“La infelicidad del hombre se basa sólo en una cosa: en su incapacidad de quedarse quieto en su habitación.” (Blaise Pascal)
Vivir solo es difícil.
Y no lo digo sólo por la falta de compañía.
Me refiero también a la permanente contradicción entre la sociedad y quienes decidimos pasar la mayor parte de la vida solos (al menos por ahora).
Y es que aunque en Chile el porcentaje de quienes vivimos solos se haya duplicado en los últimos 15 años, la sociedad no actúa conforme a esa realidad. Ya sea en aspectos cotidianos de la vida, como el trabajo, la vivienda, o la salud, la verdad es que tener pareja o familia pareciera hacer la vida un poco más fácil.
Así por ejemplo, tal como describen en este artículo, muchos de quienes viven solos se sienten castigados en sus trabajos.
"Varias de las personas que he entrevistado se quejan de que sus jefes presumen que pueden pasar tiempo extra en la oficina, o tener una carga de trabajo mayor, porque no tienen una familia en casa", cuenta Eric Klinenberg, autor del libro Going Solo. "Algunos dicen que tampoco son compensados justamente, porque sus jefes suelen dar aumentos a personas basados en la impresión de que tienen más gastos al tener familia."
¡Esto lo comparto por experiencia propia! En mi trabajo anterior muchas veces me sentí discriminado por vivir solo. Cuando era necesario postergar el pago de sueldos (por insolvencias y mala administración, debo reconocer), casi siempre era yo el escogido unilateralmente, muchas veces justificado en la suposición que mis necesidades eran menores de las de mis compañeros que vivían en pareja y/o con hijos.
Otros ejemplos cotidianos en que vivir solo complica:
Para ciertos procedimientos médicos se asume que el paciente vive con otros que pueden ayudarlo. ¿Qué pasa si no hay nadie que pueda ir a buscarte al hospital o cuidar de ti en casa si necesitas reposo?
Al viajar, todo es más caro si quieres reservar vuelos u hoteles. La opción por defecto siempre es "dos ó más".
No siempre puedes participar de los beneficios estatales. En la primera versión del Subsidio de Arriendo que se ofreció en Chile como ayuda por la contingencia sanitaria del COVID, solo podían participar hogares desde dos ocupantes hacia arriba (lo que después fue corregido).
Para un solo, comprarse una casa es prácticamente imposible (en Chile, al menos). Mejor si postulas a créditos y subsidios con alguien más.
Imagino lo que piensas hasta ahora. ¡Qué lastimero, Daniel! Se trata de "pequeñas molestias", me dirás, claro, porque efectivamente hay gastos asociados a una familia que quien vive solo no enfrenta. Cierto. También es verdad que vivir solo puede considerarse un lujo dado los altos costos de vivienda. Muchas personas viven con otros no porque lo decidan, sino porque no tienen alternativa. Muy cierto. Y estoy totalmente de acuerdo.
Las familias numerosas que siguen viviendo juntas muchas veces lo hacen por mutua dependencia económica.
Pero mi interés en este artículo no es centrarme en el estatus socio-económico de quienes viven solos.
Quiero reflexionar, en cambio, sobre por qué, si la cantidad de "hogares unipersonales" ha aumentado en el último tiempo (en Estados Unidos mucho más), la sociedad aún asume que la configuración por defecto de un hogar es aquella con varias personas. Como si vivir solo fuera una versión incompleta de la adultez.
Pienso que quizás es porque el concepto de vivir solo, y de la soledad en específico, son experiencias que recientemente han sido integradas a la sociedad sin tanto prejuicio (y donde la legislación y la política no han sabido ponerse al día). Porque creo que, así como con el silencio, la aceptación de la soledad también es cultural.
Y algo particular ocurre con aquellos solos que también somos solteros. "La gente se ha comprado esa idea de que estar con alguien es siempre mejor, que la manera más natural, normal y superior de vivir es estar en pareja o tener una familia", dice Bella DePaulo, autora del libro How We Live Now.
¿Cómo explicar que muchas veces ese romanticismo de la "media naranja" en realidad revela una inseguridad mayor? Porque, aun cuando vivas en pareja, pareciera que muchos igualmente necesitan de otros para validarse.
El novelista holandés Herman Koch escribe en La Cena:
"Si tuviese que dar una definición de la felicidad, diría lo siguiente: la felicidad se basta a sí misma, no necesita testigos. «Todas las familias felices se parecen entre sí, pero cada familia desdichada ofrece un carácter peculiar», reza la primera frase de Ana Karenina, de Tolstói. Sólo me atrevería a añadir que las familias desdichadas, y sobre todo los matrimonios desdichados, nunca pueden estar solos. Cuantos más testigos tengan, mejor. La desdicha busca siempre compañía." (Herman Koch en La Cena)
De soledad y soledad
Cuando queremos hablar de la soledad, conviene distinguir los dos conceptos que en su traducción del inglés al español se convierten en homónimos. Me refiero a las palabras solitude y loneliness.
La soledad de solitude es simplemente la experiencia de estar solo —sin compañía— por un determinado período de tiempo. El solitario por elección. El extremo sería el anacoreta protagonista de la novela Coronel Lágrimas de Carlos Fonseca.
La soledad de loneliness, en cambio, puede ser definida como el "solitario fallido", pues es la que afecta el bienestar físico y emocional de quien la experimenta. O sea, este tipo de soledad no es la causada por estar solo (ser solitario), sino por la incapacidad de acceder a contacto social cuando se hace necesario (sentirse solo).
En el libro Rubato, el director de orquesta chileno Paolo Bortolameolli nos ofrece una distinción más personal (los [ ] son míos):
"Nunca confundas solitud [solitude] con soledad [loneliness], pues una es la que te hace sentir acompañado y la otra, aun cuando acompañado, te hace sentir solo. A veces no queremos saber si ya somos parte de la segunda, si no tenemos el valor de juzgar nuestras decisiones. Es ahí cuando hay que recurrir a elementos de lo eterno. Esos no se equivocan. El silencio es sabio. Siempre acoge a las personas que pueden comunicarse sin hablar, pues no hay peor soledad que estar con alguien con quien no puedes compartir el silencio sin romperlo." (Paolo Bortolameolli en Rubato)
"Si le preguntas a alguien en la calle, '¿Sabes lo que significa sentirse solo [lonely]?', probablemente el 99 ó 100% de las personas te dirá que sí", explica la neurocientífica Kay Tye. Pero cuando preguntamos por sus características y sensaciones, cada cultura responde difererente.
Y es que lo interesante es que esta soledad (de loneliness) no parece ser una experiencia universal (que todos tengamos por igual) ni tampoco una experiencia interna puramente visceral. O sea, no es algo sólo físico o sólo emocional, de mutua exclusión. No. Tiene dimensiones sociales y políticas, pues su experiencia y aceptación han cambiado a través del tiempo según el pensamiento imperante.
En otras palabras, la soledad tiene una historia.
Una (breve) historia de la soledad
La experiencia de estar solo (en solitude) estuvo mucho tiempo restringida a grupos religiosos y grandes pensadores, por lo que era tratada con respeto. Hasta la Edad Media, quienes se alejaban de la sociedad en búsqueda de una comunión espiritual, lo hacían por un llamado divino y trascendental. No eran ciudadanos ordinarios, evidentemente.
Para las sociedades religiosas de la Edad Media pasar tiempo solo significaba contar con un espacio necesario para la reflexión y encuentro con Dios. Y no había problema, porque dado que Dios está siempre cerca, una persona nunca estaba realmente sola.
Es decir, por mucho tiempo la soledad fue una experiencia asociada al ejercicio religioso (del cristianismo, en el caso de la cultura occidental).
Veremos un primer cambio de esto en el Renacimiento, con la aparición del Humanismo y el Realismo. Aquí, la soledad lentamente se convirtió en algo que cualquier persona podía buscar (y disfrutar) de vez en cuando, sin importar si la motivación no era religiosa.
(Bueno, no "cualquier persona", ciertamente. Las mujeres, por ejemplo, no podían estar a solas. Se les consideraba "vulnerables a la ociosidad improductiva o melancólica". Varios siglos después esto continuaría así, siendo la propia Virginia Woolf quien escribiría que, en el caso del ejercicio literario, "una mujer debía disponer de dinero y un cuarto propio", dejando en claro que hasta 1929, fecha en que publicó su libro, las mujeres ni siquiera contaban con un espacio donde disfrutar de su propia compañía. ¿Es diferente hoy?)
Durante el Renacimiento (y luego la Ilustración), además, fue importante el pensamiento del poeta inglés John Donne, quien sostenía que la naturaleza humana era esencialmente social y no individual.
En la decimoséptima de sus "Meditaciones en tiempos de crisis", Donne dice:
"Ningún hombre es una isla en sí misma; cada hombre es una parte del continente, una parte del todo." (John Donne)
Este sentimiento de comunidad irradió a la sociedad inglesa, lo que significó una valoración superior de la sociabilidad por sobre la individualidad. Así, la interacción interpersonal fue considerada clave para la innovación y la creatividad, y de esta forma, eran la conversación y la correspondencia (de cartas) las que impulsaban la investigación y el progreso intelectual, y no solamente la reflexión solitaria.
"Lo que no es bueno para la colmena no es bueno para la abeja." (Marco Aurelio)
Y esto porque, aun cuando fuera necesario retirarse en soledad en búsqueda de un esfuerzo intelectual mayor, para los Ilustrados estar solo era un medio para participar en el progreso de la sociedad.
Es así como, de la misma forma, durante este período se comenzó a plantear la experiencia de la soledad prolongada y sin propósito como algo negativo, preocupante, incluso patológico. No olvidemos que la medicina no era una ciencia como lo es hoy. En el siglo XVII seguía aplicándose la teoría hipocrática de los humores (bilis negra, bilis amarilla, flema y sangre), la cual sostenía que la soledad producía melancolía, la que era entendida como un exceso de bilis negra.
Entonces, la soledad era fomentada y valorada, sí, pero sólo si contribuía a la sociedad. Probablemente la vida solitaria de los filósofos era la única soledad validada (y la de religiosos y monjes, obviamente, lo que se mantiene hasta hoy).
Esto cambió con la llegada de la Modernidad, de la mano tanto del propio quehacer filosófico (y no de la religión), pero mas importante aún, como resultado de los avances tecnológicos.
Es así como, a un nivel más doméstico, las mejoras en las condiciones de vivienda (con habitaciones independientes) y la comunicación (telégrafo, y luego teléfono) ampliaron el acceso a desarrollar actividades solitarias. Más adelante, la luz eléctrica y la calefacción central significaron, también, que ya no era necesario estar (todos) juntos alrededor de una única fuente de calor dentro del hogar.
Así, transitamos desde la Antigüedad y la Edad Media a la Ilustración y la Modernidad, por un cambio cultural respecto a la experiencia y aceptación de la soledad, para ser algo que podía ser aprovechado por todos. Siempre, obviamente, entendiendo la soledad como solitude, no loneliness.
"Considero saludable estar solo la mayor parte del tiempo. Estar acompañado, incluso por los mejores, pronto resulta fatigoso y disipador. Me encanta estar solo. Nunca he encontrado un compañero tan sociable como la soledad." (Henry D. Thoreau en Walden)
Confundiendo a los solos
Si bien en el dominio de la salud y la medicina parece existir consenso sobre el aspecto negativo de la soledad de loneliness, culturalmente, creo, pasamos por un momento en que se confunden ambas soledades (solitude vs loneliness). Esto es especialmente evidente en el idioma español, donde ocupamos la misma palabra para ambos fenómenos.
Y esto es curioso, porque el origen de la palabra soledad (solitude) viene del latín 'solus' que significa simplemente 'solo'. Nada más. O sea, el concepto original de soledad no sugiere nada sobre alguna carencia emocional o social, o algo similar.
Pero pasaron algunos siglos hasta que apareció el concepto de loneliness, recién en el siglo XIX (en idioma inglés), entendida como una soledad asociada a un vacío y ausencia de conexión social-emocional.
¿Qué pasó en el camino?
Una mirada es la que nos ofrece la escritora e historiadora Fay Bound Alberti, quien nos relata cómo, ya en el siglo XX, algunas ciencias cognitivas, como la psiquiatría y la psicología, comenzaron a ocupar un lugar central en el análisis de las emociones saludables y no saludables que un individuo normal debía experimentar. En este contexto, fue Carl Gustav Jung, en 1921, el primero en definir personas 'introvertidas' y 'extravertidas' (dentro de sus ocho tipos de personalidad). Jung asoció la introversión con neuroticismo y soledad, mientras que la extroversión se relacionó con la sociabilidad, seguridad y la autosuficiencia.
Bound Alberti sostiene que en Estados Unidos la obra de Jung adquirió un significado especial en la idiosincrasia norteamericana, pues las características del extrovertido eran aquellas más similares (y deseadas) al ideario del ciudadano estadounidense, que en esa época superaba las consecuencias de la gripe española y la Primera Guerra Mundial.
De esa forma, el norteamericano trató de separarse de las asociaciones, ahora negativas, de la introversión. Un estadounidense ejemplar no podía ser introvertido.
Según Bound Alberti, esto podría explicar porqué la soledad comenzó a cargar con un estigma social. Las personas solitarias (en solitude) rara vez querían admitir que también podían sentirse solos (en loneliness), por lo que ambos conceptos comenzaron a usarse de forma indistinta a nivel cotidiano.
Es decir, según el planteamiento de Fay Bound Alberti, la cultura individualista norteamericana terminó por castigar a los solos, tanto quienes en solitude como en loneliness.
Pero, contrariamente a esta tendencia, después de la Segunda Guerra Mundial (1945), las sociedades occidentales comenzaron un proceso de aislamiento cada vez mayor como resultado del crecimiento económico. Los "hogares unipersonales", muy raros en siglos pasados, pasaron a ser cada vez más comunes.
La vida solitaria era algo deseada, pero a la vez estigmatizada.
Y esto es relevante en la cultura, pues ahora sabemos que a medida que envejecemos, nos volvemos más solitarios.
El precio de la independencia
En la actualidad, vivir solo, de forma independiente, por períodos más cortos o más largos, ya no se considera per se una amenaza para el bienestar físico o emocional. Vivimos en una sociedad individualista, después de todo. La vida solitaria algo tuvo que ver con adoptar esa mentalidad.
La preocupación se centra ahora en la experiencia de sentirse solo (de loneliness), la cual sí produce efectos negativos en la salud (incluidos niños y adolescentes). A esto se suma la pandemia del COVID, en la cual muchas personas experimentaron soledad y silencio como nunca antes producto de los confinamientos.
Ahora comprendemos que el problema de la soledad no es estar sin compañía en sí, sino más bien, como dice la activista social Stephanie Dowrick, estar “incómodamente solo sin alguien”. Una vez más, la diferencia entre solitude y loneliness.
Además, tal como escribí más arriba, ahora sabemos que la aceptación de la soledad es cultural, pues corresponde a una experiencia que se vive de manera diferente según el lugar y el tiempo.
Lamentablemente, parte de este debate se pierde en el idioma español al tratar ambas soledades con la misma palabra.
Para muchos, la soledad, sea cual sea, debe ser evitada. Pero como he explicado, ¡ser solitario no es lo mismo que sentirse solo!
Quiero terminar compartiendo un documental llamado "La Teoría Sueca del Amor: El triunfo del Estado del Bienestar", de 2015, que puedes ver en Youtube:
En este documental nos relatan cómo, en 1972, un grupo de políticos tuvo una visión revolucionaria para el futuro de la sociedad sueca. Una idea que, si se implementaba, haría la vida mejor para todos.
El principio era potente: "Llegó el momento de liberar a las mujeres de los hombres. Liberar a los ancianos de sus hijos. Liberar a los adolescentes de sus padres."
La idea del programa era que todos los adultos suecos fueran económicamente independientes de sus familiares. El fundamento era obvio: toda persona debe ser considerada como un individuo independiente, "no como un apéndice de otra". Así, solo las relaciones auténticas mantendrían unidas a las personas, y no la dependencia.
De esta forma, la "teoría sueca del amor" afirma que todas las relaciones humanas auténticas tienen que basarse en la independencia fundamental entre las personas.
En el documental nos ejemplifican: "Una mujer que depende de su hombre... ¿Cómo sabemos que cualquiera de ellos está voluntariamente en esa relación más que por causa de una dependencia económica?"
Según esta teoría, entonces, la familia (ideal) moderna en Suecia se compone de individuos adultos que son fundamentalmente independientes.
Pero hoy, como resultado de esta política nacional, casi la mitad de los suecos viven solos. La tasa más alta del mundo.
Como relata el documental, Suecia pagó un precio por esta independencia económica del individuo y su teoría del amor...
¡Pero no te quiero arruinar la película!
Lo que quiero transmitir es que debemos aprender a diferenciar la soledad de quien quiere pasar un tiempo a solas, de quien sufre por una carencia emocional. Hay quienes se sienten solos incluso rodeados de gente.
En realidad, la soledad (de loneliness) tiene menos que ver con estar solo y mucho más que ver con la experiencia de sentirse invisible. Ignorado.
"Es fácil vivir en el mundo siguiendo los dictados del mundo; es fácil vivir en soledad según nuestros propios dictados; pero el gran hombre es aquel que, en medio de la multitud, mantiene con impecable dulzura la independencia de la soledad." (Ralph W. Emerson en Confianza en uno mismo)
Porque no todos los solitarios se sienten solos.