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Para el autor de Barking Up the Wrong Tree, Eric Barker, el superpoder de este siglo es la capacidad de concentrarse.
Cal Newport escribió un libro entero sobre el tema —Deep Work—, donde plantea que la capacidad de desarrollar una tarea de manera concentrada (enfocado) se está convirtiendo cada vez más en una habilidad escasa pero al mismo tiempo altamente valorada por la economía moderna.
Conviene distinguir, pues, un trabajo enfocado de otro superficial.
Para Newport, un trabajo enfocado es el desarrollo de una actividad profesional en un estado de concentración libre de distracciones, que empuja nuestras habilidades cognitivas al límite. Esto nos permite "crear" (cualquiera sea nuestro quehacer profesional) algo que es difícil de emular. Así nos diferenciamos.
En cambio, un trabajo superficial es toda tarea del tipo logístico-administrativa, no demandante cognitivamente, y que usualmente es posible desarrollar cuando estamos distraídos. Por lo tanto, es un trabajo que no genera valor y que es fácil de emular. Así nos homogeneizamos.
Todo trabajo intelectual-creativo se compone, pues, de actividades que significan el desarrollo de tareas superficiales y otras que exigen concentración. Lógicamente, estas últimas son las que generan valor en lo que hacemos.
En Deep Work, Newport sostiene que las dos habilidades centrales en nuestra economía digital moderna son la capacidad de aprender rápidamente cosas difíciles y la de producir ("crear") a un alto nivel, tanto en calidad como rapidez.
Y para ambas tareas —aprender y crear— se requiere concentración.
Trabajar enfocado y sin distracciones.
El gusto por el ajetreo
Lamentablemente, en muchos trabajos intelectuales-creativos se observa una inclinación por "parecer ocupados" (busyness) por sobre el desarrollo de tareas que generen valor.
Y es que, en muchos casos, ante la ausencia de indicadores claros sobre lo que significa ser productivo y relevante en un empleo remunerado, varios invocan al indicador industrial de la productividad: hacer un montón de cosas de una manera visible. O sea, parecer ocupado.
“El gusto por el ajetreo no es diligencia.” (Séneca)
Esta mentalidad —del "gusto por el ajetreo"— proporciona una explicación a la preponderancia de comportamientos que rehúyen de la profundidad, del trabajo concentrado. (Otra explicación es la ansiedad millennial.)
Si envías y respondes correos a todas horas, si programas y asistes a reuniones constantemente, si respondes mensajes en Teams o Slack apenas alguien consulta algo, o si te paseas por la oficina compartiendo ideas con todos (o acarreando papeles y carpetas), lo que haces es parecer ocupado en público.
Pero Newport es claro: si utilizamos el ajetreo (busyness) como indicador de productividad, lo único que hacemos es (tratar de) convencernos a nosotros mismos (y los demás) de que nuestro trabajo importa.
¿Pero queremos destacar con trabajo superficial o trabajo enfocado?
Pareto y Parkinson
Cuando leí The 4-Hour Workweek de Tim Ferriss, uno de los tópicos más entretenidos fueron los consejos prácticos que ofrece el libro sobre productividad.
Antes de pasar a aquello, creo que el primer paso es reflexionar sobre la importancia del trabajo concentrado —que es, en definitiva, la única forma de generar o "crear" ideas interesantes— y que "parecer ocupado" no tiene ninguna relevancia (y si la tiene, entonces no estamos en el lugar correcto).
Cuando pensamos en el trabajo concentrado, libre de distracciones, llegamos a dos obviedades:
Que hacer algo intrascendente (pero bien) no convierte una tarea en algo importante.
Que dedicar mucho tiempo en algo no convierte una tarea en importante.
O dicho de otro modo, en palabras de Tim, "lo que haces es infinitamente más importante de cómo lo haces."
Y sobre las tareas intrascendentes y las que dedicamos mucho tiempo innecesariamente, en The 4-Hour Workweek Tim comparte dos principios hiper-conocidos sobre productividad personal:
Limitar las tareas a las importantes para trabajar menos tiempo (Ley de Pareto).
Acortar el tiempo de trabajo para limitar las tareas a las importantes (Ley de Parkinson).
Ley de Pareto
En 1897, el economista italiano Vilfredo Pareto observó que el 80% de la tierra era propiedad del 20% de la población.
Aplicando la misma lógica sobre distintas materias, otros economistas llegaron a la "conclusión" de que pareciera que el 80% de los efectos derivan del 20% de las causas.
Algunos ejemplos:
El 80% de la producción procede del 20% de los insumos.
El 80% de los resultados procede del 20% de los esfuerzos realizados.
El 80% de las ganancias de una empresa proviene del 20% de sus productos/clientes.
Aquí hay 100 ejemplos de este principio, que se conoce hoy como la Ley de Pareto o la Regla del 80/20.
El objetivo en productividad personal, por tanto, es identificar (y enfocarse) en aquellas tareas que nos reportan una mayor ganancia (en términos de tiempo, dinero, satisfacción, o lo que tú quieras). O como dice Tim, obtener el máximo de beneficio con el mínimo esfuerzo necesario.
En el caso de mi empresa, por ejemplo, aplicar este principio significa pensar que quizás más clientes no implica más ingresos. Convendrá identificar, quizás, al 20% de ellos que nos reportan más proyectos, y centrar (y mejorar) la atención en ellos.
O sea, la Ley de Pareto ataca el ajetreo (busyness), la falsa sensación de productividad cuando hacemos cosas todo el tiempo, pero intrascendentes.
Ley de Parkinson
El segundo principio a compartir, la Ley de Parkinson, fue nombrado por primera vez en un ensayo cómico para la revista “The Economist” en 1955 por el historiador naval británico Cyril Northcote Parkinson, quien luego escribió un libro titulado "La Ley de Parkinson: la búsqueda del progreso."
La historia del ensayo habla sobre una mujer cuya única tarea del día es enviar una postal. Como tiene todo el día para hacer esta tarea, dedica una hora en buscar la tarjeta, media hora en buscar sus lentes, 90 minutos en escribir la tarjeta, y así sucesivamente hasta que ocupa todo el día. Su historia tiene como objetivo explicar cómo el trabajo se expande hasta ocupar todo el tiempo que se le asignó.
O sea, esta "ley" establece que una tarea crece en importancia y complejidad (percibidas) en relación con el tiempo asignado para llevarla a cabo.
Pero recordemos: dedicar mucho tiempo en algo no convierte una tarea en importante.
Así, este principio ataca la falta de foco, pues si dedicamos menos tiempo en ciertas tareas probablemente las haremos mejor, pues optimizaremos el estado de concentración necesario para desarrollar la tarea en menos tiempo.
Estudios recientes han mostrado que, por ejemplo, el trabajador promedio de jornadas diarias de 8 horas sólo es productivo durante 3 horas. O sea, el resto del tiempo lo pasamos "pareciendo ocupados" (busyness).
Es evidente que reducir las horas de trabajo no es una opción para todos, pero lo importante es reflexionar sobre los tiempos efectivos de trabajo. Si pensamos que un "buen trabajador" lo es porque hace cosas todo el tiempo y durante todo el día, entonces no valoramos el trabajo enfocado y concentrado.
Yo, por lo menos, prefiero trabajar poco pero dedicar el tiempo a tareas relevantes.
No veo valor en estar ocupado todo el día.
Tim Ferriss comenta sobre esto:
"Esto resulta complicado de aceptar porque nuestra cultura recompensa el sacrificio personal en lugar de la productividad. Pocos pueden medir los resultados de sus acciones y, por consiguiente, cuantifican su contribución en tiempo."
Concéntrate en ser productivo, no en estar ocupado.
En Deep Work, Cal Newport nos enseña que si cada momento de aburrimiento potencial —por ejemplo, cuando tenemos que esperar cinco minutos en la fila del supermercado o sentarnos solos en un bar hasta que llega un amigo—, se alivia con una mirada rápida al celular, entonces es probable que no estemos listos para el trabajo concentrado, enfocado, sin distracciones.
Newport piensa que sólo cuando trabajamos en un estado de concentración libre de distracciones es cuando logramos los mejores resultados en nuestro quehacer, y generamos (o "creamos") algo difícil de reproducir, de copiar. Algo único producto de nuestro propio esfuerzo cognitivo.
Si no estamos habituados a mantener a raya las distracciones, estamos condenados a perder el tiempo.
La invitación es la siguiente: para no verse atrapado (por siempre) en la economía de la atención, conviene prepararse para una economía de la concentración.