“Ser solitaria se ha convertido en mi oficio.” (Jhumpa Lahiri en Donde me encuentro)
A propósito de las fiestas de fin de año, hace unos días el Presidente electo 🌳 invitó a celebrar con nuestros seres queridos, pero al mismo tiempo pensar en quienes sufren, en quienes están solos, porque la "época de las fiestas es una en donde más se desencadenan suicidios."
Y es que, como explican en CIPER, “durante la última década, hemos escuchado muchas veces que los suicidios en Chile están aumentando y que comparativamente seríamos campeones mundiales del suicidio.”
Pero, aclaran los investigadores, “ambas afirmaciones son falsas.”
“La mortalidad por suicidio en Chile se ha estabilizado durante los últimos años y como país presentamos tasas de suicidio menores al promedio de la OCDE”, complementan.
En relación a la incidencia por mes, nuestro próximo presidente tiene razón: durante los últimos cinco años vemos una mayor proporción de suicidios en primavera y verano (con peaks en septiembre, diciembre y enero).
¿Por qué ocurre esto en esta época?
Por una parte, algunos investigadores sostienen que los trastornos psiquiátricos asociados a una disfunción de la serotonina —como se cree lo son el suicidio y la depresión—, son sensibles a los cambios estacionales, por las distintas horas de luz natural.
Por otro lado, la OMS advierte como factores sociales de riesgo de suicidio, al sentimiento de soledad, falta de apoyo social, relaciones conflictivas y pérdidas o rupturas.
O sea, sentirse solo es un factor relevante para quienes deciden quitarse la vida. Y, evidentemente, no sorprende que esta emoción aparezca en mayor proporción a fin de año, cuando vemos que unos comparten y disfrutan con los suyos, y otros no.
Volvemos, pues, a reflexionar sobre la soledad, pero distinguiendo siempre aquella física (solitude) de la que enferma (loneliness).
Pensar la soledad como una emoción aprendida
Cuando me refiero en mi último ensayo a que una emoción es una “disposición corporal que especifica dominios de acción”, citando a Humberto Maturana, entonces podemos comprender que la emoción de soledad (loneliness) hace posible pensamientos y acciones (como el suicidio) que en otras circunstancias emocionales no se dan.
En el mismo ensayo comparto, también, que el ser humano adquiere su emocionar (o “flujo continuo de emociones”) “en su vivir congruente con el emocionar de los otros seres, humanos o no, con quienes convive”, citando nuevamente a Maturana.
Esto quiere decir que, al menos desde mi entendimiento, gran parte de —sino todas— las emociones humanas son inseparables del contexto social, económico e ideológico en el cual se desarrollan.
Dicho de otro modo, hay un origen cultural en cómo sentimos y cómo respondemos, porque aprendemos a vivir y a reaccionar a nuestras emociones.
Volvemos, de un modo u otro, al materialismo histórico de Marx, que yo relacionaba con la experiencia de la libertad, pero que ahora reinterpreto en la experiencia emocional.
Por ejemplo, cuando sentimos enojo e impotencia ante la injusticia, ¿podríamos separar la sensación de ira, en este caso, sin la creencia previa de lo que es correcto o no, de sabernos responsables de nuestros actos, de mirar a todas las personas como iguales, etcétera? Porque cada uno de esos aspectos, que fundamentan nuestro enojo, tienen un origen cultural. No son elementos éticos de carácter universal.
¿Podría ocurrir lo mismo con la soledad? ¿Pensar que la soledad (de loneliness) es posible sólo en un mundo en que el individuo se concibe separado de lo social, excluido, ignorado? ¿Que sentirse solo dependa de la cultura? Así, sentirse solo sería una conducta aprendida que se produce al relacionar siempre que, si no se está en grupo o acompañado, la experiencia de soledad (solitude) conduce de inmediato en una emoción (loneliness).
Y si fuera así, ¿podríamos desaprender aquello?
Redefiniendo la soledad
Sostengo que la soledad (de loneliness) es una emoción muy personal, pero cuya interpretación (y aceptación) es cultural. Olivia Laing va más allá:
“La soledad es personal y también política. La soledad es colectiva, es una ciudad. En cuanto a cómo habitarla, no hay reglas y tampoco hay necesidad de sentir vergüenza, sólo recordar que la búsqueda de la felicidad individual no supera ni excusa nuestras obligaciones mutuas.” (Olivia Laing en The Lonely City)
Y es que, tal como ejemplifica la neurocientífica Kay Tye, “es posible pasar el día completamente aislado, en tranquila contemplación, y sentirse revitalizado. O sufrir en la miseria alienada rodeado de una multitud, en el corazón de una gran ciudad, o acompañado de familiares y amigos cercanos. O, para tomar un ejemplo más contemporáneo, participar en una llamada de Zoom con seres queridos en otra ciudad y sentirse profundamente conectado, o incluso más solo que cuando comenzó la llamada.”
El académico budista Stephen Batchelor reconoce aquí un dilema entre la dimensión personal y social de la soledad:
“Aquí reside la paradoja de la soledad. Mírate a ti mismo durante mucho tiempo y con atención verás al resto de la humanidad mirando de vuelta. La soledad sostenida te lleva a un punto de inflexión en el que el péndulo de la vida te devuelve a los demás.” (Stephen Batchelor en The Art of Solitude)
Pero la raíz de estas aparentes contradicciones es que, creo, no hemos definido adecuadamente la emoción de la soledad, sino que nos quedamos con la experiencia del solitario y pensamos que todos debiéramos responder de la misma forma.
O sea, aun sabiendo que es una experiencia individual y personal, juzgamos al solo como si formara parte de un grupo de iguales. Citando nuevamente a Maturana, pensamos ambas soledades (solitude y loneliness) como fundadas por el mismo dominio emocional.
Pero como he dicho, la soledad no se trata de la experiencia de estar solo (sin compañía), sino de cómo percibimos y reaccionamos ante esto.
Son dos emociones distintas.
Esto explica que haya “personas a las cuales no les molesta en nada estar solos, mientras que otras sufren tanto que se transforma en una patología”, como cuenta el neurocientífico John Cacioppo.
Para las psicólogas británicas Lily Verity y Pamela Qualter, la soledad se define como la reacción emocional negativa a la discrepancia entre las relaciones personales que tenemos y aquellas que queremos o deseamos.
O sea, pasamos de estar solos a sentirnos solos cuando nacen la frustración y la insatisfacción con las relaciones sociales que mantenemos.
Así, podemos sentirnos solos, incluso en compañía de otros, cuando sentimos que nadie nos entiende o que no compartimos intereses comunes con otros.
Un ejemplo de esto es la soledad intelectual que describe el bloggero David Perell:
“Tengo una confesión que hacer: me voy temprano de la mayoría de las fiestas porque prefiero leer un libro. Sin embargo, esto no es lo que le digo a la gente. Por lo general, invento una excusa. Algo como "Oh, tengo planes temprano en la mañana". No me gusta engañar, pero no hay forma socialmente aceptable de decir que amo tanto la forma en que el aprendizaje activa mi mente que prefiero pasar la noche con ideas que con personas. (...) Antes de comenzar a escribir y a usar Internet para encontrar amigos que compartieran mi amor por las ideas, iba a YouTube, donde veía a profesores hablar apasionadamente sobre un tema, solo para volver a la monotonía hueca de lo que pasa por conversación intelectual estos días. Conversaciones sin sentido sobre las noticias que regurgitan las mismas historias. La soledad intelectual es un problema que mucha gente siente, pero del que nadie habla. Se basa en una paradoja en la que te sientes vivo cuando aprendes en Internet, pero desesperanzado cuando intentas hablar sobre esas mismas cosas con amigos y familiares.” (David Perell)
Esto quiere decir, pues, que así como la experiencia emocional de la soledad es cultural, y por lo tanto, dependiente del lugar y contexto histórico y social, también cómo sentimos y respondemos ante la experiencia va cambiando conforme crecemos y maduramos como persona.
Y esto porque nuestro entorno social puede cambiar, si nosotros así lo queremos, si deseamos conseguir una coherencia entre nuestros valores, preferencias, gustos e intereses, con los de otros.
Así no llegamos a esa insatisfacción con nuestro entorno que puede conducir a sentirnos solos.
Por eso propongo, de forma quizás contra-intuitiva, que quizás podemos combatir la sensación de soledad (loneliness) precisamente estando solos (en solitude). Al menos cada cierto tiempo.
Pero lo sé. La soledad es una experiencia difícil, acompañada muchas veces de otras emociones como tristeza, frustración, enojo y desesperanza. Pero, de la misma forma, quizás estar solos por un tiempo puede ayudarnos a reconectarnos y reevaluar nuestras relaciones sociales, para que podamos filtrar (borrar), robustecer o encontrar (buscar) aquellas que signifiquen más para nosotros.
Evidentemente, esto nunca será posible si no destinamos tiempo a la reflexión.
Y para ello es necesario “soledad y un cuarto propio”, en mi versión de Virginia Woolf.
Porque recuerda:
“Nadie puede construir el puente sobre el que tú, y solo tú, debes cruzar el río de la vida.” (Friedrich Nietzsche)
Por una soledad fértil
Para Aristóteles, en el siglo IV a.C., la soledad no era una virtud, y quienes la practicaban no merecían participar de la vida pública:
“El hombre que está aislado, que no puede compartir los beneficios de la asociación política, o que no tiene necesidad de compartir porque ya es autosuficiente, no puede formar parte de la polis.” (Aristóteles)
Pero yo no comparto. No por ser solitario alguien no quiere aportar a la comunidad. El ser humano es un ser social, después de todo.
Por el contrario, yo me siento más cercano al pensamiento del escritor inglés Adam Phillips, quien en su ensayo "Sobre el Riesgo y la Soledad" nos enseña que:
“Una soledad fértil es un olvido benigno del cuerpo que se cuida... Una soledad productiva, la soledad en la que aparece lo que nunca pudo anticiparse, la que se vincula con una calidad de atención.” (Adam Phillips en On Kissing, Tickling, and Being Bored)
Y es que tal como escribí sobre el aburrimiento, la soledad constituye un momento único de reflexión y creatividad que no muchos valoran ni fomentan.
Pues el proceso creativo es, en último término, un acto solitario (y en silencio). “Un hombre que piensa o trabaja está siempre solo, dondequiera que esté”, nos dice Henry D. Thoreau en Walden.
Así, en una apología de la experiencia de estar solo, el académico budista Stephen Batchelor, en The Art of Solitude, nos enseña que:
“La verdadera soledad es una forma de ser que debe cultivarse. No se puede encender o apagar a voluntad. La soledad es un arte. Se necesita entrenamiento mental para refinarla y estabilizarla. Cuando practicas la soledad, te dedicas al cuidado del alma.” (Stephen Batchelor)
Por eso es importante repensar cómo definimos la soledad.
Si nos sentimos solos cuando creemos que nadie nos entiende o que no compartimos intereses con otros, entonces nos corresponde ampliar (¿o renovar?) nuestro entorno social. Misma solución cuando nuestro entorno ve como idénticos al solitario y al solo (lo que ya hemos explicado que es una perspectiva errónea).
Y junto con repensar la importancia y significancia de nuestras relaciones sociales, para evitar sentirnos solos, también nos corresponderá cultivar esa "soledad fértil" de la que nos habla Adam Phillips, quizás como una forma de escape a la "soledad intelectual" que nos retrata David Perell.
Una forma de comenzar es aprender a estar cómodos con nosotros mismos. Mientras lees, escribes, meditas, o haces ejercicio. Pero también cuando no hacemos nada.
Yo lo veo como una práctica de la Ciudadela Interior y también como una forma de interiorizar la dicotomía del control, ambas ideas del Estoicismo, pues así limitamos nuestra dependencia sobre lo externo —lo que incluye, por cierto, a otras personas.
Porque en la soledad también hay reflexión, pausa y contemplación. La ilustradora chilena Catalina Bu lo transmite muy bien en sus dibujos de Diario de un solo.
Yo creo que no podemos estar cómodos con otros si no lo conseguimos con nosotros mismos.
Quiero terminar recomendando este video del cineasta ruso Andrei Tarkovsky. Sobre la pregunta de qué le gustaría decirle a los más jóvenes, Andrei responde:
“No lo sé... creo que me gustaría decirles que deben aprender a estar solos y tratar de pasar el mayor tiempo posible solos. Creo que una de las fallas de los jóvenes de hoy es que tratan de pasar el tiempo juntos en eventos ruidosos, casi agresivos en ocasiones. Este deseo de estar juntos para no sentirse solos es un síntoma lamentable, en mi opinión. Toda persona necesita aprender desde la infancia a pasar tiempo con uno mismo. No quiero decir que deba ser una persona solitaria, pero que no debe aburrirse de sí mismo, porque las personas que se aburren en su propia compañía me parecen en peligro, desde el punto de vista de la autoestima.” (Andrei Tarkovsky)
Comencé este ensayo con una reflexión de la soledad (solitude) y el suicidio durante estas fiestas de fin de año, pues al escuchar al Presidente electo 🌳 me pareció que se generaba una asociación implícita que no reconocía tan abiertamente entre ambos fenómenos y la época del año.
Pero efectivamente con la reflexión nos damos cuenta que sí, hay una soledad (loneliness) que hace mal, y que constituye una de las emociones experimentadas más comunes en quienes deciden terminar con su vida por estos días. Porque muchas veces el suicidio no tiene que ver con una cuestión existencial —como planteara Albert Camus—, sino con un “intento desesperado de escapar frente a un sufrimiento insoportable.” Una emoción intolerable.
Un sufrimiento de ese tipo puede ser la pérdida de o la ruptura con un ser querido. En ese sentido, no es difícil unir la sensación de pérdida con sentirse solo.
Como la vivencia de un duelo.
Es como nos cuenta Olivia Laing en su libro The Lonely City:
“La pérdida es una prima de la soledad. Se cruzan y se superponen, por lo que no es sorprendente que el duelo pueda invocar un sentimiento de soledad, de separación. La mortalidad es solitaria. La existencia física es solitaria por naturaleza, atrapada en un cuerpo que está avanzando inexorablemente hacia la decadencia, al encogimiento, al desgaste y la fractura. Luego está la soledad del duelo, la soledad del amor perdido o dañado, de extrañar a una o muchas personas específicas, la soledad del duelo.” (Olivia Laing)
Mi invitación es a practicar la soledad. Pero la soledad fértil, la creativa, la reflexiva. Porque hace bien estar a solas con nuestros pensamientos. Pero tengamos cuidado cuando preferimos la soledad como respuesta a un dolor. Eso puede llevarnos a transitar de la solitude a la loneliness rápidamente. Fluir de un dominio emocional a otro, quizás de forma involuntaria.
Aprender a (disfrutar) estar solos nos ayuda a lograr algo tan simple como ser feliz sin necesitar a otra persona. Creo que ese es el paso previo para construir relaciones personales duraderas y satisfactorias con otros.
No desde la dependencia. No como un “apéndice de otra persona.”
Por el contrario, lo veo como algo parecido a la “teoría sueca del amor”, de la cual ya escribí, que afirma que las relaciones humanas auténticas tienen que basarse en la independencia fundamental entre las personas.
Y ser independiente parte por saber estar en nuestra propia compañía, sin aburrirnos.
Porque así como hay una soledad que enferma, también hay una soledad fértil.