A trabajar por plata (y nada más)
Sobre el trabajo remunerado y las necesidades materiales y personales que (supuestamente) satisface.
La elección presidencial del domingo pasado mostró que los chilenos somos (harto) ignorantes arribistas. Quien gana un poco más dinero que el resto se siente superior a ellos. De una forma, creemos que la cantidad de dinero en nuestra cuenta corriente es reflejo de nuestro valor dentro de la sociedad. Nos creemos más por tener más.
No hay duda que, como resultado de esta mentalidad, lo que hacemos para obtener más nos importa mucho. Esto porque vivimos en una sociedad que idolatra trabajar. Somos nuestro trabajo.
Creo que esta identificación (identidad) con el trabajo que desarrollamos merece una reflexión.
A veces imagino qué debe pensar un niño sobre el concepto de trabajo. Cuando ve a sus padres salir todos los días, cumplir un horario como ellos en el colegio, y compartir los mismos días libres. ¿Qué es trabajar?
Y es que un niño no llega a la conexión entre trabajo y dinero espontáneamente, por lo que debe ser a lo menos curioso que sus padres dediquen tiempo a una actividad (¿obligatoria?) que no les satisface y no tengan tiempo para él (que, le dicen, es lo más importante). Esto ocurre especialmente en todos aquellos trabajos muy mal remunerados y que obligan a los padres a trabajar horas extra o, peor, desempeñar dos o más trabajos distintos en el día. Y también pasa esto con esos trabajos muy bien pagados pero que significa que los adultos no están en la casa varios días (o meses) seguidos.
Al menos cuando niño yo nunca me cuestioné esto. De seguro porque parecía ser lo "normal". Todos los adultos que conocía trabajaban. Mi papá no ha parado desde que nací: simplemente no lo ves en la casa de lunes a viernes entre 9 y 6.
Seguramente hoy, ante la pregunta de un niño sobre qué es un trabajo o empleo, o porqué lo haces, muchos responderían algo como "es lo que hacemos los adultos para ganarnos la vida", o la versión más corta para evitar la contrapregunta: "es lo que hacemos para ganar plata".
El problema es que, tal como inicié la reflexión de este artículo, cuando definimos trabajo como la actividad que desarrollamos a cambio de dinero, y que a mejor trabajo mejor paga, podemos caer en la disyuntiva de definir y valorar a las personas por el trabajo y remuneración que perciben. Y lo que es peor, la otra parte: valorar menos a quienes ni siquiera perciben dinero por su labor. Parte de eso explica porqué el desempleo afecta la salud mental.
Evidentemente aquí aparece el gran elefante en la habitación que son las labores domésticas, de las cuales no hay otra palabra mejor para describirlas que trabajo. Son trabajo, un empleo, y uno bastante demandante y exigente, por lo demás. Pero como no es remunerado, parece tener menor valor en la sociedad. (El pensador inglés Bertrand Russell, en "Elogio a la ociosidad", discutía que si el trabajo doméstico hubiese sido desempeñado en su mayoría por hombres, hace rato ya tendríamos salarios y beneficios por ello.)
Así que, sin contar las labores domésticas (tema para otro post), seguramente a un niño le diríamos que trabajo es lo que hacemos para ganar dinero.
Visto así, sin embargo, hemos conectado trabajo y dinero en el discurso. Y hay dos problemas con esto, pues al plantear trabajo = remuneración estamos diciendo que: 1) lo que hacemos fuera del trabajo y no es remunerado tiene menos valor (¿es siquiera trabajo, pensará un niño?), y 2) que aquellos que perciben una remuneración mayor por su trabajo son más valiosos para la sociedad. Y de esto no hay duda. ¿Quién no ha presenciado esos arrebatos de estúpida superioridad de quienes humillan a otros por no trabajar o por desempeñar una labor donde los salarios son más modestos?
No nos damos cuenta que al conectar todo tipo de trabajo con remuneración estamos, a veces consciente pero muchas inconscientemente, creando una escala de valor social dependiendo de una ocupación y su remuneración. Y como luego nos validamos por las cosas que compramos y tenemos (por el culto al consumo en el cual vivimos) no es difícil llegar al punto (problema, más bien) de identificarnos con nuestros trabajos.
Porque es el trabajo, a través del dinero que conseguimos con él, lo que nos permite participar del consumo, y por tanto, de la sociedad.
Ya escribí sobre esta transición moderna de ciudadanos a consumidores. Es necesario tener plata para consumir, para participar de la sociedad.
Lamentablemente nos cuesta reflexionar sobre todo esto, pues aplicamos la siguiente equivalencia:
trabajo/empleo = remuneración = valor/identidad
Por eso para la sociedad es tan importante saber cómo nos ganamos la vida, pues el trabajo se ha convertido en parte de nuestra identidad.
Si ganas "bien", entonces debes ser (¿o creerte?) importante. Esto lo vimos (tristemente) en los resultados de la elección presidencial del domingo pasado.
¿Pero qué pasaría si repensamos esta relación? ¿Si, por el contrario, tratamos esos conceptos como independientes, sin relación entre ellos?
O, lo que es lo mismo: ¿qué pasaría si le sacamos todo ese valor personal/intelectual/espiritual al trabajo (identidad) y solo nos quedamos con su función práctica (remuneración)?
Que trabajar consista en ganar dinero y nada más. Que no forme parte (siempre) de nuestra identidad.
¿Cambiaría nuestro modelo de sociedad?
El significado del trabajo
Partamos con el diccionario. En este ensayo anterior compartía la definición de trabajo que entrega la RAE: “ocupación retribuida”, el “esfuerzo humano aplicado a la producción de riqueza”.
Una versión más sarcástica —pero quizás más realista— es la que nos presenta Vicki Robin en Your Money or Your Life, donde comparte la propuesta del economista indio Robert Theobald:
"El trabajo es definido como lo que la gente no quiere hacer en que el dinero es el premio que compensa ese disgusto."
Lo curioso es que, aun cuando el trabajo es algo que aparentemente a nadie le gusta hacer, muchos le otorgamos un valor o significado superior al que posee. Casi avergüenza decir que se está cesante, o que el trabajo actual no es "el mejor trabajo" (ni el soñado). ¿Por qué? Si volvemos a su definición (ocupación retribuida), trabajar no es más que una actividad con la cual obtenemos dinero a cambio. No tendríamos porqué cruzar la línea entre "trabajo" e "identidad" (y valor), pero igualmente lo hacemos.
Pareciera que el trabajo es (siempre) algo más... Nos clasifica. Nos valoriza. Nos define.
Siempre quien se excusa (no importa de qué) con un "¡es que estoy trabajando!" no es cuestionado. Está bien. Si está trabajando, es razón suficiente. ¡No lo molestemos!
El trabajo es sagrado. Es virtud. Es un valor a defender.
En "Work Without End", el académico Benjamin Kline Hunnicutt explica cómo el trabajo moderno parece cumplir hoy una función mucho más amplia en la sociedad:
"El significado, la justificación, el propósito e incluso la salvación se buscan ahora en el trabajo, sin referencia a ninguna estructura filosófica o teológica tradicional. Hombres y mujeres responden a las viejas preguntas religiosas de nuevas formas, y las respuestas son cada vez más en términos de trabajo, carrera, ocupación y profesión." (Benjamin K. Hunnicutt)
O sea, ahora nuestros trabajos cumplen también la función que tradicionalmente le correspondía a la religión. (¿Por eso el trabajo será sagrado?)
Muchos quienes se preguntan "quién soy", "porqué estoy aquí", "a dónde voy", etc. (muy metafísico todo), encuentran hoy una forma de respuesta en sus trabajos. (Y ojo, que no hablo sólo del trabajo que quizás desempeñes actualmente; también puede ser al referirse al "trabajo soñado", aquel que idealizamos).
El problema con esto es que le estamos pidiendo al trabajo que satisfaga necesidades que no puede complacer (necesariamente).
Que otorgue significado a nuestras vidas.
Esto lo vemos, por ejemplo, en el siguiente listado, que es un resumen de respuestas a distintas encuestas y estudios que realizaron Vicki Robin y Joe Domínguez, autores del libro Your Money or Your Life, sobre los significados del trabajo remunerado. Cuando le preguntaban a sus encuestados porqué trabajaban, cuál era su objetivo/propósito, respondían que lo hacían:
Para proveer a su familia.
Para ahorrar para el futuro.
Para lograr independencia financiera.
Para conseguir una posición dentro de una empresa importante.
Para seguir con una tradición familiar (siguiendo una profesión particular).
Para contribuir a la sociedad.
Para "ser el cambio que quiero ver en el mundo".
Para aprender y adquirir nuevas habilidades.
Para innovar y crear.
Para influir en otras personas.
Para conseguir respeto y admiración de mis pares.
Para lograr éxito y autoridad (en una disciplina particular).
Para interactuar con otros y ser parte de una comunidad.
Etcétera.
O sea, además de obtener dinero a cambio, los encuestados también veían a sus trabajos como un medio para lograr otros fines: un sentido de seguridad, tradición, servicio, aprendizaje, conexión, estátus, etc.
Vicki Robin nos cuenta, entonces, cómo el concepto de trabajo evolucionó con el tiempo para cumplir estas dos funciones: una material (recibir una remuneración) y otra personal (que puede ser emocional, intelectual, incluso espiritual).
¡Y ahí está el problema!
Porque si volvemos a la pregunta original de cuál es el propósito de un trabajo o empleo, en realidad la respuesta debiera ser una sola: ¡ser remunerado! (Recordemos: empleo = ocupación retribuida.)
¡Este debiera ser el único vínculo entre trabajo y dinero!
trabajo + dinero = empleo
Así, el valor/identidad queda fuera de la equivalencia.
Todo el resto de "propósitos" responden a otro tipo de recompensas personales, que ciertamente son deseables en un trabajo remunerado, pero que podemos conseguir mediante el ejercicio de otras actividades (no remuneradas).
No me malinterpretes: no hay duda que un trabajo con potencial de crecimiento personal, aprendizaje, conexión social, reconocimiento, etc., es efectivamente un mejor trabajo, más satisfactorio. Todos buscamos eso.
Pero la reflexión que quiero transmitir es que debemos avanzar en "desechar" la mayoría de esas expectativas personales que buscamos en los trabajos, y reconocer que gran parte de esos propósitos o significados pueden conseguirse haciendo otras actividades, las cuales pueden ser remuneradas o no, y que quizás no tengan nada que ver con nuestros empleos.
Dicho de otro modo: hay que trabajar para obtener una remuneración que nos permita suplir nuestras necesidades económicas. Sí. Pero satisfacer otras necesidades personales es un objetivo totalmente diferente e independiente, sin relación (necesariamente) con el trabajo.
Se pueden conseguir en otra parte.
Evidentemente marco el punto de forma drástica para invitar a la reflexión. No hay duda que como seres humanos (sociales), muchos aspectos de nuestra individualidad deben ser respetados y satisfechos en nuestros trabajos. Precisamente por eso no hacemos cualquier cosa por dinero. Hay valores y principios que no transamos. Pero así también, con esa misma mirada, podemos entender porqué algunas personas trabajan en cosas que a nosotros nos parecería imposible. Y la razón es sencilla: ¡porque buscan conseguir dinero a cambio! Y nada más. El problema de esas personas (pienso, por ejemplo, en quienes venden drogas a menores de edad) es que aparentemente (o lamentablemente) tienen muy clara la distinción material y personal. El extremo de mi argumento.
Un trabajo no es lo mismo que una pega
Así las cosas, pienso que el problema con el trabajo es que, junto con tener expectativas altas (y pedirle que satisfaga otras varias necesidades personales), hemos relegado su función principal, que debiera ser sólo material.
Para tales efectos, sería conveniente hacer un mejor uso del lenguaje, y referirse a "trabajo" como cualquier actividad productiva (en cualquier ámbito, puede ser algo productivo en alguna afición personal), y a "empleo" (o el chilenismo "pega") como a un tipo de trabajo, que en este caso es (y debe ser) remunerado. (Una vez más el español no facilita tales distinciones; en inglés podríamos ocupar 'work' versus 'job'.)
De esta forma, al distinguir trabajo de empleo (o pega) nos liberamos de la falsa suposición de que ser asalariado (tener empleo), además de "poner comida en la mesa y un techo sobre nuestras cabezas", debe también proveer significado personal/intelectual/espiritual (valor e identidad).
Porque nuestra existencia como seres humanos se manifiesta no solo en nuestros empleos, sino también en el resto de la vida.
Como ya he escrito, debemos repensar cómo nos definimos a nosotros mismos, y construir identidades amplias y flexibles que abarquen distintos ámbitos del vivir, y no sólo como un apéndice de lo laboral. Todo lo que obtenemos de las actividades personales (no remuneradas) es complemento a lo que conseguimos con el trabajo remunerado (dinero para satisfacer nuestras necesidades materiales y para poder desarrollar esas otras actividades).
Si conseguimos mezclar ambos elementos, ¡mucho mejor!
Y no olvidemos, tampoco, que el trabajo también puede definirse de otra forma: como aquello que hacemos donde transamos tiempo y energía por dinero.
Por eso es importante que podamos escoger (o crear) trabajos en que, junto con proveernos de dinero suficiente, también nos signifique tener mayor tiempo libre.
Porque no sirve de nada tener un trabajo bien remunerado (pero sin significado) si no tenemos tiempo para destinar a otros intereses. Para trabajar en proyectos personales. Para desarrollar actividades de "ocio noble aristotélico", como ya he compartido en otras oportunidades.
Un último dato sobre los trabajos remunerados:
En este video Matt D'Avella nos cuenta cómo la jornada laboral de lunes a viernes, de 40 horas semanales, fue diseñada originalmente en 1916 para limitar el esfuerzo físico al que se sometían los trabajadores ferroviarios (porque al trabajar más en realidad rendían menos por lo cansados que estaban). Hoy, 105 años después, este horario de trabajo es un estándar aplicado a muchas industrias y en casi todos los países. ¡Una locura! ¿Qué empresas realmente necesitan (y justifican) que sus empleados trabajen todas esas horas? (En Chile aún estamos en 45 horas semanales; pronto pasaremos a 40. Recién.)
O sea, seguimos en la lógica post revolución industrial de los trabajos mayormente físicos y no intelectuales/creativos como los que existen hoy en día.
Como lo dice Naval en el caso de los trabajadores del conocimiento (knowledge-workers):
"La semana laboral de cuarenta horas es una reliquia de la era industrial. Los trabajadores de hoy funcionan como atletas: entrenan y corren, luego descansan y reevalúan." (Naval Ravikant)
¡Hay que trabajar menos!
En "Elogio a la ociosidad", Bertrand Russell habla de 3 a 4 horas máximo por día. Tim Ferriss es más osado, pues en su best-seller defiende una jornada laboral de 4 horas... ¡pero a la semana!
Porque no olvidemos que el trabajo remunerado es sólo eso, un empleo, una ocupación retribuida. Y nada más.
El resto lo podemos encontrar en otra parte.