El sesgo del ego
Sesgos cognitivos para cuando nos sentimos protagonistas de nuestra propia película.
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Hace unas semanas escribí sobre cómo la "terapia de la insignificancia cósmica" propuesta por Oliver Burkeman en Four Thousand Weeks ayudaba a sopesar el efecto del sesgo egocéntrico en el que vivimos.
Y es que todos pensamos que sabemos cómo funciona el mundo. Tenemos tendencia a confiar ciegamente en nuestra perspectiva de las cosas, otorgándole muchas veces mayor peso que a la propia realidad. Y por eso solemos imponer puntos de vista en vez de argumentarlos y defenderlos.
Pero como nos aclara Morgan Housel en The Psychology of Money, lo que experimentamos —por ejemplo, en la esfera económica— es una mínima fracción de lo posible:
"Tus experiencias en finanzas personales representan quizás el 0,00000001% de lo que sucede en el mundo, pero son quizás el 80% de cómo crees que funciona el mundo." (Morgan Housel)
Si lo extendemos al resto de esferas, eso quiere decir que con ese 0,00000001% le damos sentido al mundo (y con una convicción tremenda). No debiera extrañarnos, pues, porqué nos cuesta tanto considerar situaciones desde la perspectiva de otros. Creemos erróneamente que vemos las cosas objetivamente, sin sesgos de ningún tipo. (Hint: eso es precisamente el sesgo egocéntrico en acción.)
Y esa ilusión de realidad, enmascarada por el sesgo egocéntrico, la experimentamos también en nuestra relación cotidiana con otros.
Porque cuando le pasan cosas a otras personas, por ejemplo, pareciera que sí podemos ver claramente lo que sucede, con cierta objetividad, perspectiva y desapego.
Si a un amigo cercano le entran a robar a su casa, eres capaz de consolarlo diciendo que sólo se trata de cosas materiales. Si tu hija rompe su juguete favorito, le dices "son cosas que pasan" y que mejor juegue con otra cosa. Si un mesero derrama una copa sobre tu amiga, la calmas diciendo que fue un accidente.
Pero cuando son nuestras cosas las que se rompen o pierden algo distinto ocurre...
Rápidamente se convierte en una tragedia, un mal que alguien nos ha infligido deliberadamente. ¡Es que no sabes lo que me robaron! ¡Ese juguete era muy importante para mí! ¡Arruinaste mi camisa favorita! (El sesgo egocéntrico, otra vez.)
Y es que lo que nos pasa a nosotros parece inmensamente más importante de lo que le sucede a otros. El resto exagera; nosotros no.
Tomamos lo que nos pasa como algo demasiado personal porque... bueno... ¡es personal!
El otro día me enteré que una amiga anduvo de visita por Valparaíso (donde vivo) y publicó una foto donde salía en una fiesta. Lo primero que pensé es qué había hecho yo para haberla molestado o enojado, como para no invitarme. O quizás simplemente mi amiga pensó que soy muy fome para esos panoramas. Al día siguiente, cuando nos vimos, le pregunté directamente, a lo que respondió: "Sí, pensé en invitarte pero no lo hice porque sé que no te gustan esas fiestas." ¡Toda la razón! Efectivamente repito mucho que no me gustan esas fiestas (de puro reggaetón y trap). Seguramente, si me hubiera invitado le habría dicho que no.
Sin embargo, mi primera reacción fue preocuparme sobre lo que este incidente decía sobre mí (¿estará molesta conmigo? ¿seré muy fome?) y pasé por alto lo que, a todas luces, era la explicación más probable de su decisión.
Caí en el sesgo egocéntrico: analicé la situación como si yo fuera el centro del asunto.
Esta experiencia me hizo reflexionar (e investigar) sobre los sesgos cognitivos en que usualmente caemos cuando nos damos más importancia de la que tenemos, olvidando que cada quien vive sus propias preocupaciones y ansiedades.
Del foco al desapego
La primera constatación del sesgo del ego es que muchas veces caemos en el efecto lupa (o foco, spotlight effect), que es la tendencia a creer que somos el centro de atención. Olvidamos que aunque uno sea el centro de su propio mundo (la realidad construida de Maturana), no es el centro del de los demás.
La segunda revelación es que, ya seas víctima de un robo, o arruinen tu camisa favorita o no te inviten a esa fiesta, a veces el sesgo egocéntrico suele enmascarar otros sesgos cognitivos, de relativa menor notoriedad, pero que aparecen cuando tomamos las cosas de manera demasiado personal, como por ejemplo:
El sesgo de autorresponsabilidad, que es la tendencia de atribuirnos responsabilidad sobre eventos a pesar de tener muy poca o nula evidencia que sostenga dicha creencia.
La ilusión de la percepción asimétrica, que es la tendencia por la cual pensamos que nuestro conocimiento sobre los demás supera incluso el conocimiento que los demás tienen de ellos mismos. (¡Ego puro!)
Una manifestación del segundo sesgo es cuando (creemos que) "leemos mentes" ajenas, asumiendo que sabemos la opinión o juicio que otros tienen sobre nosotros. En vez de preguntar, asumimos. En mi caso, asumí que mi amiga pensaba que no sería entretenido invitarme a la fiesta, y basé mi creencia sólo en el hecho de que no me invitó. "Sabía" cuál era su opinión... ¡sin preguntarle!
Y ojo que esto de "leer mentes" lo hacemos en otros contextos más comunes y aparentemente sin importancia.
Por ejemplo, cuando le pedimos a un mesero de un bar que nos explique más sobre la cerveza o trago que pedimos, quizás nos avergonzamos —y no lo hacemos— porque asumimos que nos verá como alguien ignorante o, en el otro extremo, pedante o presumido. O cuando queremos tomarnos más tiempo para explicarle al médico nuestros síntomas, y no lo hacemos porque asumimos que pensará que le estamos haciendo perder el tiempo. O cuando queremos iniciar una conversación con una desconocida y vacilamos porque asumimos que nos verá como alguien cargante o jote.
Olvidamos que en todos esos casos estamos asumiendo lo que el otro piensa o cree. Creemos leer su mente, lo que evidentemente es imposible. Y como decidimos con el sesgo del foco (spotlight) —es decir, todo siempre es demasiado personal—, distorsionamos el sentido de lo que realmente está sucediendo.
Para (tratar de) contrarrestar el sesgo egocéntrico los filósofos estoicos practicaban el desapego.
No un desapego en el sentido de no involucrarse con otras personas o evitar las interacciones sociales. Eso sería absurdo. Por el contrario, practicaban el desapego en el sentido de intentar analizar los eventos con perspectiva.
En sus Disertaciones, el griego Epicteto se refiere a la falta de perspectiva, cuyo síntoma es la mirada egocéntrica:
"Cuando un amigo rompe un vaso, nos apresuramos a decirle: 'Oh, mala suerte'. Es razonable, entonces, que cuando se rompe un vaso propio, lo aceptes con el mismo espíritu paciente. Pasando a cosas más graves: cuando muere la esposa o el hijo de alguien, decimos rutinariamente: 'Bueno, eso es parte de la vida'. Pero si alguien de nuestra propia familia está involucrado, entonces de inmediato es '¡Pobre, pobre de mí!'. Lo haríamos mejor si recordáramos cómo reaccionamos cuando una pérdida similar aflige a otros." (Epicteto)
Dicho de otro modo, Epicteto destaca que cuando alguien, por ejemplo, es víctima de un robo, podemos decir: "No te preocupes, son cosas materiales." Pero cuando somos nosotros a quienes roban, de repente es "¡Pobre de mí!"
Sin embargo, ¿no es fundamentalmente el mismo evento?
Las interacciones sociales son la mayoría de las veces poco claras, sin tanto comentario directo, por lo que es esperable que queramos encontrar un sentido y motivación para el más mínimo incidente o momento incómodo.
El "problema", a mi parecer, ocurre cuando no somos capaces de leer la interacción —es decir, cuando no logramos saber lo que piensa o siente la otra persona—, y en vez de preguntar, optamos por asumir, dejando muchas veces que nuestro ego interprete los hechos.
Y ya se trate de sesgos cognitivos o falacias lógicas, el primer paso debe ser reflexionar sobre nuestras propias respuestas sociales y ser conscientes si estamos cayendo en trampas del pensamiento. O sea, el primer paso es reconocer en nosotros mismos los errores que muchas veces juzgamos y apuntamos en otros. Si no lo hacemos, entonces comenzamos a validar razonamientos y conjeturas basadas en escasa o nula evidencia.
Evidentemente estos son temas complejos.
Hay pensamientos que nos parecen automáticos porque los aprendimos. Algunos pueden estar vinculados a un historial de carencias emocionales, de rechazo, de la necesidad de autorresponsabilizarse. Si un amigo, pareja, jefe o padre te ha culpado repetidamente por eventos que (en realidad) no causaste, es posible que hayas internalizado estas acusaciones y hayas comenzado a creerlas como ciertas, y ahora pienses que eres responsable de más cosas de las que realmente eres.
Lo curioso es que eso también nos puede llevar a caer en otro sesgo cognitivo, el del autoservicio, que es cuando nos atribuimos el crédito cuando nos va bien pero culpamos a otros cuando fracasamos. Otra manifestación del ego. El ejemplo típico es el del estudiante que obtiene una buena nota: está convencido que es resultado de su inteligencia, estudio y dedicación. El estudiante que no le va bien, en cambio, piensa otra cosa: debe ser el profesor quien enseña mal, las preguntas no estaban bien formuladas, etc... Todo puede ser cierto, evidentemente. El problema (sesgo) se origina cuando asumimos y creemos ciegamente en nuestra visión de las cosas.
En el caso del sesgo del autoservicio, responsabilizamos a otros por nuestros errores.
Y cuando se trata de responsabilidad, nuevamente, una máxima del Estoicismo —la dicotomía del control— parece un buen punto de partida:
"La felicidad y la libertad comienzan con la clara comprensión de un principio: algunas cosas están bajo nuestro control y otras no." (Epicteto)
Para terminar, en su libro Ego is the Enemy, Ryan Holiday se vale de una definición informal respecto al ego (en contraposición a la acepción freudiana), y que es la que he usado en esta columna: la creencia en nuestra propia importancia. Cuando nos sentimos protagonistas de nuestra propia película. "Arrogancia. Ambición. Autorreferencia. El sentido de superioridad y certeza que excede los límites de la confianza", acota Ryan.
Pero el autor nos propone lo siguiente:
"Cuando eliminamos el ego, nos quedamos con lo que es real. Lo que reemplaza al ego es la humildad." (Ryan Holiday)
Que el ego no nuble nuestra forma de ver las cosas.