Durante este último año en Chile tuvimos varios períodos de cuarentenas por la pandemia del COVID. Si bien hasta hace muy poco nunca dejamos de tener algún tipo de restricción sobre nuestros desplazamientos y libertades, creo que la primera cuarentena, la de abril-mayo de 2020, fue la más intensa.
En ese momento, ante el desconocimiento del virus y la inexistencia de vacunas, de verdad cundía el miedo por contagiarse, y creo que fue la época en que la cuarentena se cumplió de mejor forma por todos. Yo salía sólo un par de horas, un día a la semana, para las compras del supermercado, que por lo demás lo tenía muy cerca así que como paseo o distracción no servía mucho. Y nada más. Es decir, salía de mi casa no más de 2 horas en toda la semana.
Durante esos meses había formado mi empresa hace poco, así que trabajo tampoco tenía. Esto significó que no pude compensar la soledad del confinamiento con trabajo. Ahora que reflexiono sobre esto, lo agradezco. Lo peor que uno puede hacer es escapar de uno mismo. Evitarse.
Y es que las cuarentenas nos obligaron a experimentar monotonía, y para quienes vivimos solos, también soledad y silencio. En otros artículos pretendo abordar estos dos conceptos, pues (creo) han sido injustamente calificados como "efectos indeseados" del confinamiento. Pocos celebran la posibilidad de estar solos y en silencio.
La sociedad moderna hiperconectada nos ha enseñado a no tolerar estar solos ni en silencio. Nos aburrimos al instante cuando lo hacemos. No toleramos el aburrimiento.
Y no lo hacemos, creo, porque aburrirnos nos obliga a enfrentarnos a nosotros mismos. Y algunas veces lo que encontramos es vacío y sinsentido.
Tampoco nos permitimos aburrirnos porque la sociedad nos demanda estar siempre felices y en actividad. La exigencia por ser feliz y pasarlo bien todo el tiempo nos lleva a degradar otras experiencias menos satisfactorias, lo que hace que no expresemos sensaciones que son consideradas negativas bajo ese ideal. Una de ellas es el aburrimiento.
¿Quién admite, sin una connotación negativa, estar aburrido?
Es un estado que debemos evitar a toda costa.
"La sociedad contemporánea nos fuerza a desconocer el lado menos glamoroso de nuestras vidas, y con ello, la posibilidad de darle un sentido”, plantea la psicóloga chilena Carolina Altimir.
"Escapamos del aburrimiento", nos dice Maria Popova de Brain Pickings. "Dentro de nuestro culto a la productividad, hemos llegado a ver el aburrimiento como algo absolutamente imperdonable, el equivalente a un pecado mortal. Huimos de él como si estar atrapados en nuestra propia compañía improductiva fuera un profundo fracaso personal."
Pero ¿qué es el aburrimiento?
Según la RAE, el aburrimiento es "cansancio de ánimo originado por falta de estímulo o distracción."
Pero para algunos filósofos Existencialistas, el aburrimiento no lo explicaba una falta de estímulo, sino una ausencia de significado. Su visión sobre el aburrimiento no era para nada halagadora, pues se trataba de un estado mental que nos obligaba a enfrentar nuestra (vacía) existencia.
El filósofo danés Søren Kierkegaard, considerado el padre del Existencialismo, dijo: "Los dioses estaban aburridos; por eso crearon seres humanos." Este era, según él, sólo el comienzo del problema con el aburrimiento. Estar aburridos llevaría a Adán y Eva a cometer el pecado original. Para él, el aburrimiento era la raíz de todos los males.
El francés Jean-Paul Sartre llegó un poco más lejos, refiriéndose al aburrimiento como la "lepra del alma."
Kierkegaard observaba que, aunque el aburrimiento tiene una naturaleza tranquila y sosegada, curiosamente tiene la capacidad de impedir a la gente entrar en acción, pues nos produce una sensación letárgica de desinterés e insatisfacción.
Y eso Kierkegaard lo decía en el siglo XIX, en un período anterior al advenimiento de las nuevas tecnologías digitales, a la invención del smartphone, al internet 24/7/365.
Esto me hizo pensar si acaso el uso del celular, por ejemplo, nos aburre más de lo que estamos dispuestos a admitir, si asociamos el concepto a la incapacidad de entrar en acción, como sostenía Kierkegaard.
Para Maryanne Wolf, en su libro Lector, Vuelve a Casa, hay dos tipos diferentes de aburrimiento:
Hay un aburrimiento "natural", que es el que, por ejemplo, experimentan los niños. Este aburrimiento los obliga a crear sus propias formas de entretenimiento y diversión. También podría asociarse parcialmente a la visión (pero menos negativa) de los filósofos existencialistas.
Pero también hay un aburrimiento "moderno", incentivado tecnológica y culturalmente, provocado por la excesiva estimulación digital. Lo que el crítico Laurence Scott describe como la "existencia hiperconectada moderna", en la que "un momento puede parecer extrañamente plano si existe únicamente en sí mismo" (esto aparece en el libro Digital Minimalism de Cal Newport).
Y sobre este último aburrimiento (moderno) quiero profundizar, pues creo ha tenido impactos insospechados en cómo enfrentamos nuestra existencia, nuestro consumo de información y nuestros hábitos.
Es culpa del celular, no nuestra
Tristan Harris, ex-empleado de Google, dijo en una entrevista para The Atlantic que "nunca antes en la historia las decisiones de un puñado de diseñadores (principalmente hombres, blancos, viviendo en San Francisco, de 25-35 años), trabajando en tres compañias (Google, Apple y Facebook), tuvieron tanto impacto en cómo millones de personas alrededor del mundo gastan su tiempo."
Y esto porque hoy más que nunca pasamos pegados a nuestros celulares. Basta con subirse al Metro, sentarse en una plaza, compartir con alguien en un pub. Incluso en un almuerzo familiar. Todos prestando atención a lo que el smartphone demanda. Al instante. Evitando a toda costa los "momentos planos" (sin distracciones digitales) de Laurence Scott. Pues nos han enseñado que aburrirse es fracasar.
¿La razón? Por un parte, el modelo de negocio de las compañías tecnológicas de Silicon Valley, basado en la economía de la atención. Tal como sostiene Tristan Harris (recordemos, ex-Google) en otra entrevista: "Siempre se dice que la tecnología es neutral. Que depende de nosotros elegir cómo usarla. Esto no es cierto."
La gente no sucumbe a las pantallas porque sea floja ni fracasada. Lo hace porque las empresas tecnológicas han invertido miles de millones de dólares para hacer que este resultado sea inevitable.
La economía de la atención busca aprovecharse de la psicología humana. Las empresas tecnológicas nos quieren adictos a sus aplicaciones y servicios.
¿Cómo lo logran?
Tal como nos ilustra Cal Newport en el libro Digital Minimalism, aprovechándose del “refuerzo positivo intermitente” y de nuestro “deseo de aprobación social”. Nuestros cerebros son muy susceptibles a estas dos fuerzas.
Por una parte, el refuerzo positivo se refiere al sistema de recompensa mediado por la dopamina, neurotransmisor liberado por algunas neuronas cerebrales, que participa en las sensaciones de satisfacción y placer.
Newport nos cuenta que en 1971, el psicólogo Michael Zeiler llevó a cabo un experimento en el que premiaba a palomas con comida cuando picoteaban un pequeño botón en su laboratorio. Luego de varias pruebas, los resultados del experimento de Zeiler revelaron que las palomas picoteaban casi el doble cuando su recompensa de comida no estaba garantizada, lo que mostró que sus cerebros liberaban mucha más dopamina cuando la recompensa era inesperada que cuando era predecible.
"Los hombres desean la novedad hasta tal punto que los que lo están haciendo bien desean un cambio tanto como los que lo están haciendo mal." (Nicolás Maquiavelo)
Cal Newport sostiene que este mismo sistema de recompensa, asociado a la imprevisibilidad del resultado, es el que actúa en el refuerzo positivo intermitente aprovechado por las empresas tecnológicas. Este es el origen del "scrolling de la perdición" (doomscrolling) y de nuestra adicción a los likes (y todas sus variaciones dependiendo de la app).
La segunda fuerza que nos produce adicción a la tecnología, según Newport, es nuestro permanente deseo de aprobación social. Citando a Adam Alter: "Somos seres sociales que no podemos ignorar completamente lo que otros piensan de nosotros."
No queremos perder comunicación con nadie, y también queremos saber lo que el resto opina de nosotros. Estar disponibles para todos en todo momento. No perderse nada de lo que ocurre allá afuera (FOMO), pues tememos ser excluidos del círculo social al cual pertenecemos.
Para Sean Parker, ex-presidente de Facebook, no hay duda que las aplicaciones y servicios tecnológicos han sido diseñados específicamente para generar adicciones. "Solo Dios sabe lo que le está haciendo (la tecnología) al cerebro de nuestros hijos", sostuvo en una entrevista.
A mediados de septiembre, dos semanas antes de publicar este artículo que estás leyendo, el Wall Street Journal desclasificó unos informes internos de Facebook donde la propia empresa reconoce que Instagram es tóxico para los adolescentes.
Así que el uso compulsivo del celular como forma de evitar el aburrimiento no es el resultado de una "debilidad" ni un problema en nuestra personalidad. Es la clara manifestación de un modelo de negocios rentable, del cual nosotros somos el producto, no el usuario.
Quienes defienden (justifican) el hábito de estar permanentemente pegados a la pantalla tienden a desviar la conversación hacia una discusión sobre su utilidad. Que si las aplicaciones y servicios no fueran útiles, entonces no las usarían. Es un planteamiento bastante simplista y conformista. Pues el problema, tal como describe Cal Newport, no está en la utilidad de las tecnologías (pues lo son), sino en nuestra capacidad de autonomía en decidir cómo usarlas.
Todos podemos responder el por qué y cuándo utilizamos nuestros dispositivos electrónicos, pero es más díficil defender el cómo.
Y creo que no podemos porque precisamente hemos perdido autonomía. Usamos la tecnología de forma automática, irreflexiva. Al menor atisbo de aburrimiento, el scroll infinito.
Tampoco nos concentramos
Somos adictos a la tecnología, no hay duda. Pasamos más tiempo en la realidad virtual que la física. El refuerzo positivo intermitente nos hizo adictos a la dopamina.
Necesitamos esas pequeñas recompensas digitales. Una nueva notificación. Un nuevo like.
¿Aburrirse? Imposible.
Pero esta forma de vivir privilegiando la gratificación instantánea nos hace retrasar recompensas más satisfactorias a largo plazo.
Piensa en algo práctico: Quizás hace poco retiraste (alguno de) tus 10% de los fondos de la AFP. Seguramente preferiste gastarlo inmediatamente (gratificación instantánea) en vez de invertirlo a largo plazo (gratificación retrasada). Quizás quieres aprender algo nuevo. Seguramente prefieres ver un resumen (corto, obvio) en Youtube (gratificación instantánea) en vez de reflexionar por ti mismo mediante la lectura de algún libro de referencia sobre la materia (gratificación retrasada).
En su libro Lector, Vuelve a Casa, Maryanne Wolf analiza cómo una actividad como la lectura, demandante cognitiva (pues hay que concentrarse) y temporalmente (pues hay que destinarle tiempo), probablemente se ha atrofiado en las nuevas generaciones. Esto porque formamos parte de una cultura hiperconectada que premia la rapidez, la inmediatez, la estimulación permanente, la multitarea. Todo lo contrario a lo que exige la lectura a conciencia (deep reading).
Aprender a concentrarse es esencial pero cada vez más difícil en una cultura en que la distracción es omnipresente. Como recibimos tantos estímulos, no destinamos el tiempo necesario para aprender, hacer analogías, recordar, hacer inferencias.
Si bien un poco drástico en sus planteamientos, se sabe que Sócrates nunca escribió nada. Basaba sus enseñanzas en conversaciones y discusiones con sus estudiantes. Conocemos (parcialmente) su pensamiento a través de Platón (y por Aristófanes y Jenofonte, aunque menos conocidos).
A Sócrates le preocupaban los estudiantes que confiaban demasiado en sus apuntes. "El papel no puede hablar de vuelta", les decía, y creía que así solo lograrían tener la ilusión, no la realidad, de saber.
Aducía que depender de la escritura era una "receta para olvidar". Creía que si los humanos solo confiaban en el lenguaje escrito para preservar su conocimiento, entonces no usarían su cerebro como antes.
Quizás un poco drástico, ¿verdad? Pero la versión moderna de la preocupación de Sócrates sería que, ante la dependencia cada vez mayor de formas externas de memoria (nuestros celulares), combinado con un permanente bombardeo de múltiples fuentes de información (internet, redes sociales, TV), estamos afectando nuestra capacidad intelectual y de consolidación de memoria a largo plazo.
¿Cómo avanzamos?
Hasta ahora he planteado lo siguiente:
Vivimos en una sociedad que degrada el aburrimiento. Lo ve como un estado mental que debemos evitar a toda costa. Nada bueno sale del aburrimiento, nos dicen.
Sufrimos de un aburrimiento "moderno" originado por la adicción a las tecnologías digitales. Matamos el aburrimiento con actividades igualmente aburridas (doomscrolling), pero que al menos nos reportan cierta satisfacción inmediata (dopamina, gratificación instantánea).
El aburrimiento "moderno", que resolvemos a través del uso compulsivo de tecnología, nos impide concentrarnos y emprender actividades que son satisfactorias a largo plazo, como leer o practicar un instrumento. ¡O desarrollar hábitos!
Sobre la lectura, alguna vez leí o escuché a alguien que decía que probablemente no existe nadie en el mundo que, en su lecho de muerte, haya dicho "debí leer menos." Creo que tampoco nadie diría "debí utilizar más mi celular."
¿Pero entonces qué hacemos?
Los consejos tradicionales para lidiar con el aburrimiento, que encuentras por miles en internet, se enfocan en incrementar la estimulación y las elecciones del entorno. Debes "motivarte" (quién sabe cómo), socializar, ordenar tu casa, cortar distracciones, caminar, pasear a tu mascota, etc. De una u otra forma, consejos para igualmente evitar el aburrimiento. Es decir, nos ofrecen soluciones para salir del aburrimiento, no para lidiar con él.
Pero ¿y si la solución va por alentar al aburrimiento? ¿Hacernos cargo de él? ¿Vivirlo?
"Es solo después de aburrirte que tienes grandes ideas. Nunca sucederá cuando estés estresado, ocupado, corriendo o apurado. Tómate el tiempo." (Naval Ravikant)
Tal como proponen en este estudio, podríamos usar el aburrimiento para buscar las causas internas de porqué nos aburrimos. Quizás a través de esta reflexión, en el aburrimiento, nos demos cuenta que somos incapaces de prestar atención o que sufrimos de estrés/ansiedad. ¿De verdad prefieres evitar darte cuenta de esto, y en vez de eso revisar por enésima vez tu Instagram?
Aquí hay una paradoja. Creo que escapar del aburrimiento utilizando nuestros teléfonos en realidad nos vuelve más propensos al aburrimiento, porque cada vez que sacamos nuestro teléfono no dejamos que nuestra mente divague y resuelva nuestros propios problemas (de aburrimiento).
"La monotonía y la soledad de una vida tranquila estimula la mente creativa." (Albert Einstein)
Steven Pressfield, escritor estadounidense, se refiere a la importancia del aburrimiento como estímulo para la creatividad y el trabajo. Cal Newport dedica un capítulo entero sobre el aburrimiento en su libro Deep Work.
Al igual que James Clear en su libro Atomic Habits, Steven Pressfield piensa que cómo lidiamos con el aburrimiento marca la diferencia entre ser un aficionado (amateur) y un profesional.
Steven Pressfield nos dice: "El aficionado tiene una larga lista de miedos. Al inicio hay dos: soledad y silencio. El aficionado teme la soledad y el silencio porque necesita evitar, a toda costa, la voz dentro de su cabeza. Entonces busca distracción. El aficionado valora la superficialidad y rehúye la profundidad. La cultura de Twitter y Facebook es un paraíso para los aficionados."
James Clear complementa: "La única manera de volverse excelente (en lo que haces) es estar siempre fascinado haciendo lo mismo una y otra vez. Tienes que enamorarte del aburrimiento."
Dos citas para terminar. Primero, Maria Popova en su blog Brain Pickings nos ilumina sobre lo que ocurre mientras nos aburrimos:
"Las mejores ideas nos llegan cuando dejamos de intentar activamente persuadir a la musa para que se manifieste, y dejamos que los fragmentos de experiencia floten alrededor de nuestra mente inconsciente para hacer clic en nuevas combinaciones. Sin esta etapa esencial de procesamiento inconsciente, todo el flujo del proceso creativo se rompe."
En segundo lugar, el filósofo Estoico Séneca, en Sobre la brevedad de la vida (escrito hace casi dos mil años), nos aconseja:
"Si te dedicas al estudio evitarás toda forma de aburrimiento. No anhelarás la noche porque estás harto de la luz del día, no serás una carga para ti mismo, ni inútil para los demás."
Quizás el aburrimiento no sea la lepra del alma.