"El optimismo es la falla más grande del mundo moderno" (Alain de Botton)
Nuestra sociedad idolatra al optimista y estigmatiza al pesimista, a quien se lo toma por alguien negativo, destructivo y fatalista.
Pero la narrativa irracional de progreso —base del optimismo—, de que algo que funcionó en el pasado lo hará de nuevo, no tiene fundamento.
El filósofo David Hume ya lo discutía en el siglo XVIII, con su problema de la inducción, con el cual se refería a la suposición permanente que hace el ser humano de que lo que ha visto le informa de lo siguiente que verá.
Pero el problema del optimista va más allá de la inducción.
Pues no se trata de pensar que todo irá mejor —mentalidad de la cual saca provecho una industria completa—, sino, por el contrario, de su incapacidad de estimar la probabilidad de ocurrencia de eventos negativos.
Y es que los optimistas malinterpretan sus infortunios. Como no prestan atención y fallan en analizar información nueva o distinta que desafíe sus decisiones —lo que es un sesgo cognitivo conocido como "sesgo optimista"—, ven lo malo que les ocurre como una desgracia.
Dicho de otro modo, el optimista sobreestima la probabilidad de experimentar cosas buenas y subestima la probabilidad de experimentar cosas malas.
Así, perder el trabajo se transforma en un evento extraordinario, de mala suerte, algo inaudito. Pero todos los días la gente es despedida, o recibe un diagnóstico médico poco alentador, o pierde seres queridos. Pero el optimista no sabe procesarlo. No entiende cómo es posible que esto le ocurra a él.
El "sesgo optimista" también se manifiesta en cosas más simples y cotidianas, como cuando no logramos calcular lo que gastamos (en tiempo y dinero) en un proyecto, por ejemplo. "¿Cuánto te demoras en entregar este informe?" "¡Nada! Mañana te lo tengo." "¿Cuánto gastaremos reparando el auto?" "¡No más de X lucas!"
Y es que el optimista cree que le irá mejor sólo porque lo desea.
Así como reflexionaba que el adulto millennial vive sopesando expectativas contradictorias, el optimista vive en la esperanza. Desea que las cosas ocurran de cierta forma, basado en una experiencia previa o peor aún, engañado por el clásico "me lo merezco."
(Cuando estaba armando mi proyecto de magíster, al pensar en hipótesis, un revisor siempre me decía: "¿Tú crees que esto ocurrirá de esta forma o deseas que ocurra así?" Porque es basado en un antecedente, y no en el deseo o la esperanza, que una hipótesis supone una explicación probable para un fenómeno.)
Visto así, ¿no sería el optimismo una forma de escapismo?
Pues si tu deseo de que sucedan cosas buenas te lleva a creer que es probable que ocurra lo que quieres, entonces limitas tu juicio (otra vez sesgo) y no reflexionas sobre los factores que probablemente sí determinen en mayor grado el resultado.
Un desafortunado (pero ya recurrente) ejemplo lo tuvimos la semana pasada con la selección chilena de fútbol. El optimismo con que deseamos que ganara en realidad no sirvió de nada. Lo que probablemente hubiera servido más hubiese sido tener un mejor planteamiento técnico, mejores jugadores, etc.
"¡Pero hoy con Uruguay será diferente!", dirá el optimista. Ya veremos.
A la luz de esta reflexión, el consejo del Jappening con Já no lo recomiendo para nada (las negritas son mías):
"Lo más importante, en la vida es
sonreírle al mundo
con optimismo y fe.
(...)
Si un mal paso das, que te haga sufrir,
debes ignorarlo, y vuelve a sonreír."
WTF.
Como si ignorar fuera a resolver algo.
La mentalidad positiva
Dicho todo lo anterior, pienso que ser optimista no tiene nada de malo.
Es evidente que lo que esperas que ocurra en el futuro determina de cierta forma las decisiones que tomas. Si esperas que te vaya bien, es probable que hagas lo necesario para que eso ocurra. Si ver la vida de forma positiva te ayuda en eso, lo celebro.
Pero también creo que precisamente ese es el problema de la versión más tóxica del optimismo.
Me refiero a ese optimismo de Instagram, tipo horóscopo, de que las cosas irán bien porque sí. "¡Hoy será un gran día!" "¡Todo va a salir bien!"
Ese optimismo basado en la mentalidad positiva permanente.
Pienso que cuando se cree que todo lo resuelve una mentalidad positiva, en verdad se consigue:
Reprimir emociones negativas. Cuando la sociedad nos demanda ser optimistas siempre, eso nos lleva a ocultar (o mucho peor, ignorar, como dice la canción del Jappening) ciertas emociones menos satisfactorias. Ya escribí sobre el aburrimiento, pero aquí también incorporo emociones "popularmente negativas", como la tristeza, el miedo o el enojo. Como sostiene Humberto Maturana, vivimos en un fluir de emociones (emocionar) que debe incluirlas a todas. Pero el optimismo tóxico sugiere que la respuesta a toda preocupación o dolor es (man)tener una mentalidad positiva. E ignorar el resto.
No actuar. El optimismo es beneficioso cuando se traduce en acción. Esperas cosas buenas en el futuro, pero debes hacer tu parte para que eso ocurra. Deo volente. El optimismo tóxico, en cambio, con el disfraz de la mentalidad positiva, descansa en la esperanza y el deseo. Si no ocurren las cosas es porque no las deseaste lo suficiente. El problema es tuyo, de tu mentalidad. Pero sabemos que el mundo no funciona así. Nuestra esfera de control es mínima. El optimista (tóxico) cree, no obstante, que pensar positivo lo salvará.
Siempre he pensado que aquellos optimistas más acérrimos suelen caer en la autocomplaciencia: ya que desean tan fervorosamente un futuro esplendor, esperan pasivamente que las cosas ocurran. Se lo merecen, ¿no?
Y cuando el mundo no se alínea con sus deseos, no pueden interpretar la realidad sin negatividad. Está prohibido. "Todo pasa por algo", dicen. "Podría ser peor."
Conversando de esto con un amigo, me decía que él sí cree que ver la vida con optimismo puede hacer que tengas una mejor salud, mayor éxito. Pero volviendo a la estadística, le explicaba que correlación no implica causalidad.
¿Pensar positivo te hace más exitoso? ¿O es que ser exitoso te lleva a pensar positivo?
Ejercicios Estoicos
Hace unos meses reflexionaba sobre la "cláusula de reserva" del Estoicismo, aquella idea que nos invita a ser reservados con las expectativas que pueden estar o no dentro de nuestra esfera de control.
Aplicar este concepto significa perseguir un resultado externo (con optimismo) pero "con la reserva" (o pesimismo) de que el resultado puede no depender sólo de nosotros. Deo volente.
Como relata Donald J. Robertson en "How to think like a Roman Emperor", la práctica Estoica de la cláusula de reserva puede ser llevada a la práctica premeditando la adversidad, o como le llama el filósofo Séneca, Praemeditatio malorum.
"Lo que es completamente inesperado tiene un efecto más aplastante, y lo inesperado se suma al peso de un desastre. Esta es una razón para asegurarse de que nunca nada nos tome por sorpresa. Debemos proyectar nuestros pensamientos delante de nosotros en todo momento y tener en mente todas las eventualidades posibles en lugar del curso habitual de los acontecimientos... Ensáyalos en tu mente: exilio, tortura, guerra, naufragio." (Séneca)
Este primer ejercicio que comparto, pues, bastante pesimista, nos invita a imaginar las cosas que podrían salir mal o ser arrebatadas y prepararnos para los contratiempos inevitables de la vida.
Porque lo que no comprenden los optimistas de la cultura positiva es que no siempre obtenemos lo que podría ser legítimamente nuestro, aunque "lo merezcamos" o tengamos una mentalidad positiva.
La mayoría de la cosas no depende de nosotros.
No importa tu mentalidad.
Conviene, pues, prepararse. Pensar en lo que podría salir mal y anticiparse.
El segundo ejercicio que comparto es sobre entrenar la percepción. En "Ego is the Enemy" el escritor Ryan Holiday enseña que para el Estoicismo no hay cosas buenas o malas, sólo percepción.
Pasan cosas. Ocurren hechos.
Sólo eso.
El resto es aporte nuestro.
"No existe nada bueno ni malo; es el pensamiento humano el que lo hace parecer así." (William Shakespeare)
A través de nuestra percepción somos cómplices en la creación —así como en la destrucción— de cada uno de nuestros obstáculos, en palabras de Holiday. Así, está el evento en sí mismo y la historia que nos contamos sobre lo que significa.
Nuestra tarea está en distinguir.
Esto tampoco lo comprende el fanático optimista, para quien todo evento debe ser interpretado con el prisma de la mentalidad positiva. "Todo pasa por algo."
No.
Algunas cosas pasan (de mala suerte) no más.
Y les pasa a la gente que se lo merece... y también a la que no.
Por eso es importante diferenciar entre el hecho (el evento) y la narrativa interna.
Poner atención a nuestra objetividad entre paréntesis.
Epicteto lo ejemplifica en su Enchiridion:
"Cuando un amigo rompe un vaso, nos apresuramos a decir: "Oh, mala suerte". Entonces, es razonable que cuando se rompe un vaso propio, lo aceptes con el mismo espíritu paciente. Pasando a cosas más importantes: cuando muere la esposa o el hijo de alguien, le decimos rutinariamente: 'Bueno, es parte de la vida'. Pero si alguien de nuestra propia familia está involucrado, entonces de inmediato es '¡Pobre, pobre de mí!' Haríamos mejor en recordar cómo reaccionamos cuando una pérdida similar afecta a otros." (Epicteto)
Más pesimismo, por favor
Comúnmente se nos enseña que los pesimistas ven el vaso medio vacío y que los optimistas lo ven medio lleno.
Que los pesimistas se quejan de que el mundo es difícil y complejo, y que los optimistas ven siempre un futuro mejor.
Yo también lo creo.
Por eso abogo por un pesimismo constructivo.
Algo así como un optimismo que no ignore los desafíos y complejidades —propios y del mundo— para sobrellevar la vida.
Pesimismo con una cuota de optimismo. No al revés.
Pues pensar positivo es idealizar el futuro. Pero pensar negativo es aterrizar nuestras capacidades, el contexto y la realidad construida.
Pensar positivo es animarse a tomar riesgos con la esperanza de un buen resultado. Pero pensar negativo es sopesar esos riesgos y no exagerar nuestras capacidades.
Una cultura positiva... y otra negativa, de tal forma que el pesimista identifique y se ocupe de las cosas que el optimista pasa por alto.
Así, ante el sufrimiento, el pesimista constructivo no le hace caso al Jappening:
"Si un mal paso das, que te haga sufrir,
debes ignorarlo, y vuelve a sonreír."
... le hace caso al poeta Claudio Bertoni:
sufrir
no hace
ni bien
ni mal
hace
sufrir