En el Manifiesto Comunista de 1848, Marx y Engels sostienen que la clase de los trabajadores (el proletariado) se desarrolla en la misma medida en que se desarrolla la burguesía, es decir, el capital.
Explican que los trabajadores subsisten:
" (...) únicamente mientras encuentran trabajo y únicamente encuentran trabajo cuando éste incrementa el capital. Estos trabajadores, obligados a venderse al menudeo, son una mercancía como cualquier otro artículo de comercio y están, del mismo modo, expuestos a todas las vicisitudes de la competencia y a todas las fluctuaciones del mercado."
El capital se entiende así como las posesiones y el dinero —la riqueza— que recibe el burgués por el trabajo y producción de otros.
Pero el proletario moderno no trabaja únicamente para incrementar el capital del burgués.
Ahora también lo hace para incrementar su propio capital, el cual ya no es únicamente financiero.
Porque como sostiene Flavia Costa en Tecnoceno:
"El sujeto que trabaja para percibir un salario no lo hace porque esa es la única manera que tiene de vivir —vender su fuerza de trabajo en el mercado—, sino porque tiene un capital del cual desea obtener un rendimiento."
¿Qué tipo de capital?
Su capital humano, o"el conjunto de componentes físicos y psicológicos, (...) integrado por aspectos innatos o hereditarios y aspectos adquiridos," según la definición de Flavia.
Así, en palabras de Malcolm Harris en Kids These Days, el capital humano se convierte en "el valor presente de las ganancias futuras de una persona, o el precio de venta imaginado de una persona."
En la práctica, como explica Anne Helen Petersen en Can't Even, si desarrollas una labor física, tu valor principal (tu capital humano) está arraigado en mantener tu cuerpo sano y fuerte. Si te desempeñas en el área de servicios, tu valor es tu capacidad de trabajar con precisión y eficiencia. Si trabajas en un campo creativo, tu valor es lo que tu mente puede producir (y la regularidad con la que lo hace).
Si alguna de esas cualidades disminuye o desaparece, te vuelves menos valioso: tu capital humano, al menos en esa industria, disminuye.
Visto así, conviene destacar entonces que el capital humano tiene dos características importantes, como sostiene Flavia en Tecnoceno:
Se compone de factores físicos y psicológicos ("bienes"), y
El capital humano es indisociable de su poseedor.
Por esta razón ya no somos ciudadanos-trabajadores sino "empresarios de sí", como propone Flavia.
Porque así como el sistema capitalista nos transforma de ciudadanos a consumidores, también nos transforma de trabajadores a unidades-empresa.
Flavia lo explica mejor en Tecnoceno:
"Desde la perspectiva neoliberal, la sociedad está constituida por la agregación de unidades-empresas: un conglomerado de empresarios en el que cada uno es su propio capital, su propio productor y la fuente de sus ingresos."
Así, ser valioso en la sociedad capitalista se convierte en la capacidad para trabajar. Sobre potenciar tu capital humano.
Porque tu capital ya no sólo lo componen tus posesiones materiales ni tu riqueza financiera. También lo son tus aptitudes para trabajar.
Marx ya lo decía: el capital es trabajo acumulado.
Pero como ya compartía antes, cuando trabajo/empleo = remuneración = valor/identidad (y ahora capital humano), se genera un problema que también explica Petersen en Can't Even:
"Cuando el valor de uno depende de la capacidad para trabajar, las personas discapacitadas o ancianas, las personas que no pueden trabajar a tiempo completo o que brindan atención de manera que no se les paga (en absoluto o se las valora poco), todas se vuelven "menos que" en la ecuación social. Y por mucho que nos guste creer en una sociedad donde el valor de una persona se encuentra en la fuerza de su carácter, o la magnitud de su servicio y amabilidad hacia los demás, es difícil escribir esa oración sin confrontar lo poco que refleja nuestra realidad actual."
La teoría del capital humano asume, pues, que la capacidad para trabajar conlleva una perspectiva económica que se aplica a toda conducta, como expone Flavia en su libro.
Es lo que Marx llamaría "fetichismo de la mercancía", como afirma Fernando Savater en La aventura del pensamiento. Le adjudicamos valores a las cosas como si tuvieran propiedades naturales, pero olvidamos que toda valorización se origina de la relación entre seres humanos como productores y permutantes de bienes.
Dicho de otro modo, para Marx la riqueza no es producida por el capital sino por el trabajo humano.
Pero si lo que queremos es potenciar nuestro capital humano, ¿no se trata eso de una explotación auto-inflingida?
¿No es esa una práctica común del adulto millennial?
El costo-beneficio de tu conducta
Como relata Flavia en Tecnoceno —rescatando el pensamiento del estadounidense Gary Becker de su libro El capital humano, de 1964—, "es posible extender el dominio del análisis económico a un amplio rango de conductas, incluyendo aquellas que no tienen en principio relación con el mercado."
Explica Flavia sobre la obra de Becker:
"Según este autor, lo que distingue a la economía de otras ciencias sociales no es tanto el objeto propio, sino su perspectiva o acercamiento, que consiste en asumir que un gobierno, un individuo, una empresa o un sindicato se conduce de manera maximizadora con el objeto de lograr más utilidad o mayor bienestar. Y eso supone interpretar todas las acciones humanas bajo el prisma de la relación costo-beneficio."
Este proceso de creación de valor, de aumentar y potenciar tu capital humano, comienza en el colegio: con las notas.
Porque como escribe Malcolm Harris en Kids These Days, "la idea subyacente de la escuela es que las notas, eventualmente, se traducen en dinero, o si no en dinero, en poder de elección."
Así, "cuando los alumnos estudian, lo que hacen es ejercitarse en su propia capacidad para trabajar", complementa.
La mirada de Petersen en Can't Even es aun más pesimista, pues llega a plantear que "cuando estudiamos las tablas de multiplicar o rendimos un examen o escribimos un ensayo no es para aprender, sino prepararnos para el trabajo."
Esta es una orientación utilitaria de la educación, por cierto, pues implica que el objetivo final (costo-beneficio) del sistema es moldearnos para ser trabajadores eficientes, en vez de enseñarnos a pensar o ser buenos ciudadanos.
Esto me recuerda el debate que se suscitó en Chile con la implementación de la Prueba de Selección Universitaria (PSU). Muchos sostenían que al ser una prueba estandarizada, no pretendía (ni podía) medir la inteligencia o las aptitudes del alumno, sino sólo su capacidad de rendir esa prueba en específico.
Flavia Costa resume esta concepción utilitaria de la sociedad capitalista:
"La tesis liberal supone analizar el comportamiento humano como el resultado de una "programación estratégica" en términos de costo-beneficio económico. La tarea de la economía, sobre todo a partir de la teoría del capital humano, es desentrañar cuál ha sido el cálculo —que puede ser inconsciente, o aun irrazonable, pero es estratégico— por el cual, dada la escasez de algún recurso, un individuo o más deciden destinarlo a un fin y no a otro."
Lo importante a destacar aquí es que "la noción de capital humano no muestra algo de la realidad que antes no veíamos, sino que renombra acciones y prácticas ya existentes y les da una nueva legibilidad, las interpreta en clave estrictamente económica", según analiza Flavia.
En Tecnoceno, Flavia ejemplifica esto citando un documento elaborado en 2016 por la Unidad de Coordinación para el Desarrollo del Capital Mental, dependiente del Ministerio de Coordinación y Gestión Pública de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. En el documento se define lo que sería el capital mental como "la totalidad de recursos cognitivos, emocionales y sociales con los que una persona cuenta para desenvolverse en la sociedad, adaptarse al entorno e interactuar con los demás con el medio ambiente."
Esto siempre ha existido (nuestras habilidades para desenvolvernos en sociedad), pero en clave neoliberal ahora se convierte en capital mental, parte del capital humano. Algo a lo que sacarle beneficio económico.
Pero lo laboral no es social
En La aventura del pensamiento, Savater explica que para el filósofo británico Thomas Hobbes el miedo era la base del pacto social:
"El temor es la pasión socializadora por excelencia, pues el miedo a la muerte nos hace renunciar a nuestros violentos deseos de predominio y someternos a la autoridad estatal." (Thomas Hobbes)
Así, para Hobbes la convivencia de los hombres era posible sólo mediante un artificio, que consiste en establecer un pacto por el cual todos se obligan a transferir su derecho a gobernarse a sí mismos, eligiendo una persona o asamblea que los representen.
Para Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, en cambio, no es el miedo sino la economía la que determina la vida social. Son los distintos "modos de producción" los que determinan las estructuras políticas de la sociedad, así como las creencias intelectuales y las ideas que imperan.
En el caso del modo de producción capitalista, dirán:
"La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente en la competencia de los obreros entre sí."
O sea, el sistema neoliberal-patriarcal descansa en los principios del control, la dominación y la competencia como motores de la vida social, y el trabajo es la clave para entender la historia, al menos a partir del planteamiento de Marx.
Pero como nos enseña Humberto Maturana en Desde la biología a la psicología, la conducta social humana está fundada en la cooperación, no en la competencia. "La competencia es constitutivamente antisocial, porque como fenómeno consiste en la negación del otro."
Y esto porque el fenómeno social no nace con una finalidad concreta, sino que resulta del deseo de convivencia.
En La revolución reflexiva, Maturana y Ximena Dávila piensan que "no hay convivencia social si no hay deseo de convivir en el respeto recíproco, en la convivencia colaborativa de quienes constituyen la vida en comunidad."
Para Maturana, pues, "un conjunto humano que incorpora la conservación de la vida de sus miembros como parte de su definición operatoria como sistema, constituye un sistema social" (en Desde la biología a la psicología).
En resumen, las relaciones sociales se fundan en el deseo de convivencia y en el deseo de conservar la vida de sus miembros.
Por eso Maturana plantea que las relaciones de trabajo no son relaciones sociales, porque:
"Las relaciones de trabajo son acuerdos de producción en los que lo central es el producto, no los seres humanos que lo producen. Por esto, las relaciones de trabajo no son relaciones sociales. El que las relaciones de trabajo no sean relaciones sociales hace posible el reemplazo de los trabajadores humanos por autómatas y el uso humano en el desconocimiento de lo humano, que los trabajadores ignorantes de esta situación vivencian como explotación."
Por esa misma razón no nos debe llamar la atención que en las empresas se siga hablando del "área de recursos humanos", como plantean los autores de La revolución reflexiva, precisamente porque es la dinámica neoliberal la que entiende la participación humana en el trabajo como un "medio que, en caso de necesidad, sirve para conseguir lo que se pretende." Y no otra cosa.
Identificando al obrero moderno
En esta columna he querido reflexionar sobre conceptos que utilizamos o escuchamos con cierta frecuencia, como capital humano o recursos humanos, pero que quizás no nos detenemos a pensar sobre su origen, que es el sistema neoliberal.
Porque sólo esta sociedad que interpreta toda acción humana bajo el prisma de la relación costo-beneficio, que interpreta nuestra conducta (siempre) en clave económica, hace posible que nos tratemos a nosotros mismos como sujetos a ser optimizados para un mejor desempeño en la economía, como compartía hace unas semanas.
Sólo bajo este "modo de producción" capitalista, como diría Marx, normalizamos ese lenguaje utilitario del quehacer humano.
Y ese es el problema.
Pero tampoco quiero transmitir que me parezca razonable el planteamiento del Manifiesto Comunista. Como ya escribí, si bien comparto su diagnóstico del sistema capitalista, no estoy de acuerdo con su pronóstico, por razones como que, por ejemplo, entre los pasos o medidas a implementar en un sistema comunista como el que plantea el Manifiesto, se listan (pág. 49 de la edición que comparto):
Nº 8 - Trabajo obligatorio para todos (...)
Nº 10 - (...) Combinación del sistema educativo con la producción material.
O sea, una vida de trabajo total. La vida en modo productivo en su máximo esplendor.
De hecho, en el Manifiesto no se menciona nunca la palabra ocio.
¡No quiero eso!
Además, me parece que la identificación de una gran clase obrera ya no es tan evidente como quizás lo era antes.
El filósofo esloveno Slavoj Zizek reflexiona sobre esto:
"Ya no hay una única clase obrera, como para Marx. Sabemos que tenemos cada vez a más personas en paro, trabajadores precarios... Por decirlo de manera irónica, hoy la posición de un clásico obrero explotado —vale, te explotan pero tienes un empleo estable con un salario— es casi un privilegio. He ahí el primer problema. (...)
Luego está el problema de los así llamados trabajadores intelectuales. Los marxistas siempre tenían ese problema: ¿son o no son parte del proletariado? Yo creo que sí. Algunos marxistas antiguos insisten en que uno debería trabajar físicamente, que eso sería la única clase trabajadora auténtica. (...) [Pero] los intelectuales son los típicos proletarios de hoy en día. (...) Yo creo que el proletariado está disperso, no se puede encontrar una forma pragmática."
Sobre esta misma materia, en Filosofía para dummies, Martin Cohen destaca al ex-marxista francés André Gorz, quien sostiene que "la clase verdaderamente oprimida del moderno capitalismo no es la de los trabajadores, sino la de los no-trabajadores: los mayores, los desempleados y los muy jóvenes (por ejemplo, los niños de las calles de Sudamérica) que no pueden trabajar y dependen de los subsidios estatales o de la caridad (o de la delincuencia) para lograr su sustento."
Por la falta de capital humano, podríamos responder, a la luz de la reflexión de hoy.
Y así como la clase trabajadora está dispersa, no se tiene claro quiénes son y dónde están, creo que también lo está el concepto de capital.
Pues como he dicho, ya no se trata solamente de la riqueza financiera y las posesiones materiales.
Hoy, el sistema neoliberal ha ampliado el concepto de capital a nuestras aptitudes físicas y psicológicas, denominándolo capital humano, con variantes como las que describí, como el capital mental como una subcategoría. (También existe el Capital Erótico según Catherine Hakim.)
Lo que debemos cambiar, pues, es esta idolatría al trabajo, que hace que veamos todo en perspectiva económica.
Por una parte, puede que esto sea así porque ahora los trabajos cumplen la función que tradicionalmente le correspondía a la religión, que era encontrar "el significado, la justificación, el propósito e incluso la salvación", como reflexionaba hace un tiempo.
Pero por otro lado, creo que también es por la propia narrativa histórica que aceptamos. Así, hemos llegado a asumirnos como unidades-empresa, como menciona Flavia en Tecnoceno. O vivenciar la cosificación del trabajo. O el trabajo enajenado de Marx. (E inventar mitos como el del "trabajo de tus sueños.")
Para terminar, una cita del filósofo Bertrand Russell en "Elogio de la ociosidad" de 1932, que podría representar el camino que quizás debamos perseguir:
"En el mundo moderno se está haciendo mucho daño por la creencia en la virtud del trabajo. (...)
El camino hacia la felicidad y la prosperidad se encuentra en una disminución organizada del trabajo."
No pude dejar de pensar que una de mis principales funciones es estar pensando en estrategias y planes, mi capital humano se ve afectado por mi salud mental, un problema contra el que lidio desde hace años.
La manera en que se trabaja hoy en día no está orientado a un ambiente donde se procura la salud mental. Pareciera como si fuera cuestión de tiempo para que mi valor se aproxime a cero, al menos durante temporadas.
Un texto como siempre interesante. Es cierto que discrepo con la critica que hace Flavia. Gary Becker recibió el premio Nobel de economía por extender su análisis a campos fuera del mercado. Su trabajo es sumamente interesante. Entre otras cosas, analiza la discriminación racial o cómo los criminales actúan utilizando las herramientas maravillosas de las que dispone la Economía. Gracias al trabajo de campo y el uso de métodos econométricos se pueden analizar un gran número de conductas y dar luz a temas que de otras formas nos es difícil acercarnos por su complejidad.
Creo que Flavia se equivoca por dos cuestiones. La primera es asimilar el análisis coste beneficio a un coste o beneficio pecuniario. No es lo mismo que un coste-beneficio económico, teniendo en cuenta que todas nuestras acciones van encaminadas a lograr un beneficio (sea dinerario, o sea psicológico o de otro tipo, el sentirnos bien con nosotros mismos por ejemplo) pero tienen un coste de oportunidad. El elegir estudiar una carrera tiene siempre un coste en relación con las opciones que no has elegido (estudiar otra, trabajar...) A eso se refiere el extender el análisis de coste - beneficio y es una buena herramienta para analizar las conductas humanas.
Y la segunda cuestión es que Flavia cae en la equivocación marxista de considerar que las cosas tienen valor por el trabajo que lleven asociado. Ya en su época Bohm-Bawerk criticó esto por olvidarse del factor productivo del capital. Y en aquella época, el uso intensivo del capital no es tan abultado como si lo es hoy. La teoría del valor-trabajo es errónea como sostienen los marginalistas, sino el construir una mesa con 6h de trabajo asociado implicaría que sería más cara que un anillo de diamantes que tenga 4h de trabajo asociado. Y esto nos parecerá a todos algo disparatado.