"Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que un hombre sabe para siempre quién es." (Jorge Luis Borges)
Durante todo el siglo XIX la filosofía mantuvo un fuerte carácter idealista, es decir, observaba la realidad desde una perspectiva racional universal. Aceptaba la concepción básica de una verdad abstracta e independiente, asequible para el ser humano mediante la razón, que no debía construirse sino descubrirse.
En esta época la corriente filosófica dominante fue el idealismo alemán, iniciado por Immanuel Kant y profundizado por Georg Wilheim Hegel (1770-1831).
Hegel creó un sistema conceptual que daba cuenta de todo, desde los fenómenos naturales hasta las formas de organización social y política. Se trataba de una alternativa a la lógica tradicional, que desde Aristóteles había sido el método para razonar.
Como describe Joan Solé, el hegelianismo concebía la actividad humana como un proceso histórico con sentido y finalidad, en el que cada individuo participa tanto si lo sabe (o quiere) como si no.
Para Hegel:
"Lo que es real es racional, y lo que es racional es real." (G. W. Hegel)
Según su sistema, el mundo deviene de acuerdo con un proceso dialéctico triádico: una tesis inicial genera su antítesis, y ambas son superadas en una síntesis, que a su vez es una tesis, y así sucesivamente...
O dicho de otro modo, como explica Fernando Savater en La aventura del pensamiento, una afirmación o tesis supone siempre su negación o antítesis, y la diferencia entre ambas resulta superada en una síntesis, que a su vez supone su negación, y así sucesivamente.
Joan Solé ofrece un ejemplo simple de cómo opera el movimiento dialéctico hegeliano:
Tesis: Se está muy bien siendo soltero;
Antítesis: Pero la compañía de otra persona es enriquecedora;
Síntesis: Lo mejor es crear una relación con otra persona que respete la independencia de ambos.
Tesis: Lo mejor es crear una relación con otra persona que respete la independencia de ambos;
Antítesis: Pero una relación de verdad requiere el compromiso y la participación en la vida del otro;
Síntesis: En la relación debe combinarse la independencia con la participación en la vida del otro.
Tesis: En la relación... (y así indefinidamente).
La influencia de la dialéctica hegeliana en el pensamiento del siglo XIX fue sustantivo.
Las tres etapas de la historia
Gracias a la dialéctica hegeliana, por ejemplo, Karl Marx (1818-1883) pudo proponer su sucesión de diferentes "modos de producción" —esclavista, feudal, capitalista y comunista (este último en el futuro)— para comprender la historia.
Otras aplicaciones del hegelianismo del siglo XIX, destacadas por Rafael Echevería en El Búho de Minerva, incluyen las propuestas de Ludwig Feuerbach (1804-1872) y Auguste Comte (1798-1857) para comprender la historia.
El alemán Feuerbach, por ejemplo, postuló tres grandes etapas de la historia, donde cada síntesis tiene que ver con la relación del Hombre y la Naturaleza:
Politeísmo, que representa el predominio de las fuerzas naturales sobre las capacidades y poderes del Hombre.
Monoteísmo, que expresa una liberación relativa del Hombre sobre la Naturaleza, lo que permite que éste se centre en sí mismo.
Humanismo, que expresa el hecho de que el Hombre reconoce sus propios poderes y termina toda alienación de éstos en un ser sobrenatural y sobrehumano. En esta última etapa la religión desaparece.
"Mi primer pensamiento fue Dios, el segundo fue la razón y el tercero y último, el hombre." (Ludwig Feuerbach)
Por otro lado, el francés Auguste Comte propuso que, en realidad, la clave está en reconocer la importancia del espíritu científico en la sociedad. Para él, las diferentes ciencias representan una opción de conocimiento de carácter unitario y universal, y son la base del progreso humano (esto es el Positivismo).
Según Comte, la Humanidad ha pasado por tres estadios diferentes:
El teológico, que se caracteriza porque el Hombre explica los fenómenos naturales aludiendo la voluntad de seres sobrenaturales y fuerzas divinas (o demoníacas).
El metafísico, en el cual el monoteísmo condensa todas las fuerzas divinas en un solo ser y, todo lo explica esa unidad.
El científico, finalmente, es aquel en que se sustituyen las explicaciones metafísicas por la investigación científica rigurosa de los fenómenos.
A todos estos pensadores, influenciados por el idealismo y sistema de Hegel, les preocupaba la Humanidad en su conjunto. Apuntaban a develar lo universal.
Y es que, en la dialéctica hegeliana, el proceso y el cambio, en palabras de Joan Solé, se cumplen según una evolución necesaria que excluye la contingencia y la libertad personal.
Todo ocurre porque tiene que ocurrir de esa forma.
La esencia precede a la existencia.
Por una filosofía personal
Pero al danés Søren Kierkegaard (1813-1855) —contemporáneo de Marx, Feuerbach y Comte— todo esto le hacía ruido.
Tal como explica Joan Solé, Kierkegaard sostenía, a diferencia de Hegel, que el ser humano no aspira a alcanzar una verdad previa, universal, válida para todos y en todo momento, sino que se esfuerza en construir en su propia vida, en su existencia, una verdad, una esencia, que no puede comprenderse excluyendo al sujeto que la crea.
La existencia precede a la esencia.
En este sentido, Kierkegaard abre la senda de una subjetividad radicalizada, en la que la persona descubre su propia dimensión interior, su propia verdad.
Así, cualquier verdad que se busque y alcance tiene que resultar de una reflexión existencial, subjetiva y personal.
Como resume Paul Strathern, para el danés todo individuo es, hasta cierto punto, creador de su propio mundo, y crea su mundo en función de los valores y principios que profesa.
"El mundo del hombre feliz es distinto del mundo del hombre desgraciado." (Ludwig Wittgenstein)
Kierkegaard sostiene, pues, que hay que intensificar la subjetividad porque es la única vía de conocimiento (siempre en referencia al ámbito interno-espiritual, por cierto, no científico).
Así, la existencia individual lo es todo en el ámbito humano, y no puede ofrecer más que una verdad subjetiva. Una verdad para mí.
Solé comparte la siguiente cita de los Diarios de Kierkeegard:
"(...) La cuestión es encontrar una verdad que sea verdad para mí, encontrar la idea por la que esté dispuesto a vivir y a morir. ¿De qué me serviría encontrar una verdad llamada objetiva, abrirme paso a través de los sistemas de los filósofos y ser capaz de pasarles revista cuando hiciera falta? (...) ¿De qué me serviría poder explicar el sentido del cristianismo, poder exponer muchos fenómenos particulares, si no tuviera para mí mismo y para mi vida un sentido realmente profundo? (...) ¿De qué me serviría que la verdad estuviese frente a mí, fría y desnuda, indiferente a que yo la reconozca o no, y me produjera más un estremecimiento temeroso que una devoción confiada?" (Søren Kierkegaard)
Es este compromiso absoluto con la existencia individual concreta y particular lo que convierte a Kierkegaard en, para muchos, el primer existencialista.
Y es que, para el pensador danés, el ser humano es un ser inacabado e irrealizado, contingente y libre, que llega a ser lo que es como resultado de sus decisiones.
Dicho todo esto, queda en evidencia, pues, que Kierkegaard se opone al modelo abstracto propuesto por Hegel, centrado en lo universal y donde la libertad personal es irrelevante o inexistente.
En cambio, lo que hace Kierkegaard es valerse de la estructura dialéctica hegeliana para entender el cambio o transformación de las personas, no de la Humanidad, donde (ahora sí) la contingencia y la libertad personal resultan decisivas.
Y dado que el ser humano es contingente y libre, la dialéctica del devenir existencial según Kierkegaard es mediante cambios voluntarios y elegidos.
Las esferas de la existencia
En febrero de 1843, Kierkegaard publica "O lo uno o lo otro", en el cual sugiere que hay dos modos de vivir: el estético y el ético, y que cada individuo tiene la opción de elegir libremente entre los dos.
Pero al hacer su elección, el individuo debe aceptar toda la responsabilidad de su acción.
"Aquí están las semillas del existencialismo", sostiene Paul Strathern.
Luego, en 1845 Kierkegaard publica "Estadios en el camino de la vida", en el que amplía su teoría de los estadios o esferas de la existencia, estableciendo que los modos de vida posibles son tres: el estético, el ético y el religioso.
Explica Kierkegaard:
"Hay tres esferas de existencia: la estética, la ética, la religiosa. (...) La esfera estética es la esfera de la inmediatez, la ética la esfera de la exigencia (y esta exigencia es tan infinita que el individuo siempre acaba hundido), y la religiosa la esfera de la plenitud." (Søren Kierkegaard)
Hay que tener presente que la dinámica de paso por las tres esferas es mediante saltos abruptos, voluntarios y elegidos, en los que el sujeto se juega su existencia a todo o nada.
Por eso, aun cuando las tres esferas se pueden pensar simultáneamente, no se las puede vivir así. Son mutuamente excluyentes. Es como reza su libro: lo uno o lo otro.
Esfera estética
Como explica Solé, para el danés los individuos que eligen el camino estético viven presos de lo inmediato. Regidos exclusivamente por los principios del placer se empeñan en la persecución del momento gratificante, sin lograr jamás una permanente satisfacción del deseo.
Esto no es malo per se, como ilustra Strathern, pues muchas veces, al buscar nuestro propio placer, también logramos el placer de otros.
(Así por ejemplo, podríamos decir que el científico que dedica su vida de manera "altruista" a estudiar y curar una enfermedad, sacrificando en el proceso placeres personales, está haciendo una vida estética si lo hace solamente porque disfruta de la investigación científica.)
Para Kierkegaard, el individuo que vive una vida estética no tiene control de su existencia, pues vive para el instante, impulsado por el placer, y su vida puede ser contradictoria por falta de estabilidad y certeza.
El pensador danés cree que la mayoría de la gente habita en el modo estético: desean sacar el máximo provecho del momento sin comprometerse.
De hecho —algo que le costó el repudio de la conservadora sociedad de Copenhague—, llegó a decir que muchos cristianos experimentaban su religión sólo en el plano estético, es decir, en un sentido utilitarista: porque les resulta práctico y cómodo para la vida, pero sin ningún grado de implicación y compromiso profundos.
Kierkegaard se da cuenta de que el tipo de existencia estético, basado en la búsqueda de placeres inmediatos (lo que Schopenhauer entiende como dominio de la Voluntad), lleva fatalmente a la frustración y al sufrimiento.
¿Por qué?
Porque cuando privilegiamos lo efímero e inmediato se vive en la indefinición personal, donde lo externo es lo que determina nuestro bienestar.
La solución de Kierkegaard es radical.
La única respuesta posible consiste en tomar posesión de la existencia y aceptar la responsabilidad de nuestros actos. Definirnos.
Esfera ética
La alternativa a la vida estética, pues, es la vida ética. Aquí, la subjetividad es lo "absoluto" y la tarea primordial es "elegirse uno mismo".
El individuo que vive la vida ética se crea a sí mismo por su elección, de modo que la autocreación es el objeto de la existencia.
Como explica Solé, se sale de la esfera estética y se accede a la ética en el momento en que se asume la obligación y el compromiso con algo, lo que reemplaza el deseo de vivir el instante del vivir estético.
Pero Kierkegaard nos advierte: el tránsito entre los dos estadios no es gradual. Ocurre a través de una elección libre que constituye una acción individualizadora.
Aquí aparece la convicción existencialista de que la elección constituye y libera al ser que la realiza.
El individuo elige entre "lo uno o lo otro", con lo que acepta el compromiso y la responsabilidad de lo que ello conlleva.
Pero en la esfera ética puede perderse fácilmente la individualidad, piensa Kierkegaard, pues cada sujeto tiende a adaptarse a lo aceptado y avalado por el grupo, por la sociedad.
Se origina así un conformismo por adaptación en el que el sujeto se desentiende de la exigencia personal de decidir.
Y es que no debemos olvidar que la ética es contingente. Depende del contexto histórico y social. No se trata de principios universales y eternos.
Por lo tanto, es probable que nuestras decisiones sean un reflejo del pensamiento imperante de la sociedad. (Pensemos hoy en el cuidado al medioambiente, el feminismo, el veganismo, etc.)
O sea, el sujeto elige, pero no libremente realmente.
Joan Solé reflexiona sobre esta pérdida de la individualidad que se puede vivir en la esfera ética dando como ejemplo a Alex, el delincuente juvenil protagonista de la película La naranja mecánica de Kubrick.
Al ser arrestado luego de su último asalto, y ante la imposibilidad de ser "reformado", Alex se convierte en el sujeto idóneo para experimentar con el método Ludovico, un tratamiento (ficticio) consistente en ser expuesto a formas extremas de violencia, forzando al sujeto a mirar escenas cinematográficas muy violentas en una pantalla.
El método Ludovico consiste, pues, en un tratamiento conductista (recordemos: ficticio) que busca inducir en el sujeto reacciones condicionadas, actos reflejos involuntarios que determinen su comportamiento futuro. En el caso de Alex, se utiliza para "corregir" su carácter hedonista, sádico y sociópata.
En un famoso pasaje de la película el capellán de la cárcel, no obstante, se opone inicialmente a la técnica:
"La cuestión no es si una técnica como esta puede hacer de verdad bueno a un hombre. El bien es algo elegido. Cuando un hombre no puede elegir, deja de ser un hombre. (...) ¿Quiere Dios el bien o la elección del bien? ¿Es un hombre que elige el mal tal vez, en algún sentido, mejor que un hombre a quien se le impone el bien?"
Esfera religiosa
Hasta ahora queda claro que Kierkegaard piensa que la realización humana tiene que pasar necesariamente por una elección libre y comprometida.
Y es crítico tanto de la esfera estética como de la ética.
Como comenté más arriba, sostiene que la permanencia pasiva y autocomplacida en el estadio ético, por ejemplo, conduce a la aniquilación espiritual, a la pérdida de la individualidad (como le ocurre a Alex).
Por eso, dando continuidad a la dialéctica hegeliana, corresponderá proponer un tercer punto de vista a modo de síntesis de los dos opuestos previos (lo estético y lo ético).
Así, para Kierkegaard, la síntesis dialéctica del devenir existencial es la esfera religiosa, idea que expande en su obra Temor y temblor de 1843.
Más allá de las propias creencias personales (yo soy ateo), lo que me llamó la atención en el planteamiento de Kierkegaard, es que, como creyente y teólogo (y en pleno siglo XIX), fue capaz de identificar la fe como algo irracional, como un "salto" fuera de toda posible justificación racional:
"La fe es un absurdo. Su objeto es de lo más improbable, irracional y fuera del alcance de cualquier argumento." (Søren Kierkegaard)
En efecto, como escribe Solé sobre Kierkegaard, para él la fe es irracional y empieza justamente donde termina el pensamiento. Pero para el danés es la única esfera que ofrece verdadera realización y significación personal, pues es la manifestación más pura de la libertad de elección (porque es un "salto al vacío").
Entre lo estético y lo ético
Evidentemente las posiciones ateas o agnósticas en la Dinamarca (y Alemania) del siglo XIX eran inexistentes o invisibilizadas. La iglesia tenía una importante influencia política y social.
Por eso no ahondaré en la visión religiosa de Kierkegaard, que sería como dudar del aporte de Newton por la sola razón de que escribió más de religión que de ciencia. Eso sería un sesgo presentista.
Así era la vida en esos tiempos.
Sobre esta materia, quizás, tal como comparte Martin Cohen, convendría aterrizar los estadios históricos de Comte a la existencia individual. De hecho el propio Comte alguna vez escribió, sin mucha justificación: “Ahora cada uno de nosotros es consciente, si repasa su propia historia, de que fue teólogo en su infancia, metafísico en su juventud y físico en su madurez.”
Y es que tanto Feuerbach como Comte sostienen que la última fase de la historia de la Humanidad, no experimentada por ellos, prescinde de la religión.
Porque quizás los religiosos actuales —y todo quien basa su espiritualidad en seres sobrenaturales y sobrehumanos, cualquiera sea la tendencia— están, sin saberlo, experimentado su espiritualidad desde la esfera estética, fundamentada en el placer inmediato, o bien como resultado de la pérdida de la individualidad en la esfera ética.
Y es que más allá de cuál esfera (estética o ética) sea "mejor", lo relevante es constatar que, ya desde Kierkegaard y posteriormente con el existencialismo francés de mediados del siglo XX, algunos pensadores ya planteaban que cada individuo tiene la oportunidad de elegir su modo de vida.
Eso es lo revelante.
Pero elegir no es un acto fácil ni cómodo.
El salto desde la esfera estética a la ética, por ejemplo, se produce a partir de la angustia y la desesperación, según el pensador danés.
Pero es un acto voluntario y elegido. Siempre.
Me quedo con esta última cita "célebre":
"Subjetividad, espiritualidad interior —ésta es mi tesis." (Søren Kierkegaard)
Pues precisamente esa es la clave para cualquier transformación personal: un convencimiento íntimo y subjetivo, originado de una angustia existencial.
Reflexiona Joan Solé:
"Para transformar la conciencia personal no basta con exponer informaciones objetivas, con cifras y hechos. Si se le muestra a alguien un documental repleto de imágenes terribles sobre algún desastre humano o medioambiental que requiera de modo apremiante medidas contundentes, lo más probable es que le afecte y que le dedique cierta reflexión durante el mismo día y quizás los siguientes, pero las obligaciones cotidianas y también cierto mecanismo de autodefensa psicológica evitará que la información haga una mella excesiva en el ánimo del espectador.
Para que una persona modifique su acción en el mundo necesita limpiar su interior de muchas toxinas con forma de egoísmo, conformismo e indiferencia. Kierkegaard tenía muy claro hace un siglo y medio lo que la sociedad contemporánea ha descubierto mediante la práctica: el espacio original de transformación es el interior, la acción no puede prescindir de la experiencia íntima si se pretende que sea sostenida y significativa."
Me hubiera gustado que profundizaras más en la esfera religiosa.
Alejando un poco la idea cristiana de Kierkegaard, creo que el pecado es equivalente a esa culpa o remordimiento que uno tiene cuando actúa contra su moral o, algunos casos, cuando se actúa con poca ética. Por eso los pecados capitales o los mandamientos, enlistan una serie de acciones que, vistos desde otra perspectiva, crean un cargo de conciencia, equivalente a ser desterrado al infierno.
La fé en este caso es tener la convicción de que tus buenas acciones, regidas bajo la ética y tu moral, te van a llevar a un buen lugar, es decir, el equivalente a ser admitido al cielo.
Sin decir mucho más lo podría resumir como: obra bien y te irá bien en la vida.
En cuando a la esfera estética, lo puede ver uno muy bien representado con las redes sociales y esta cultura de inmediatez. Todo al alcance de un click, desde comida hasta relaciones íntimas.
En cuanto a la esfera ética, bueno, es verdad que dar ese paso genera mucha angustia, pero coincido en que siempre viene originado de un deseo de cambiar; de hacer un compromiso con uno mismo.
Como siempre, mucho que reflexionar y comentar, Daniel.