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Antes de empezar a estudiar biología no tenía idea —o muy poca— sobre la existencia de los computadores Mac. Cuando vi que mis profesores de universidad, que también eran investigadores (lo que yo quería hacer profesionalmente, al menos en ese momento), usaban portátiles Apple, comencé a desear tener uno.
Hice lo que cualquier adolescente hace: imitar a quien piensa como un modelo a seguir. No sabía bien porqué los usaban, si eran mejores o no que la competencia, pero como ellos los tenían, también quise uno.
Y es que los seres humanos somos criaturas miméticas. Somos capaces de hacer una cosa mejor que cualquier otro ser vivo: aprender viendo y copiando a otros.
Y la cosa más importante que aprendemos es a desear: a saber lo que queremos y lo que nos gusta.
Los publicistas entienden esto muy bien.
En sus comerciales no tratan de convencerte de comprar una Heineken o un Audi; simplemente te muestran una comunidad de la cual desearías ser parte, para luego decirte que una forma de convertirse en parte de ese grupo es tomar una Heineken o conducir un Audi. (En mi anécdota universitaria, ser un científico implicaba usar Mac.)
O sea, el deseo viene por influencia social, muchas veces antes de que nos demos cuenta o entendamos porqué, por lo que es mejor preguntarse quién —y no qué— genera y moldea lo que nos gusta, queremos o deseamos.
En otras palabras, la raíz de todo deseo no está en los objetos o la experiencia que perseguimos, sino en la persona de la cual aprendimos a querer esas cosas.
Esto es lo que el pensador francés René Girard (1923-2015) quiere expresar en su concepto del deseo mimético, o imitativo.
Los deseos miméticos son aquellos que tomamos de otras personas y de la cultura que nos cobija. Si yo percibo que alguna carrera profesional o un destino de vacaciones (o una marca de computadores) es bueno o deseable, seguramente es porque alguien (que me importa) lo ha modelado de tal forma que me parece bien y deseable.
"El hombre es una criatura que no sabe lo que quiere, por lo que acude a otros para tomar una decisión." (René Girard)
Para Girard, lo que nos gusta, queremos o deseamos no es algo —como usualmente pensamos— que se nos ocurra a nosotros y que controlemos independiente de otros. No es algo que generemos o creemos nosotros por nuestra cuenta. El deseo es en realidad un producto social.
De mediadores y su distancia
La publicidad, por ejemplo, imbuye deseos en nosotros, pero lo hace sin mostrarnos las cosas u objetos en sí mismos, sino mediante otras personas queriendo o deseando la cosa. Los comerciales de perfumes, por ejemplo, nunca mencionan las características del producto; sólo te muestran una celebridad usándolo. El objetivo es que veas a una celebridad que sigas o respetes, y que eso te haga desear lo que ellos tienen.
Lo mismo pasa en las poblaciones con los ídolos narcos: la música que escuchan, la ropa que usan, las joyas y autos que tienen, etc., se convierte en el modelo a seguir por el resto de miembros de menor jerarquía en la organización.
Lo que perseguimos (o deseamos), entonces, no es el objeto, sino ser como el modelo que lo tiene.
Son estos modelos —o "mediadores", en palabras de Girard— los que influencian lo que nosotros consideramos deseable y que luego aprendemos por imitación.
Dicho de otro modo, cuando observamos a una persona que nos importa, que admiramos o respetamos (el mediador) con algún objeto o característica en particular, no estamos adquiriendo el deseo por ese objeto determinado, sino aprendiendo a imitar a ese alguien.
No queremos cosas, queremos ser alguien.
O como dice Girard, todo deseo es un deseo de ser.
A veces se piensa que el deseo es un flujo unidireccional desde el sujeto al objeto. Yo quiero algo.
Girard piensa que en realidad se trata de un flujo del sujeto a través de un mediador al objeto. Yo, influenciado por X, quiero algo.
De esto sigue un pilar fundamental en el pensamiento girardiano: la distancia entre el sujeto y el mediador importa. Y mucho.
El francés distingue dos tipos de mediadores: los que están lejos de ti y los que están cerca de ti.
A los modelos que están lejos de ti Girard los llama "mediadores externos", porque se trata de personas con las cuales no tienes ninguna posibilidad seria de tener contacto: celebridades, personajes históricos, incluso protagonistas de libros o películas de ficción. La distancia con un mediador externo es tal que aun cuando el sujeto se esfuerce mucho por seguir el ejemplo del modelo, la relación entre ellos no cambiará.
Piensa en tu artista favorito, un pensador de renombre, o incluso Dios. Da lo mismo lo que hagas: por mucho que copies o imites a esta persona, tu existencia no influirá su devenir. Cada uno seguirá con su camino.
Con los modelos que están cerca de ti, que Girard llama "mediadores internos", ocurre algo distinto. Aquí se trata de personas con las cuales tienes —o podrías tener— contacto efectivo: familiares, amigos, colegas, vecinos. Cualquier persona con la cual puedes interactuar en tu vida.
En este caso, a diferencia del mediador externo, el esfuerzo del sujeto de ser alguien como el modelo puede llegar a transformar la relación entre ellos.
Y esto porque cuanto más cerca estás de alguien es más probable que te relaciones con esa persona y comiences a prestar atención a lo que quiere, lo que le gusta y lo que desea. Pero tu relación con esa persona puede transformarse progresivamente: pasar de ser alguien cercano, a un modelo o mediador, para luego convertirse en un competidor, un obstáculo, un rival. Y esto por la sencilla razón de que, gracias al deseo mimético, has adoptado (o intentas hacerlo) los deseos, gustos y preferencias del mediador, lo que dada la cercanía genera una superposición del deseo de ser, lo que conlleva conflicto. Además, tú mismo te puedes convertir en mediador de tu propio modelo.
Con un mediador externo esto no ocurre.
Cuando el modelo a seguir es alguien lejano, podemos elogiarlo y compararnos con él o ella sin generar ningún conflicto. Piensa en tu artista o pensador favorito. Probablemente manifiestes abiertamente tu preferencia y admiración, sin tapujos. No tienes nada que perder.
Pero cuando el modelo es cercano (mediador interno), ya sea un compañero de trabajo, un vecino, pareja, amigo o incluso un miembro de la familia, hacemos todo lo contrario. Es probable que ocultemos el hecho que son nuestro modelo, que los admiramos y que queremos ser como ellos. Y a medida que nuestro mimetismo se intensifica, es probable que nos esforcemos cada vez más por disimular nuestros sentimientos, y lo que inicialmente era un sentimiento de admiración mutará en una envidia que trataremos de ocultar. Muy pocas personas podrían manifestar abiertamente que copian e imitan a alguien cercano.
En otras palabras, mediadores y admiradores, eventualmente —inevitablemente según Girard— se convierten en rivales. El deseo mutuo los convierte en competidores.
Y ojo que la intensidad de la rivalidad tiene poco que ver con el valor del objeto (el deseo) que se persigue. Lo que importa, ya sabemos, es la relación interpersonal.
Así que, de acuerdo a Girard, no peleamos porque seamos diferentes: peleamos porque somos lo mismo. (Por eso la forma más personal e intensa de conflicto mimético se produce en el seno familiar.)
Comprendiendo los conceptos de mimesis, de mediadores y de distancia entre sujeto y modelo, llegaremos a que la solución girardiana al conflicto mimético es crear más distancia y más diferenciación.
Si la relación entre un sujeto y su mediador es diferenciada será segura; si se trata de una relación no-diferenciada —porque el sujeto y su modelo son iguales— será peligrosa y generará conflicto.
Por eso Girard dirá que:
"La paz y la armonía duraderas requieren inherentemente la diferenciación. Una sociedad estable es una sociedad diferenciada." (René Girard)
Se supone que las redes sociales acercan a la gente, ¿no?
¿Será eso bueno?
Según Girard no, porque internet disminuye la distancia efectiva entre nosotros y los mediadores que imitamos. Eso hace que sea más fácil relacionarnos con las personas que admiramos y envidiamos, generando una presión mayor para que nos convirtamos, ¡y seamos vistos!, como alguien en particular. Esta ausencia de distancia, de diferenciación, produce ansiedad porque no podemos ser distintos en un mundo que no lo permite. Somos, pues, al mismo tiempo, sujetos y mediadores entre los miembros de una comunidad.
Por eso, según Girard, la diversidad no es sólo importante; la diversidad es la única respuesta al conflicto mimético. Contar con gente que tiene distintos orígenes, diferentes culturas, distintas experiencias, que ven a diferentes personas como sus mediadores, es la respuesta a una cultura homogénea y mimética llena de celos y resentimiento.
De nuevo... no peleamos porque seamos diferentes: peleamos porque somos lo mismo.
La mentira romántica
Como compartí en la columna Con el favor de Pigmalión, en su libro Mentira romántica y verdad novelesca, Girard analiza algunas obras maestras de la literatura universal, como Don Quijote de Cervantes, Madame Bovary de Flaubert, A la búsqueda del tiempo perdido de Proust, y otras, concluyendo que lo que caracteriza al ser humano es la imitación. Don Quijote quiere ser un gran caballero y para ello debe hacer todo lo que ha hecho Amadís de Gaula; Emma Bovary no desea por sí misma, sino que imita los deseos de las heroínas de las novelas que lee en su casa; etc.
Los protagonistas de esas novelas no desean a partir de sí mismos, sino que imitan los deseos de otros.
Sin embargo, en todas esas obras también se transmite lo que para Girard constituye la mentira romántica.
Esta mentira nos dice, en el fondo, que todos somos individuos únicos que en nuestro centro tenemos lo que llamamos el 'yo auténtico', y que lo que pasa es que tenemos capas de restricciones sociales, una sobre otra, cuyos orígenes son externos, que no nos dejan ser tal cual somos. Nos dice que la forma de acceder a la autenticidad es 'seguir nuestros corazones' (o nuestra intuición) para poder ser libres, escapar y sacarnos esas capas sociales que nos limitan. Esta mentira forma parte del desarrollo argumentativo de las novelas de Cervantes, Flaubert y Proust. (Y seguramente muchos gurús espirituales modernos también suscriban a la idea.)
Para Girard se trata de una mentira porque, como hemos discutido, es muy probable que nuestros valores, nuestra orientación política, nuestros gustos musicales, etc., estén determinados por los deseos de otros, aunque no estemos conscientes de ello o no lo hayamos decidido intencionadamente. Y eso incluye la creencia de que "hay que liberarse para desnudar al yo-auténtico". ¿Quién sabe si eso que defiendes también está determinado socialmente, si no es otro deseo mimético?
Olvidamos que la imitación opera tanto positiva como negativamente: puedes copiar lo que te gusta, lo que te genera respeto o admiración de otro, como también lo que no te gusta, lo que te genera repudio y rechazo. El mediador puede ser positivo o negativo, según tu punto de vista.
Por eso creo que conocer, comprender y ¿aceptar? las ideas de René Girard no nos hará dejar de ser seres sociales miméticos. Seremos susceptibles a las fuerzas miméticas igual que antes.
Pero lo que sí puede hacer es ayudarnos a marcar un punto de inflexión sobre lo que creíamos que se trataba de algo auténtico y propio nuestro, y quizás, pensarlo ahora como resultado de un deseo mimético.
Quizás esto nos haga más conscientes de lo que deseamos, lo que nos gusta y lo que perseguimos en la vida.
Pero esto es difícil e incómodo.
Porque quizás nos daremos cuenta, por ejemplo, que estudiamos una determinada carrera o escogimos una determinada universidad porque nuestros amigos querían eso, o nuestra familia lo esperaba, o porque en el colegio nos lo inculcaron. Pero también puede ser que quizás escogimos esa carrera y/o universidad por su campo laboral, por vocación y/o reputación. Es muy difícil separar o modular el carácter mimético de nuestros deseos.
Probablemente todos lo sean en algún grado.
Por eso, una primera aproximación más fructífera pueda ser partir por identificar a nuestros mediadores internos y externos y la influencia que han tenido sobre nosotros. Papás, tíos, hermanos, amigos, vecinos, parejas, compañeros, colegas, jefes, artistas, escritores, pensadores, gurús, etécetera, etcétera.
Para terminar, el filósofo estoico Epicteto decía que "No son las cosas en sí mismas las que perturban a las personas, sino los juicios que se forman sobre ellas."
Lo mismo pasa con la mimesis.
El deseo mimético da significado a las cosas debido a las personas que nosotros validamos y que quieren esas cosas.
Pero cuando desaparece el modelo del deseo —el mediador— también puede desaparecer nuestro interés por lo que, en realidad, nunca quisimos.
El refrán dice que "a dónde va Vicente, a donde va la gente", pero implica una notable falta de personalidad. En cuanto a lo que se señala sobre la imitación, me gusta una musica que no le gusta a nadie de mi entorno y que me empezó a gustar por la música en sí, no porque me lo hayan inculcado. Por tanto, habrá cosas en las que sí tendemos a imitar a otros pero hay otras en las que claramente no y tiene más que ver con lo gregarios que seamos o la mayor o menor personalidad que tengamos que con que eso sea una cualidad intrínseca a todo ser humano.
No conocía las ideas de R. Girard, muy interesante. Me gusta pensar el tema de la mentira romántica a partir de la reflexión de Lacan sobre la fase del espejo. Se trata de la formación de esta instancia que reconocemos como 'Yo' a partir de la imagen reflejada en el espejo, y no de las experiencias corporales; se trata de la ficción del 'Yo' que funciona como el punto de referencia en el que nos apoyamos para crear una biografía, relatar los deseos y las ambiciones. Pero, en nuestra sociedad del espectáculo, siempre nos dicen que nos falta algo para 'completar' nuestra individualidad, nuestro Yo es un proyecto en construcción permanente. He hablado demasiado, perdóname jajjaja