Invitada al podcast On Being, la pensadora búlgara Maria Popova —creadora de Brain Pickings (hoy The Marginalian)— plantea que hemos reducido el periodismo a las noticias.
Las noticias, nos explica, son una subcultura de los medios de información que abordan lo urgente, lo que está pasando ahora mismo, y no lo que es relevante si queremos tener una visión global de las cosas.
De eso se trata el presentismo.
En historia se refiere a la práctica de evaluar y juzgar eventos pasados con criterios actuales. Es decir, que el presente sea lo que dicte lo ética y moralmente adecuado sin importar el período. Otro sesgo cognitivo, por cierto.
Popova, no obstante, se refiere al sesgo temporal que existe cuando consumimos contenido en internet.
Y es que cuando abrimos Twitter o Facebook, o una página web de noticias, siempre lo que aparece primero es lo más reciente.
Todo se presenta de forma cronológicamente inversa.
Popova cree que esta forma de presentar la información nos ha condicionado a aceptar, muchas veces erróneamente, que lo más reciente es más importante, y que lo antiguo importa menos. ("Gracias" a internet también caemos en otro sesgo: si algo no aparece en Google o en alguna página web, pensamos que no existe o no es importante.)
Así, esta preferencia por lo reciente, mediada por cómo están estructurados los medios digitales, nos ha llevado a vivir lo que David Perell denomina el Ahora-Que-Nunca-Termina (Never-Ending Now).
Un presente perpetuo.
Si bien los existencialistas estarían de acuerdo con la proposición de que sólo vivimos el presente y que nos hacemos permanentemente —lo que también sirve de metáfora a la autopoiesis de Maturana y Varela—, cuando se trata de consumir información, este condicionamiento nos ha llevado a preferir siempre la novedad por sobre lo atemporal (dopamina incluida).
Consideremos, por ejemplo, el sesgo temporal hacia el presentismo con que nos entregan el contenido algunas redes sociales apenas las abrimos:
Twitter: contenido de 2 días o menos
Instagram: contenido de 3 días o menos (las stories son de 24 horas)
Facebook: contenido de 5 días o menos
(Todo dependiendo de qué tan frecuente las uses, por cierto. Mientras más visitas hagas, más reciente será el contenido que se te presente.)
O sea, gran parte del día lo pasamos consumiendo contenido generado en las últimas 24 horas o menos.
Piénsalo.
Ahora mismo, mientras lees esto, es altamente probable que todo lo que hayas visto en internet hoy sea contenido de unas pocas horas atrás (twits, fotos, mails, noticias, blogs, etc.)
Vivimos en un ciclo interminable de consumo de cosas efímeras, dice Perell.
Como resultado, perdemos nuestro sentido de la historia.
Y es que si priorizamos siempre lo urgente por sobre lo importante, lo rápido sobre lo profundo, lo nuevo sobre lo atemporal, perdemos perspectiva. (Por eso se trata de un sesgo.)
El medio es el mensaje
En 1964 el pensador canadiense Marshall McLuhan acuñó el famoso aforismo "El medio es el mensaje."
Se refería a que la manera de percibir la realidad está en relación directa con la estructura y la forma de informar.
Dicho de otro modo: cómo recibimos un contenido informativo es muchas veces tan importante, sino más, que el contenido mismo que se quiere transmitir.
Es probable que su pensamiento estuviera influenciado por la presencia cada vez más ubicua del televisor en los hogares norteamericanos en la década del '60, dispositivo que describía como "un medio que despierta una pasividad inconsciente en el espectador."
McLuhan pensaba que esa misma actitud pasiva frente al televisor hacía al espectador particularmente influenciable a cualquier información a la que estuviera expuesto, y por lo tanto, fácilmente sugestionado a aceptar un cierto punto de vista.
Antes que pienses '¡qué bueno que yo no veo tele!', ¿no te parece que las tecnologías digitales modernas (especialmente las redes sociales) funcionan de la misma manera? (Recordemos la economía de la atención, de la cual ya he escrito.)
Y es que ver televisión —o su equivalente moderno, el doom-scrolling en redes sociales y sitios de noticias— exigen un mínimo esfuerzo (porque convengamos: sólo leemos los titulares). O sea, consumo pasivo. Todo lo contrario a actividades intelectualmente activas, como leer un libro o practicar un instrumento musical.
Maria Popova, en el episodio de On Being, sostiene que pareciera que ya nos aburre pensar.
Queremos consumir y saber al instante pero sin esfuerzo, porque todo lo que toma tiempo y demanda concentración, nos aburre.
Hace unos días recibí la última entrada del boletín del bloggero Tim Denning, quien escribe sobre la lectura:
“En este mundo acelerado alimentado por la dopamina se ignoran los enormes párrafos de texto que tardan siglos en leerse. Nadie tiene tiempo para la escritura tradicional. La vida es demasiado jodidamente corta.”
Qué hacer
Hasta ahora he planteado (compartido, más bien) que internet —redes sociales y sitios de noticias— nos ha llevado a caer en un sesgo temporal hacia lo reciente, o presentismo, en que sólo consumimos contenidos generados hace un par de días o menos.
Por otro lado, las plataformas digitales también nos invitan al consumo pasivo de información, donde privilegiamos (¿o se nos condiciona?) a seguir lo último y novedoso, sin esfuerzo, y recibir dopamina como premio.
En vista de lo anterior, se pregunta Perell, ¿cómo podemos priorizar perseguir el conocimiento acumulado de la humanidad si sólo consumimos impulsivamente lo producido en las últimas 24 horas?
(Esto no deja de ser curioso, porque internet literalmente lo tiene casi todo pero escogemos siempre lo reciente.)
Pienso en dos cosas ya evidentes: escoger intencionalmente qué consumir y —pero quizás más importante— qué ignorar.
Consumo selectivo
En un episodio del podcast Modern Wisdom, David Perell comenta que cada vez que alguien le envía un artículo para leer le da un peso (quizás) desproporcionado a la antigüedad de dicho artículo.
Así, si alguien le comparte un artículo publicado hace dos días, probablemente se trate de un acto impulsivo o contingente a las noticias. Pero si le recomiendan un artículo que lleva varios años circulando, probablemente sea interesante y valga la pena revisarlo.
Lo mismo aplica con libros, podcasts, películas y música.
La invitación de Perell es, pues, preferir contenidos "que hayan pasado la prueba del tiempo", como dice Ryan Holiday. Los clásicos son clásicos por algo.
Si llevamos más de 150 años leyendo a Tolstói y Dostoyevski, más de 1.500 años a Epicteto y Séneca, o casi 3.000 años leyendo a Homero, ¡por algo será!
O si Mozart y Beethoven llevan más de 200 años influenciando la música, ¡por algo será!
Tampoco se trata de consumir exclusivamente contenido antiguo, obviamente. Eso sería caer en otro sesgo. Como biólogo no le recomendaría a nadie aprender zoología con Aristóteles o fisiología con Galeno. Ciertamente en el ámbito académico (al menos científico), lo reciente sí puede ser lo más importante.
Pero para el contenido digital que consumimos a diario, probablemente no.
En esta columna sólo quiero transmitir la importancia de estar conscientes del presentismo imperante en los medios digitales. Si sólo consumimos lo reciente, lo urgente, lo nuevo, difícilmente podremos tener una visión global de las cosas.
A veces hay que tomar distancia del presente.
Pienso que no podemos formarnos una opinión, razonada y razonable, si solo consideramos lo último.
Porque como escribe Mark Manson, cuando eliges qué información consumir, estás eligiendo tus pensamientos, perspectivas y opiniones futuras. "Eres lo que consumes."
Y cuando no lo haces:
“Cuando renunciamos a nuestra capacidad de elegir, algo o alguien más intervendrá para elegir por nosotros.” (Greg McKeown en Essentialism)
Ignorancia selectiva
Cuando escogemos intencionalmente la información que queremos consumir —escapando (un poco) del presentismo digital—, necesariamente esto conlleva dejar de consumir algunos (otros) contenidos.
Quizás si decides pasar tu tiempo de ocio leyendo libros no podrás estar al día con todas las series de Netflix. O si priorizas practicar un deporte o tocar un instrumento, quizás no puedas estar al tanto de la última noticia del minuto.
Porque como plantean en Ness Labs, cuando dedicamos deliberadamente nuestro tiempo y energía en algo, esto implica alguna forma de ignorancia selectiva, en la que decidimos activamente no participar en ciertas actividades, no aprender sobre ciertos temas o no desarrollar ciertas ideas.
Como dice Anne-Laure Le Cunff, elegir en ignorancia selectiva es elegir en conocimiento intencional.
O en palabras del autor best-seller James Clear:
“Ignora los temas que agotan tu atención. Deja de seguir a las personas que agotan tu energía. Abandona los proyectos que consumen tu tiempo. No te quedes con todo. Cuanto más selectivamente ignorante eres, más conocimiento puedes conseguir.” (James Clear)
Esto es algo similar a lo que propone Greg McKeown en su libro Essentialism, en el que nos invita a darnos permiso para dejar de intentar hacerlo todo, a dejar de decir que sí a todo el mundo.
La ignorancia selectiva es una forma de priorizar.
“Si no priorizas tu vida, alguien más lo hará.” (Greg McKeown)
La ignorancia selectiva también es una forma de decirle no a la vida en modo productivo.
En lugar de tratar de aprender y hacerlas todas (cual millennial), se trata de tomarse un momento para preguntarse: ¿Esto realmente va a ser útil? ¿Habré aprendido algo que sea importante para mí?
¿Esta información es relevante sólo porque es nueva y reciente, o porque ayuda a comprender mejor esto que es importante para mí?
Tal vez por eso doy tanta importancia a nuestra relación con las redes sociales, quizás el principal vehículo por el cual nos informamos y consumimos contenido todos los días.
En la última parte del episodio de On Being, Maria Popova recuerda un discurso de graduación que la escritora y activista Adrienne Rich dió en septiembre de 1977, en el que sostuvo que la educación no es algo que obtienes sino algo que te ganas.
Popova reflexiona sobre cómo obtenemos conocimiento. Piensa que la razón por la que somos cada vez más intolerantes con las lecturas largas —las que preferimos hojear y no leer; las que reemplazamos por un video corto a modo de resumen (¡y que aun así adelantamos!)—, es que, en palabras de Maria, nos hemos contagiado de una impaciencia patológica que nos hace querer adquirir el conocimiento pero no hacer el trabajo para ganarlo.
Y la única forma de “ganar” conocimiento es a través de la contemplación y la reflexión, lo que es posible sólo si destinamos tiempo.
Tiempo.
Sin atajos.
Y consumiendo (sólo) contenido digital generado en las últimas horas, en el Ahora-Que-Nunca-Termina, esto difícilmente será posible.
Quizás la siguiente reflexión del filósofo Bertrand Russell, de Elogio de la ociosidad de 1932, sirva de síntesis del problema de las nuevas formas de ocio y la importancia de una educación continua, tanto por el conocimiento útil como el “inútil”:
“Las diversiones de los habitantes de las ciudades modernas tienden a ser cada vez más pasivas y colectivas, y a reducirse a la contemplación inactiva de las habilidosas actividades de otros.
(...)
Para que una población ociosa sea feliz, tiene que ser una población educada, y educada con miras al placer intelectual, así como a la utilidad directa del conocimiento técnico.”
Excelente reflexión, muy bien argumentada y escrita con claridad. Al leer tu texto, me vino a la mente lo que Adorno y Horkheimer planteaban a mediados del siglo XX, en su ensayo sobre la industria cultural: el gusto se construye socialmente. Cito un fragmento donde hablan de las películas del cine: "[las películas] Están hechas de modo que para apreciarlas adecuadamente se requiere, por un lado, rapidez de percepción, capacidad de observación y conocimientos específicos, y por otro están diseñadas para bloquear, de hecho, la actividad mental del espectador, si no quiere perderse los hechos que se suceden rápidamente ante sus ojos."
El doomscrolling y el ciclo infinito de los stories del Instagram profundizan aún más esta tensión entre la percepción rápida de las imágenes y la atrofia de la capacidad imaginativa del espectador, de su ignorancia selectiva (como tú propones). Es una educación de la atención que ignora los silencios, lo implícito, las entrelíneas y las pausas. Es el ritmo frenético de la producción de contenidos online. La pregunta es: ¿hasta qué punto Substack fomenta este tipo de consumo?