El origen de lo trascendental
Sobre gurús, juicios kantianos, formas trascendentales e individualidad.
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"Una de las tentaciones fundamentales que solemos tener cuando queremos explicar algo de manera irrefutable es otorgar a nuestro explicar un carácter trascendente a las experiencias que surgen en nuestro vivir cotidiano." (Humberto Maturana y Ximena Dávila)
Hoy por hoy es muy fácil encontrarse con gurús, líderes religiosos, chamanes y otros que abogan por la trascendencia espiritual.
Desde consejos de un pastor evangélico, invitaciones a "desplegar las capacidades primordiales" mediante la Danza Primal (vaya a saber uno qué es), y aproximaciones desde la psicología positiva, son varias las corrientes espirituales que abrazan la idea de un conocimiento más allá de lo material, que permita "elevarnos más allá de lo ordinario" y forjar "conexiones con la inmensidad del universo".
Incluso existe un "Coaching de Trascendencia", impartido, según describe su página web, por un "Master Coach e Instructor Trainer de Coaching de Trascendencia, Reconversión, Cuántico, PNL" (!). El curso básico cuesta unos $150.000 pesos.
Y es que el deseo de conocer lo que está más allá del mundo tangible —conocimientos elevados y sofisticados según sus adherentes— ha existido siempre.
Hoy pareciera que se habla de lo trascendental como si se tratara de algo irrefutable, que escapa al entendimiento de los comunes mortales, pero que se puede aprender (¿al menos sus fundamentos?) en un curso intensivo o un retiro espiritual de fin de semana. (Si no me crees, en esta página web invitan a una actividad de dos días que consiste en una "experiencia única de espejos mágicos que nos muestran quiénes somos de verdad y de hilos de oro que nos entretejen en puro amor con el Todo".)
¿De dónde proviene esta idea de la trascendencia? ¿A quién se le ocurrió hablar de "conocimiento trascendental"?
Trascendentalismo
Si somos estrictos, la única corriente de pensamiento que en su nombre incorpora lo trascendente es... (sorpresa) el Trascendentalismo, un movimiento filosófico y literario que floreció a mediados del siglo XIX en Estados Unidos, que enfatizaba la autosuficiencia y la individualidad.
El movimiento defendía la capacidad de estar completamente cómodo en soledad, sin distracciones, estado en el cual se podía reflexionar y lograr una visión clara, sin distorsiones, de sí mismo y de todo lo que conlleva la existencia.
El ensayo "Confianza en uno mismo" (1841) del estadounidense Ralph Waldo Emerson es considerado un título fundamental del Trascendentalismo, y predica la importancia de la individualidad y la inconformidad social.
Emerson era crítico de la sociedad norteamericana porque creía que las personas ya no pensaban por sí mismas, sino que se contentaban con adaptarse a lo aceptado y avalado por el resto, de manera que perdían su individualidad. (Curiosamente, por esta misma época Søren Kierkeegard reflexionaba sobre lo mismo en la sociedad danesa, que acusaba de vivir en las esferas estética y ética).
"La mayoría de los hombres se vendan los ojos con un pañuelo de una u otra clase, y se someten a una de estas comunidades de opinión." (R.W. Emerson en Confianza en uno mismo)
Continúa su crítica:
"La confianza en la propiedad, incluyendo la confianza en los gobiernos que la amparan, se traduce en falta de confianza en uno mismo. (...) Miden el valor de los demás por lo que tienen, no por lo que son." (R.W. Emerson)
Para Emerson (y el resto de trascendentalistas), la solución pasaba por fortalecer una vía intuitiva basada en confiar en la capacidad de la conciencia individual:
"La confianza en uno mismo como fuente de una ética insobornable, fuente de integridad, de carácter y de ideales." (R.W. Emerson)
Emerson llamaba a "servirse del propio entendimiento sin la guía de otro" y proclamaba el fin de los días de "dependencia" intelectual.
Para él, confiar en uno mismo sólo podía tener efectos positivos:
"Es fácil comprender que una mayor confianza en uno mismo tiene que producir una revolución en todas las ocupaciones y relaciones de los seres humanos, en su religión, su educación, sus búsquedas, su modo de vivir, sus maneras de asociarse con los demás, su propiedad, sus miras especulativas." (R.W. Emerson)
¿Pero cuál es el origen de este Trascendentalismo, cuya base pareciera ser una excesiva confianza en uno mismo, un deseo de independencia y autosuficiencia?
Porque pareciera que las citas anteriores provienen de un libro reciente —por el individualismo de hoy, digo—, pero no olvidemos que estamos hablando de la sociedad conservadora de Estados Unidos del siglo XIX, donde el poder de la Iglesia protestante no estaba en duda, y donde todavía había mucha aristocracia, influencia europea, esclavitud no totalmente resuelta y un racismo feroz.
Para entender cuáles son las bases del Trascendentalismo del siglo XIX es necesario retroceder otro par de siglos.
La revolución copernicana kantiana
A mediados del siglo XVII la filosofía se enfrentaba al dilema de las fuentes del conocimiento.
Por una parte, René Descartes con su cogito ergo sum había estrenado lo que se conocería después como Racionalismo.
Humberto Giannini nos invita a reflexionar como (quizás) lo hizo René:
"Aunque es cierto que puedo negar muchísimas cosas, dudar, renegar de ellas, mientras lo hago no puedo, sin embargo, dudar de que estoy pensando. Por tanto, mi pensamiento negador no puede ser negado; incluso, la negación de todas las cosas sensibles es una prueba innegable de que mi pensamiento existe, por encima de todo, al menos como poder negador." (Humberto Giannini en Breve historia de la filosofía)
O sea, para Descartes había "cosas" como la verdad o el pensamiento que no podían ser puestas en duda. Podemos dudar de todo lo que ven nuestros ojos y tocan nuestras manos, pero no del pensamiento que tenemos sobre ello. Y como buen matemático, Descartes —al igual que otros importantes racionalistas como Spinoza y Leibniz (el del mejor de los mundos posibles)— pensaba que la realidad encontraba su más perfecta expresión en el lenguaje matemático, que también consideraba la más rigurosa expresión del pensamiento.
Para los racionalistas es la razón la que nos permite avanzar en conocimiento.
Pero por la misma época, el inglés John Locke también dudaba, pero de otra cosa: sostenía, en cambio, que no podemos "aceptar como verdad sino aquello que aparece con carácter de evidencia a una mente lúcida y vigilante", como explica Giannini. Y la evidencia es provista por los sentidos, las sensaciones.
Esta es la base del empirismo.
Según los empiristas, pues, el conocimiento se obtenía toda vez que "el sujeto se limitaba a describir, a testimoniar, lo que en ese momento estaba afectando su sensibilidad; (...) sin interpretarlos o completarlos con aportes de su propia subjetividad", como explica Giannini.
Así, el principio para conocer —el punto de partida— es la sensación. La mente "sólo" actúa como una tabula rasa, según Locke, que recibe el input de la experiencia.
(Un corolario interesante del empirismo es, pues, que toda realidad del mundo externo debe corresponderse a una o varias sensaciones posibles, y si éstas no se encuentran, tal pretendida realidad no existe. El escocés —y ateo— David Hume años más tarde se valdría de este principio, como buen empirista, para afirmar que dado que la idea de sustancia —material y espiritual— no tiene fundamento alguno en la experiencia (no hay percepción asociada), se trata de una mera suposición. Ergo, la existencia de Dios no puede ser demostrada, sólo supuesta.)
Así las cosas, el escenario hasta mediados del siglo XVIII era uno de disputa entre el Racionalismo, representado por Descartes y Leibniz, y el Empirismo de Locke y Hume.
Será el alemán Immanuel Kant quien, en su Crítica de la razón pura de 1781, propondrá una síntesis y superación de estas dos corrientes dominantes.
Para ello, Kant parte asumiendo lo siguiente: el sujeto que pretende conocer lo puede hacer mediante el uso de dos facultades:
A través de los sentidos, lo que Kant denomina "intuición sensible o empírica." Como explica Giannini, el alemán habla de "intuición" porque no participa la imaginación ni corresponde a una representación del objeto, y es "sensible" porque percibimos lo externo a través de los órganos de nuestra sensibilidad (ojos, oídos, etc.)
A traves del razonamiento intelectual, que Kant llama "entendimiento", y que opera con ideas o conceptos que nos permiten representar el objeto en toda su dimensión. Así, "los conceptos se aplican a los datos sensibles y solamente así estos últimos se entienden", explica Giannini.
"Todo pensamiento debe referirse en último término, directa o indirectamente, mediante ciertos signos, a las intuiciones y, por consiguiente, a la sensibilidad, pues de otra manera ningún objeto podría sernos dado." (Immanuel Kant)
Como resume Rafael Echeverría en El Búho de Minerva, Kant supone que el entendimiento posee leyes (conceptos) que son previas a los objetos que se le presentan, leyes (conceptos) que determinan su capacidad de entendimiento. Para entender lo que somos capaces de conocer es necesario, en consecuencia, determinar las precondiciones del entendimiento, previas a la experiencia, y que son inherentes al sujeto (y no características del objeto).
Así, es función del entendimiento ordenar, coordinar y discernir los estímulos sensoriales, produciendo conceptos y relacionando estos conceptos entre sí en la unidad final del conocimiento que Kant denomina "juicio."
Complementa Humberto Giannini:
"Así como la sensación (intuición sensible) es la base del conocimiento humano, el juicio es la unidad mínima final por la que podemos decir que algo es pensado, juzgado o comprendido mediante conceptos, que es la única forma de conocer real."
Así, nuestro pensamiento se expresa concretamente en juicios, que son su unidad mínima.
Luego, corresponderá analizar la validez de dichos juicios.
Si asumimos la estructura lógica S es P (S es sujeto y P predicado), desde el punto de vista de su contribución al conocimiento, explica Echeverría, es posible distinguir entre juicios analíticos, aquellos cuyo predicado está contenido en el sujeto y por lo tanto no aportan conocimiento adicional, y juicios sintéticos, que por el hecho de que el predicado no está contenido en el sujeto el predicado aportan conocimiento adicional.
Como ejemplifica Giannini,"Los cuerpos son externos" y "Democracia es el gobierno del pueblo" son ambos juicios analíticos, pues no hacen otra cosa que confirmar o ratificar en el predicado lo que ya se había pensado en el sujeto (concepto). Así, los juicios analíticos son verdaderos a priori, esto es, no necesitan ser confirmados por la experiencia. Así también, por otro lado, resulta imposible negar un juicio analítico, porque lo que dice el predicado tuvo que ser pensado en el concepto del sujeto. Por ejempo, si alguien nos dice "triángulo es una figura de tres ángulos", esta proposición no aporta información adicional. Sólo está definiendo o explicitando el concepto del sujeto (en este caso, lo que es un triángulo).
Por esta razón, Kant piensa que ninguna experiencia puede desmentir un juicio analítico, o dicho de otro modo, un juicio analítico es verdadero a priori, independientemente de cualquier experiencia.
En un juicio sintético, en cambio, el predicado agrega algo que no está contenido en el concepto sujeto. "Carla tiene COVID", por ejemplo, es un juicio sintético, pues aun cuando conozcamos a Carla (o no), no tenemos por qué saber que tiene COVID. Esta información pudiera ser verdadera o falsa, y la única forma de dirimir el asunto es recurrir a la experiencia: verificar mediante un test de PCR si Carla tiene COVID o no.
El criterio de validez de un juicio sintético, por tanto, es posterior a la experiencia (a posteriori).
En resumen, tenemos:
Juicios analíticos —a priori—: explicativos, resaltan una característica inherente al sujeto, son siempre verdaderos, pero no suponen una extensión de nuestro saber.
Juicios sintéticos —a posteriori—: afirman una propiedad no comprendida entre las característcas del sujeto, son derivados de la experiencia, pero son particulares y contingentes (no constituyen verdades universales).
Ahora bien, la novedad del pensamiento de Kant está en plantear, luego, la existencia de juicios sintéticos a priori, es decir, en que sus predicados amplíen el conocimiento del sujeto pero donde al mismo tiempo sean válidos independientemente de la experiencia (o sea, cuyo fundamento sea racional).
Para Kant son juicios de este tipo las proposiciones matemáticas (ej. 5+7=12) y las formas puras del espacio y del tiempo, por ejemplo, condiciones universales y necesarias para que algo exista en la realidad, pero que no son sensibles a la intuición empírica. No hay entendimiento sin dichos conceptos.
Respecto al espacio, Kant dice en sus Prolegómenos:
"El espacio es una representación necesaria a priori que sirve de fundamento a todas las intuiciones exteriores. Y no puede jamás concebirse que no haya espacio, aunque sea perfectamente concebible que no haya objetos en el espacio." (Immanuel Kant)
Y así como las matemáticas, el espacio y el tiempo son principios a priori que nos permiten hacer sentido de la sensibilidad, también hay otras ideas que tienen su fuente sólo en el entendimiento, independientes de toda experiencia. Esto quiere decir que:
"Todos nuestros conocimientos comienzan con la experiencia, pero no todos nuestros conocimientos derivan de la experiencia." (Immanuel Kant en Prolegómenos)
Así, según Kant, no todo conocimiento se explica por o con la experiencia. Se requieren ciertas condiciones necesarias a priori —como las ideas de espacio y tiempo— para que la experiencia sea comprensible.
La propuesta kantiana es que la ciencia se basa en la existencia de estos juicios sintéticos a priori.
Más allá de toda experiencia no correspondida con las formas a priori del conocimiento, existe lo incondicionado, lo trascendente, que es incognoscible, ya que no guarda relación alguna con el sujeto pensante (el observador).
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El libro de Kant intenta, pues, la conjunción de Racionalismo y Empirismo dando un "giro copernicano" al modo de concebir la filosofía, proponiendo al sujeto (observador) como la fuente que construye el conocimiento de un objeto a partir de juicios sintéticos a priori.
Así, como explica Fernando Savater en La aventura del pensamiento, conocimiento es la mezcla entre lo que dan los sentidos y lo que da nuestra estructura cognoscitiva. Eso es lo que nosotros podemos saber. Los objetos pueden ser considerados sólo desde las condiciones que hacen posible nuestro conocimiento de ellos (los "famosos" juicios sintéticos a priori).
Los juicios sintéticos que no tengan ningún correlato con la experiencia, son, no obstante, formas trascendentales, y son los que caracterizan a toda metafísica.
El "verdadero" trascendentalista
Es así como después de todo este largo préambulo teórico-histórico, es posible comprender el origen de la corriente de pensamiento denominada Trascendentalismo, usualmente presentada como la más radical de las lecturas de Kant, y que buscaba tener implicancias prácticas en la vida cotidiana del ser humano.
En "El trascendentalista", conferencia dictada por Ralph Waldo Emerson en diciembre de 1841, se pretendía aterrizar lo que caracterizaba al simpatizante de este movimiento filosófico, político y literario.
Emerson parte describiendo el "problema":
"La tendencia a respetar las intuiciones y darles, al menos en nuestro credo, autoridad sobre la experiencia, ha teñido profundamente la conversación y la poesía actuales, y la historia del genio y de la religión en estos tiempos, impura y no encarnada aún en individuo poderoso alguno, será la historia de esta tendencia."
La solución, para él, pasaba por revalorar la identidad subjetiva del individuo, su capacidad interna de conocimiento. Recordemos que, en línea con Kant, se pensaba al sujeto como la fuente que construye el conocimiento.
Por eso:
"El trascendentalismo es una Saturnalia o exceso de fe, el presentimiento de una fe más propia del hombre en su integridad, excesiva sólo cuando su obediencia imperfecta impide la satisfacción de su deseo."
Emerson llegó incluso a caracterizar la personalidad de los trascendentalistas. Quizás el pasaje que comparto a continuación fuera motivación para que David Henry Thoreau (amigo de Emerson) iniciara su aventura personal en Walden:
"(Los trascendentalistas) son solitarios; el espíritu de su escritura y conversación es solitario; les repele la influencia, esquivan la sociedad general, se inclinan por encerrarse en la habitación de su casa, por vivir en el campo antes que en la ciudad y encontrar su tarea y diversiones en la soledad."
¿La metafísica como ciencia?
La parte que olvidan los Trascendentalistas —y sin duda muchos de los gurús y guías espirituales de hoy— es que en la Crítica de la razón pura Kant introduce la distinción entre fenómeno y noúmeno (de lo cual ya escribí algo). "Fenómeno" es la cosa en cuanto objeto para un sujeto. "Noúmeno" es la cosa considerada en sí misma sin relación con ningún sujeto. Sólo lo que es "fenómeno" puede ser objeto de conocimiento.
Y así como las cosas-en-sí, los noúmenos, quedan fuera del conocimiento posible, lo mismo sucede según Kant con la posibilidad de alcanzar un conocimiento racional de Dios, de un sujeto trascendente, como explica Savater.
Todo intento de probar racionalmente la existencia de Dios se encuentra inevitablemente condenado al fracaso, pues se propone algo que se encuentra fuera de los límites de lo que la razón es capaz de acometer.
(En la Dinamarca de mediados del siglo XIX Søren Kierkegaard llegó a esta misma conclusión. Por eso se refería a la esfera religiosa de la fe como como algo irracional, algo que era posible sólo como un "salto" fuera de toda posible justificación racional.)
En consecuencia, lo que omiten quienes abogan —y lucran— con la persecución de "verdades trascendentales" es que, si somos fieles a Kant, nunca podremos conocer los presuntos objetos de la metafísica (lo que está más allá de lo material).
La metafísica, dice Kant en sus Prolegómenos, ha fracasado como ciencia porque ha querido establecer un conocimiento del Absoluto; ha querido constituirse como la ciencia del noúmeno, cuando el rigor científico sólo es válido en el mundo del fenómeno. La metafísica ha excedido los límites de la razón y no ha sido más que un "sueño de la razón" porque sólo se sostiene en el dogmatismo.
Como dice Savater en su libro, Kant denuncia el carácter ilusorio del conocimiento metafísico, pero no critica la necesidad subjetiva que el hombre experimenta por tener ideas acerca del mundo, del alma y de Dios. La metafísica, según Kant, es imposible como ciencia pero ineludible como tendencia inherente al ser humano.
¿Pero no es precisamente toda la "trascendencia espiritual" que se comparte diariamente en redes sociales pura especulación y metafísica?
Diríamos que tratan de abrazar "noúmenos", lo que sabemos, según la filosofía kantiana, es imposible.
O sea, se valen del uso del concepto de lo trascendental de la filosofía kantiana (¿sabrán que el origen es este?) pero omiten convenientemente todo lo relacionado a la crítica kantiana de la metafísica. Olvidan que la obra de Kant es precisamente una crítica de la razón pura (o metafísica). Además, no invocan la que fuera probablemente la única aproximación filosófica más coherente y directa, el Trascendentalismo, sino que descansan en el simple deseo que lo particular explique lo universal.
Yo, por más que traté, en ninguna de las páginas web y perfiles de redes sociales que alcancé a visitar encontré comentarios sobre Descartes, Hume o Kant... que debieran ser lecturas obligadas para aquellos que buscan comprender la Verdad, el Absoluto, el Todo, ¿no? Después de todo, sus cursos prometen "elevarse más allá de la mera realidad física."
Probablemente ni siquiera conocen el origen conceptual de las formas trascendentales que pretenden perseguir.
Para terminar, quiero compartir un extracto de Historia de nuestro vivir cotidiano, de Humberto Maturana y Ximena Dávila, en que reflexionan sobre la inexistencia de principios trascendentales para comprender la existencia humana:
"Como seres vivos existimos como entes discretos y de que todo el orden y armonía que encontramos en la realización de nuestro vivir es el resultado espontáneo de las coherencias del ámbito sensorial, operacional y relacional (...). De modo que cuando nosotros hablamos de consciencia, de mente o de lo espiritual, de hecho hablamos de distinciones de configuraciones sensoriales, operacionales y relacionales que hacemos en las coordinaciones de nuestro vivir relacional en el conversar y el reflexionar, no de principios o nociones trascendentes a nuestro existir molecular."
Sobre el "misterio de la vida", continúan:
"Nada hay de misterioso en el vivir humano aún cuando nos sorprende el que nos sintamos a la vez materiales y espirituales en un entrelazamiento que nos parece contradictorio porque en nuestros sentires íntimos su distinción nos revela dos dominios irreductibles el uno al otro (...)
El misterio aparece cuando queremos entender estos distintos dominios reduciéndolos unos a otros, cosa que no puede suceder porque todos ellos son dominios disjuntos. Lo que esto nos muestra es que si en verdad queremos comprender la naturaleza de nuestro vivir-convivir humano tenemos que aceptar que vivimos en una multiplicidad de dominios disjuntos de existencia."
Por lo pronto, sí rescato la invitación a confiar (más) en uno mismo que propuso Emerson en 1841, cuyo ensayo —parte del libro Naturaleza y otros ensayos de juventud— recomendaría, especialmente, al "Master Coach e Instructor Trainer de Coaching de Trascendencia, Reconversión, Cuántico, PNL" de más arriba, y a la responsable de la "experiencia única de espejos mágicos que nos muestran quiénes somos de verdad y de hilos de oro que nos entretejen en puro amor con el Todo":
"Es más sencillo depender de uno mismo. La cima, la deidad del hombre es sostenerse a sí mismo, no necesitar don alguno ni fuerza ajena." (R.W. Emerson)
Al final, es importante tener presente que no existe una realidad objetiva, siempre es subjetiva e intersubjetiva (como sostiene Yuval Noah Harari en Sapiens). Lo que creamos —toda teoría, todo formalismo lógico, todo paradigma— descansa en premisas o fundamentos adoptados a priori desde alguna emoción. Somos nosotros quienes queremos creer. Y eso incluye la pretensión de alcanzar lo trascendental.
En Historia de nuestro vivir cotidiano, Humberto Maturana y Ximena Dávila reflexionan sobre la Verdad:
"Lo tradicional es explicar la “realidad” como lo que existiría con independencia de nosotros como observadores y donde ocurriría todo lo posible. Aceptando de manera consciente o inconsciente que hay una realidad “allá” afuera, que es física, material, igual para todos y todas, es que operamos en nuestro vivir y convivir como si fuésemos poseedores de esa realidad que se transforma en una “verdad”. Y, más aún, durante los siglos de los siglos, tradiciones tras tradiciones, ya sean místicas, religiosas u otras, nos hemos adueñado de esa “verdad” asumiéndola como única e irrefutable, sin abrirnos a hacer consciente la posibilidad de nuevas cosmovisiones, dejando espacio a los fundamentalismos, que son constructos lógicos de pensamientos fundados en premisas básicas aceptadas a priori sobre cuya validez decidimos no dudar ni reflexionar."