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En el libro Four Thousand Weeks Oliver Burkeman se refiere al "agobio existencial" que experimentamos en el mundo moderno, en el sentido de la angustia que nos produce la inmensa variedad de opciones que tenemos siempre a la mano gracias a Internet.
Y es que las tecnologías modernas —digitales— nos ofrecen en todo momento un sinfín de cosas por hacer —aparentemente todas interesantes—, por lo que el agobio (o angustia) aparece cuando vivimos sopesando lo que idealmente nos gustaría hacer versus lo que realmente podemos.
El suministro de opciones es inagotable.
En Instagram, por ejemplo, hay perfiles que nos facilitan el consumo de información respecto a eventos y actividades en que nos gustaría participar. Yo mismo sigo algunos perfiles de charlas, música y ferias varias con este fin. Lo paradójico es que al mismo tiempo Instagram me informa de muchos más eventos y actividades de los que soy capaz de asistir. Con las aplicaciones de citas pasa lo mismo. Si bien parece ser la solución para el millennial hiperconectado (muy ocupado y productivo, ¿no?), también son un recordatorio permanente de todas las demás personas —quizás más atractivas— con las que se podría interactuar.
O sea, ante la multiplicidad de alternativas terminamos pensando en lo que NO elegimos.
En las interacciones sociales pasa lo mismo. Quien, en compañía de otro, revisa impacientemente sus redes sociales y apps de mensajería, en realidad está más pendiente de quien NO está, más que de quien le acompaña en ese preciso momento.
Lo que aparentemente está detrás de este comportamiento es nuestra tendencia, amplificada por las tecnologías digitales, de querer estar al día en todo. Saberlo todo. Hacerlo todo. La ignorancia selectiva no es opción.
Pero como explica Burkeman, las tecnologías que utilizamos para "estar al tanto de todo" siempre fallan y decepcionan, porque permanentemente redefinen el "todo" del que estamos tratando de estar al tanto.
¿Alguien puede decir que está "al día" en Twitter?
(Evidentemente mucho algo de la economía de la atención explica esta tendencia adictiva de las tecnologías digitales, en el sentido que recibimos descargas de dopamina cada vez que descubrimos "lo nuevo", independiente de lo relevante que pueda ser, y las empresas tecnológicas explotan eso.)
Pero lo cierto es que (siempre) hay muchas más actividades y oportunidades en el mundo de las que tenemos tiempo y recursos para invertir. La "novedad" de Internet es que ahora nos proporciona esa información al instante.
No obstante, en el libro Essentialism el inglés Greg McKeown sostiene que aunque muchas de esas actividades/opciones puedan ser efectivamente buenas, o incluso muy buenas, la mayoría son triviales, y pocas son, en verdad, relevantes.
En una entrega reciente de su boletín, el autor bestseller James Clear afirma, de hecho, que las buenas oportunidades se arruinan por el sueño de otras ligeramente mejores; pero no por la calidad de dichas alternativas, sino por falta de compromiso:
¿Tendrías una carrera más exitosa si hubieras tomado ese otro trabajo o te hubieras cambiado de ciudad? Posiblemente. Pero tu trabajo actual definitivamente sufrirá si no te comprometes a hacerlo lo mejor que puedas.
¿Serías un 10% más feliz en una relación diferente? Quizás. Tal vez no. Pero definitivamente serás infeliz con la que tienes hoy si pasas todo el día pensando en qué más hay por ahí.
Una manera segura de terminar mal es angustiarse por las opciones no elegidas y no aprovechar al máximo las que ya tomaste. Cada minuto que pasas soñando tus vidas-no-vividas es tiempo que no puedes invertir en la vida que realmente tienes.
O sea, las elecciones son importantes, pero también lo es el nivel de compromiso.
De esta forma, para Burkeman la solución al problema se compone de dos partes: conciencia de la finitud de la vida y compromiso.
Lo que se requiere, pues, es voluntad para resistir el impulso de consumir más y más cosas/experiencias, pues esa estrategia sólo lleva a la sensación de (querer) tener aún más cosas/experiencias por consumir. Dicho de otro modo, se requiere voluntad para asumir que no podemos hacerlo todo. Nunca es suficiente.
Sólo una vez que asumimos esto —pues te garantizo que no eres capaz de hacerlas todas— es que la oferta inagotable de opciones deja de sentirse como un problema. En su lugar, podemos concentrarnos —comprometernos— en disfrutar plenamente de aquellas pocas experiencias para las que sí tenemos (realmente) tiempo.
Paradoja de la limitación
Oliver Burkeman llama a todo esto la "paradoja de la limitación" que describe como sigue:
"Cuanto más tratas de manejar tu tiempo con el objetivo de lograr una sensación de control total y libertad, inevitables limitaciones del ser humano, la vida se vuelve más y más estresante, vacía y frustrante. Pero cuanto más confrontes los hechos de la finitud, y trabajes con ellos en lugar de contra ellos, más productiva, significativa y alegre se vuelve la vida."
En términos prácticos, abrazar los límites del tiempo como dice Burkeman, o reflexionar sobre la finitud y brevedad de la vida, significa organizar los días con el entendimiento de que simplemente no se tiene todo el tiempo del mundo para hacer todo lo que se quiere. Podemos comenzar, entonces, con dejar de castigarnos por no satisfacer ese estándar de productividad impuesto que, sumado a las expectativas contradictorias del adulto millennial, hace todo más difícil.
Puesto que la vida finita obliga a tomar decisiones sobre en qué invertir nuestro tiempo, lo que es inevitable y requiere de nuestro compromiso para conseguir lo mejor de dicha elección, lo importante está en aprender a tomar dichas decisiones de forma consciente y deliberada.
No hay técnica o estrategia de productividad que permita ignorar esta limitación.
Toda elección significa desechar el resto de posibilidades.
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"La única ruta hacia la libertad psicológica es dejar de lado la fantasía que niega los límites de hacerlo todo y, en cambio, concentrarse en hacer las pocas cosas que sí importan." (Oliver Burkeman)
Procrastinar bien
Visto así, el principal desafío de las técnicas de productividad personal no debiera ser la gestión del tiempo para hacer todas las cosas que queremos, sino ayudarnos a decidir lo que en verdad podemos hacer (y sentirnos en paz con aquellas cosas que no logramos hacer).
Debemos aprender a procrastinar bien, como reza esta columna.
En otras palabras, el objetivo de la productividad no debiera ser erradicar la procrastinación como usualmente nos tratan de convencer algunos gurús con todos sus tips, técnicas y apps, sino aprender a elegir más sabiamente en qué vas a procrastinar para enfocarte en lo que más importa.
Y es que muchos piensan que las personas más productivas son aquellas que procrastinan menos. Pero existen tres tipos de procrastinadores: los que no hacen nada, los que dedican su tiempo a hacer cosas irrelevantes, y los que hacen las cosas importantes. Todos pueden procrastinar la misma cantidad de tiempo, pero sólo los últimos avanzan en sus objetivos pues posponen las tareas pequeñas o intrascendentes, no las que cuentan.
Así, si redefinimos la buena gestión del tiempo (productividad) como una cuestión de aprender a procrastinar bien —enfrentando la finitud de la vida y tomando decisiones en consecuencia—, entonces el otro tipo de procrastinación, la mala productividad (que ocurre cuando no avanzamos en las cosas que sí nos importan), es el resultado de ignorar la finitud del tiempo y la importancia del compromiso permanente.
Como explica Burkeman en Four Thousand Weeks, el buen procrastinador acepta el hecho de que no puede hacer todo, por lo que decide lo más sabiamente posible en qué tareas enfocarse y cuáles descuidar.
Por el contrario, el mal procrastinador se encuentra paralizado y no avanza precisamente porque no puede soportar la idea de enfrentarse a sus limitaciones.
"El esencialismo no se trata de cómo hacer más cosas; se trata de cómo hacer las cosas correctas." (Greg McKeown)
Ya he escrito sobre la vida del adulto millennial que se enfrenta a expectativas contradictorias pero que intenta satisfacerlas igualmente. Queremos hacerlas todas. Nos gusta la vida en modo productivo. Pero como ya lo decía Séneca, "El gusto por el ajetreo no es diligencia."
También nos enfrentamos a la humildad de asumir que no tenemos el control del tiempo, que siempre habrá una brecha entre lo que deseamos hacer versus lo que realmente podemos hacer.
La vida moderna parece conducirnos a un esfuerzo cada vez mayor, a perseguir fantasías del tipo "equilibrio entre trabajo y vida personal" o del confuciano "trabajo de tus sueños". Para (intentar) lograrlo, adoptamos e implementamos técnicas de gestión del tiempo —o productividad personal— que nos prometen conseguir el tiempo necesario para hacerlo todo.
Quienes se exceden, llegan al agotamiento o burnout. Quienes se ven sobrepasados por la carga, usualmente procrastinan.
Pues bajo la perspectiva del inexistente control del tiempo y la conciencia de la finitud de la vida, procrastinar no es más que una forma de mantener la sensación de control, porque nadie quiere fracasar en una tarea desafiante e intimidante. Y si no la empiezas, nunca fracasas, ¿cierto?
Burkeman piensa que por eso llenamos nuestras mentes de ocupaciones y distracciones: para adormecernos emocionalmente.
Quizás sea bueno adoptar la invitación de Essentialism de Greg McKeown —que no es más que otra forma de repensar la productividad, al igual que Oliver Burkeman en Four Thousand Weeks— de que, quizás por primera vez, nos demos permiso para dejar de intentar hacerlo todo, dejar de decirle que sí a todo el mundo.
Respecto al concepto de "agobio existencial" que inició la columna de hoy, Burkeman piensa que la ansiedad o angustia nunca desaparece por completo.
Nunca es fácil aceptar las propias limitaciones.
Por eso no hay ninguna otra técnica de gestión del tiempo, o de productividad personal, que sea la mitad de efectiva que enfrentar (y aceptar) el absurdo de la vida: somos lo que hacemos, somos responsables de lo que decidimos, y debemos comprometernos con lo que escogemos.
"Nuestra esencia, aquello que nos define, es lo que construimos nosotros mismos mediante nuestros actos." (Jean-Paul Sartre)
Y dado que elegir implica necesariamente dejar de hacer otras cosas, podemos decidir ver esto como una restricción, como algo negativo, o bien, en mejor término, como algo propio o inherente de la vida.
Quizás, como plantea McKeown, en lugar de preguntarse: "¿A qué tengo que renunciar?", mejor decir: "¿En qué quiero invertir mi tiempo?"
Para así, luego, procrastinar bien.