El trabajo de tus sueños
Desmenuzando el mito confuciano del "Haz lo que amas y nunca volverás a trabajar un día en tu vida."
Hemos sido criados creyendo que si trabajamos duro (=harto), le podemos ganar al sistema —dígase capitalismo y meritocracia—, o al menos vivir cómodamente en él.
Esto nos ha conducido a una vida de mucho trabajo, poco ocio, y obsesión por el logro y la productividad.
En el caso de la clase media, ganarle al sistema, se nos enseña, no es posible sin estudios. Así, ser un profesional (sin importar el costo) se convierte en la única forma de lograr prosperidad y estabilidad. Pero como miles de millennials endeudados con créditos universitarios, sin empleo y sobre-calificados nos podrán decir, con ser profesional no se logra mucho, aparentemente. Al menos no siempre.
En Can't Even, la periodista y escritora Anne Helen Petersen sostiene que los millennials —los nacidos entre 1981 y 1993— somos la primera generación en pensarnos como verdaderos curriculum caminantes. "Con la ayuda de nuestros padres, la sociedad y las instituciones educativas, hemos llegado a vernos, conscientemente o no, como 'capital humano': sujetos a ser optimizados para un mejor desempeño en la economía", explica Petersen.
La palabra 'capital', según la RAE, hace referencia al "valor de lo que rinde u ocasiona rentas, intereses o frutos", o al "conjunto de activos y bienes destinados a producir mayor riqueza." Visto así, muchos creen que no hay forma de convertirse en un activo o un bien valorable sin pasar por la educación superior. Esta es la historia común para la mayoría de los millennials, especialmente de la clase media: si quieres salir de tu barrio y/o vivir mejor que tus padres, estudiar no es opcional. Y así lo confirman las estadísticas: en Chile, la matrícula total en instituciones educativas (universidades e institutos profesionales) aumentó cinco veces en el período 1994-2011.
El problema es que, junto con un mayor interés (genuino) por estudiar, las empresas, el marketing y la sociedad (redes sociales incluidas) nos invitan a escoger disciplinas por las cuales sintamos "pasión" o tengamos "vocación."
Y así hemos generado un fenómeno, bastante moderno y burgués —en palabras de Petersen en Can't Even—, de buscar "trabajos soñados."
Lo que no vemos con esto, no obstante, es que este deseo de tener trabajos soñados (donde se supone haces lo que te apasiona) significa elevar un cierto tipo de trabajo a un punto de deseabilidad en que los trabajadores llegan a tolerar formas de explotación por el sólo "honor" de conseguir dicho trabajo.
Dicho de otro modo, para Petersen, la máxima de Confucio de "Haz lo que amas y nunca volverás a trabajar un día en tu vida" es simplemente una trampa. Al mezclar empleo con "pasión" y "vocación", lo único que hacemos es evitar pensar en el empleo como lo que realmente es: trabajo remunerado. Si le hacemos caso a Confucio —y consiguiéramos trabajos que amemos— entonces tendría sentido querer trabajar todo el tiempo, ¿no? Y por poco dinero, por lo demás. (Es tu vocación, ¿recuerdas?)
Y en esta fase ya da lo mismo si estudiaste o no. Aplica para aquellos con el cartón bajo el brazo y para los que no lo tienen.
La única diferencia es que quienes estudian creen en el mito confuciano por más tiempo.
Lo que creo, pues, es que no nos damos cuenta que existe una delgada línea entre perseguir una pasión (o vocación) y el exceso de trabajo.
Esto pasa con profesores, bomberos, trabajadores de la salud, entre otros. (Y cuando Meryl Streep es la jefa.)
En Can't Even, Petersen recuerda una publicación de 2009 sobre trabajadores de zoológicos, en la cual examinaron las dificultades de quienes conciben su trabajo como una "vocación". Los trabajadores de los zoológicos usualmente tienen un alto nivel educacional pero son mal pagados. Hay pocas oportunidades para avanzar y pasan una cantidad de tiempo importante limpiando desechos y realizando otros "trabajos sucios". Pero, como detectaron los autores del estudio, se les hace difícil renunciar o cambiar de campo laboral. Esto porque"cuando uno se siente conectado a un trabajo en particular y el destino lo ha llevado a él, rechazar ese llamado es más que una simple decisión laboral; es un fracaso moral, un abandono negligente de los dones, talentos y esfuerzos", explican.
Lo anterior muestra que cuando buscamos "trabajos soñados" en los cuales expresar nuestra pasión o vocación, lo único que hacemos —nos advertiría Marx— es abrir la puerta a la explotación laboral.
Y esto lo he visto en la academia y con los freelancers.
Lo que pasa en la academia
Creo que las pasantías, ayudantías y prácticas profesionales son una forma de medir la disposición y capacidad de trabajar mucho por poco o nada.
En el caso de las prácticas, oficialmente se trata del momento para adquirir experiencia laboral y construir una red de contactos. Pero en Chile las prácticas no se pagan, o bien son remuneradas con menos del sueldo mínimo. O sea, que para ganar la experiencia necesaria para conseguir un empleo (porque no se puede trabajar sin "experiencia previa") se debe trabajar prácticamente gratis. ¿Y quién puede trabajar gratis? Una persona con medios (propios o de su familia) o endeudada.
Pero si la persona tiene suerte y consigue la práctica profesional, existe (nace) la posibilidad (el sueño) de terminar haciendo lo que le apasiona, aunque sea mal pagado.
Y con eso basta.
La semana pasada escribía sobre cómo la más mínima liberación de dopamina nos hace adictos a la tecnología. En la reflexión de hoy, pienso que la más mínima esperanza de conseguir el "trabajo soñado" es suficiente para que muchos acepten exceso de trabajo y/o escasa remuneración.
Petersen sostiene en Can't Even que este cultivo de la ilusión, de la esperanza, por conseguir el "trabajo de tus sueños" (sin importar las posibilidades reales de lograrlo) se ha convertido en un modelo de negocios: los pasantes, ayudantes y practicantes ofrecen su trabajo a una fracción del valor de un empleado contratado.
Y hay industrias enteras que prosperan gracias a este exceso de trabajadores dispuestos a trabajar mucho (y por poco dinero). Recordemos: la ganancia del pasante/ayudante/practicante es poder decir (a sí mismo y al resto, quizás en Instagram) que tiene un trabajo donde hace lo que ama.
Un lugar (¿o industria?) donde ocurre esto es la academia. Lo presencié yo mismo en el campo científico, donde era muy frecuente observar compañeros apasionados por su disciplina y dispuestos a todo. Después de todo, la caricatura del biólogo es alguien que ama la naturaleza, ama los animales, etc. Y esa pasión lo justifica todo.
¿Pero qué pasa en la academia?
Vemos académicos o profesores titulares que, con sus laboratorios de investigación y publicaciones en marcha, son la prueba viva de que efectivamente se puede, si trabajas lo suficiente, conseguir un empleo en la disciplina que te apasiona, con un buen sueldo y seguridad laboral (salud, jubilación, etc.). Esto alienta a los estudiantes más motivados a solicitar pasantías y ayudantías. Si las consiguen —lo que luego puede servirles en sus posgrados—, creerán que el trabajo los salvará siempre: si publican más, si asisten a más congresos para presentar su trabajo, sus oportunidades en el mercado académico aumentarán.
Para unos pocos casos, esto resulta ser cierto. Yo mismo tengo amigos exitosos en sus respectivas disciplinas científicas.
¿Pero es cierto para la mayoría?
No respondas. No importa.
Porque en cada generación de estudiantes, aun cuando admitan que las pasantías y prácticas son mal pagadas (y algunas de ellas derechamente explotadoras), habrá quienes acudan en masa a los laboratorios con la ilusión de cimentar el camino hacia el trabajo soñado.
Pienso que esto pasa precisamente porque no nos referimos al trabajo académico como trabajo, sino como un medio para seguir la vocación o la pasión.
Y en la academia también pasa algo similar a los trabajadores de zoológicos: que renunciar (al trabajo que no te retribuye) lo veas como una renuncia a tí mismo, un fracaso, y no como lo que realmente es: un mal trabajo gracias al cual estás atendiendo, quizás por primera vez, tus propias necesidades.
Por eso comparto con Anne Helen Petersen que la máxima de "Haz lo que amas..." también potencia una peligrosa suposición: que si ves que todos los que "la hicieron" (es decir, consiguieron su trabajo soñado) están haciendo lo que les apasiona, también piensas lo inverso, que si hacen lo que les apasiona, entonces "la hicieron." Ergo, si no "la has hecho" tú, algo estás haciendo mal.
"El centro de este mito del "trabajo de tus sueños" es la noción de que la virtud y el capital (dinero) son dos caras de la misma moneda", explica Miya Tokumitsu en su libro Do What You Love. "Donde hay riqueza, hay trabajo duro y laboriosidad, y la pizca individualista de ingenio que lo hace posible."
Y Petersen continúa: "Donde no hay riqueza, sugiere esta lógica, no hay trabajo duro, o laboriosidad, o la pizca individualista de ingenio. Y aunque esta correlación ha sido refutada innumerables veces, su persistencia en el condicionamiento cultural es la razón por la cual la gente trabaja más, trabaja por menos, y trabaja en condiciones de mierda."
Un ejemplo reciente de este condicionamiento cultural que alienta el exceso de trabajo (como en la academia) es este twit de Elon Musk, multimillonario fundador de PayPal, SpaceX y Tesla:
Lo que pasa con los freelancers
La lógica detrás del trabajo autónomo (o freelancing), en palabras de Petersen, es la siguiente:
Tienes una habilidad que es valorada por el mercado.
Varias empresas necesitan de esa habilidad.
En el pasado, las empresas habrían tenido que contratar a empleados full-time con esa habilidad.
Pero hoy, esas mismas empresas son reticentes a contratar más empleados que los estrictamente necesarios, por lo que contratan a varios freelancers que hacen el trabajo que haría un empleado full-time.
La empresa recibe a cambio un producto o servicio de calidad, pero sin la responsabilidad de asumir los costos de la seguridad laboral (salud, jubilación, cesantía, etc.) y tampoco teniendo que garantizar condiciones de trabajo adecuadas (espacio, herramientas, capacitación, etc.)
Pensemos en Uber.
Esta empresa se fundó con la premisa de "repensar" una industria antigua y poco tecnologizada, y usar medios digitales para convertirla en algo más elegante, más fácil y más barato (para los usuarios), con las consiguientes ganancias para la empresa. "Reinventar constantemente la forma de movilizarnos" se publicita en su web oficial. Su popularidad y éxito marcó la senda para que otras empresas también "reinventaran" tareas cotidianas: Airbnb y las reservas de alojamiento, PedidosYa y la comida a domicilio, DiDi, Beat y Cabify como alternativas a Uber, y un largo etcétera.
Y si bien estas aplicaciones han hecho que nuestras vacaciones, nuestras comidas y nuestros traslados dentro de la ciudad sean efectivamente más fáciles para nosotros, los usuarios, también crearon trabajos malos, pero que muchos se han visto obligados a tomar cuando la oferta laboral (decente) escasea. No por nada en la web oficial de Uber no se habla de trabajadores o empleados, sino de "Socios Conductores."
Y es que tal como ahora lo sé con la experiencia de mi propia empresa, contratar empleados "sale caro" y requiere que la empresa asuma todo tipo de responsabilidades: salud, jubilación (AFP), seguro de cesantía, impuestos, etc.
Y cuando piensas en una empresa inserta en el modelo capitalista del crecimiento perpetuo —que nos dice que siempre hay que crecer, que toda ganancia es buena, y que mientras más recibas, mejor—, la responsabilidad es un impedimento para crecer, en palabras de Petersen.
No por nada, en contabilidad financiera, las remuneraciones son un pasivo de la empresa y no un activo.
Además, enmascaramos la explotación laboral del freelancer con la supuesta "flexibilidad" y "libertad" que le provee su trabajo.
¿Conoces algún freelancer que trabaje poco?
Pero no queremos trabajos "normales"
Hasta ahora la historia es la siguiente:
Nos dijeron que la educación superior es la manera de conseguir estabilidad laboral y económica. No fue cierto.
Nos dijeron que si seguimos nuestra vocación y hacemos lo que amamos (como en la academia), entonces la prosperidad llegará sola, o en caso contrario, al menos tendremos un trabajo seguro en el que se nos valore. Tampoco fue cierto.
Nos dijeron que la tecnología nos ayudaría a trabajar menos pero mejor (como a los freelancers). Eso tampoco fue cierto.
Así las cosas, no nos queda otro remedio que darnos cuenta que la adultez no es más que modificar permanentemente nuestras expectativas.
Con el modelo económico actual, los trabajadores no son activos. Son un gasto, una necesidad forzosa. Un pasivo que disminuye el patrimonio neto.
Con esa mentalidad es imposible que el "trabajo de tus sueños" se materialice. No es una prioridad para el modelo.
Por eso es importante repensar cómo queremos trabajar. Y dónde.
Como dice Paul Jarvis en su libro Company of One, existe una suposición central de que el crecimiento siempre es bueno, siempre es ilimitado y es necesario para el éxito. Cualquier otra cosa se deja de lado como si no fuera una prioridad. La cultura del consumidor dice lo mismo: que más es siempre mejor.
Pero a veces “suficiente” (o incluso menos que eso) es todo lo que necesitamos.
En 1926, el aumento de la automatización —y la productividad resultante— llevó a que Henry Ford pudiera anunciar la semana laboral de 40 horas. En 1930, el economista británico John Maynard Keynes predijo que sus nietos trabajarían sólo quince horas a la semana.
(Una "breve" historia de las jornadas de trabajo según Toggl: Parte 1 y Parte 2.)
En 1932, el filósofo (también británico) Bertrand Russell llegó a proponer que:
"Si el asalariado ordinario trabajase cuatro horas al día, alcanzaría para todos (...). Esta idea escandaliza a los ricos porque están convencidos de que el pobre no sabría cómo emplear tanto tiempo libre. (...) Un hombre que ha trabajado largas horas durante toda su vida se aburrirá si queda súbitamente ocioso. Pero, sin una cantidad considerable de tiempo libre, un hombre se verá privado de muchas de las mejores cosas. Y ya no hay razón alguna para que el grueso de la gente haya de sufrir tal privación; solamente un necio ascetismo, generalmente vicario, nos lleva a seguir insistiendo en trabajar en cantidades excesivas, ahora que ya no es necesario." (Bertrand Russell)
Pero a partir de la década de 1970, según Petersen en Can't Even, las horas de trabajo comenzaron a aumentar nuevamente. ¿El culpable? Otra vez el capitalismo estadounidense clásico. Si se puede hacer cien zapatos en menos tiempo, eso no significa que todos deban trabajar menos, sino que deben trabajar la misma cantidad de horas y hacer más zapatos.
Por eso, parte del problema no es sólo la creencia (¿ilusión?) personal del "trabajo soñado", sino la sociedad y modelo económico que enmascaran los malos trabajos con la esperanza de que son el camino para un futuro mejor.
Pero no olvidemos: los malos trabajos no son una necesidad de las empresas. Son una estrategia, una elección.
Además, como ocurre con la mayoría de los ejemplos de éxito, no debemos ignorar que sólo vemos a quienes sí "la hicieron", pero invisibilizamos a la gran mayoría que no lo logra (otro problema de los medios y las redes sociales).
Y la otra parte del problema, como he pretendido exponer en esta columna, es que debemos ser conscientes de que la "idealización" de los trabajos soñados —ese fenómeno moderno y burgués, según Petersen— nos hace ignorar aquellos trabajos simples y antiguos, quizás no tan geniales y que no sirven para presumir en Instagram, pero que sí ofrecen algo: un empleo remunerado decente y estabilidad laboral.
Sé que es difícil hablar de esto, especialmente en Chile, donde nuestros salarios son paupérrimos.
Pero el estudio "Los Verdaderos Sueldos de Chile" de Fundación Sol (2020), el mismo que reveló que el 50% de los trabajadores chilenos gana menos de $401.000 y que 2 de cada 3 trabajadores gana menos de $550.000 líquidos, también nos entrega este cuadro con los salarios según rama productiva que conviene examinar:
Y es que quizás no te apasione ser electricista o ejecutivo de un banco, pero quizás puede ser un lugar donde la remuneración y la jornada de trabajo sean justas.
Sin embargo, para los jóvenes de la clase media educada, estos trabajos suelen ser vistos como indeseables, según Petersen. No se ven bien en Instagram.
Pero no olvidemos: el trabajo remunerado sólo debe ser eso, un lugar donde desarrollar una actividad por la cual recibamos una retribución económica adecuada, y los beneficios sociales y laborales que determina la ley. Un trabajo normal.
Petersen es más dura aún. Escribe que los millennials fuimos criados con ideas elevadas, románticas y burguesas del trabajo. Pero también nos dice que evitar esas ideas significa abrazar aquellas que nunca han desaparecido para muchos empleados de la clase trabajadora: un buen trabajo es aquel que no te explota y que no odias.
"El lugar de trabajo moderno está enfermo. El caos no debería ser el estado natural en el trabajo. La ansiedad no es un requisito previo para el progreso." (Jason Fried)
Como ya he escrito, debemos repensar cómo nos definimos a nosotros mismos, y construir identidades amplias y flexibles que abarquen distintos ámbitos del vivir, y no sólo como un apéndice de lo laboral. Todo lo que obtenemos de las actividades personales (no remuneradas) es complemento a lo que conseguimos con el trabajo remunerado (dinero para satisfacer nuestras necesidades materiales y para poder desarrollar esas otras actividades).
Hay que trabajar para obtener una remuneración que nos permita suplir nuestras necesidades económicas. Sí. Pero satisfacer otras necesidades personales es un objetivo totalmente diferente e independiente, sin relación (necesariamente) con el trabajo. Se puede conseguir en otra parte.
Por esto, no debemos caer en la trampa laboral del "Haz lo que amas..."
El trabajo de tus sueños debiera ser uno solo: un trabajo digno, con remuneraciones justas, que respete tu tiempo libre, que aliente el descanso de las vacaciones.
Si coincide con tus intereses, ¡mucho mejor! (Quienes estudiamos en la universidad esperamos eso, ¿no?)
Pero que la "pasión" o la "vocación" no te nuble en la búsqueda de tu quehacer laboral.
Creo que el desafío de todos los seres, es avanzar en nuestro desarrollo interno, con mayor autoestima, y conociéndonos mejor, vamos a lograr elegir bien… lo que queremos y cuánto tiempo dedicarle… esa es la gran batalla al sistema! Gracias!
Excelente análisis. Felicidades!