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En Mediación del deseo mimético explicaba que, para el pensador francés René Girard, el punto de inflexión evolutivo del linaje humano no fue la capacidad de razonamiento —como sostenían los filósofos griegos y racionalistas— ni la proposición de realidades intersubjetivas —como piensan Feuerbach, Maturana y Noah Harari, por nombrar algunos— sino el fenómeno de la mimesis: nuestra gran capacidad para imitar.
La mimesis nos permite acceder a la subjetividad de otros y reproducir tradiciones culturales.
Después de todo, como escribe Maturana en Desde la biología a la psicología:
"Una cultura es una red de conversaciones que definen un modo de vivir, (...) e involucra un modo de actuar, un modo de emocionar, y un modo de crecer en el actuar y emocionar." (Humberto Maturana)
En otras palabras, la mimesis es lo que nos hace seres sociales (y lo que nos diferencia del resto de animales).
Esta tendencia a imitar los valores y comportamientos de otros es también la razón por la cual el prestigio y el reconocimiento público nos importan tanto. Cuando la mayoría de un grupo social (del cual eres parte) cree que algo es bueno o conveniente, o cree que tal cosa debe hacerse de tal forma, tendemos, lentamente, a absorber y hacer propias esas creencias (mediante mimesis).
Piénsalo: un reloj Rolex o un Mercedez Benz no son concretamente tan distintos de otros relojes y autos. Cuando decimos que esos objetos son "prestigiosos", "lujosos", en realidad estamos valorando un atributo que no forma parte del objeto mismo. Dicho de otro modo, el "valor agregado" que le conferimos a ciertas cosas no proviene del objeto mismo sino de la opinión de otras personas. ¿Cómo ocurre? Mimesis.
Girard dirá que lo que perseguimos no son objetos o experiencias. Lo que queremos es adquirir aquellos objetos y experiencias que refuerzan la identidad que representamos. Como explicaba en Mediación del deseo mimético, para el francés la raíz de todo deseo nunca está en los objetos o experiencias sino en la imitación de aquella persona de la que hemos aprendido a querer esas cosas.
En esa columna también explicaba que de acuerdo a la teoría mimética cuando los modelos a seguir —o mediadores— son internos (o sea, cercanos), ellos y sus "admiradores" se convierten inevitablemente en rivales. Esto se debe a que, con el tiempo, cuando hay mucha cercanía (familiar, pareja, amigo, vecino, etc.) —o poca distancia, en términos girardianos—, la admiración que se siente por los mediadores, que sirve de inspiración para la imitación, termina en resentimiento y odio, pues eventuamente se convierten en competidores.
Recordemos: no peleamos porque seamos diferentes; peleamos porque somos lo mismo.
La solución pagana: el chivo expiatorio
Girard sostiene que cuanto más homogéneos son los grupos humanos —cuanto más iguales seamos unos con otros— más inevitable se vuelve el conflicto mimético.
Pero existe una forma de apaciguar y suavizar el conflicto.
De hecho, Girard piensa que los únicos grupos humanos que sobrevivieron y formaron culturas duraderas son los que aprovecharon este recurso.
Se trata del mecanismo del chivo expiatorio. Como aparece en Wikipedia:
Un chivo expiatorio es la denominación que se le da a una persona o grupo de personas a quienes se quiere hacer culpables de algo con independencia de su inocencia, sirviendo así de excusa a los fines del inculpador. (...) Este apelativo se emplea para calificar a aquellos sobre quienes se aplica injustamente una acusación o condena para impedir que los auténticos responsables sean juzgados o para satisfacer la necesidad de condena ante la falta de culpables.
La teoría girardiana entiende la aplicación de este mecanismo cuando ambas partes de una comunidad enfrentada en un conflicto mimético decide colectivamente encontrar a alguien a quien culpar por toda la violencia.
No es un proceso racional —no existe un comité que elija a la víctima (broma)—, sino más bien algo un tanto aleatorio, donde ciertas acusaciones contra ciertas personas comienzan a ganar fuerza hasta que todo el grupo es convencido.
Con el mecanismo del chivo expiatorio Girard destaca la permanente necesidad de las sociedades humanas, en tiempos de caos, de identificar una única fuente a la que culpar (y asesinar). Este asesinato no está bien, es lamentable, se basa en una mentira. Sí.
Pero funciona.
Piensa en la muerte de Sócrates sentenciada por los atenienses.
Piensa en los judíos "causantes" del debilitamiento alemán y asesinados por los nazis.
Piensa en los comunistas chilenos perseguidos por la dictadura (y hoy por la derecha).
Todos chivos expiatorios, culpables de algo, aunque no se sepa muy bien de qué.
Girard llega a decir que este mecanismo es el que mantuvo en pie a las primeras sociedades humanas.
Y es que encontrar a alguien a quien culpar por nuestros problemas, y luego canalizar toda nuestra frustación y resentimiento hacia esa persona... se siente bien.
Por eso funciona.
Para Girard el conflicto mimético es una amenaza constante. Si se puede liberar parte de la tensión canalizando el enojo hacia un chivo expiatorio, se pensará que se ha hecho algo bueno.
En momentos de turbulencia no nos interesa la verdad, sino una gran mentira y un asesinato —simbólico o real— que nos lleve a una catarsis colectiva.
La solución moderna: la jerarquía
Como relata Fernando Savater en La aventura del pensamiento, para el filósofo inglés Thomas Hobbes la vida en las tribus primitivas era solitaria, pobre, áspera y breve. Para que la vida en sociedad fuera posible, cada uno tenía que ceder su agresividad, renunciar a su fuerza, a la violencia, y ponerse debajo de un monopolizador de la fuerza: El Leviatán.
Para Hobbes, la convivencia social es posible sólo mediante un artificio:
"El temor es la pasión socializadora por excelencia, pues el miedo a la muerte nos hace renunciar a nuestros violentos deseos de predominio y someternos a la autoridad." (Thomas Hobbes, 1651)
El monopolizador de la fuerza, el gran soberano, el Estado —el Leviatán— impone la ley y hace posible la vida en sociedad. En su visión pesimista, Hobbes sostiene que sin un Estado que ejerza su poder sobre todos, los seres humanos viviríamos en guerra unos con otros.
O sea, el sometimiento a la autoridad parece ser una forma de aplacar el conflicto mimético sin recurrir a la catarsis colectiva que produce el sacrificio del chivo expiatorio.
Pues someterse a una autoridad es una forma de legitimar cierta jerarquía.
Si recordamos el concepto de distancia entre admirador (o seguidor) y su mediador (o modelo), para Girard mientras más distancia y diferenciación exista, menor posibilidad de conflicto mimético. Dicho de otro modo, si tú eres el Rey y yo soy un súbdito —evidente jerarquía vertical—, entonces es esperable que tenga menos celos de ti que de mi colega o mi vecino, por la sola razón de que estás más lejos. Como mediador externo, puede que te admire (o no) pero no estaré celoso (o enojado) porque no somos iguales.
Aunque los sistemas jerárquicos nos parezcan "injustos" y "retrógrados" a ojos modernos, Girard sostiene que generalmente tienen éxito en establecer una diferenciación que suprime la violencia mimética. Porque, aunque no lo creas, sistemas jerárquicos siguen mitigando conflictos hoy en día. Piensa en la cultura empresarial moderna, en que el "Fundador" —y no el Gerente General, o CEO— es quien goza del más alto estátus dentro de una empresa. No tendría sentido sentirse celoso de un "fundador", pues es algo que está fuera de tu alcance (no se puede imitar). (Por el contrario, todos podemos envidiar, juzgar o criticar al gerente.)
Pero para el francés la jerarquía más grande que existe es la impuesta por la religión, pues no hay mediador externo más lejos de ti que... Dios.
Según Girard, de hecho, la religión evolucionó como una defensa necesaria, inevitable y exitosa contra los celos y la rivalidad mimética dentro de las comunidades humanas. Pero para el francés, no obstante, hay una religión que destaca particularmente sobre el resto, el cristianismo, porque combina a la vez la solución pagana (chivo expiatorio) y la moderna (jerarquía).
El cristianismo, en principio, tiene la misma estructura de la solución pagana del chivo expiatorio —Cristo, injustamente asesinado en la cruz— pero tiene una diferencia crucial: será la primera historia contada desde la perspectiva de la víctima. Recordemos: el mecanismo del chivo expiatorio siempre se pone del lado de los asesinos y siempre cree en la culpabilidad de la víctima. Los atenienses y Sócrates, los nazis y los judíos, los pinochetistas y los comunistas. Los primeros siempre están convencidos de la culpabilidad de los segundos, aunque no lo sean.
El cristianismo contará la historia del chivo expiatorio pero desde el lado opuesto, de la víctima inocente. Pero el mecanismo del chivo expiatorio contra el conflicto mimético no puede funcionar si se sabe que la víctima es inocente. No se puede lograr la catarsis. No hay liberación de la tensión. No hay paz.
René Girard explica en esta inversión del mecanismo, junto con la jerarquía máxima —no hay mediador externo más lejano que Dios—, el éxito y prevalencia de la religión cristiana (y todas sus variantes) hasta nuestros días. Las comunidades cristianas se mantienen (aparentemente) en paz porque hay jerarquía, distancia y diferenciación, y porque nunca lograrán la catarsis colectiva.
Para terminar, Humberto Maturana sostiene que:
"Los problemas sociales son siempre problemas culturales, porque tienen que ver con los mundos que construimos en la convivencia."
Por eso, aun cuando el mecanismo del chivo expiatorio y los sistemas jerárquicos en general bajo la perspectiva mimética de Girard nos hagan sentido, ambos comparten una debilidad: en realidad, no resuelven ningún conflicto.
Pueden traer paz y aplacar los ánimos, pero sólo temporalmente. La fuente del conflicto sigue ahí.
Pero eso es tema para otra reflexión.