Hay cosas que solo aprendemos viajando.
Si buscamos aprender nuevos idiomas, conocer distintas culturas, visitar lugares históricos, probar comidas exóticas, claro que sí, el viaje es la forma.
Pero hay otras cosas que no superamos con los viajes.
Por ejemplo, cuando queremos estar lejos de nuestro entorno cotidiano, y alejarnos de nuestras responsabilidades, tareas y compromisos varios.
Porque cuando hacemos esto último, en realidad lo que perseguimos es libertad y tranquilidad. Y vemos, así, los viajes/vacaciones como una forma de expresión de esa "libertad" deseada pero no experimentada a diario.
Muchas veces las vacaciones son el momento del año en que perseguimos la novedad, el estímulo. Dicho en crudo: una forma de escapar de la rutina diaria (aburrida, lógicamente).
¿Pero se necesita viajar para conseguir la novedad y el estímulo?
Sostengo que cómo pensamos nuestros viajes y vacaciones nos dice algo sobre nuestra identidad.
Y es que, como nos relata Donella Meadows en su libro Beyond the Limits, la gente no necesita autos lujosos, busca respeto. No necesita clósets llenos de ropa, busca sentirse atractiva e importante. No necesita el último gadget tecnológico, busca algo que hacer con su vida. No necesita recibir el regalo más caro, busca ser apreciada.
¿Podrían las vacaciones entrar en este listado?
Quizás no necesitamos viajar, sino camuflar la búsqueda de tranquilidad, libertad y desconexión, con esto que pensamos sólo nos proveen las vacaciones.
"El viaje es el paraíso del necio. Aquel que viaja (…) para obtener algo que no posee, se aleja de sí mismo." (Ralph W. Emerson)
Y es que, como ya he escrito, a veces acudimos a lugares equivocados para encontrar lo significativo.
Tratamos de satisfacer (suplir) necesidades personales (emocionales, intelectuales, espirituales) con cosas materiales. Y es que viajar no sale gratis.
Cuando hacemos eso, comenzamos a ver, por ejemplo, los trabajos remunerados como un medio para lograr otros fines (seguridad, tradición, aprendizaje, conexión, estátus, comunidad, etc.). O los mismos viajes y vacaciones, como el momento idealizado para encontrar descanso, ocio y paz interior.
Pero como nos dice Donella, cuando tratamos de satisfacer necesidades personales con cosas materiales, no nos damos cuenta que así creamos la insaciable búsqueda de soluciones falsas y rápidas a problemas reales y (quizás) crónicos, que dejamos de atender. ¿Y qué conseguimos con eso? Vacío. Un vacío que tratamos de llenar con la siguiente compra o la siguiente salida.
Esta reflexión me recuerda el meme a propósito de los requisitos en Chile para desplazarse entre regiones durante las cuarentenas sanitarias:
— ¿Alguien sabe si se puede viajar sin problemas?
— No se puede amigo, los problemas nos siguen a donde vayamos.
O como nos dice Ralph Waldo Emerson en el ensayo Confianza en uno mismo:
"En casa sueño que en Nápoles o en Roma puedo embriagarme de belleza y desprenderme de mi tristeza. Hago mi maleta, abrazo a mis amigos, me embarco y, por fin, despierto en Nápoles. Y ante mis ojos surge el mismo triste e implacable yo del que quise huir, inexorable, idéntico." (Ralph W. Emerson)
La ciudadela interior
Una historia:
Durante la primera parte de su reinado, luego de la muerte de su tío adoptivo Antonino Pío, el emperador romano Marco Aurelio solía viajar frecuentemente al campo italiano para descansar de las preocupaciones de las guerras párticas (161-166 dC) y la dirección del Imperio.
Para él, alejarse de las rutinas y obligaciones diarias como emperador era algo que debía hacer cada cierto tiempo. Aunque fuera por unos días. Algo necesario.
Pero tal como nos relata Donald J. Robertson en How to Think like a Roman Emperor, en el período en que posteriormente Marco Aurelio escribió sus Meditaciones, durante las guerras marcomanas (167-174 dC), y profundamente influenciado por las enseñanzas del Estoicismo, los agradables retiros al campo se convirtieron en cosa del pasado.
¿Qué pasó en el camino?
En sus escritos se observa que, a través de sus reflexiones, Marco Aurelio se convenció de que en realidad no necesitaba literalmente alejarse de su entorno inmediato para encontrar tranquilidad, pues la verdadera paz interior provenía de la naturaleza de sus pensamientos (algo interno) y no de un entorno agradable (algo externo).
Y esto porque, aun cuando no controlamos lo que nos sucede (lo externo), sí controlamos cómo reaccionar, cómo responder, cómo pensar (lo interno).
Lo interno versus lo externo.
"Entre estímulo y respuesta hay un espacio. En ese espacio está nuestro poder de elegir nuestra respuesta. En nuestra respuesta yace nuestro crecimiento y nuestra libertad", nos dirá Viktor Frankl.
El estímulo es lo externo, la respuesta lo interno.
En sus Meditaciones, escrito hace más de 1.800 años, Marco Aurelio razona sobre esta dicotomía aplicada al viaje:
"La gente intenta alejarse de todo: va al campo, a la playa, a las montañas. (...) Es una idiotez: puedes alejarte cuando quieras. Yendo al interior. Ninguna parte es más pacífica —más libre de interrupciones— que tu propia alma. (...) Un recuerdo instantáneo y ahí está: tranquilidad plena. Y por tranquilidad me refiero a una especie de armonía." (Marco Aurelio)
Así, el emperador romano pensaba que podía recuperar la compostura y conseguir calma donde fuera que se encontrase. No era necesario un entorno físico particular. Ya no era necesario viajar al campo.
Esto era también una clara invocación al antiguo Sócrates, quien decía que la paz mental se podía lograr incluso en el caos del campo de batalla.
Mucho tiempo después, esta práctica de buscar la paz interior y atenuar el estrés y la ansiedad a través de la reflexión filosófica interna, será conocida en nuestros tiempos como la Ciudadela Interior, concepto acuñado por el académico Pierre Hadot en el libro homónimo, y que es un análisis exhaustivo del pensamiento de Marco Aurelio.
Donald J. Robertson, en How to Think like a Roman Emperor, nos enseña que el ejercicio estoico de la Ciudadela Interior comprende la búsqueda de la paz mental en todo momento. Privilegiar lo interno y no lo externo.
Así, para alcanzar la calma no importará el lugar físico donde nos encontremos.
Para terminar, en este video, TheMinimalists (los mismos del documental de Netflix) exploran el concepto de viaje/vacaciones bajo dos miradas: 1) cuando se trata de una pausa y/o de una manera de satisfacer la curiosidad de conocer y aprender sobre nosotros y nuestro entorno y el mundo, y 2) cuando se trata de una forma de escape.
La primera variante, como partí escribiendo este artículo, es un fin totalmente loable y provechoso. Viajar efectivamente puede cambiar nuestra manera de pensar y ver el mundo. Aprendemos, conocemos. Ojalá muchos más tuvieran el privilegio de viajar.
Pero hay que tener cuidado con la segunda variante, cuando salir de vacaciones se convierte en la alternativa para escapar de la vida que tenemos.
En este último caso, propongo, convendrá trabajar en nuestra percepción de la vida. Someter a análisis nuestra objetividad entre paréntesis.
Y esto porque, como nos recuerda Ryan Holiday en su best-seller The Obstacle is the Way, somos nosotros quienes elegimos cómo ver las cosas.
No podemos cambiar los obstáculos que aparecen en nuestro camino (algo externo), pero sí como distinguimos observación de percepción (algo interno). La observación es mirar los acontecimientos tal como ocurren (el estímulo de Viktor Frankl). La percepción, por el contrario, trae a la mano nuestros prejuicios y suposiciones (la respuesta de Frankl).
Entonces, si buscamos satisfacer necesidades emocionales en los viajes/vacaciones, es mejor partir en casa, y a través de la reflexión, cimentar, construir y reforzar nuestra Ciudadela Interior.
"Solamente tú puedes darte paz." (Ralph W. Emerson)
Así, es mejor dejar los viajes y las vacaciones como formas de expresar nuestra curiosidad intelectual, cultural y social, para conocernos a nosotros mismos, y no como un instrumento para sentirnos "libres" y "en paz" como algo opuesto a lo que vivimos antes y después del viaje.
Porque no necesitamos estar en otro lugar para desconectarnos, calmarnos y descansar.
Podemos escaparnos cuando y donde queramos.