Por experiencia propia, cada vez me convenzo más que hay dos formas de cumplir con nuestras obligaciones y con las tareas y proyectos que significan un beneficio personal si los concretamos.
La primera, más popular pero incorrecta a mi parecer, es hacer las cosas cuando nos sentimos motivados.
La segunda, impopular pero quizás más adecuada, es a través del cultivo de la disciplina.
¿La diferencia?
La motivación opera bajo la suposición que un estado mental particular es necesario para completar una tarea. La disciplina, por otro lado, nos insta a actuar independientemente de las sensaciones que (pensamos) nos frenan.
Y es que, tal como explica Jeff Haden en su libro The Motivation Myth, la motivación no es algo que tengamos en cierto momento (y que perdemos en otros), o que debamos buscar o, mucho peor, esperar.
La motivación, por el contrario, es algo que conseguimos al hacer. No al revés.
Muchas veces pensamos que para comenzar una tarea —cualquiera sea en extensión y dificultad—, la secuencia "lógica" es inspirarse, motivarse y actuar.
Pero cuando nada nos inspira ni motiva, desertamos, aun cuando tengamos plena conciencia del beneficio personal de la tarea o proyecto que estamos pausando. O peor, desechando.
Pero como sostiene Jeff Haden en su libro, estar motivado no es un prerrequisito para comenzar ninguna tarea, sino que su resultado. Para él, la única receta para “ganar” motivación es el éxito, entendido como el propio avance conseguido.
Sólo cuando hacemos y avanzamos, nos motivamos.
Jeff Haden ejemplifica: "No esperas tener mejor condición física para entrenar, entrenas para tener una mejor condición física."
O sea, debiéramos entender la motivación como un resultado del hacer. Es el premio que ganamos cuando hacemos las cosas. Y no lo que necesitamos previamente.
Si aceptamos tal premisa, entonces esperar a sentirse motivado es una actitud totalmente contraproducente si queremos ser productivos y lograr nuestras metas y objetivos.
No es posible ser productivo si dependemos de la motivación.
Lo que cuenta es la disciplina. Ser consistentes.
Porque no mejoramos por azar. No hacemos un gran trabajo o tomamos decisiones importantes por accidente. Puede ocurrir, sí, pero no pasará regularmente.
Si queremos que lograr cosas sea un hábito, entonces debemos tener rutinas. Y la consistencia de repetirlas.
Porque la rutina y el hábito son la única forma de vivir mejor.
“Cómo ocupamos nuestro tiempo es cómo pasamos nuestros días. Cómo pasamos nuestros días es cómo transcurre nuestra vida.” (Keith Yamashita)
James Clear, en Atomic Habits, nos enseña que las personas que consiguen sus metas son aquellas que son disciplinadas. Que crean sistemas de trabajo. En la cotidianeidad, olvidan su objetivo o meta, y se centran solamente en la rutina, en el proceso.
¿Pero qué hacen realmente?
Rituales cotidianos
Cuando comencé a interesarme por la productividad personal, muchas veces me cuestionaba no tener una rutina de alguien “típicamente productivo”, de aquellos que salen en internet o en los libros de auto-ayuda. Todos sabemos lo que se dice: que la gente exitosa y productiva se levanta muy temprano por la mañana, que escribe en un diario, que se ejercita todos los días, etcétera.
Pareciera que tratan de “vendernos” un ideal de la persona productiva. Una serie de hábitos que son comunes a todos ellos.
Que si no somos capaces de levantarnos a las 5 de la mañana, entonces no lograremos cosas importantes.
Pero una forma de desmentir lo anterior, y aceptar que las rutinas son muy personales (y todas válidas), es conocer las rutinas reales de otros.
Porque lo que importa es la consistencia. No otra cosa.
Por eso uno de mis libros favoritos es Daily Rituals, de Mason Currey, que precisamente describe las rutinas cotidianas de 161 artistas, pensadores, escritores y científicos.
En este entretenido libro aprendemos que no todos los artistas se despiertan tan temprano, por ejemplo.
Voltaire solía trabajar en cama y se levantaba recién a mediodía. Mismo hábito mantenía René Descartes, para quien sus 10 horas de sueño eran sagradas y acostumbraba dormir hasta muy tarde.
El escritor David Foster Wallace también se despierta a mediodía, pero se pone a trabajar inmediatamente por unas 2 ó 3 horas.
Otros se levantan un poco más temprano, pero privilegian un tiempo de relajo y tranquilidad. Simone de Beauvoir, por ejemplo, tomaba té o café a eso de las 10 de la mañana, y trabajaba hasta mediodía (1 pm) para luego descansar y distraerse hasta las 5 pm, momento en que retomaba la escritura hasta las 9 pm. Tchaikovsky tenía una jornada similar, componiendo en dos ventanas del día: de 9:30 a 12, y luego de 5 a 7 pm, todo acompañado de sendas caminatas.
El filósofo Søren Kierkegaard, por su parte, ni siquiera tenía un horario definido para despertar y comenzar a trabajar, pero sí respetaba su rutina de alternar la escritura con largas caminatas, sin importar a qué hora ocurrían. Le encantaba tomar café, al igual que Beethoven, cuya técnica de preparación era muy minuciosa.
Beethoven, no obstante, sí trabajaba desde muy temprano por la mañana, casi desde el amanecer. Pero terminaba a eso de las 2-3 pm. Destinaba el resto del día a caminar y pensar en sus composiciones (por eso se cree que era más prolífico en verano).
Mozart también se despertaba temprano, a eso de las 6, para componer de 7 a 9, antes de impartir clases (su trabajo "formal") de 9 a 1 pm. Luego le era imposible evadir sus compromisos sociales, razón por la cual solía retomar la composición por la noche, trabajando hasta la una de la mañana. Algo parecido debía hacer Franz Kafka, quien sólo podía escribir de noche, pues debía cumplir su trabajo "formal" (remunerado) durante el día.
Madrugadores hay muchos:
El filósofo Immanuel Kant, por ejemplo, a quien describiríamos como todo un trabajólico, se levantaba a las 5 de la mañana. Meditaba y reflexionaba antes de dictar sus clases entre 9 y 11 am. Pero después trabajaba, casi sin pausas, hasta las 10 de la noche.
Ernest Hemingway también se despertaba muy temprano, a eso de las 5-6 de la mañana. Respetaba esto incluso aquellos días en que trasnochaba y abusaba del alcohol. De alguna forma lograba concentrarse para escribir (de pie) en la mañana, momento en que reinaba la paz y el silencio, muy importante para él.
Y es que el silencio ayuda en el proceso creativo.
Charles Dickens, por ejemplo, exigía absoluto silencio cuando escribía. Pero eso le permitía alcanzar su meta de 2.000 palabras por día (la columna que estás leyendo tiene 1.860) entre las 9 de la mañana y mediodía. ¡Sólo 3 horas de trabajo enfocado! Compartía, también, con Kierkegaard y Beethoven, las largas caminatas por la tarde.
Otro gran caminante fue Charles Darwin, que alternaba el trabajo con repetitivos recorridos por su hacienda. También trabajaba no más de 3 horas, dividiendo su jornada en dos tandas, de 8 a 9:30 am y de 10:30 am a las 12. La tarde la dedicaba a otros menesteres.
Pero, así también, trabajólicos hay muchos:
Además de Kant, Karl Marx solía trabajar mucho. A su llegada a Londres en 1849, acostumbraba ir al museo a escribir (y fumar) de 9 am a 7 pm, todos los días. El biólogo Stephen Jay Gould incluso llegó a decir en una entrevista de 1991: "Trabajo todo el tiempo. (...) Todos los días. Los fines de semana y por las noches."
El novelista Stephen King, si bien no trabaja mucho tiempo, sí lo hace todos los días, incluso en su cumpleaños y durante festividades. Logra su meta de 2.000 palabras escribiendo "sólo" de 8:00-8:40 a 11:30-13:00 hrs. Se toma libre el resto del día.
Cuándo trabajar enfocado
Algo que comparten los personajes del libro Daily Rituals, además de ser la mayoría hombres, es que gran parte de ellos son sus propios jefes. Trabajan solos.
Construían sus rutinas, y eran consistentes en seguirlas, basados en la convicción que la disciplina es la única forma de lograr avances regulares. Se autoimponían jornadas de trabajo fundadas en el propio autoconocimiento de sus momentos de mayor energía y concentración.
Jean-Paul Sartre sostenía que “Uno puede ser fértil sin trabajar tanto. Tres horas por la mañana y tres horas por la tarde. Esa es mi única regla.”
De una u otra forma, todos aplican distintas filosofías de concentración, entendidas como estrategias de gestión del tiempo.
Cal Newport, en su best-seller Deep Work, identifica cuatro "filosofías" principales que la gente aplica:
(1) Aproximación monástica, que involucra la eliminación o reducción radical de aquellas obligaciones menores, lo que sólo los deja enfocados en lo importante. Esta aproximación funciona bien en quienes identifican objetivos profesionales de alto valor, donde el éxito viene de hacer una sola cosa excepcionalmente bien. Aquí calificarían Kant y Jay Gould, por ejemplo.
(2) Aproximación bimodal, que es cuando se divide el tiempo en dos actividades: trabajo enfocado/concentrado, y todo lo demás. Aquí, la persona define un tiempo, que puede ser semanas o algunos meses, para enfocarse a conciencia en una tarea que demanda una alta concentración. Luego, destina otras semanas o meses a lo que dejó sin atender. Aquí tenemos a todos quienes se retiran a pensar y trabajar en otros lugares por algunas semanas, como Bill Gates o el compositor Gustav Mahler.
También, alguien muy conocido que aplica la estrategia bimodal es el escritor Haruki Murakami. Cuando está escribiendo un libro, es muy estricto con su rutina diaria, que consiste en levantarse muy temprano (4 am), escribir por 5-6 horas, y luego correr o nadar como hito de término de la jornada. Las tardes las dedica a escuchar música y leer.
(3) Aproximación rítmica, que se enfoca en los ciclos diarios, dando la oportunidad de tener sesiones de trabajo concentrado como un hábito regular que ocurre en uno o más momentos determinados cada día. Esta estrategia, explica Newport, es la que funciona mejor para la mayoría de las personas.
Aquí tenemos a todos quienes describí con algún tipo de balance en dedicación entre trabajo y descanso, como Dickens, Darwin y Stephen King.
(4) Aproximación periodística, que es aquella que anima a "acomodar" el trabajo cuando y donde se pueda. No es para novatos, dice Newport. Aquí destaca el escritor y biógrafo Walter Isaacson, quien es capaz de trabajar concentrado por algunos minutos incluso cuando está de vacaciones.
“La gente no decide su futuro, deciden sus hábitos, y los hábitos deciden su futuro.” (F.M. Alexander)
Yo, por mi parte, creo que aplico la "filosofía rítmica".
Lo importante es reconocer que no hay una "rutina ideal". No hay una forma correcta de trabajar. Cada uno debe encontrar la mejor jornada.
Hay quienes que, como Kierkegaard, ni siquiera tienen una rutina clara. Umberto Eco, por ejemplo, escribió su novela El Nombre de la Rosa sin seguir ninguna rutina.
Lo importante es la consistencia, la regularidad.
Porque la disciplina crea la oportunidad de lograr cosas.
El ruso León Tolstoi escribió en su diario: "Debo escribir cada día sin fallar, no tanto por el éxito del trabajo, sino para no salirme de la rutina.”
Porque ahí está la clave.
Ninguno de los personajes que aparecen en Daily Rituals esperó a sentirse motivado.
Y nosotros tampoco deberíamos.