En su ensayo Desconocido, desconocido de 2014 el escritor británico Mark Forsyth sostiene que hay tres tipos de cosas:
"Hay cosas que sabemos que conocemos. También hay cosas desconocidas conocidas, es decir, que sabemos que desconocemos. Pero también hay cosas desconocidas que desconocemos, aquellas que no sabemos que desconocemos."
Él alude a su relación con los libros y las librerías, por cierto, afirmando que una librería es el único lugar donde es posible encontrar lo (realmente) desconocido desconocido, aquel libro del cual nunca has oído hablar. En internet no lo hallarás porque no sabrías qué buscar.
Pero pienso que esto es válido en todo ámbito de la vida. En todo orden de cosas sabemos que hay cosas que conocemos y otras que no.
Lo interesante está, como afirma Forsyth, en aquellas cosas que no sabemos que desconocemos.
Lo irónico de esto es que, aun cuando pareciera de sentido común, no cuesta encontrarse con gente que habla con total seguridad sobre cosas que no saben. Basta revisar redes sociales (Twitter, especialmente), donde pareciera que en el anonimato de la pantalla quienes no tienen idea de lo que hablan, ¡son los más confiados y seguros de lo que están diciendo!
No saben que no saben, y ante eso, actúan con total confianza y seguridad.
Y es que hay gente que no maneja un tema pero cree que lo conoce a la perfección.
Por otro lado, también hay personas que saben harto de algo pero están convencidas de que no saben nada.
Pareciera, pues, haber una incongruencia entre cómo estimamos nuestros conocimientos/habilidades/competencias y nuestra propia ignorancia.
En la universidad, por ejemplo, tuve compañeras que siempre acusaban no manejar las materias pero siempre obtenían muy buenas notas. Y en el trabajo tuve un jefe totalmente desactualizado de nuestro quehacer profesional, pero que estaba convencido de su dominio en el rubro.
Así, a veces desconfiamos de lo que sabemos, y otras veces exageramos nuestras capacidades, sin fundamento.
Creo que todos transitamos de un lado a otro.
Hay veces en que somos arrogantes e ignoramos lo que no sabemos, y en otros momentos, aún cuando sabemos lo que estamos haciendo/diciendo, nos invade la duda y la inseguridad.
Pareciéramos vivir sopesando ambos extremos: por una parte, nuestros conocimientos/habilidades/competencias, y por otro, la conciencia de nuestra propia ignorancia. (Una más de las expectativas contradictorias de los millennials.)
Pero, en realidad, ambos extremos constituyen sesgos cognitivos, o dicho en simple, prejuicios que aplicamos en lo cotidiano, muchas veces de forma inconsciente.
Así, el error de estimar nuestras competencias/conocimientos y el grado de auto-confianza nos lleva a caer en dos sesgos cognitivos aparentemente opuestos:
El denominado efecto de Dunning-Kruger, que es cuando sobreestimamos lo que sabemos y actuamos confiadamente. En realidad no sabemos muy bien de lo que estamos hablando, pero igualmente lo hacemos (porque no sabemos que no sabemos).
El síndrome del impostor, en cambio, que es cuando subestimamos nuestros conocimientos y capacidades, y pensamos que somos un fraude. Que lo conseguido y ganado no es merecido, aun cuando contemos con las habilidades requeridas.
En otras palabras, mientras que el síndrome del impostor se desarrolla cuando subestimamos nuestras habilidades, el efecto de Dunning-Kruger surge de lo opuesto.
Efecto Dunning-Kruger
En psicología, el efecto de Dunning-Kruger es un fenómeno que ocurre toda vez que las personas con una baja aptitud en un tema se evalúan a sí mismas como más competentes en relación al resto.
El término fue acuñado a partir de los estudios de los investigadores David Dunning y Justin Kruger en 1999, quienes descubrieron que, aparentemente, todas las personas tenemos un sesgo en la percepción de nuestras propias capacidades. (Dicho en simple, los investigadores mostraron que las personas no somos una fuente confiable para evaluar nuestras propias habilidades.)
Un corolario importante del efecto de Dunning-Kruger es que la falta de conocimientos/habilidades nos vuelve incapaces de ver los errores que cometemos.
No somos capaces de reconocer nuestra ignorancia.
Somos ignorantes de nuestra ignorancia.
Y ese es el problema más complejo de este sesgo cognitivo, pues ¿cómo podemos mejorar en algo que no somos capaces de ver? ¿Cómo corregimos un error que ni siquiera sabemos que cometimos?
Tal como dice el escritor Mark Manson, esa es la paradoja de tratar de superar nuestra ignorancia. Primero debemos ser conscientes de ella, pero el efecto Dunning-Kruger nos lo impide.
Síndrome del impostor
Así como el efecto de Dunning-Kruger establece que cuanto menos sabe alguien sobre un tema, más cree que sabe, también existe su opuesto, el síndrome del impostor, que es que cuanto más sabe alguien sobre un tema, menos cree que sabe.
Así, una persona que tiene un conocimiento razonable (o está calificada) para referirse sobre un tema —y que quizás ha tenido cierto éxito a partir de esos conocimientos/habilidades—, en realidad cree que es un impostor.
Los que sufren del síndrome del impostor piensan que en lugar de trabajo, conocimiento y habilidad, su éxito proviene de la incapacidad del resto de ver que son en realidad un fraude, y que, sin saberlo, han estado engañando a todos.
Un versión común del síndrome es la del típico experto que a menudo subestima sus capacidades: conoce tanto de un tema que está consciente de lo que no sabe, y por lo tanto, cree que su conocimiento sobre la materia es irrelevante. El extremo sería la máxima socrática del "Sólo sé que nada sé."
Así, a diferencia del efecto Dunning-Kruger, quien padece del síndrome del impostor está demasiado muy consciente de su ignorancia.
En la práctica, quienes sufren del síndrome del impostor dudan de sus habilidades y les es difícil aceptar y celebrar sus logros. Se sienten un fraude.
El origen del concepto está en un estudio de 1978 de las psicólogas Pauline Rose Clance y Suzanne Imes, el cual se centró en la percepción de éxito en las mujeres.
Las autoras mostraron que, a pesar de los logros académicos y profesionales, las mujeres que experimentan el síndrome del impostor persisten en creer que en realidad no son brillantes y han engañado al resto.
Sesgos laborales
La escritora estadounidense Susan Orlean sostiene que las personas que hacen trabajos creativos son más vulnerables a sufrir de estos sesgos cognitivos, porque no cuentan con una credencial (como un certificado educacional, una licencia profesional, etc.) que sirva de punto de referencia, que les brinde la confianza de sentir que lo que hacen es legítimo.
Piensa en escritores y artistas. Nadie les otorgó ningún título. Simplemente se declaran escritores y artistas y hacen el trabajo que desean.
Pero esto también ocurre con aquellos trabajos intelectuales cuya base sí es académica. Pienso en mi caso, por ejemplo, biólogo de formación pero consultor ambiental de profesión. Puedo "demostrar" que soy biólogo, pero no puedo hacer lo mismo con la consultoría.
Y ahí comienza otro problema del adulto millennial.
Si no se cuenta con la legitimidad de su quehacer laboral, entonces el millennial se obliga a demostrar permanentemente sus capacidades/habilidades. A vivir en modo productivo para validar su capital humano.
Esto lo observamos, por ejemplo, con el trabajo remoto que se popularizó con las cuarentenas por la pandemia del COVID.
El trabajo en casa para algunos se transformó en una forma (presión) de "generar evidencia" de que estaban permanentemente ocupados, en lugar de... hacer su trabajo.
Por eso creo que los trabajólicos muchas veces esconden una forma de síndrome del impostor.
Sienten la necesidad de trabajar en exceso no porque les apasione y estén comprometidos con su labor, sino por miedo a perder su empleo, miedo a ser vistos como incapaces. El exceso de trabajo se convierte así en una mitigación de la ansiedad que les produce ser descubiertos como el fraude que ellos creen que son.
En este sentido, quienes experimentan el efecto de Dunning-Kruger suelen hacer todo lo contrario: se preparan poco y exudan confianza sin entregar resultados.
Así, por ejemplo, cuando son despedidos de sus empleos, quienes padecen del síndrome del impostor lo asumen como una constatación de la realidad: finalmente fueron descubiertos. Quienes experimentan el efecto de Dunning-Kruger, en cambio, están convencidos de que sus ineptos jefes no fueron capaces de reconocer y aprovechar al excelente y capaz trabajador que son.
Ignorantes de la ignorancia
Pienso que demasiada seguridad en sí mismo puede conducir al efecto Dunning-Kruger (y a un narcisismo en el extremo).
Pero por otro lado, demasiada autocrítica puede conducir al síndrome del impostor (y a una ansiedad basal que puede desencadenar en una depresión).
La condición ideal sería un punto intermedio entre ambos.
Pareciera que la solución del dilema pasa por saber reconocer el síndrome del impostor o el efecto Dunning-Kruger en uno mismo o en los demás. Ser conscientes del sesgo.
Pero como discutí más arriba, cuando uno es ignorante de la propia ignorancia (en el caso del efecto Dunning-Kruger), esto se vuelve muy difícil.
Además:
"Es imposible que un hombre aprenda lo que cree que ya sabe." (Epicteto)
Por eso abogo, al igual que Epicteto, por una mentalidad de principiante. En esta columna compartí que cuando esto se persigue intencionalmente, nos volvemos conscientes de nuestra ignorancia.
Para terminar, el filósofo inglés Bertrand Russell dijo una vez:
"El problema con el mundo es que los tontos y los fanáticos siempre están tan seguros de sí mismos, y las personas más sabias están tan llenas de dudas."
Yo creo que esto pasa porque hay consuelo y paz en la sensación de saber.
A la gente no le gusta la incertidumbre.
Establecer una creencia, cualquiera esta sea, nos ayuda a sentir que le hemos dado sentido al mundo. Y cuando podemos darle sentido al mundo, nos sentimos seguros. Si esa creencia es cierta o no, da lo mismo. No importa.
Sólo tiene que aliviarnos un poco la ansiedad de no saber.
Nadie quiere parecer ignorante.
Pero conscientes de la propia ignorancia, eso es otra cosa.
Me alucina la cantidad de referencias que tienes para tus artículos. Como comentaste, el método Zettelkasten te funciona bien.
Me parece acertado intentar encontrar el punto intermedio entre el efecto Dunning-Kruger y el síndrome del impostor. Un estudio que me interesó bastante es el de "Overconfidence Among Beginners: Is a Little Learning a Dangerous Thing?" Si no lo conocías creo que te puede interesar. En él se puede ver una curva que te enseña como, cuando eres principiante, es más fácil cometer errores cuando has acertado un par de veces, porque aumenta tu confianza, pero lógicamente aún no has adquirido el conocimiento aún. Cuando lo he extrapolado a mi experiencia personal, veo que casi siempre se cumple. Incluso algo tan tonto como que si cocino un nuevo plato y me sale bien la primera vez, hay muchas más probabilidades que la segunda me salga un churro, simplemente porque me confío, no miro la receta y no presto la debida atención. Ser consciente de estos sesgos es muy valioso. ¡Nos leemos!