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Cuando se nos habla de Existencialismo, quizás imaginamos a un grupo de intelectuales franceses, usando beatles, sentados en un café parisino, fumando y bebiendo mucho café. Al menos ese es el tipo de imágenes que circulan en internet.
Pero lógicamente es algo más que eso.
Sarah Bakewell, autora de En el café de los existencialistas, nos dice que el existencialismo parece más un estado de ánimo que una filosofía.
¿Y qué defiende esta corriente de pensamiento?
En mi intento de resumen, a diferencia de otras corrientes filosóficas centradas en lo objetivo y lo universal, el Existencialismo parte con la afirmación de que la existencia precede a la esencia. Esto quiere decir que no hay una naturaleza humana (o esencia): algo que nos toque vivir colectivamente y cuyo objetivo (y obligación) sea compartido por todos. Cuando nacemos somos arrojados a un universo al que no le interesa lo que nos pasa, y tenemos que sacar lo mejor (o peor) de nosotros —individualmente y en relación con otros— conforme vivimos.
O sea, nos definimos mediante nuestras elecciones, aunque la mayoría de las veces debemos elegir sin contar con toda la información que nos gustaría.
Por lo tanto, no existe tal cosa como la naturaleza humana, sino que esta se crea a través de lo que decidimos hacer.
Por supuesto que nos influyen aspectos de nuestra biología —después de todo, como dice Humberto Maturana, "los seres vivos sólo pueden hacer lo que les está biológicamente permitido"— y/o ciertos aspectos de la cultura y el entorno social y económico (i.e. materialismo histórico de Marx), pero nada de eso equivale a un "diseño completo para producir un ser humano", como explica Sarah.
En ese sentido, el existencialismo es todo lo contrario al determinismo.
Pero esa libertad es en realidad una carga, porque no podemos no elegir —¡incluso no hacer nada es una decisión!— ni podemos escapar de la responsabilidad ética de nuestros actos.
Como escribí en "Enfrentando lo absurdo", en su discurso El Existencialismo es un Humanismo, Jean-Paul Sartre sostiene que un hombre siempre puede actuar libremente, no importa en qué situación se encuentre. Como comenta Fernando Savater en La aventura del pensamiento, "el esclavo puede elegir no obedecer, aunque eso signifique ser ejecutado. Si obedece es porque prefiere vivir, aunque sea como esclavo, antes que morir. Y ahí hay una elección."
Por eso Sartre, quizás el exponente más famoso del Existencialismo, dirá que los seres humanos estamos condenados a ser libres, malditos con el peso imposible de tener que tomar decisiones a cada segundo y sin mayores justificaciones. No hay un Dios u otra fuerza trascendente que dicte lo que debemos hacer con nuestras vidas. El ser humano está solo, y al nacer sin esencia, se ve obligado a definirse a sí mismo a través de sus propias acciones.
"No hay camino marcado que conduzca al hombre a su salvación; este debe inventar constantemente su propio camino. Pero para inventarlo es libre, responsable, no tiene excusas, y en él reside toda esperanza." (Jean-Paul Sartre)
Y darse cuenta de esa libertad es lo que nos causa ansiedad o angustia: vivimos angustiados y desesperados porque, en principio, cada éxito y cada fracaso descansa directamente sobre nuestros hombros.
¿O no?
El vértigo de la posibilidad
Para el pensador danés Søren Kierkegaard la ansiedad o angustia (Angst) es fundamental para entender al ser humano, pues es algo que vivimos y sufrimos todos.
Y si bien se relaciona con el miedo de muchas maneras, la ansiedad debe distinguirse del miedo. En El concepto de la angustia de 1844, Kierkegaard explica que el miedo es la preocupación por la amenaza externa, por aquellas cosas que influyen en tu vida, tu bienestar, etc., pero sobre las cuales no tienes control (o quizás sí, pero muy limitado). (Convendría recordar aquí el principio estoico de la dicotomía del control.)
Por el contrario, la angustia existencial es la preocupación por la amenaza interna, o sea, aquella que se origina por tu propia conciencia. Una persona angustiada (en términos existencialistas) se desespera por lo que podría decidir dada su libertad de elección. Y esto porque tiene la comprensión de que uno siempre tiene muchas opciones en cualquier situación y debe elegir continuamente alguna. Y como ya dije, no elegir no es una opción porque decidir no elegir, o elegir no hacer nada, sigue siendo una elección...
La angustia nos marea y nos incomoda, como cuando sentimos vértigo.
Por eso Kierkegaard y los existencialistas modernos toman el ejemplo de una persona parada al borde un precipicio o un edificio muy alto para explicar la sensación de angustia. Y es que ante esta situación no es tanto que tengamos temor a caer, sino que también sentimos temor de no poder confiar en nosotros mismos sin que nos lancemos al vacío por cuenta propia, voluntaria e inexplicablemente. De eso se trata el vértigo: te sientes incómodo, quieres agarrarte o atarte a algo para no caer... y la angustia aparece porque no puedes asegurarte tan fácilmente contra los peligros que proceden de tu propia libertad.
Por eso Kierkegaard escribirá que la angustia es un “mareo de libertad”. Según su visión toda nuestra vida la vivimos al borde del precipicio. Sartre definirá la angustia como "el vértigo de la posibilidad", diciendo que "la conciencia está asustada por su propia espontaneidad".
Dicho de otro modo, la angustia no es el miedo a nada particular (algo externo), sino la inquietud permanente sobre uno mismo (algo interno).
Y cuanta más libertad de movimientos se tenga, peor será la ansiedad.
Ahora bien, en el ejemplo del precipicio o del edificio muy alto, podríamos pensar que atándonos con una cuerda para asegurarnos por completo junto al borde, logramos que el vértigo desaparezca, ¿no? Así sabemos que no podemos lanzarnos, y por lo tanto nos relajaríamos.
¿Problema resuelto?
Mala fe
No, porque para los existencialistas esto es lo mismo que negar nuestra libertad. Para ellos, amarrarnos al borde para evitar artificialmente caernos es equivalente a creer que somos meros engranajes de una máquina, meros productos de nuestro entorno, o meros títeres del sistema.
Pretender aquello es afirmar que otros deciden por ti, que tus acciones están fuera de tu control.
Sartre sostiene que quien ve su vida en esos términos se miente a sí misma, porque no se puede escapar de la libertad. El francés llamará a esta actitud “vivir de mala fe.”
En El Existencialismo es un Humanismo explica:
"Si hemos definido la situación del hombre como una elección libre, sin excusas y sin ayuda, todo hombre que se refugia detrás de la excusa de sus pasiones, todo hombre que inventa un determinismo, es un hombre de mala fe." (Jean-Paul Sartre)
Vivir de mala fe, pues, implica asumir nuestras decisiones como restricciones impuestas por otros. Como explica Sarah, Sartre usa el ejemplo del reloj despertador: suena y saltamos de la cama, ¡como si no tuviéramos otra elección que obecederlo! En su lugar, debiéramos considerar libremente si queremos o no levantarnos. Parece un ejemplo simple y trivial, pero revela la mentalidad detrás de nuestras elecciones.
Vivir de mala fe también es cuando asumimos que somos meras creaciones pasivas de nuestra raza, clase, trabajo, historia, nación, familia, etc., como si nuestra identidad implicara algo totalmente fuera de nuestro control. Pero como nos enseña Maturana, las conductas no se heredan, se aprenden.
"La mala fe es evidentemente una mentira, porque disimula la total libertad del compromiso." (Jean-Paul Sartre)
Sartre lleva su argumentación contra la “mala fe” a tal extremo que afirma que ni siquiera la guerra o la cárcel pueden arrebatarnos nuestra libertad existencial. Todo forma parte de la “situación” —el contexto o circunstancia— que, por muy extrema e intolerable que ésta sea, sólo es eso, un contexto ante el cual yo decido qué hacer a continuación.
Por lo tanto, la libertad existencial nunca se puede usar como excusa de ningún tipo, porque para el existencialismo no hay excusas. La libertad viene con una responsabilidad total.
Esto se parece a lo que plantea Maturana en Desde la biología a la psicología, en cuanto a las dos dimensiones adicionales del ser humano —además del emocionar y lenguajear—, que son la responsabilidad y la libertad:
“Somos responsables en el momento en que en nuestra reflexión nos damos cuenta de si queremos o no queremos las consecuencias de nuestras acciones, y somos libres en el momento en que en nuestras reflexiones sobre nuestro quehacer nos damos cuenta de si queremos o no queremos nuestro querer o no querer las consecuencias de nuestras acciones.” (Humberto Maturana)
Por esto Sartre plantea que no hay filosofía ni corriente intelectual o espiritual que pueda decirte lo que debes hacer. Querer aquello no es más que negar tu propia libertad. Quien lo hace (adivina) vive de mala fe.
Y si todo esto te suena difícil e incómodo es porque lo es.
Ya lo dijimos: la necesidad de tomar decisiones permanentemente nos provoca angustia.
Y Sartre amplifica la angustia al señalar que lo que hacemos sí importa. El francés pensaba que debíamos tomar nuestras decisiones como si estuviéramos eligiendo en nombre de toda la humanidad, aceptando toda la carga de responsabilidad por el comportamiento del hombre, algo parecido al imperativo categórico kantiano. Si evitas esa responsabilidad, engañándote a ti mismo como si fueras víctima de las circunstancias, no estás haciéndote cargo de las exigencias de la vida humana.
(Visto así, Sartre no recomendaría mi terapia del absurdo.)
Pero decidir nunca es fácil
Para terminar, un comentario histórico sobre decisiones difíciles:
Por la misma época de Sartre (mediados del siglo XX), su coetáneo Albert Camus también creía que la libertad existencial implicaba la responsabilidad de actuar. Y como activista político y social, Camus estuvo involucrado en la lucha de Algeria, su país natal, contra el dominio de Francia, que desde 1830 había establecido una importante colonia en ese territorio.
Y es que tras la Segunda Guerra Mundial, en la sociedad argelina empezó a crecer una aspiración anticolonialista. Por una parte, muchos argelinos que habían colaborado en liberar a los franceses de los nazis se sentían discriminados por el trato que recibían desde Francia. Y por otro lado, muchos militares argelinos, que habían defendido a Francia en la Guerra de Indochina —conflicto en que reclamaban su independencia Camboya, Laos y Vietnam—, empezaron a considerar que era el momento de obtener la independencia para Argelia.
En 1954, tras la negación de Francia a desarrollar un plan de descolonización, estalló una guerra de liberación que culminó con la independencia del país en 1962.
(En resumen, Algeria fue colonia francesa por más de 120 años y consiguió su independencia después de 8 años de guerra.)
En lo cotidiano, existía una profunda desigualdad social entre los argelinos musulmanes y los de origen europeo. No es necesario explicar quiénes gozaban de privilegios mejor trato. (La libertad y fraternidad era sólo para compatriotas, aparentemente.)
Lo que subyacía a la guerra de liberación era la disputa entre grupos con intereses antagónicos, que aseguraban tener la razón y el acceso a una realidad objetiva sobre lo que representaba un mejor futuro para Algeria.
¿Cómo se toma partido frente a un conflicto de ese tipo?
Como relata Sarah Bakewell, en la parte final de su libro Los comunistas y la paz, Sartre propone una solución audaz para eso: “¿Por qué no decidir cada situación preguntándose qué aspecto tiene «a los ojos de los menos favorecidos» o de «aquellos tratados más injustamente»?”
Así, “sólo” se tendría que averiguar quiénes son los más oprimidos y perjudicados en una situación dada y adoptar su versión de los hechos como la correcta. O dicho en simple, asumir que el desamparado siempre tiene razón. Ergo, el acto rebelde y revolucionario, que puede ser violento, no es más que una expresión del deseo de autocreación que persigue el oprimido, víctima de la situación.
Pero como identifica Sarah, la apología de la violencia por parte de Sartre escondía una paradoja: “¿quién puede ser menos «favorecido» que la víctima de cualquier ataque violento, sin tener en cuenta la motivación o el contexto?”
Y eso es lo que diferenciaba a Camus de Sartre.
Comenta Bakewell que en 1957, en la conferencia que dio tras recibir el Premio Nobel de Literatura, se pidió a Camus que explicara su postura de no apoyar a los rebeldes argelinos.
Dijo:
“La gente está poniendo bombas en los tranvías de Argel. Mi madre podría ir en uno de esos tranvías. Si eso es justicia, entonces prefiero a mi madre.”
Elegir no es fácil. Pero hay que hacerlo. Siempre.