El trabajo que no puedes perder
Sobre la eficiencia y la productividad aplicadas a nuestro tiempo libre.
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Antes que China fuera unificada por la que sería su primera dinastía imperial en 221 a.C., por más de quinientos años proliferó en el territorio una red cultural e intelectual desde los distintos reinos en disputa. No por nada se conoce a este período previo al dominio de la dinastía Qin como la Edad de Oro de la filosofía china, o de las Cien escuelas de pensamiento.
Fue en este período donde aparecieron las reconocidas corrientes del Confucionismo y del Taoísmo, por ejemplo, pilares fundacionales de la sociedad tradicional china, incluidos ritos, ceremonias y expresiones espirituales y artísticas, muchas de los cuales persisten hasta hoy.
Para los mohistas, sin embargo, seguidores del Maestro Mo y contrarios al Confucionismo, todas estas expresiones espirituales eran un derroche inmoral que atentaba contra la eficiencia y el bienestar de todos.
Para ellos, la función del gobierno no era otra que proveer a su pueblo de los recursos materiales esenciales, y nada más. Por eso insistían en eliminar aquellas áreas “inútiles” de la vida, como el arte, el lujo, la cultura, el ocio, incluso la expresión de emociones. De hecho el texto que reúne su doctrina, conocido como Mozi, contiene varios capítulos titulados “Frugalidad en los gastos” (jieyong), “Frugalidad en los funerales” (jiezang), incluso uno “Contra la música” (feiyue), todo para dejar en claro la superioridad que suponía para ellos la función por sobre la forma en todo ámbito de cosas. Es decir, utilitarismo extremo y rechazo a todo tipo de ostentación.
Y aunque los mohistas escribieron y difundieron sus ideas hace más de 2.300 años, pareciera que su defensa acérrima a la eficiencia y la utilidad como principios rectores de la sociedad es algo que resuena hoy en día.
Y es que, al menos en nuestra sociedad occidental, nos han educado para asociar nuestro valor según a cuánto contribuimos a la sociedad. Mientras más aportamos, mejor.
Ser productivo, pues, es la forma de mejorar nuestro capital humano y social, y aportar a la sociedad y a la economía.
La religión no se queda atrás, por cierto.
El cristianismo, religión dominante en América Latina, posiciona al trabajo y el sacrificio como bienes morales en sí mismos. (Hace unos días escuché un episodio de Radio Ambulante sobre una monja argentina que relataba cómo en su convento se trabajaba todos los días; o en una serie documental sobre Colonia Dignidad, disponible en Netflix, muestran cómo uno de los niños pregunta porqué tienen que trabajar tanto y es castigado brutalmente por eso; o en la película Benedetta se muestra a las monjas refregando el piso o lavando ropa siempre que no aparecen rezando… O sea, el catolicismo entendido como trabajo, padecimiento y servicio: entrega de la vitalidad como ofrenda permanente.)
Educación y religión nos enseñan, pues, que todo tiempo no aprovechado productivamente es tiempo malgastado.
No es difícil comprender porqué la palabra “ocio” tiene una connotación usualmente negativa, incluso para nosotros mismos. Algunos se imaginan a alguien vagando sin hacer nada, sin aportar a la economía. Piensan en una actividad que no es actividad, en palabras de Anne-Laure Le Cunff. Después de todo, la segunda acepción de la palabra “ocioso” en el diccionario de la RAE describe a alguien “inútil, sin provecho ni fruto.” ¿Quién querría ser visto así?
Pero como reflexionara Bertrand Russell en Elogio de la ociosidad:
“La noción de que las actividades deseables son aquellas que producen beneficio económico lo ha puesto todo patas arriba.”
Y esto porque, como yo mismo ya he compartido varias veces, el ocio es mucho más que “no-trabajo”. Históricamente (para los griegos), el ocio significaba libertad para emprender proyectos intelectuales o creativos (scholé). No se trataba sólo de matar el tiempo o distraerse, sino que tenía que ver con dedicarse a cosas que fueran desafiantes pero que a la vez nos relajaran: una conexión entre ocio, aprendizaje y descanso.
Pero como sostengo más arriba, nuestra cultura usualmente nos dice que dichas empresas son deseables sólo si reportan un beneficio económico o bienestar a otras personas.
Por eso también creo que la falta de tiempo de ocio opera ahora como otro poderoso símbolo de estátus, directamente relacionado con el de “estar ocupados” (busyness). Es como sostiene la académica de la Universidad de Boston, Anat Keinan, para BBC: “En Twitter, las celebridades se quejan/jactan de ‘no tener vida’ y ‘estar necesitadas de vacaciones’ todo el tiempo”.
(Los gringos tienen un verbo intraducible para esto: humblebrag.)
De una u otra forma, hemos internalizado el mensaje de que el ocio es una pérdida de tiempo. Lo queremos, lo deseamos, pero al mismo tiempo nos enorgullece carecer de él. “Preferimos ser productivos”, nos decimos.
Definiendo un hobby… sexista
“El ocio es fundamentalmente no-trabajo”, explica Robert Stebbins, profesor de la Universidad de Calgary, a The Walrus. “No define algo. Define lo que no es.”
Si no es trabajo, entonces el ocio es una forma de descanso, una manera de ocupar nuestro tiempo libre.
¿Pero qué significa descansar?
Todos sabemos que el descanso es importante, ¿cierto?
Pero ¿qué es exactamente?
¿Es hacer nada por un cierto período de tiempo? ¿Es hacer nada con tu cuerpo pero dejando la mente activa (como al leer un libro)? O al revés, ¿es dejar tu mente tranquila mientras tu cuerpo se activa (como al hacer ejercicio)? Si salgo de paseo en bicicleta, por ejemplo, ¿califica eso como descanso? ¿Tiempo de ocio? ¿Un hobby?
Para el profesor Stebbins sólo cuando dedicamos tiempo y esfuerzo —o sea, cuando nos comprometemos “seriamente” con una actividad en nuestro tiempo libre— podemos experimentar los beneficios de un ocio gratificante. Para Stebbins, socializar, ver películas o caminar por el barrio, son actividades muy pasivas como para ser consideradas hobbies y deberían ser clasificadas como “ocio casual”. El “ocio serio” o productivo, en cambio, exige un esfuerzo en conocimiento y/o habilidad, por lo que las personas que practican activamente un hobby tratan de progresar. Es en este esfuerzo (y progreso) donde se consigue una satisfacción distinta a la que puede entregar el trabajo remunerado o un descanso pasivo (como una maratón de Netflix).
Un hobby es, entonces, una forma enriquecedora de tiempo de ocio, que es serio o productivo.
Pero los hobbies también esconden una discriminación de género, según afirma la periodista y escritora Anne Helen Petersen.
Pensemos en hobbies típicamente desarrollados por hombres (al menos según muestra la televisión y la publicidad, y recordando que Petersen es estadounidense): pescar, cazar, andar en bicicleta, reparar vehículos motorizados, construir o reparar muebles, etc. Y ahora pensemos en hobbies usualmente asociados a las mujeres: jardinear, tejer, pintar, leer, hacer manualidades, etc.
¿Qué los diferencia?
Petersen comenta que los hobbies masculinos tienen lugar, usualmente, fuera de casa, en un contexto donde no es seguro cuidar niños (por ejemplo, en un taller mecánico) y/o que exigen un tiempo prolongado para su desarrollo (un día entero de golf, como Jay Pritchett en Modern Family; o un fin de semana de cacería, como Ron Swanson en Parks & Recreation). Por el contrario, continúa Petersen, los hobbies femeninos tienen lugar en la esfera doméstica, pueden ser fácilmente “interrumpibles” (y así también retomados) y sólo exigen tiempos cortos de actividad (o sea, se pueden dejar y continuar después). Lo más importante es que no requieren de dedicación exclusiva, lo que quiere decir que las mujeres pueden desarrollar sus hobbies mientras cuidan de sus hijos, preparan comida o esperan a que termine de funcionar la lavadora.
En otras palabras, para Petersen los hobbies femeninos se mezclan con los ritmos de la vida doméstica, a diferencia de las aficiones típicas de hombres.
Lógicamente hay muchas excepciones, pero esta perspectiva de análisis no deja de ser interesante cuando se trata de describir cómo las personas ocupan su tiempo libre…
Una obligación moderna
Más allá del aspecto de género —que no constituye el interés de esta columna— es importante decir que las personas tienden a considerar sus hobbies como parte de sus identidades. (No eres alguien que “lee libros”, eres un lector.) Y como ya he discutido, nuestra identidad se nutre también de cómo sacamos provecho a nuestro capital humano.
Por eso los hobbies (de una u otra forma) igualmente refuerzan los valores de éxito, productividad, progreso y trabajo duro, de los cuales supuestamente trata de distanciarse. Y es que como dicen en este artículo de The Atlantic, el “ocio productivo” es uno de los instrumentos de la continua dominación del capitalismo…
Yo creo que esto tiene que ver con la propia definición de hobby, pues si se trata de una actividad que requiere esfuerzo y dedicación, y de la cual se espera cierto progreso o avance, entonces es una actividad productiva. Hay algunos hobbies cuyo resultado es (literalmente) un producto, como un pequeño jardín en tu terraza, una novela, una joya o una bufanda, mientras que otros producen valor en cuanto practicas una habilidad o ganas en conocimiento (como al tocar un instrumento o leer). Pero producción al fin y al cabo.
Y ese es precisamente el “problema” con los hobbies: tarde o temprano transmutan en capital humano y social, lo que también produce la siguiente paradoja, según explica Anat Keinan: “Persigues estas actividades con la intención de desestresarte y relajarte, pero debido a las altas expectativas que tienes por ser mejor, por superar a otros, suelen dejarte más estresado y frustrado.”
Por eso debemos cuestionar el mensaje (o imperativo social) de que tener un hobby es (siempre) la mejor forma de aprovechar nuestro tiempo libre.
Porque dependiendo de cómo desarrollemos esa afición, puede ser indicativo de lo que valoramos más en nuestras vidas: trabajo duro, logros, productividad. No hay nada malo con eso, por supuesto, ¿pero son para todas las personas esas cosas las más importantes? ¿Qué pasa con las relaciones personales, la contemplación y el descanso físico?
En definitiva, mi invitación de hoy es a reflexionar sobre qué motiva nuestro ocio.
Quizás escogemos hobbies que igualmente promueven la utilidad, la eficiencia y la productividad en un aspecto de nuestra vida que debiera ser diferente al de nuestro quehacer laboral.
El único beneficio de un hobby debiera ser la mera satisfacción y felicidad que nos produce su ejecución, y no si reporta (necesariamente) un rédito económico o significa un bienestar para otros (actual o futuro).
En el ensayo Conocimiento inútil, el británico Bertrand Russell defiende que:
El conocimiento de hechos curiosos no sólo hace menos desagradables las cosas desagradables, sino que hace más agradables las cosas agradables. Yo encuentro mejor sabor a los albaricoques desde que supe que fueron cultivados inicialmente en China, en la primera época de la dinastía Han...
Los hobbies y el ocio, en definitiva, son actividades que nos deben ayudar a distraernos y descansar.
¿Y qué es descansar? Para Lawrence Yeo, es cuando no estás asociando tu valor con lo que tienes que hacer después:
“El descanso se trata en última instancia de hacer cosas que no tienen nada que ver con tu lugar en la sociedad. El descanso puede tomar la forma de leer un libro, pero solo si ese libro no sirve para tus objetivos profesionales o personales… Siempre que haya algo centrado en cómo poder promover tu sentido de valor, no estás en un estado de descanso.”
Porque el ocio es, en definitiva, ese trabajo que no puedes perder.