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"El libro es un seguro de vida, un pequeño anticipo de inmortalidad." (Umberto Eco)
En un intento por repetir este ejercicio todos los años, en la entrega de hoy comparto las lecturas de lo que fue mi año 2021-2022.
Como explicaba un año atrás, registro mis lecturas en Goodreads pero mantengo el “inconveniente”, no obstante, de agrupar los registros desde mayo a abril del año siguiente, como los hidrólogos. (Intentaré aflojar mi ridícula rigidez el próximo año y presentar las lecturas de un año calendario, aunque repita los títulos de la primera parte.)
Como también comenté en el reporte anterior, consumo libros en tres formatos: papel, iPad y Kindle, en ese orden de preferencia.
Los dispositivos electrónicos facilitan la tarea de destacar pasajes y tomar notas, pero a su vez el libro físico obliga a transcribir manualmente, lo que por sí solo invita a releer y aterrizar mejor lo que leo, con más detención y dedicación.
Todos los apuntes y pasajes destacados terminan en Evernote, aplicación que también utilizo para escribir estas columnas.
Sobre hábitos lectores, la verdad es que (creo) no mantener ninguno especial.
Mi receta es simple: leo cada vez que puedo.
Siempre llevo un libro conmigo —en el metro, el bus, en la fila del banco— y muchas veces escojo leer por sobre ver televisión o usar el celular. En mi intento por escapar del presentismo, también prefiero un libro antes que ver noticias, matinales o reels de Instagram. (Todo esto mediado por la energía-cansancio del momento.)
Tampoco leo rápido, por lo demás.
Aún no logro silenciar la subvocalización (cuando te lees a ti mismo en tu cabeza), por lo que no manejo —ni me interesa— ninguna técnica de lectura rápida. Como aprendí de Ryan Holiday, si quieres leer más, tienes que dedicarle tiempo. No queda otra.
Sin más preámbulo, a continuación comparto los 50 libros que leí este último año, separados por ficción y no-ficción, pero no ordenados cronológicamente.
Ficción: novelas y cuentos (y poesía)
Comienzo con las mujeres:
Este año leí la bonita edición de Zig-Zag de las Obras Completas de María Luisa Bombal. Hasta no hace mucho, se “sabía” de las emociones y reflexiones femeninas desde la mirada de escritores hombres, por lo que me parecieron muy entretenidas La última niebla y La amortajada, donde Bombal imprime su alta intensidad romántica (que al parecer también expresó en su vida privada).
La segunda chilena de mi lista es Paulina Flores, de quien leí su primera novela Isla Decepción, entretenida como lectura de fin de semana.
De Virginia Woolf leí Un cuarto propio, breve relato-ensayo sobre las dificultades que la sociedad impone a las mujerespara emprender actividades creativas. (¿Habrá tenido Shakespeare una hermana escritora?)
Finalmente, descubrí gracias a mi hermano el libro de relatos cortos Donde me encuentro, de Jhumpa Lahiri, que combina hábilmente expresividad literaria con lo que parecen ser situaciones extremadamente cotidianas. Muy entretenido (y recomendado, por cierto).
Algo que no suelo hacer es releer libros de ficción, pero ante el lanzamiento de la película tuve que repetir Dune de Frank Herbert, que había leído unos diez años atrás, y que sin duda constituye (para mí) una obra maestra de la ciencia-ficción. (Hay una canción de Iron Maiden sobre Paul.)
Otro libro de ciencia ficción fue El baño de música de las dieciocho, del japonés Juza Unno, que reúne en realidad cuatro relatos que aunque recuerden a 1984 ó un capítulo de Black Mirror, fueron escritos en la década del treinta. El cuento que más me gustó, además del que da título al libro, fue El intestino viviente.
Dentro de las novelas contemporáneas que leí están La cena, del holandés Herman Koch, que está pintada para película, e Imposturas, del irlandés John Banville, sobre una persona que finge y adopta la identidad de un académico. Un buen descubrimiento gracias a las sugerencias de Apple Books fue Coronel Lágrimas, la primera novela del costarricence Carlos Fonseca, en que el narrador descubre conforme avanza el libro más sobre el protagonista. Una mezcla de ficción, historia y biografía.
De clásicos universales leí la selección de Cuentos y las Memorias del subsuelo de Fiodor Dostoyevski, este último más bien un libro de filosofía antes que novela. De Franz Kafka leí El proceso, que logra hábilmente hilar una historia aparentemente simple pero que no puedes parar de leer, transmitiendo la más pura angustia existencialista. Estos tres libros los recomiendo totalmente.
El resto de títulos de ficción corresponden todos a autores chilenos:
De Antonio Skármeta leí la compilación de cuentos Los nombres de las cosas que allí había. Me gustaron harto El ciclista del San Cristóbal, sobre una madre moribunda y su hijo deportista en el centro de Santiago, que comienza con una frase poco habitual: “Además era el día de mi cumpleaños.” ¿Además? El otro cuento que destaco es Balada para un gordo, cuya frase inicial me hizo reír una tarde en el metro: "Cuando Juan Carlos llegó al curso todos nos alegramos porque nos hacía falta un gordo" (aflora lo institutano, dirán algunos).
De Germán Marín leí Fuegos artificiales, su primera novela, publicada originalmente en 1973 por la Editorial Quimantú. Para mi gusto, demasiado experimental y pretenciosa en el lenguaje, algo con que lo que no relaciono a este autor. Con Oscuro pedazo de vida, en cambio, ocurre lo contrario: es una selección de pequeños cuentos —algunos de no más de una página— que fácilmente puedes leer en una tarde por su agilidad y humor.
Me costó harto tratar de clasificar los dos libros de Benjamin Labatut que leí, Un verdor terrible y La piedra de la locura. ¿Son relatos o ensayos? ¿Es ficción o divulgación? Lo común en ambos libros son las reflexiones entorno a la ciencia, incorporando en La piedra también arte, caos y locura. (Si interesa de algo, Un verdor terrible fue recomendado por Barack Obama.)
Para terminar con la ficción, este año le di una oportunidad a la poesía, género con el que me cuesta sentirme cómodo, quizás porque exige del lector una mayor concentración y dedicación para interpretar y pensar. Puedes leer un libro en 30 minutos o bien en semanas. Leí Antología rokhiana, de Pablo de Rokha, que reúne todos los poemas del autor según su propia selección, y Dicho sea de paso, de Claudio Bertoni, muy chistoso e ingenioso si lo lees sin prejuicios, o bien chabacano, grosero y ofensivo si lo abordas con el filtro moral moderno. (No todos sus poemas son sobre sexo, por cierto.)
No ficción: divulgación y ensayos
Te aburro altiro:
De biología leí (y releí) varios libros de los científicos chilenos Humberto Maturana y Francisco Varela.
De Maturana (re)leí Desde la biología a la psicología y por primera vez La objetividad: un argumento para obligar. De Varela leí Autopoiesis: orígenes de una idea, que no es más que el prólogo de De máquinas y seres vivos que escribió para su última edición, donde reflexiona sobre el contexto social y científico que permitió idear el concepto, y Conocer, un “estado del arte” de fines de los ochenta sobre lo que para Varela son las ciencias y tecnologías de la cognición (CTC).
De ambos autores releí El árbol del conocimiento, que había hojeado varias veces en la universidad, y que constituye la mejor, breve y más didáctica introducción al pensamiento de estos dos biólogos chilenos.
A las pocas semanas de conocerse el fallecimiento de Maturana, aproveché de leer su último libro escrito en conjunto con Ximena Dávila, La revolución reflexiva, un recordatorio del origen cultural de nuestras diferencias sociales.
En el contexto del debate constitucional —mucho antes de la derrota de septiembre, o sea, con harta esperanza y optimismo— leí los ensayos Ecología y política, de Sara Larraín, y El mundo será verde o no será, de Raúl Sohr. Importantes reflexiones que como biólogo me interesan y que, espero, no se disuelvan en el tiempo.
De la estadounidense Elizabeth Kolbert leí Bajo un cielo blanco, que reúne diferentes relatos sobre cómo el cambio climático ya ha alterado hoy las condiciones de vida de distintas comunidades, pero cómo seguimos abordando el problema del mismo modo: con más control sobre la naturaleza.
Libros de filosofía leí varios:
Comienzo con El búho de Minerva, del chileno Rafael Echeverría, una introducción al pensamiento moderno desde la Edad Media hasta Maturana. Lo interesante del libro es que entrega el contexto científico —matemático, principalmente— que da pie a los cambios de paradigma, además de presentar a pensadores poco comunes para quienes no estudiamos formalmente esta disciplina.
Los otros libros son ensayos relativamente cortos (<150 páginas): El mito de Sísifo de Albert Camus, reflexión sobre el suicidio, la angustia y la felicidad; Elogio de la ociosidad de Bertrand Russell, que reúne reflexiones sobre sociedad y política; y Estrés y libertad, de Peter Sloterdijk, quizás el único libro "de filósofos para filósofos" que leí, con tesis interesantes pero que a mi parecer exigen conocimiento previo del autor o de las obras que cita, algo que no tengo.
También leí How to think like a Roman Emperor, de Donald Robertson, sobre las terapias cognitivo-conductuales en psicología y su origen en el Estoicismo, usando como referencia las Meditaciones de Marco Aurelio.
De la socióloga argentina Flavia Costa leí Tecnoceno, un ensayo sobre lo que para ella es la época que vivimos: un período con tecnologías de alta complejidad y altísimo riesgo —como la inteligencia artificial— con las que estamos dejando huella en el mundo. Contiene varios ejemplos, con citas a artistas, investigadores y noticias recientes para sostener su perspectiva del futuro.
Chocolate sin grasa, de Slavoj Zizek, contiene una selección de columnas escritas para medios británicos, en que el autor esloveno reflexiona sobre el estado actual del mundo (Venezuela, Donald Trump, etc.) y la sociedad (consumismo, ecologismo, etc.). Se refiere a cómo buscamos placer pero sin querer pagar las consecuencias, y por eso menciona con ironía al chocolate sin grasa (o al café descafeinado, o la cerveza sin alcohol).
Sobre música leí dos títulos: Rubato de Paolo Bortolameolli, una pseudo-autobiografía de este director de orquesta chileno, a modo de cartas a su hijo Andrea, con pensamientos sobre varias composiciones de música clásica (o sea, hartas recomendaciones para escuchar); y Ópera en Chile de Orlando Álvarez, que contiene un relato cronológico de este género en el país, compartiendo anécdotas y, al final, un detallado listado de todas las presentaciones ejecutadas hasta la fecha en suelo nacional. Me pareció más libro de consulta que otra cosa.
Los libros más cortos que leí —ambos no suman 100 páginas combinadas— fueron Desconocido, desconocido de Mark Forsyth, un ensayo sobre la importancia de las librerías pequeñas e independientes, y How to Live on a 24-hour Day, de Arnold Bennett, una crítica (al menos, en mi interpretación) sobre cómo usamos nuestro tiempo libre cuando no estamos trabajando. Una reflexión atemporal de un texto escrito en 1908. (Por si acaso, las sugerencias que hace son solo eso, sugerencias.)
Otro libro corto, pero porque incluye dibujos realizados por el autor, fue Goodbye Phone, Hello World, de Paul Greenberg, sobre cómo nos perdemos del mundo inmediato pasando pegados al celular todo el tiempo.
De lo que se denomina desarrollo o crecimiento personal, pero que las librerías chilenas agrupan indistintamente en la sección de Autoayuda, leí: Quiet, de Susan Cain, sobre los introvertidos (me considero uno); Essentialism, de Greg McKeown, un llamado a aprender a priorizar (una idea antigua pero con otro nombre); Models, de Mark Manson, sobre cómo y qué implica ser atractivo sexualmente; y Deep Work, de Cal Newport, bestseller de productividad que revaloriza la concentración como el superpoder de nuestro tiempo lleno de distracciones y multitarea.
The Great Influenza de John Barry fue un muy entretenido libro, que incluso inspiró una columna, sobre cómo se originó, y finalmente “se resolvió”, la Gripe Española que azotó al mundo en 1918, en la fase final de la Primera Guerra Mundial, con un estado de la medicina para nada comparable con el estándar y conocimiento actuales. Lectura recomendable para aquellos catastrofistas que surgieron con el COVID y que argumentan que todo sigue igual.
Otro libro que inspiró varias columnas de Pequén, y que recomiendo completamente, fue Can’t Even, de la periodista estadounidense Anne Helen Petersen, sobre lo que significa pertenecer a la generación de los Millenialls (los nacidos entre principios de los ochenta y mediados de los noventa): endeudados, sin casa propia, sobre-educados, con malos trabajos, adictos a las redes sociales, ansiosos y agotados.
También leí Psychology of Money, de Morgan Housel, sobre cómo pensamos que las finanzas personales son un tema racional y objetivo, para lo cual sólo se requiere instruirse, pero que en realidad es psicología pura: nuestras finanzas tienen mucho más que ver con lo que sentimos y esperamos del dinero. Lectura recomendada para todos quienes piensan que “sólo” necesitan más plata para resolver sus problemas.
Un libro diferente fue Ojo en tinta: Conversaciones radiales sobre el libro, una selección de entrevistas realizadas por Francisco Contreras, Nicolás Rojas y Pablo Espinosa, a distintas personalidades relacionadas al libro: escritores, editores, traductores, y cómo no, lectores. Entretenido y de rápida lectura, me sirvió para conocer autores y títulos que no había escuchado antes.
Para terminar, leí dos libros muy livianos, que me atraparon por el título o la portada más que por su contenido: La vida privada de los hombres, de Sabine Drysdale, que para mi no es más que una crónica ampliada de un artículo de las revistas del diario de fin de semana (pero saca varias sonrisas, por lo que en ese sentido logra un objetivo: entretener); y Art and Business of Online Writing, de Nicolas Cole, sobre nuevas estrategias de escritura en internet, lejos de blogs y más cercana a redes sociales. Para público gringo.
Listo: 50 libros.
Para alguien dedicado a la industria de los libros y la lectura, mis opiniones y recomendaciones le podrán parecer ingenuas, sin fundamento o derechamente irrelevantes.
Pero como sostiene Michel de Montaigne en uno de sus Ensayos de 1580:
“Expongo libremente mi opinión sobre todas las cosas, hasta sobre las que sobrepasan mi capacidad y son ajenas a mi competencia; así que los juicios que emito dan la medida de mi entendimiento, más que de las cosas mismas.”
Y esa ha sido mi intención en la columna de hoy, que espero repetir en un año más.