cuando rendimos pruebas, escribimos reportes, etc. Ocurre de forma posterior al consumo de la información. Consejo: Al terminar de leer un libro, trata de escribir un resumen.
(3) Repetición espaciada: Es cuando repites la misma información en intervalos crecientes de tiempo. Es una forma de evitar olvidar. Consejo: Cuando leas, cada cierto tiempo trata de pensar y reflexionar sobre lecturas pasadas. Lo que leíste hace un mes, hace un año.
En este artículo quise reflexionar sobre cómo leemos y cómo recordamos lo que leemos. (Las técnicas anteriores son estrategias que aprendí recientemente, y que hubiesen sido muy útiles cuando estudiaba en el colegio y la universidad.)
Después de todo, se supone, al colegio vamos a aprender... pero nadie nos enseña cómo hacerlo.
Y peor aún, cómo mejorar.
Las clases y los libros no operan con un modelo cognitivo particular, sino que asumen que el receptor aprende simplemente oyendo o leyendo. Pero no olvidemos: consumir información no es lo mismo que adquirir conocimiento.
Pero con esta reflexión no quiero minimizar la importancia del libro, ni mucho menos. Sigo creyendo que es el mejor objeto posible para compartir conocimiento.
Sólo sostengo que debemos dar mayor importancia a lo que viene después de la lectura, pues con leer la última oración y cerrar el libro no basta.
Si lo tenemos tan claro con la educación formal y las clases, ¿por qué no con los libros?
Pero no hablaré aquí sobre las ventajas del libro como medio escrito, para no extender aún más este artículo.
Quiero terminar, en cambio, con este video del divulgador científico Carl Sagan, de su serie televisiva Cosmos, en el cual se refiere al increíble valor de los libros:
Para cerrar (ahora sí), una última cita de Mortimer J. Adler, del libro "How to Read a Book", que debo compartir en inglés para no perder el juego de palabras en su traducción:
"In the case of good books, the point is not to see how many of them you can get through, but rather how many can get through to you." (Mortimer J. Adler)