A principios del siglo XVIII el matemático Gottfried W. Leibniz aseguraba que vivimos en "el mejor de todos los mundos posibles."
Para ello se valía de dos principios filosóficos fundamentales, el de no-contradicción y el de razón suficiente, inventados por él, para justificar que Dios, en su infinitud, bondad e ilimitadas posibilidades de creación, debía haber creado la mejor versión del mundo.
Leibniz resumía de la siguiente forma sus principios:
"Nuestros razonamientos están fundados sobre dos grandes principios. El de no-contradicción, en virtud del cual juzgamos falso lo que implica contradicción, y verdadero lo que es opuesto o contradictorio a lo falso.
Y el de razón suficiente, en virtud del cual consideramos que no podría hallarse ningún hecho verdadero o existente, ni ninguna enunciación verdadera, sin que haya una razón suficiente para que sea así y no de otro modo. Aunque estas razones en la mayor parte de los casos no pueden ser conocidas por nosotros." (G.W. Leibniz en Monadología)
Su teoría se trata, pues, de una ampliación del racionalismo cartesiano. Después de todo, Leibniz había inventado el cálculo diferencial e integral y había sentado las bases —con el sistema binario— del funcionamiento del computador, por lo que tenía una visión mecanicista (y determinista) del mundo.
No pasó ni medio siglo para que el escocés David Hume, a modo de respuesta, profundizara el empirismo que se oponía al racionalismo de Descartes y Leibniz.
Hume sostenía que todo lo que sabemos es gracias a la experiencia.
Pero llegó más lejos: negó la existencia de todo salvo nuestras percepciones. Ni la religión ni la ciencia eran ciertas, porque podemos elegir creer en ellas pero nunca tenemos evidencia cierta de su existencia.
Y esto porque si todo lo que experimentamos es una secuencia de percepciones individuales, entonces las nociones de causa y efecto, cuerpos y cosas, incluso Dios, son meras suposiciones o creencias. Ninguna de ellas ha sido experimentada nunca realmente. (El famoso "problema de la inducción" que mencioné en mi columna anterior.)
¡Vaya pesimista!
No será hasta 1781 (toda esta historia ocurre en menos de cien años) que Immanuel Kant, en su obra Crítica de la razón pura, intente resolver el problema legado por el escéptico Hume, a quien acusa de despertarlo de su "sueño dogmático."
Kant estaba de acuerdo con Hume en que no hay ideas innatas —como sí creían Platón y toda la Iglesia (y ahora Chomsky)— pero negaba que todo el conocimiento derivara exclusivamente de la experiencia.
Para Kant, la experiencia debía adaptarse al conocimiento. Según su visión, el conocimiento científico se sustentaba tanto en un factor empírico como en un factor racional.
Su sistema se trata, pues, de la síntesis (¿y superación?) del principal dilema filosófico moderno: cómo conocemos.
En Búho de Minerva, Rafael Echeverría explica que para Kant "el entendimiento posee leyes que son previas a los objetos que se le presentan; leyes, por lo tanto, que determinan su capacidad de entendimiento. Para entender lo que somos capaces de conocer es necesario, en consecuencia, determinar las precondiciones del entendimiento, previas a la experiencia."
Kant lo describe así en la introducción de su obra:
"(...) Una de las primeras y más necesarias cuestiones, y que no puede resolverse a simple vista, (es) la de saber si hay algún conocimiento independiente de la experiencia y también de toda impresión sensible. Llámese a este conocimiento a priori, y distínguese del empírico en que las fuentes del último son a posteriori, es decir, que las tiene en la experiencia." (Immanuel Kant en Crítica de la razón pura)
Para conocer, pues, según Kant, la conciencia, de algún modo, ordena la experiencia. La "razón pura" del título de su obra hace referencia precisamente a ese conocimiento a priori.
Como relata Fernando Savater en La aventura del pensamiento, el sistema filosófico de Kant constituye un giro copernicano, pues permitió darnos cuenta que los objetos no son realidades independientes de nosotros. La percepción de un objeto no es una recepción pasiva, sino una actividad, pues depende de condiciones a priori. (Humberto Maturana aterrizará este planteamiento, mucho tiempo después, desde la biología de la visión.)
O sea, según Kant (y Maturana), no podemos conocer nunca el mundo real.
Importante aseveración para fines del siglo XVIII.
No hay realidad objetiva que podamos conocer.
No se trata de descubrir el mundo, sino de constituirlo.
Por otro lado, para "salir del paso" de aquellas cuestiones más metafísicas (como la existencia de Dios), Kant introduce los conceptos de fenómeno y noúmeno en su sistema.
Así, para él, los "fenómenos" son los únicos que pueden ser realmente conocidos y son las cosas que se manifiestan en la experiencia. Como se define en un libro de filosofía: un "fenómeno" es la cosa en cuanto objeto para un sujeto.
Los "noúmenos", en cambio, escapan a las posibilidades del conocimiento humano y se encuentran fuera de los límites de la razón. En un libro de filosofía se define al "noúmeno" como la cosa considerada en sí misma sin relación con ningún sujeto (la cosa-en-sí).
Dicho de otro modo, para Kant sólo lo que es "fenómeno" puede ser objeto de conocimiento científico. Los "noúmenos" quedan fuera del conocimiento posible, pues todas las cosas que percibimos los seres humanos son sólo "fenómenos."
La Voluntad de Schopenhauer
Así las cosas, el mundo que vemos consiste en representación, en captación de meros "fenómenos." (A fines de los '80 el biólogo chileno Francisco Varela propondrá la enacción como una alternativa al concepto de representación, como ya compartí.)
Pero para Arthur Schopenhauer, pensador alemán de la primera mitad del siglo XIX, lo que sostiene la representación kantiana no es la realidad última del noúmeno (la-cosa-en-sí).
En su lugar, Schopenhauer sostiene que toda la fachada fenoménica del mundo, los fenómenos que experimentamos, está soportada por una Voluntad universal.
Así lo explica:
"La cosa-en-sí es aquello que existe independientemente de nuestra percepción por medio de los sentidos. En otras palabras, es aquello que es real y verdaderamente. Demócrito lo llamó materia; en última instancia, así lo hizo Locke; para Kant era una X; y para mí es Voluntad." (A. Schopenhauer en Parerga y Paralipomena)
Así, el mundo del noúmeno, el mundo kantiano de la cosa-en-sí que soporta este mundo fenoménico, es reemplazado por la Voluntad.
Para Schopenhauer todas las cosas son manifestaciones de la Voluntad.
La Voluntad es ciega, impregna todas las cosas, y persiste eternamente sin ningún propósito.
Pero como es noúmeno, la Voluntad queda fuera de nuestro entendimiento.
De esta forma, continúa Schopenhauer:
"(...) Fuera de la Voluntad y la representación nada conocemos ni nada podemos concebir. (...) Aquello que lamentamos no conocer no es conocido por nadie ni por nada, y es en sí mismo completamente incognoscible. En realidad es inconcebible."
Schopenhauer basa así toda su filosofía en la noción central de una Voluntad que impregna todas las cosas. Una Voluntad omnipresente.
A esto hace referencia el título de su monumental obra "El mundo como voluntad y representación" de 1818.
Tal fue su impacto, que el propio Schopenhauer pensaba que había resuelto el "enigma del mundo." En la introducción de la versión del libro que comparto se menciona que cuando Schopenhauer le envió el manuscrito a su editor, lo acompañó con una nota que de modesta no tiene nada:
"Mi obra es, pues, un nuevo sistema filosófico: pero nuevo en el pleno sentido de la palabra: no una nueva exposición de lo ya existente sino una serie de pensamientos con un grado máximo de coherencia, que hasta ahora no se le han venido a la mente a ningún hombre. Estoy firmemente convencido de que el libro en el que he realizado el arduo trabajo de comunicarlos a los demás será uno de aquellos que luego se convierten en fuente y ocasión de un centenar de otros libros."
Lo novedoso de la idea de la Voluntad, para mi, no es tanto su concepción filosófica —después de todo, no es más que una "volada en la que se fue" el arisco Arthur. Los filósofos y estudiosos juzgan su trabajo mejor de lo que yo soy capaz, sin duda.
Lo que me llamó la atención cuando yo descubrí "la volada" de Schopenhauer es el carácter negativo que le imprime a su Voluntad universal.
Y es que, tal como explica Savater, la mayoría de los pensadores suele plantear que el mundo en su conjunto es bueno y racional, y que los malos somos nosotros, los seres humanos que nos dejamos arrastrar por pasiones, intereses y deseos corruptos.
Pero Schopenhauer pensaba totalmente lo contrario.
Para él —como resume Savater— ¡nosotros somos las víctimas!, los que padecemos, y el mundo es lo malo, lo siniestro, lo que está poseído por un afán incansable de oposición y destrucción. La Voluntad es mala, o a lo menos indiferente a la humanidad, y en cuanto tal es el origen del sufrimiento en el mundo. Así, el mundo es esencialmente malo, o indiferente respecto de nosotros: “un lugar de miseria irredimible, iluminado por chispazos ocasionales de horror”, en palabras de Paul Strathern.
El chileno Humberto Giannini destaca la siguiente cita de El mundo como voluntad y representación:
"La especie humana está para siempre y por naturaleza condenada al sufrimiento y a la ruina. Aun cuando con ayuda del estado y de la Historia se pudiera remediar la injusticia y la miseria, hasta el punto de que la tierra se convirtiera en una especie de Jauja, los hombres llegarían a pelearse por aburrimiento, a precipitar unos contra otros; o bien el exceso de población traería consigo el hambre, y ésta los destruiría." (Arthur Schopenhauer)
¡Con razón Schopenhauer es el "filósofo del pesimismo"!
Cómo escapar al sufrimiento
A mi no me convence el concepto de la Voluntad de Schopenhauer. Pero como ya dije, un especialista sabrá criticar la obra del alemán mejor que yo.
(Lo que me parece curioso, eso si, es que diga que la Voluntad es como el noúmeno de Kant, es decir, que queda fuera de todo entendimiento racional, pero aun así sea capaz —sólo él, por supuesto— de describirla como mala o indiferente.)
Lo que quiero rescatar en esta columna, y para lo cual he escrito todo este extenso preámbulo, es que Schopenhauer no se detiene sólo en presentar y caracterizar a la Voluntad, cuna de un pesimismo intrínseco.
También propone las tres vías (sin contar la muerte, por cierto) que él identifica para escapar de esta maldición que es la Voluntad.
¡Y creo que he estado escribiendo sobre ellas!, indirectamente, por supuesto.
Como resume Savater en La aventura del pensamiento, según Schopenhauer hay tres formas de escapar al sufrimiento que nos produce la Voluntad omnipresente:
La contemplación estética. Todas las artes son liberadoras pues permiten el surgimiento de una contemplación desinteresada. En la apreciación estética de una obra de arte no participa la Voluntad. Sin embargo, aclara, sólo conlleva un alivio momentáneo, no la salvación. La música, para Schopenhauer, es la forma artística más elevada.
El ascetismo. La segunda vía consiste en el desapego a la vida. Se trata de cambiar voluntad por no-voluntad. Es tomar conciencia del sufrimiento hasta liberarse completamente de éste. (Aquí se nota la influencia de la filosofía oriental en el pensamiento de Schopenhauer. No confundir con la versión cristiana del ascetismo, lleno de culpa.)
La compasión. Finalmente, la tercera vía consiste en que el hombre comprenda que todos los individuos, en tanto fenómenos de una realidad única, sólo son uno. En la compasión hay amor desinteresado. La compasión es el deseo genuino de bienestar del otro.
Según como yo lo veo (leo), la contemplación estética puede asumirse como una forma de cultivar el ocio noble aristotélico y/o de perseguir el conocimiento "inútil" del que habla Bertrand Russell en Elogio de la ociosidad:
"Quizá la ventaja más importante del conocimiento «inútil» es que favorece un estado mental contemplativo. (...)
El hábito de encontrar más placer en el pensamiento que en la acción es una salvaguarda contra el desatino y el excesivo amor al poder, un medio para conservar la serenidad en el infortunio y la paz de espíritu en las contrariedades."
El ascetismo de cambiar la voluntad por la no-voluntad nos deja con la nada. Y nadie sabe enfrentar el absurdo de la vida, la angustia, la nada, mejor que los Existencialistas.
Y la compasión de Schopenhauer, el único móvil moral para él, para mi podría leerse como una reinterpretación de la biología del fenómeno social de Humberto Maturana.
Después de todo, en El mundo como voluntad y representación, Schopenhauer escribe:
"Antes de seguir adelante y proceder a ello tengo que expresar y explicar aquí un principio paradójico, no por ser tal sino porque es verdadero y completa el pensamiento que aquí he presentado. Es este: «Todo amor es compasión»."
En mi entendimiento, esto no lo veo tan distinto a lo que sostiene Maturana en Desde la biología a la psicología sobre lo que es el amor:
"La naturaleza íntima del fenómeno social humano está en la aceptación y respeto por el otro que está en el centro del amor como fundamento biológico de lo social."
Así que, al parecer, y sin saberlo, ¡he estado escribiendo sobre formas de escapar a la Voluntad!
¿El peor (o mejor) de los mundos posibles?
Así como Leibniz aseguraba que vivimos en "el mejor de todos los mundos posibles", a todas luces Schopenhauer pensaba totalmente lo contrario: vivimos en el peor.
Pero creo que no debemos ser innecesariamente pesimistas.
(Yo abogo por un pesimismo constructivo, después de todo.)
Cuando nos encontrábamos en los peores momentos de la pandemia del COVID-19, la escritora estadounidense Susan Orlean estaba convencida de estar viviendo "el peor momento de la historia."
Susan comparte en una columna una serie de eventos que remecían la cotidianeidad gringa a principios de septiembre del año pasado (2021):
"La ley antiaborto de Texas; Covid y las nuevas variantes; Afganistán; la desigualdad de ingresos; la insurrección del 6 de enero; el loco padre surfista de QAnon que disparó a sus hijos con un arpón; incendios en el suroeste; Andrés Cuomo; cambio climático; Huracán Ida. Podría seguir pero no lo haré. ¿Podrían las cosas ser peores?"
En ese contexto se puso a pensar en su infancia (hoy Susan tiene 66 años), la que por un breve momento le pareció idílica en comparación al estado actual de las cosas.
Pero luego recordó:
"Asesinatos políticos; Vietnam; disturbios civiles; racismo descarado; desigualdad de ingresos; estancamiento generacional; drogas; cultos."
Luego, recordó que cuando joven solía envidiar a sus padres, imaginando que habían vivido tiempos más simples y felices.
Pero luego también recordó:
"La Depresión económica; Segunda Guerra Mundial; sexismo; racismo desvergonzado; desigualdad de ingresos; tensión de clases; antisemitismo; surgimiento del Ku Klux Klan; y sigue y sigue y sigue."
Este mismo ejercicio lo podríamos hacer en Chile, y no hay que retroceder mucho para llegar al momento más horroroso de nuestra historia.
Así que, al igual que Susan Orlean, no debemos ser tan pesimistas con el estado actual de las cosas.
Porque como comparte al final de su reflexión:
"Ningún momento es el peor momento; ningún momento es el mejor momento. La historia humana es conflictiva y turbulenta. Avanzamos poco a poco y nos quedamos atrás una y otra vez."
No vivimos ni en el mejor ni en el peor de los mundos posibles.