Quiero confesar que vivo en modo productivo. Y es un problema (quizás).
Creo que varios aplicamos la mentalidad del trabajo al tiempo de esparcimiento personal de forma innecesaria. Porque en nuestra vida hiperconectada moderna todo tiene que ser productivo, ¿no?
Anécdota reciente: Hace unas semanas me visitó una amiga que (creo) “sufre” de lo mismo que yo. Pensamos ver una película. Revisamos el catálogo (harto scrolling) de Netflix y Prime. Obviamente muuuchas opciones. Para todos los gustos. ¿Qué terminamos viendo? Un documental sobre la política del hijo único de China, porque parecía la mejor alternativa para disfrutar... pero aprender al mismo tiempo. (Es un buen documental, lo recomiendo.) ¿Cómo ibamos a perder 2 horas sin aprender algo?
Pareciera que para algunos (me incluyo), el hecho de "no ser productivo" puede ser causa de estrés.
Otras prácticas cotidianas: Al pensar dentro del dominio de la eficiencia y la productividad, suelo imponerme retos innecesarios cuando hago actividades que me gustan. ¿Que si pienso leer un libro? Perfecto, pero no paro hasta terminar el capítulo (no puedo dejarlo a medias), o todo el libro si me queda poco. ¿Que si mejor practico en mi batería electrónica? Muy bien, pero siempre un álbum completo, no canciones sueltas. ¿Limpiar la casa? Ya, pero que sea en menos de una hora. ¿Ver una película? Bueno, pero revisemos primero qué documentales hay.
Es decir, transformo todo en un desafío o tarea que sea provechoso, por muy mínimo que sea. (Y de seguro tengo algo de TOC también.)
Pero creo no ser el único.
La periodista y escritora Anne Helen Petersen, de hecho, sostiene que esta mentalidad suele ser típica en los millennials.
Así que me puse a pensar sobre qué podia estar sucediendo. Por qué (algunos) aplicamos la cultura del trabajo también en la vida diaria.
Como dicen Humberto Maturana y Ximena Dávila en La revolución reflexiva, "vivimos el vivir que aprendemos," lo que me llevó a pensar que en algún lugar debimos haber aprendido a medir todo con la vara de la eficiencia y la productividad...
Lo que ocurre en el trabajo
Tal como describe Rafael Echeverría en su libro El Búho de Minerva, el materialismo histórico de Karl Marx descansa en la afirmación de que el trabajo es la clave para comprender la historia. Marx utiliza el concepto de "modos de producción", entendidos como las distintas articulaciones económicas en la que se integran fuerzas productivas, relaciones de producción y relaciones de circulación, necesarias todas para que lo que producen unos sirva al consumo de otros. No obstante, Marx sostiene que, de estos tres elementos, son las relaciones de producción las que predominan en los distintos modos, y que son ellas las que han influido en las distintas etapas históricas de las sociedades humanas.
Así, desde la perspectiva asumida por Marx, la historia del ser humano es una sucesión de diferentes modos de producción, caracterizados cada uno por distintas relaciones de producción:
el comunista primitivo, fundado en una igualdad sobre la base de la escasez de recursos;
el esclavista, con dos clases sociales, amos y esclavos;
el feudal, con las clases del señor feudal y sus vasallos;
el capitalista, formado por burgueses y proletarios; y
el comunista avanzado (que es lo que anticipa Marx para el futuro), donde se alcanzaría nuevamente la igualdad, pero esta vez bajo condiciones de abundancia y libertad.
Marx es crítico del modo de producción vigente (el capitalista) porque, entre muchas otras cosas, nos hace infelices al tratarnos como parte de una máquina en la cual la persona es secundaria y solo la producción importa.
No hay que olvidar que en la época en la cual Marx desarrolló su pensamiento, a mediados del siglo XIX, los excesos del capitalismo eran evidentes, como los que se veían en las sombrías condiciones de trabajo en las fábricas, muchas veces iluminadas con luz de gas y llenas de sustancias químicas tóxicas. ¡Y mucho trabajo infantil!
En el famoso Manifiesto Comunista, Marx y Engels sostienen que a medida que las condiciones de los trabajadores se deterioran, aumenta el resentimiento contra los patrones y la revolución resulta inevitable.
Marx también sostenía que el sistema capitalista convierte a los trabajadores en objetos. En su ensayo "El trabajo enajenado" de 1844, Marx razona:
"Así como en la religión la actividad propia de la fantasía humana, de la mente y del corazón humanos, actúa sobre el individuo independientemente de él, es decir, como una actividad extraña, divina o diabólica, así también la actividad del trabajador no es su propia actividad. Pertenece a otro, es la pérdida de sí mismo." (Karl Marx)
Independientemente si estás de acuerdo o no con Marx (yo comparto el diagnóstico pero no su pronóstico), no hay duda que la crítica que hace del capitalismo y sus efectos sobre nosotros como personas es cierta, incluso para las condiciones actuales de trabajo. Vemos aún que muchas personas que trabajan duro y luchan por tener éxito se ven a si mismas como verdaderas máquinas del trabajo y la productividad.
Hace varias semanas ya escribía sobre esta tendencia de la vida de “trabajo total", y comentaba esta publicación donde un niño estadounidense, de no más de 6-7 años, se refería a sí mismo como “nacido para trabajar.” O sea, como un objeto útil para otro.
Y es que los seres humanos somos capaces de asumirnos como objeto de muchas maneras, como cuando medimos nuestro valor en términos de apariencia física, estatus social-económico, formación profesional, trabajo, posición política, etc. Olvidamos que al hacer eso reducimos nuestra humanidad a un solo aspecto de la vida.
Ya escribí hace unas semanas sobre el imperativo de construir identidades personales que sean flexibles, múltiples y amplias. Pero no lo hacemos. Solemos considerar el trabajo como algo que nos define.
En consecuencia, si tanto el sistema económico (a través del modo de producción capitalista), como nosotros mismos (a través de la objetivización), valoramos en gran medida a las personas según el trabajo que desempeñan, entonces parece inevitable que la ética propia de toda actividad laboral, basada en la productividad y la eficiencia, se transfiera a otros aspectos de la vida.
Lo que ocurre en la casa
Y cuando creemos haber terminado de trabajar... seguimos trabajando.
Seguimos con la mentalidad de la eficiencia, del logro y de la ganancia. Como caricaturizan en este artículo, en vez de pensar (y pasar) nuestro tiempo de ocio como algo bueno y deseable por sentido propio, solemos verlo como un "gasto" que hay que cuadrar en algún "balance de situación" en nuestro cerebro.
¿Cómo nos damos cuenta de esto?
Simple. Fíjate en todos los estudios y ensayos que, aun cuando sean bien intencionados y realmente quieran ayudarnos, han adoptado el vocabulario laboral, analizando alternativas de ocio y esparcimiento en términos de costo/beneficio.
Este fenómeno es mejor conocido como el clásico "cuáles son los beneficios de..." Busca en Google: beneficios de meditar, beneficios de leer, beneficios de escribir, beneficios de jardinear, etcétera, etcétera.
¿Realmente evaluamos emprender una actividad que sabemos satisfactoria solo en tanto sea beneficiosa?
¡A esto me refiero con vivir en modo productivo!
A que algo que eventualmente nos genere felicidad sea ignorado o desechado solo por no significar un beneficio, utilidad o inversión en nuestro futuro.
En Memorias del subsuelo, Dostoyevski pregunta:
"¿Por qué, pues, estáis tan persuadidos, con tanto aplomo y solemnidad, de que el hombre sólo necesita lo normal y positivo, de que sólo la prosperidad es provechosa al hombre? ¿No podría ser que la razón indujese a error al evaluar los provechos? ¿No podría ocurrir que la prosperidad le resultase antipática al hombre?" (Fiódor Dostoyevski)
En el libro "4,000 Weeks: Time Management for Mortals", Oliver Burkeman explora nuestro permanente deseo de controlar el tiempo y maximizar la productividad de nuestras vidas en aspectos que van más allá del trabajo.
Burkeman dice que en vez de experimentar el ocio como una actividad placentera y deseable sin otro motivo que su goce, la sociedad nos ha impuesto la necesidad de ser lo más productivo que podamos, desarrollando esas actividades igualmente, sí, pero disfrutándolas sólo si nos sentimos eficientes y si son útiles.
Como si al no ocupar nuestro tiempo libre de forma eficiente y productiva perdiéramos el tiempo.
Nos han inculcado que todo tiene que ser una inversión para el futuro.
¿Y de dónde proviene esa enseñanza?
Del mundo de los negocios.
Sí, porque es en el quehacer dentro de las empresas donde todo se enfoca en metas, en logros, en ganancias, en perpetuar la organización en el futuro. Es lógico actuar así dentro del mundo laboral, pero ¿tenemos que pensarnos a nosotros mismos como empresas?
La elección de Hércules
Para terminar, creo que la "solución" no pasa por buscar un equilibrio entre vida personal y laboral. Ya escribí sobre la inexistencia de este concepto del WLB, al menos en los trabajos creativos e intelectuales.
Lo que propongo, por una parte, es desarrollar verdaderamente actividades de “ocio noble”, que según Aristóteles es una de las aspiraciones más trascendentales del ser humano. Ryan Holiday nos explica que en la Antigua Grecia, ocio venía de la palabra scholé. School en inglés, escuela en español. Para los griegos (Aristóteles incluido), el ocio significaba aprender y estudiar, perseguir grandes cosas para enriquecer el alma y el espíritu.
Y eso pasa por repensar cómo evaluamos nuestras actividades de ocio. Si la lectura de libros se convierte en el desafío de quién lee más, o si ver películas sólo es beneficioso si aprendemos algo útil, entonces no estamos comprendiendo el concepto del "ocio noble" aristotélico.
Y es que, es verdad, nuestros trabajos sí nos proveen un sentido de aptitud, de que somos competentes, capaces de hacer cosas y que contribuimos o ayudamos en algo a la sociedad. Trabajar es una forma de validarnos. Pero cuando desarrollamos actividades de "ocio noble", este sentido de aptitud debiera pasar a segundo plano. Porque como sostengo sobre la identidad, debemos pensarnos como actores de muchos dominios (aspectos) distintos de la vida, y no solo de la vida laboral. No somos objetos. No tenemos porqué satisfacer un estándar de aptitud en todo.
Como segunda parte de esta reflexión final, quiero compartir una historia de Hércules, el gran héroe mítico griego tan admirado por los filósofos Estoicos (a quienes vuelvo con frecuencia).
Cuenta la leyenda que un joven Hércules avanzaba por un camino hasta que llegó a una encrucijada (quizás como la que nos encontramos todos en algún momento de la vida). Hércules no sabía qué dirección tomar, si izquierda o derecha.
En el momento que deliberaba sobre su elección, dos diosas aparecieron del cielo.
La primera se acercó y le hizo una oferta que sonaba muy bien. Si Hércules iba en su dirección, le dijo, viviría una vida fácil, llena de lujos y placeres. No tendría que mover un dedo y todo le sería proporcionado por otros.
Después de que la primera diosa habló, la segunda le propuso algo totalmente diferente. Le ofreció a Hércules una vida de lucha, en la que debería superar muchas dificultades. Sin duda se trataría de un viaje largo y arduo. Sin embargo, este viaje estaría lleno de honor y satisfacción, pero sería necesario trabajo duro y disciplina.
No es sorpresa que Hércules —después de todo, ¡era un héroe hijo del dios Zeus!— no vacilara. Eligió el segundo camino. Eligió el camino de la virtud sobre el del vicio.
Y es que tal como escribe Donald J. Robertson en su libro How to think like a Roman Emperor, para los Estoicos la leyenda de Hércules representa una alegoría sobre las virtudes del coraje y la disciplina. Con su elección, Hércules disfrutó de una profunda sensación de satisfacción al saber que estaba cumpliendo su destino y expresando su verdadera naturaleza.
Su vida tenía algo mucho más satisfactorio que el placer: un propósito.
¿Cómo encontramos los mortales ese propósito? ¡Mediante nuestras acciones cotidianas! Forjando identidad, con hábitos.
Con respecto a esto, no olvidemos la historia de otro personaje de la mitología griega, Sísifo, condenado por los dioses a subir una roca hasta la cima de una montaña desde donde la piedra volvía a caer por su propio peso. Por siempre.
Como comenta Albert Camus en El mito de Sísifo, este castigo es el más terrible de todos, pues consiste en un trabajo inútil y sin esperanza. Y sin fin. Un verdadero absurdo, fiel al pensamiento Existencialista.
Pero Camus reflexiona sobre la persistencia de Sísifo:
"Toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa.”
Más adelante:
“El hombre absurdo dice "sí" y su esfuerzo no terminará nunca. Si hay un destino personal, no hay un destino superior, o, por lo menos, no hay más que uno al que juzga fatal y despreciable."
Porque para Camus, "la felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables."
Donald J. Robertson, en How to think like a Roman Emperor, sostiene que lo que todos buscamos realmente en la vida es esta sensación de auténtica felicidad o plenitud, que los Estoicos llamaban eudaimonia. Perseguir placeres vacíos y pasajeros (hedonia) nunca puede conducir a la verdadera felicidad.
Y yo pienso que vivir la vida con la vara de la eficiencia y productividad en todo momento puede ser una forma de hedonismo moderno.
Pero la felicidad nuncá será eficiente ni productiva. Simplemente la experimentamos cuando hacemos las cosas que nos hacen felices. ¡Vaya tautología!
Entonces, mi reflexión es:
Transitemos de la vida en modo productivo al modo eudaimónico.