Este 2022 el iPhone cumple 15 años. Sin duda una revolución tecnológica.
Olvidamos, no obstante, que la "revolución" original que prometía este celular era mucho más modesta.
Tal como cuenta Cal Newport en su libro Deep Work, recordando una conversación con Andy Grignon (uno de los miembros originales del equipo que dió vida al iPhone), se suponía que este dispositivo era un iPod que hacía llamadas telefónicas. Nada más. "Nuestro objetivo principal era que reprodujera música e hiciera llamadas", le dijo Grignon.
Pocos predijeron cómo nuestra relación con estas pantallas (o espejos negros) mutaría con el paso de los años.
Y es que hoy los celulares (o smartphones) se han convertido en una extensión de nosotros, el medio principal para organizar nuestras vidas. En el celular revisamos el correo, hacemos transferencias de dinero, reservamos hoteles y arrendamos autos, compramos comida y ropa, nos informamos y opinamos. Etcétera.
Es decir, para la mayoría de nosotros, "la vida fluye a través del celular y sus aplicaciones", como expone Anne Helen Petersen en el libro Can't Even.
"Los smartphones se han convertido en los intermediarios de nuestras diligencias, de nuestros viajes, del trabajo, del ejercicio, de nuestra organización, nuestras finanzas, y de nuestras relaciones personales", continúa Petersen.
Así, el smartphone constituye hoy un pilar dispositivo fundamental de nuestras vidas.
Y las estadísticas así lo confirman.
El 45% de los chilenos pasa más de 4 horas al día en redes sociales. El 68% de los participantes de una encuesta reconoció usar Whatsapp todos los días... cada una hora.
Aunque no nos demos cuenta —y muchos nos creamos contrarios a la postura—, hemos sucumbido al modelo capitalista del perpetuo crecimiento económico, pero aplicado a nuestra atención. El modelo nos dice que siempre hay que crecer, que toda ganancia es buena, y que mientras más recibas, mejor.
Y usando ese principio hemos colapsado nuestra vida digital, añadiendo todas las aplicaciones y servicios posibles, con el pretexto de que obtenemos un beneficio, por muy mínimo que sea.
Como nos insta Cal Newport en su libro Digital Minimalism, lo "adecuado" sería que, aun cuando una nueva tecnología nos prometa un beneficio que valoremos, siempre nos preguntemos si en realidad constituye la mejor forma de obtener dicho beneficio (o valor).
Pero casi nadie hace esa reflexión.
Especialmente con las redes sociales.
Porque somos adictos.
Sobre adicción y validación social
Todos hemos escuchado alguna vez el concepto de "economía de la atención." En pocas palabras, hace referencia a que las empresas tecnológicas compran y venden nuestro tiempo.
Es un modelo de negocio basado en intrometerse en aquellos momentos "dispersos" de la vida (el semáforo en rojo, la fila del supermercado, los 20 minutos antes de dormirse), pero también de forma sutil en otros momentos más importantes, como tu trabajo y el descanso.
No por nada Reed Hasting, CEO de Netflix, bromeó hace algunos años con que el principal competidor de Netflix no era Amazon ni HBO... era tu sueño.
Para conseguir nuestra atención y hacernos adictos, en la economía de la atención las empresas tecnológicas se aprovechan de la psicología humana. Lo logran valiéndose del "refuerzo positivo intermitente" y de nuestro "deseo de aprobación social", tal como explica Newport en Digital Minimalism.
Ya escribí algo sobre el primer factor. Hay decenas de estudios que muestran que revisar las redes sociales, por ejemplo, libera una pequeña cantidad de dopamina, la "hormona del placer". Nuestros cerebros aman la dopamina, por lo que siempre estamos buscándola. Una nueva foto, un nuevo like, un comentario. Todo sirve.
Porque no importa que siempre haya algo nuevo cada vez que abrimos una app. Basta con que algunas veces haya algo nuevo que merezca nuestra atención. La dopamina siempre premia.
En relación al segundo factor, el "deseo de aprobación social", se trata de una vulnerabilidad en nuestra psicología. Porque, como sostiene Adam Alter, "somos seres sociales que no podemos ignorar completamente lo que otros piensan de nosotros."
Y las aplicaciones, especialmente las redes sociales, operan como un bucle de retroalimentación positiva (feedback loop) de esta validación social.
En la práctica, esto se traduce en lo siguiente: Yo presto atención a lo que dices si tú pones atención a lo que yo digo, sin importar el valor. Le das Me gusta a mi foto y yo le doy Me gusta a la tuya.
Así, este acuerdo implícito nos convence que somos importantes al recompensarnos mutuamente sin esfuerzo. Y además recibimos dopamina. ¡Qué mejor!
No discutiré aquí el problema que esto conlleva a largo plazo (especialmente preocupante con los más jóvenes), que es la necesidad (ya no el deseo) de aprobación social, mediada ahora por las redes sociales. Lo que pienso, digo y hago sólo es importante si es validado por mi entorno virtual.
Sobre estas materias, el filósofo griego Epicteto nos aconsejaría lo siguiente:
"Si alguna vez tienes la tentación de buscar la aprobación externa, ten en cuenta que has comprometido tu integridad. Si necesitas un testigo, sé tú mismo." (Epicteto)
Probablemente nada de lo que he escrito hasta ahora te sorprende.
Y es que todos sabemos que los smartphones no son lo que pensábamos que eran. Sabemos que las aplicaciones han sido especialmente diseñadas para hacernos adictos. Sabemos que la promesa de que la tecnología haría nuestro trabajo más eficiente, nuestras relaciones personales más fuertes, las noticias más asequibles, etc., en realidad sólo se ha traducido en más trabajo, más responsabilidad, más distracción.
Y más estrés y más ansiedad. Hasta depresión.
"Sabemos todo eso."
Pero no sabemos cómo cambiar nuestra relación con los celulares.
Anne Helen Peterson, en Can't Even, es mucho más pesimista, declarando que los smartphones "nos han robado la alegría y la soledad, y nos han dejado sólo con cansancio y arrepentimiento. Pero es increíblemente difícil vivir sin ellos."
Específicamente sobre las redes sociales, Petersen opina (las mayúsculas son mías):
"Lo que esas tecnologías hacen mejor es recordarnos lo que NO estamos haciendo: quién está saliendo SIN nosotros, quién está trabajando MÁS que nosotros, qué noticias NO estamos leyendo."
Lo que pasa en Instagram
Anne Helen Petersen es justa en decir que no todo lo malo ocurre en las redes sociales. En los celulares hacemos muchas más cosas que sólo estar en redes sociales (quiero creer).
Al respecto, Petersen distingue tres tipos de contenido que han contribuido a la ansiedad que sentimos cuando usamos dispositivos electrónicos:
Las redes sociales pensadas en millennials y más jóvenes (Facebook, Instagram, TikTok, etc.)
Las noticias.
Las tecnologías que se han pasado del trabajo a la vida personal (e-mail, Teams, Slack, etc.)
Pero aquí nos centraremos en la primera categoría, y especialmente en una sola aplicación: Instagram.
Porque en Cant' Even Petersen no duda: la red social más responsable de la ansiedad es Instagram. Petersen la define (en mi traducción) como un "scroll infinito de vidas que no sólo parecen más geniales que la tuya, sino que más balanceadas y estructuradas. El feed de Instagram se convierte en una lección constante de todas las formas en las cuales no has resuelto tu vida."
Y es que Instagram despierta ansiedades por donde sea. (Es la peor.)
Petersen ejemplifica lo que le ocurre a ella un día cualquiera en Instagram:
Cachorrito bien portado → Debería sacar mejores fotos de mi mascota.
Amigo del colegio en una clase de artesanía → Eso parece un gran trabajo.
Traje de baño → ¿Soy muy vieja para seguir usando bikini?
Fiesta de karaoke → ¿Soy una persona aburrida?
Libro terminado → ¿Cuántos libros no he terminado de leer?
Amigo en un parque → Parece que paso mucho tiempo en el computador.
Mejor amiga en una fiesta → Tiene nuevos amigos y no estoy yo.
¡Qué exagerada!, opinarás sobre Anne Helen Petersen.
Puede ser.
Todas esas son ansiedades normales, que todos pensamos de vez en cuando. Cierto.
¡Pero por separado!
El problema es que en Instagram todas esas ansiedades están empacadas, ordenadas y dispuestas en una línea continua (el feed), despertando a cada segundo cualquier mínima ansiedad posible.
Como explica Petersen, Instagram nos muestra un mosaico personalizado de las vidas que nosotros no tenemos, de las elecciones que no tomamos, de las cosas que no hacemos, lo que nos obliga a compararnos permanentemente con otros.
Por eso me llamó la atención cuando hace unos días se viralizó (y celebró) la siguiente publicación:
Por una parte, porque el post no reconoce la adicción que tenemos con Instagram. Les cuento que esta red social representa el 60% de los usuarios de redes sociales en Chile. En otro estudio, nos cuentan que 3 de cada 4 jóvenes chilenos usa Instagram todos los días.
Si la usamos todo el tiempo, eso nos muestra que al parecer no tenemos "momentos libres de Instagram" (en la práctica y en la cabeza), porque cada hora es una oportunidad para generar contenido. Cada momento es capturable y compartible. (Lo hagamos o no.)
¿De verdad queremos potenciar eso?
Pero por otro lado, pienso que la publicación ignora el hecho que el posteo en Instagram es una forma de "narrativizar" nuestras vidas. Nos decimos a nosotros mismos cómo son nuestras vidas. (La mejor parte, por cierto.)
Y esto funciona para los dos lados:
Si te gusta la vida que llevas, excelente. Comparte tus logros, lo que te hace feliz. De verdad que no hay nada malo en eso. También lo celebro.
Pero cuando no encuentras la satisfacción que te han dicho deberías recibir de un "trabajo soñado", de una vida personal equilibrada y enriquecedora, la mejor manera de convencernos (¿que no es así?) es mostrárselo a los demás.
Pero para el receptor (tu seguidor) no hay diferencia. Ve lo mismo en ambos casos.
O sea, puede que tus stories sean un reflejo de tu felicidad, o todo lo contrario, una desesperada forma de convencerte que tu vida no es tan aburrida. Y para ello necesitas que otro te valide y celebre.
Si conversáramos de esto con otro filósofo Estoico (esta vez romano), tal vez nos diría:
"Esto nunca deja de sorprenderme: todos nos amamos a nosotros mismos más que a los demás, pero nos importa más la opinión de otros que la nuestra." (Marco Aurelio)
La máxima de Descartes era "Pienso, luego existo."
En Can't Even, Petersen propone la versión moderna: "Posteo, luego soy."
Más problemas pero un intento de avance
Las redes sociales nos roban los momentos en que podríamos reducir el estrés y ansiedad diarios. Nos distancian de las experiencias reales en tanto nos obsesionamos por documentar y publicarlas. Las redes sociales nos obligan a la multitarea.
Más preocupante aún, destruyen la oportunidad de cultivar la soledad y el ocio, de acuerdo a Petersen en Can't Even.
Pues la soledad (tema ya recurrente en este boletín) tiene que ver con lo que ocurre en tu cabeza, no en tu entorno. Es la Ciudadela Interior.
Como comparte Newport en Digital Minimalism, podemos definir la soledad como aquel estado en el cual tu mente está libre del input de otras mentes —en palabras de R. Kethledge y M. Erwin, autores del libro Lead Yourself First.
Con esa definición, pues, entendemos que podemos disfrutar de la soledad en cualquier parte. En una cafetería repleta, en un vagón del Metro, etc.
Pero cuando andamos con el celular, parece imposible.
Y con el ocio ocurre algo similar (además de ser otro tema recurrente del boletín).
Y es que una actividad de ocio, una afición o hobby, debiera ser una actividad que hagamos por simple placer. Actividades que no cumplen otro propósito que la sola satisfacción de hacerlas.
Pero con el celular en nuestros bolsillos, el ocio rara vez se siente divertido y reconfortante. (Además, nos preguntamos: ¿es posteable lo que estoy haciendo?)
Y esto porque, como los smartphones se han convertido en extensiones de nuestra identidad, se hace muy difícil moderar nuestra relación con ellos. Para muchos —especialmente los más jóvenes— despegarse del celular es como despegarse de la vida.
Sobre las aplicaciones en su celular, Anne Helen Petersen escribe:
"Las odio (...) y cada vez me resulta más difícil vivir sin ellas."
Y específicamente sobre Instagram:
"No quiero volver a pensar en Instagram nunca más, pero siento un profundo pesar por lo que perdería si la abandono. Es un trabajo part-time poco gratificante que también es mi única conexión con amigos que estoy demasiado ocupada para ver en persona. Se ha vuelto algo tan entrelazado con la visión de mí misma que temo que no habrá un yo sin ella."
Cal Newport, en cambio, nos detiene en seco en nuestro desvarío: la urgencia que sentimos por tener el teléfono siempre con nosotros es exagerada. Ciertamente vivir permanentemente sin celular sería innecesariamente molesto, pero pasar algunas horas lejos de él no debería afectarnos tanto.
Newport nos invita a adoptar un minimalismo digital, entendido como una filosofía de uso de la tecnología en la cual destinemos tiempo en internet para un pequeño y optimizado número de actividades, cuidadosamente seleccionadas y optimizadas, que nos entreguen valor. Y desechar felizmente el resto.
Y es que cómo usamos la tecnología es tan importante como cómo la escogemos.
Usualmente aplicamos el "enfoque de cualquier beneficio" (en palabras de Newport), es decir, justificamos el uso de una herramienta cuando identificamos cualquier posible beneficio en su incorporación. Pero si no sopesamos los pro y los contra, esto nos conduce a un recargo innecesario de herramientas, cada una de las cuales (por separado) provee un beneficio (pero minúsculo).
La aproximación alternativa que nos recomienda Newport es el "enfoque del artesano", en el cual identifiquemos aquellos factores que determinen el éxito y la felicidad en nuestra vida (laboral y personal) como principal criterio de selección de herramientas. Un cocinero prefiere tener un buen cuchillo en vez de varios malos, un gásfiter elige muy bien qué herramientas transportar, un escritor no se deja llevar por la primera aplicación que promete cambiar la experiencia de escribir.
Quizás con las redes sociales debiéramos operar de la misma forma. Preguntarnos: ¿Es Instagram la mejor herramienta para mantener contacto con mis amigos? ¿Es TikTok la mejor forma de pasar los ratos muertos? ¿Es Facebook la mejor herramienta para informarme?
Y no quedarnos solo con la justificación del beneficio, por muy mínimo que sea.
Como dice Tim Ferriss, debiéramos adoptar hábitos que nos ayuden a usar de mejor forma nuestros teléfonos... para que los teléfonos no nos usen a nosotros.
Pasa tiempo solo
Todos podemos beneficiarnos de dosis regulares de soledad (fértil).
"Sin el poder de concentrarse, es decir, sin el poder de dictar al cerebro su tarea y asegurar la obediencia, la verdadera vida es imposible. El control mental es el primer elemento de una existencia plena." (Arnold Bennett)
El celular no ayuda en eso. De hecho ahora es posible eliminar por completo cualquier atisbo de soledad (y aburrimiento).
En Walden, escrito hace 175 años, a Henry D. Thoreau le preocupaba que la gente disfrutara cada vez menos de tiempo a solas.
Hoy, la preocupación debiera ser si alguna vez llegaremos a olvidar en qué consiste.
Cal Newport, en Digital Minimalism, tiene un concepto para esto: privación de soledad. La define como aquel estado en el cual pasas cero tiempo a solas con tus pensamientos y libre de input de otras mentes. Cero.
Thoreau pensaba que no tiene nada de malo priorizar la conexión social, pero que si no es equilibrada con dosis regulares de soledad, sus beneficios disminuyen.
¿Estás seguro que tus relaciones sociales son más fuertes porque pasas todo el tiempo en redes sociales?
Recupera tu ocio
Aristóteles sostenía que "La vida de acuerdo con el intelecto es lo mejor y más placentero, ya que esto, más que cualquier otra cosa, constituye la humanidad."
Como explicaba el filósofo griego, una vida de reflexión es feliz porque la contemplación es una "actividad que se aprecia por sí misma... nada se gana con ella excepto el placer de la contemplación."
(Algo de esto escribí la semana pasada cuando hablaba de la educación continua.)
Y ojo que aquí no hago referencia a un estudio sobre nada específico. Cero esnobismo.
Podemos recuperar el ocio partiendo simplemente por pensar en nuestra vida, porque tal como nos recuerda Arnold Bennett en su libro How to Live on 24-Hours a Day:
"Nosotros no reflexionamos. Quiero decir que no reflexionamos sobre cosas genuinamente importantes; sobre el problema de nuestra felicidad, sobre la dirección principal en la que vamos, sobre lo que la vida nos está dando, sobre la parte que tiene la razón (o no) en la determinación de nuestras acciones, y sobre la relación entre nuestros principios y nuestra conducta." (Arnold Bennett)
Luego, como sostiene Newport en Deep Work, esto nos conducirá sin duda a pensar más sobre cómo ocupamos nuestro tiempo libre.
Rescatando el pensamiento de Bennett, la estrategia de Newport consiste en no destinar el tiempo libre a lo primero que nos llame la atención, sino que dedicar un momento a la pregunta de cómo queremos pasar nuestros días. Seguramente los sitios web adictivos y las redes sociales te llamarán la atención rápidamente si es que no has pensado en hacer algo en un momento dado.
Por lo tanto, el consejo es decidir de antemano qué queremos hacer en nuestro tiempo de ocio. Si no lo hacemos, seguramente terminemos en el celular, cuyas aplicaciones fueron diseñadas especialmente para cautivarte (recuerda la economía de la atención).
Quiero terminar con una reflexión de Ryan Holiday, quien recuerda haberle preguntado (y celebrado) a Austin Kleon (otro escritor) sobre qué hizo para haber conseguido todo en la vida.
"No lo he hecho", le respondió Austin. "La vida se trata de hacer concesiones."
Luego le dió una regla que Ryan comparte en su columna:
"Trabajo, familia y escena. Elige dos.
Trabajo — es tu producción creativa.
Familia — son tu esposa, hijos y cualquier relación personal cercana.
Escena — es todo lo divertido que viene con el éxito. Fiestas, cenas lujosas, gente importante. Son las cosas que se ven bien en Instagram, de las que presumes. Ofertas, invitaciones, ventajas.
Sería maravilloso si pudieras tenerlo todo... pero no puedes.
Puedes divertirte y aferrarte a una relación amorosa, pero no te quedará mucho tiempo para trabajar. Puedes esforzarte en tu oficio y ser el alma de la fiesta, pero ¿qué dejará eso para tu familia? Si estás tan comprometido con el trabajo como con tener un hogar feliz, puedes tener ambos, pero entonces no tendrás espacio para nada más, ciertamente no para fiestas y resacas.
¿Y si intentas tenerlo todo? Bueno, no obtendrás ninguno."
Quizás no tiene mucha lógica. Ciertamente no hay nada que diga que esto ocurre de esta forma.
Pero sí creo que uno debe centrar su energía en lo que uno cree relevante. Energía, foco y concentración.
Las prioridades las debemos fijar nosotros, no el resto.
Pero en las redes sociales ocurre lo contrario.
En la economía de la atención, son ellas quienes definen y escogen a lo que debemos prestar atención.
Y eso incluye las stories. Aunque me gusten.