Lo asumas o no, todos pensamos que la vida debería transcurrir de una cierta manera.
Si eres una buena persona, entonces el mundo debería recompensarte. Si amas a alguien, entonces debería amarte de vuelta. Si trabajas duro, deberías tener éxito.
Vivimos exigiendo la justa recompensa que, para nosotros, merece nuestro esfuerzo. Y cuando no lo conseguimos, nos frustramos, nos angustiamos. Pensamos que la vida es injusta.
Pero todo eso es fantasía.
Lo es porque, tal como ya escribí, la vida no tiene un significado intrínseco, absoluto y objetivo. No existe un plan celestial ni una esencia (o naturaleza) humana que debamos cumplir o perseguir.
Somos lo que hacemos, como ya vengo repitiendo. Y, de la misma forma, también nos pasan cosas que, queramos o no, nada tienen que ver con lo que hacemos.
La vida, entonces, es injusta no por el karma de una existencia previa.
La vida es injusta por la simple razón de que no debe ser nada en específico.
No se nos debe nada.
¡Esa es una condición que nosotros le imponemos a nuestro vivir!
En este artículo, el bloggero Oliver Emberton explica:
“Nuestra idea de justicia nace del interés propio. ¿Te imaginas lo loca que sería la vida si en realidad fuera "justa" para todos? Las empresas sólo fracasarían si todos los que trabajan en ellas fueran malvados. Las gotas de lluvia solo caerían sobre personas malas."
Vivimos en una sociedad que nos tiene atrapados (o engañados) pensando cómo la vida debiera ser, pero no nos permite ver cómo realmente es.
Olvidamos que siempre ese "debiera ser" nace de nuestros —únicos y personales— deseos. Somos nosotros quienes definimos lo justo y lo injusto.
Olvidamos poner la realidad entre paréntesis.
Pensamos que sabemos cómo lo externo debiera operar. De hecho, muchas veces enfocamos nuestros esfuerzos y acciones en conseguir algo externo (un logro, el amor de otra persona, una recompensa).
Pero olvidamos la enseñanza de Epicteto (de hace más de 1.900 años) de que sólo:
"Somos responsables de algunas cosas, mientras que hay otras de las que no podemos responsabilizarnos. Las primeras incluyen nuestro juicio, nuestro impulso, deseo, aversión y nuestras facultades mentales en general; las segundas incluyen el cuerpo, las posesiones materiales, nuestra reputación, el estátus; en una palabra, cualquier cosa que no esté en nuestro poder de controlar. Las primeras son naturalmente libres, sin restricciones y sin obstáculos, mientras que las segundas son frágiles, inferiores, sujetas a restricciones, y nada de nuestra incumbencia." (Epicteto)
O sea, debemos partir distinguiendo aquello que podemos controlar de lo que no.
Probablemente cuando pensamos que la vida es injusta, justificamos aquello con lo que está fuera de nuestro control.
Y eso es un error porque nos estamos haciendo responsables de cosas que no podemos controlar. Y sufrimos por ello.
¿Qué controlamos?
Lo que hacemos, lo que decimos, lo que pensamos.
¿Qué está fuera de nuestro control?
Lo que otros hacen, lo que otros dicen, lo que otros piensan. Y naturalmente todo lo que ocurre con el mundo material.
¿Consejo? Enfocarnos en lo que controlamos y aceptar lo que no.
La dicotomía del control
En su Enchiridion (o Manual), Epicteto nos enseña que "si deseamos cosas fuera de nuestro control, estaremos siempre condenados a decepcionarnos."
Para mi no hay filosofía práctica más útil, junto con el Existencialismo, que el Estoicismo, el cual basa sus enseñanzas en este principio de la dicotomía del control. (Epicteto es un representante de esta corriente, al igual que Séneca y Marco Aurelio, entre otros.)
El Estoicismo nos enseña que cuando deseamos cosas fuera de nuestro control y no las conseguimos, nos frustramos. Nos ponemos ansiosos.
Epicteto, en sus Disertaciones, cuenta una buena historia para entender porqué ocurre esto:
"Siempre que veo a una persona que sufre de ansiedad, pienso, bueno, ¿qué puede esperar? Si no hubiera puesto su mirada en cosas fuera de su control, su ansiedad terminaría de inmediato. Por ejemplo, un intérprete de lira está relajado cuando toca solo, pero si se lo pone frente a una audiencia, es una historia diferente, sin importar lo hermosa que sea su voz o lo bien que toque el instrumento. ¿Por qué? Porque no solo quiere tener un buen desempeño, quiere ser bien recibido, y esto último está fuera de su control." (Epicteto)
O sea, el "problema" que le generaba ansiedad a este músico no era que tocara mal su instrumento (lo que sí controla), sino que esperaba que su interpretación tuviera buena recepción en el público (lo que no controla pues depende del actuar de otros).
Así, este músico del ejemplo cree que el público debe aplaudirle si su interpretación es correcta. Pero olvida que eso no depende de él.
La fuente de su ansiedad o nerviosismo, entonces, es que enfocaba su interpretación musical hacia un efecto en otros, lo que está fuera de su control.
La cláusula de reserva
Una de las "técnicas" que describen los Estoicos para controlar esta ansiedad cuando tenemos clara la dicotomía del control es lo que se denomina la "cláusula de reserva" (hupexhairesis), un concepto que Marco Aurelio invoca varias veces en sus Meditaciones.
La cláusula de reserva es simple y la describe Epicteto en sus Disertaciones: consiste en llevar a cabo cualquier acción aceptando que el resultado puede no estar enteramente bajo nuestro control.
Nos insta a tomar acción pero sin asumir un eventual resultado, lo que usualmente hacemos cuando tenemos expectativas sobre algo.
Se le denomina "cláusula de reserva" porque precisamente debemos ser reservados con aquellas expectativas que pueden estar o no dentro de nuestra esfera de control.
Así, aplicar este concepto significa perseguir un resultado externo, por ejemplo, pero "con la reserva" de que el resultado puede no depender sólo de nosotros.
Tal como rescata Donald J. Robertson en el libro "How to think like a Roman Emperor", una forma de entender esta práctica Estoica es el ejemplo del arquero que aparece en De finibus bonorum et malorum del filósofo romano Cicero:
“El verdadero objetivo de un arquero debiera ser disparar su arco con habilidad, en la medida que pueda hacerlo según sus facultades. Sin embargo, el arquero debiera permanecer indiferente si la flecha que dispara da o no en el blanco, pues él controla su puntería pero no el vuelo de la flecha.”
Así, corresponde hacer lo que mejor se pueda y aceptar lo que sea que ocurra a continuación.
El Sabio Estoico es, entonces, aquel que desea actuar con sabiduría y justicia en su esfera social, aplicando todo lo que es capaz de hacer, pero simultáneamente acepta, no obstante, que el resultado de sus acciones puede no estar bajo su (único) control. No hay garantía de éxito, pero actúa igualmente.
Dicho de otro modo: la mente agitada siempre está pensando más allá, siempre preocupada por el futuro. El sabio Estoico, por el contrario, piensa y actúa en el presente. No desea lo que está fuera de su alcance (como el futuro), pues eso le produce estrés, ansiedad, insatisfacción.
La versión cristiana de la cláusula de reserva es el concepto de Deo Volente ('Si Dios quiere' ó 'Dios mediante'), que de hecho algunos católicos siguen usando en sus cartas cuando escriben D.V.
En "How to think like a Roman Emperor", el autor nos explica que para Marco Aurelio ignorar la cláusula de reserva significaba convertir cualquier fracaso en algo malo o en una fuente de angustia, lo que no necesariamente debía ser así. Si aceptamos que en el resultado influyen elementos fuera de nuestro control directo, no debiéramos sentirnos frustrados ni dañados.
La reflexión —e invitación— es adoptar la "actitud filosófica Estoica" de la cláusula de reserva, o su versión cristiana del Deo Volente, sobre el resultado de nuestras acciones: dar lo mejor de sí, pero resignarse a lo que pueda suceder después.
Los japoneses tienen una palabra, "Ganbatte", que se puede traducir como 'trabaja duro', 'no te rindas' o 'haz tu mejor esfuerzo'. Todo sobre cosas dentro de nuestra esfera de control.
Lo que hacemos, pensamos o decimos, sin embargo, puede no producir siempre el efecto deseado, pues hay resultados que no dependen sólo de nosotros.
Siempre debemos aplicar el Ganbatte japonés como filosofía de vida.
Pero para todo lo demás, Deo Volente.