Formamos parte de una sociedad que idolatra el consumo (aunque muchos no lo reconozcan) y que visibiliza al individuo solo en tanto compra. En Chile, solo a principios de esta semana, tuvimos otro "Cyberday." Jornadas (ahora son varios días) de descuentos donde nadie puede quedar fuera. El que no compra "lo que se merece" es tomado por tacaño.
Creo que como sociedad debemos repensar (transformar, para ser más precisos) nuestra relación con el dinero.
Parte de esta reflexión fue inspirada al leer el libro de Vicki Robin y Joe Domínguez, Your Money or Your Life, que inicia con una interpelación directa: "Tu dinero o tu vida," como si se tratara de un asalto. Los autores invitan a ponernos en el siguiente escenario: si un delincuente pusiera un arma en tus costillas y dijera esas palabras, ¿qué harías? La mayoría de nosotros entregaría la billetera, sin dudar. ¿Cierto?
La reflexión del libro es que quizás esa decisión ya la hemos tomado antes del asalto, o la sociedad moderna lo ha hecho por nosotros (spoiler alert: no escogimos nuestra vida). Y esto porque vivimos entregados al dinero y al consumo. Para muchas personas pareciera no haber una opción real de poder decidir entre el dinero o sus vidas.
Ganarse la vida
Piensa en esto: en muchas partes del mundo a trabajar le llamamos "ganarse la vida" (en inglés, making a living), pero ¿a cuántas personas conoces que después del trabajo efectivamente se sientan más vivas? ¿que "ganen vida" con su trabajo? Dicho de otro modo, ¿qué es lo que ganamos efectivamente con el trabajo?
Si lo piensas en frío, estamos sacrificando (cediendo) nuestras vidas por dinero. Para eso trabajamos, ¿no? Es un proceso que ocurre tan lentamente que apenas lo notamos.
Incluso aquellos que disfrutamos del trabajo y sentimos que estamos contribuyendo (en algo) a la sociedad, sabemos que hay algo más fuera del trabajo. Por eso cultivamos (o tratamos) actividades que nos acercan al ocio noble aristotélico, de lo cual ya escribí.
Pero pareciera que igualmente nos identificamos y valoramos entre nosotros de acuerdo al trabajo que desarrollamos y al dinero que recibimos por ello. ¿Desde cuándo, como sociedad, comenzamos a medir el valor de las personas de acuerdo al salario que recibimos o al trabajo que desempeñamos? El dinero se convirtió en la medida de todo. También escribí algo sobre esto.
Creo que gran parte del clasismo, arribismo y discriminación que existe en Chile se debe precisamente a esto. El ejemplo más claro es la percepción de la diferencia en el acceso a la justicia, o lo que se denomina la "geografía" de la desigualdad y del poder. Todo se mide (y se consigue) en virtud de quién tiene (o hace) más.
Un ejemplo más reciente: la vergonzosa manifestación de algunos "patriotas" iquiqueños contra una población de migrantes, la mayoría venezolanos, que ocupaban el espacio público ante la indiferencia de las autoridades. Y es que los manifestantes redujeron la existencia de estas personas a su aporte a la economía como única unidad de medida. Por eso la respuesta violenta.
Si no tienes dinero ni trabajas, ¿cuánto vales?
Para Henry D. Thoreau ganarse la vida debía ser más simple:
"No permitas que ganarte la vida sea tu oficio, sino un esparcimiento. Disfruta de la tierra, pero no la poseas. Por falta de iniciativa y fe los hombres están donde están, comprando y vendiendo y gastando sus vidas como siervos." (Henry D. Thoreau en Walden)
Y es que, aunque nos demos cuenta o no, a la sociedad le importa saber cómo nos "ganamos la vida." Y si queremos formar parte de esta sociedad capitalista, entramos en ese juego.
Vicki Robin cita el libro Modern Madness, del psicólogo estadounidense Douglas LaBier, quien denomina esto la "enfermedad social". En su libro, LaBier describe una extensa investigación en la cual encontró que enfocarse en el dinero, estatus y éxito, por sobre la realización personal, llevó al 60% de las personas estudiadas a sufrir depresión, ansiedad y otros desórdenes mentales relacionados al trabajo.
O sea, pareciera que muchas veces "ganarse la vida" nos produce infelicidad.
Entonces, ¿por qué el trabajo y tu aporte a la economía es la "unidad de medida" de las personas en la sociedad?
Ahorro y endeudamiento
Un informe de la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras (SBIF, 2018) reveló que el ahorro en Chile es bajo, muy poco líquido y de carácter más bien previsional. Se ahorra menos del 10% del ingreso disponible. Pero este dato está mayormente influenciado por la cotización obligatoria que hacemos en las AFP (para la jubilación, concepto que no me convence). Y esto, además, pensando solo en quienes tenemos trabajo formal.
Con sueldos bajos y pocos ahorros, nuestro nivel de endeudamiento se ha ido a las nubes. Algunos sostienen que en Chile estamos más endeudados que nunca. Un estado "asfixiante", según palabras del propio Ministro de Economía, en relación al informe del Banco Central (2020), que dio cuenta de un 75% de deuda en los hogares chilenos. No cabe duda que estamos sobreendeudados.
Con estos niveles de deuda y la ausencia de ahorros no-previsionales (no-obligatorios), trabajar no es una opción, es una necesidad. Un imperativo. Entre pagar dividendos (o arriendos), préstamos, créditos y tarjetas, no podemos darnos el lujo de trabajar menos. Mucho menos no hacerlo.
¿Pero cuánto dinero necesitamos para estar bien?
En Your Money Or Your Life, Vicki Robin resume varios años de investigación con Joe Domínguez. Ambos se percataron que los resultados de sus estudios y encuestas (en Estados Unidos) mostraban siempre el mismo patrón: ante la consulta de si estaban bien económicamente muchas personas respondían que no, que necesitaban "más" para estar mejor, pero no eran capaces de definir un monto.
Lo curioso es que incluso las personas con altos ingresos respondían esto.
Es decir, en sus estudios constataron que había personas insatisfechas sin importar cuánto dinero ganaran.
En Estados Unidos es conocida la investigación de Daniel Kahneman, ganador del Premio Nobel de Economía el 2002, sobre la relación entre felicidad e ingresos económicos. Kahneman encontró que cerca de 75 mil dólares al año (unos 60 millones de pesos chilenos) ofrecen un nivel de suficiencia tal en que más dinero no necesariamente te hace más feliz. Evidentemente esto siendo válido para la realidad norteamericana.
"Cuando finalmente seas rico, te darás cuenta de que no era lo que buscabas en primer lugar. Pero eso es para otro día." (Naval Ravikant)
Si bien es un tema aún poco concluyente por los múltiples factores que influyen en la percepción de felicidad, actualizaciones del estudio de Kahneman han aumentado un poco la "cifra" final. En 2018, un grupo de investigadores hicieron hincapié en la distinción entre dos formas de bienestar: uno experimentado (nuestra felicidad cotidiana, del día a día) y otro evaluado (cuando analizamos nuestra vida en general). Los resultados de esta investigación mostraron que, a nivel global, la "saciedad" ocurre a los 95 mil dólares cuando evaluamos nuestra vida, y entre 60 y 75 mil dólares cuando ponemos el foco en el bienestar emocional cotidiano (experimentado).
Todo esto me hizo reflexionar sobre lo muy importante que es ser capaces de definir cuánto dinero es nuestro monto "suficiente." Si no lo sabemos, ¿cómo nos daremos cuenta si estamos bien?
Ciertamente es difícil responder esa pregunta, pues nos obliga a reflexionar sobre lo que realmente nos hace felices, qué cosas son más importantes para nosotros, y qué valores o principios rigen nuestra vida (y no estamos dispuestos a transar).
Otra reflexión más interesante: ponte en el escenario en que ya alcanzaste ese nivel de ingreso "suficiente" (sea cual sea el monto que hayas definido). ¿Te podrías plantear jubilar antes de tiempo? ¿Podrías garantizar que no te endeudarás nuevamente? ¿Cambiarían tus hábitos de consumo?
La respuesta no la da el número de ceros en el banco, ciertamente.
Con las empresas es aún más difuso
En el caso de las empresas la situación es peor, pues pareciera que ni siquiera existe el concepto de "suficiente."
Tal como nos relata Paul Jarvis en el libro Company of One, tradicionalmente en los negocios el crecimiento siempre se ha considerado un subproducto del éxito. El sistema nos dice que cuando a una empresa le va bien, debe contratar a más personas, crecer y trabajar más para aumentar sus resultados. Existe la suposición fundamental de que el crecimiento siempre es bueno y que es necesario para el éxito.
La sociedad nos ha inculcado esta idea muy particular del éxito cuando eres independiente. Trabaja tantas horas como sea posible, y cuando tu negocio comience a funcionar bien, crece. Si tu empresa se mantiene pequeña por mucho tiempo, entonces no lo has hecho bien. ¿Quién lo dice?
La deuda ecológica
Ahora mi reflexión de biólogo:
Si los problemas de deuda y consumo solo afectaran a los seres humanos, sería lo ideal. Así la única consecuencia a largo plazo sería nuestra propia auto-destrucción. El fin del Antropoceno. Nada más fiel al pensamiento existencialista.
El problema es que ocurre todo lo contrario. Nuestro estilo de vida moderno tiene efectos devastadores en el planeta. Basta ver cualquier documental sobre esto.
De hecho, un estudio mostró que nuestro consumo puede ser responsable de hasta el 60% de la emisión de gases de efecto invernadero a nivel mundial.
La Red Global de Huella Ecológica calcula anualmente la Huella Ecológica de los países, métrica que analiza los patrones de consumo de recursos y la producción de desechos. Los resultados al año 2020 mostraron que si los chilenos mantenemos el nivel de consumo actual, necesitamos 3 Tierras. Estados Unidos, más de 9.
En conjunto con la World Wildlife Fund (WWF), la Red Global de Huella Ecológica también anuncia anualmente el Earth Overshoot Day (EOD), o "día de sobregiro de la Tierra", que corresponde al día del año calendario en que la humanidad agota el presupuesto de la naturaleza para el año.
Mientras que en 1970 el EOD era el 29 de diciembre y en 1990 el 11 de octubre, para el año 2020 el EOD ocurrió el 22 de agosto. O sea, el año pasado no pasamos agosto ni siquiera con las cuarentenas mundiales ni las caídas en los mercados producto del COVID-19. En este 2021 ya retomamos valores pre-pandemia.
El problema con esto es el siguiente: cuando nosotros (los humanos) nos endeudamos, podemos llegar a perder nuestro auto, nuestra casa, nuestro acceso al crédito. Las empresas quiebran. Todo muy lamentable, por cierto. Pero mientras estemos sanos podemos volver a empezar y salir adelante (al menos eso nos cuentan).
Con la deuda ecológica eso no funciona. Solo tenemos un planeta.
Si algunos creen que podemos "saldar" la deuda con el planeta comprando bonos de carbono, están equivocados.
Y es que por muy civilizados y avanzados que nos creamos como sociedad, no nos damos cuenta que para nuestra existencia dependemos básicamente de aire (respirable), agua (potable) y suelo fértil. O sea, puras cosas que nos provee el planeta. Pero no importa qué tanto se comuniquen los datos duros.
Parecemos no poner freno al consumo que sostiene el sistema económico que tenemos.
Las organizaciones y gobiernos, por su parte, nos han convencido que podemos cambiar si escogemos productos y servicios que demanden menos de la Tierra. Nos dicen que una vez que el costo de la energía solar se vuelva competitivo, se acelerará su adopción y será mejor para el planeta; que una vez que los autos eléctricos sean más convenientes, se acelerará su adopción. Nadie niega los beneficios de estos avances. Yo los celebro, también.
Pero no entendemos que no son soluciones permanentes, pues al fin y al cabo no estamos cambiando de mentalidad, solo de tecnología.
En otras palabras, pensamos que no necesitamos cambiar pues la tecnología nos salvará. Y como nos recuerda Vicki Robin en su libro, lo justificamos así porque lamentablemente es lo que ha ocurrido en la práctica. La ciencia y la tecnología efectivamente han reducido la ocurrencia de enfermedades (¿vacunas contra el COVID en un año?), han desarrollado tecnologías para purificar el agua, nos han permitido cultivar plantas en ambientes extremos, y un largo etcétera.
Pero el problema no es ese. Somos nosotros. Los consumidores. Cuánto y cómo gastamos el dinero nos ha llevado a donde estamos.
Si el culpable siempre es otro, entonces nunca nos hacemos responsables de nuestras acciones.
También, evidentemente, el culpable es el sistema económico que aboga por el crecimiento exponencial e infinito, tal como comenté antes sobre el "modelo de negocios" a seguir. En este sentido, las organizaciones hacen muy poco para incentivarnos a consumir menos.
Pero no me quiero desviar. En este artículo quiero abordar el aspecto más doméstico del problema del consumo. Más a nuestro alcance. Para lo otro está Greta.
De consumidores a consumistas
La mayoría nos compramos (involuntariamente) este mito del "más es mejor." Y lo aplicamos en todo, en nuestras vidas y a las empresas.
Pero no reflexionamos en que si "más es mejor," entonces lo que tengo no es ni será suficiente. Nunca.
Nuestro sistema económico se sostiene en estos dos principios: 'más es mejor' y 'crecer es bueno'. Como nos recuerda Paul Jarvis en el libro Company of One, la economía moderna idolatra el crecimiento.
Pero como nos enseña la naturaleza (¡lean Walden de Henry D. Thoreau, por favor!), existen límites en el mundo real. A un nivel físico, corpóreo, nada crece para siempre. Parece lógico, ¿no?
En Ecología se nos enseña que ante el crecimiento sostenido, en cierto punto, un individuo o población colapsa o muere como consecuencia de la falta de recursos, o bien se estabiliza a un nivel que el ambiente puede manejar (alcanza su capacidad de carga).
Pero como sociedad hemos ignorado esta realidad del mundo natural.
Sobre esto, Vicki Robin nos plantea un diagnóstico mucho más duro: "El problema es que proyectamos en el dinero la capacidad de satisfacer nuestras fantasías, calmar nuestros miedos y aliviar nuestro dolor."
Dicho de otro modo, satisfacemos la mayoría de nuestras necesidades y deseos a través del consumo.
¿Qué hacemos cuando nos sentimos deprimidos, solos, tristes? Compramos algo que nos haga sentir mejor. ¿Qué hacemos cuando queremos celebrar algo bueno que nos ha ocurrido? Gastamos en algo. ¿Y cuándo estamos aburridos? Gastamos. Incluso cuando tenemos claro que hay vida más allá del dinero... compramos algo (un libro, un curso, vacaciones, etc.) ¡Y es que hasta el tiempo de ocio se ha convertido en una oportunidad para consumir!
Vicki escribe en su libro:
"Ya no vivimos la vida. La consumimos. Las personas en los países industrializados pasamos de ser 'ciudadanos' a 'consumidores'."
Esto resuena con lo que el analista económico Victor Lebow ya observaba en 1955:
"Nuestra economía enormemente productiva exige que hagamos del consumo nuestra forma de vida, que convirtamos la compra y el uso de bienes en rituales, que busquemos la satisfacción espiritual, la satisfacción de nuestro ego, en el consumo."
¡En 1955! Hace más de 60 años.
Y con el advenimiento de las tecnologías digitales, mucho peor.
Ahora podemos ser consumidores en cualquier lugar y a cualquier hora. Basta sacar el celular de nuestros bolsillos y comprar. Si gastamos dinero todo el tiempo, y nos aferramos a las cosas que compramos, nos convertimos en consumistas.
Y nadie lo nota, porque tal como dice Naval Ravikant:
"Cuando todos estamos enfermos, ya no lo consideramos una enfermedad." (Naval Ravikant)
Lo que en su momento era un privilegio para pocos, ahora es un derecho de todos. Creemos tener el derecho a consumir. Basta recordar las tristes y decepcionantes filas en los centros comerciales de Santiago de gente comprando zapatillas cuando estábamos en los peores momentos de la pandemia del COVID.
¡Pero es que pareciera estamos obligados a consumir! Si no compramos, nos dicen, la gente perderá sus trabajos. Familias perderán sus casas. El desempleo subirá. Las fábricas y negocios cerrarán. El país no crecerá.
¡Es imposible ganar!
Estamos equivocados cuando consumimos y cuando no lo hacemos.
Y la situación no es mejor para quienes quieren tomar decisiones informadas, cuidando el medioambiente. Si usas ropa fabricada con algodón cultivado de forma tradicional, entonces estás incentivando el uso masivo de pesticidas y agua. Si optas por fibras sintéticas, entonces incentivas el uso de combustibles fósiles. Si no usas nada... ¡dejas a mucha gente sin trabajo!
No hay forma que como consumidores actuemos correctamente. Y es porque, naturalmente, todo lo que hacemos tiene un efecto en el planeta. Todo.
Y, evidentemente, las empresas han sabido sacar provecho de esto. La escritora Rebecca Solnit incluso sostiene que el concepto de "huella de carbono" es un invento de las grandes compañías petroleras para culparnos a nosotros de su avaricia.
Así que, sin importar lo que compres, aquellos productos y servicios que se autodenominan "amigables con el medio ambiente" (eco-friendly) sólo impactan menos que el resto, pero bajo ninguna circunstancia son benignos, mucho menos "positivos."
El problema es que hemos transitado del consumo al consumismo.
¿Hay una salida?
Vicki Robin es tajante: "Lo que necesitamos es una transformación profunda, transitar desde una cultura del crecimiento hacia una cultura de la sustentabilidad."
Para ello, debemos transformar nuestra relación con el dinero y el mundo material. Reevaluar cómo obtenemos el dinero y cómo lo gastamos.
No podemos escapar del consumo, pero sí del consumismo.
Tal vez, como nos recuerda Paul Jarvis en Company of One, lo que necesitamos es simplemente alcanzar lo "suficiente" (y ser felices con menos que eso).
Y es que acumulamos más de lo que necesitamos con la esperanza de que algún día esas cosas nos harán felices. No lo harán, lo sabemos.
Olvidamos que la búsqueda de "más" con frecuencia equivale a más estrés, más problemas y más responsabilidades.
Seamos sinceros. De una u otra forma todos sabemos esto. Sabemos que los bienes materiales no significan felicidad. Sabemos que el deseo de tener más solo produce insatisfacción. Sabemos que la felicidad no se encuentra en las cosas sino en las experiencias.
Repetiré una cita de Naval Ravikant que compartí hace unas semanas:
"El dinero te compra libertad en el mundo material. No te hará feliz, no resolverá tus problemas de salud, no hará que tu familia sea grandiosa, no te pondrá en forma, no te calmará. Pero resolverá muchos problemas externos." (Naval Ravikant)
Pero tenemos tan arraigado el rol de "consumidor" que cualquier propuesta que abogue por una transformación de nuestros hábitos financieros, nos parece excesiva. Generamos resistencia.
Cuando nos hablan de reducir el consumo (downscaling), de frugalidad o de ahorro, nos suena a privación, carencia y necesidad. ¡Asociamos estas prácticas inmediatamente a algo negativo!
Pero quiero ser claro: el problema no es el consumo, es el consumo compulsivo, el consumismo casi obligatorio que nos imponemos. Todo para demostrar que nos "ganamos la vida" de buena forma, que logramos cosas. Para validarnos con posesiones y estatus frente al resto. Pero tal como ya se sabía hace dos mil años:
“Si alguna vez te sientes tentado a buscar la aprobación externa, ten en cuenta que has comprometido tu integridad. Si necesitas un testigo, sé tú mismo." (Epicteto)
Quizás efectivamente ya no seamos "ciudadanos" sino "consumidores," como nos advierte Vicki Robin. Pero podemos consumir deliberadamente, con intención. Eso sí depende de nosotros. Comprar solo aquello que nos ofrece verdadera satisfacción. Ser consumidores (informados, impasibles, reflexivos) pero no consumistas. Trabajar en definir el dinero suficiente que necesitamos para no morir ganándose la vida.
Porque tal como escribí hace unas semanas, no compramos con dinero sino que con nuestro tiempo. No lo olvidemos.
Y tampoco olvidemos el valor de la acción colectiva. En el mismo artículo de The Guardian que compartí antes, la gran Rebecca Solnit nos ilustra:
"Las acciones particulares no aumentan a un ritmo suficiente para afectar los problemas de forma oportuna; la acción colectiva que busca cambios en la política y la ley puede.
(...) El objetivo de la virtud personal no puede ser simplemente no ser parte del problema. No es suficiente que un espectador diga "Yo personalmente no estoy asesinando a esta persona" cuando alguien está siendo apuñalado hasta la muerte frente a ellos (...). El objetivo de cualquiera de nosotros, que cuente con recursos de tiempo, derechos y voz, debe ser formar parte de la solución, presionando por un cambio de sistema. Para detener el asesinato."
Todo para que, volviendo al comienzo de este artículo, donde presenté el libro de Robin y Domínguez, ante la interpelación de qué prefieres, "Tu dinero o tu vida," podamos responder: "Ambos, por favor."
Por tacaño?
Como persona que trabaja en el retail, obviamente el consumo y la obligación de crecer son el mantra de cada día. Hasta hace un tiempo no me lo cuestionaba tanto, pero últimamente no le veo el sentido a estar importando cientos de artículos desde fábricas del otro lado del pacífico (que probablemente explotan a sus trabajadores) y convencer a la gente que se deshaga del producto que ya tiene para comprar lo nuevo que le estoy ofreciendo. Deberíamos comprar cuando lo necesitemos, pero las compañías nos bombardean todo el rato para que hagamos lo contrario. Y sobre Chile, el consumismo nos tiene tan mal, que el mall más grande de Santiago ni siquiera era capaz de cerrar sus puertas cuando alguien se suicidaba en su interior, porque había que seguir vendiendo sin importar qué.