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Como relata Rafael Echeverría en El Búho de Minerva, el punto de inflexión que permitió la transición cultural desde lo medieval a lo moderno fue la gran crisis de autoridad que sufrió la Iglesia en el siglo XV, tanto en el orden intelectual como en el político.
Sólo una vez que la acción y la palabra de la Iglesia fueron puestas en duda, el pilar fundamental que sostenía el mundo medieval finalmente se desplomó.
En ese contexto, continúa Echeverría, el pensamiento moderno desarrolló una concepción sobre el conocimiento radicalmente diferente. Ahora, "conocer" dejaba de ser un proceso que se desarrolla a partir de principios fundamentales aceptados como verdaderos —como pretendía la Iglesia—, sino que debía ser capaz de fundar por sí mismo la validez de lo que afirmaba. (Aplicaciones extremas de esta idea son los sistemas racionalistas de Spinoza y Leibniz.)
"El más grave error de la teología", escribirá Baruch Spinoza (1632-1677), "es el haber desatendido y ocultado la diferencia entre obedecer y conocer, el de hacernos tomar los principios de obediencia por modelos de conocimiento."
Al prescindir de la fe y de cualquier apoyo externo, el pensamiento moderno hará de la duda su fundamento.
Así, mientras el pensamiento medieval era esencialmente dogmático, el pensamiento moderno será fundamentalmente escéptico. Y con la duda como su principal herramienta y fundamento, el pensamiento moderno será, también, esencialmente crítico.
Por eso la mayoría de las filosofías modernas comienzan como críticas de otras: Kant critica a Hume, Schopenhauer critica a Kant, Kierkegaard critica a Hegel, etc. Subyace la creencia de que, quizás, no exista una verdad universal ni un mundo objetivo por conocer. (Nuevamente, muy distinto a lo que pretendía la Iglesia.)
Y eso porque, como sabemos, la verdad no puede ser establecida nunca por un individuo, sino por el conjunto de la sociedad. Como dirá Ludwig Feuerbach (1804-1872) a mediados del siglo XIX, "la verdad se asegura en la intersubjetividad que asegura el conjunto." (Que es lo mismo que plantea Yuval Noah Harari en Sapiens.)
Reconociendo, pues, la ausencia de una realidad objetiva, especialmente en lo que atañe a sistemas políticos, sociales y económicos, el dogmatismo que caracterizaba a la sociedad medieval no representa ya al pensamiento moderno.
Una manifestación de este llamado a la tolerancia intelectual es la carta/ensayo que escribe el empirista inglés John Locke en 1689, donde critica al dogmatismo religioso y su intento de inmiscuirse en materias fuera de su dominio de acción.
Aunque Bertrand Russell se refiriera al catolicismo como "la religión más fieramente intolerante que el mundo ha conocido hasta la fecha", Locke inicia su discurso definiendo a la Iglesia como un sistema social libre y voluntario:
[Considero que la iglesia] “es una sociedad voluntaria de hombres que se reúnen de mutuo acuerdo para rendir culto público a Dios en la forma que ellos juzguen que le es aceptable.” (John Locke)
Dado que participar en una Iglesia es un acto voluntario, Locke desprende las siguientes conclusiones respecto de lo que significa formar parte de un sistema social particular (en este caso, religioso):
"Ningún individuo particular tiene derecho a perjudicar a otra persona en sus derechos civiles por el hecho de abrazar otra iglesia o religión." (O sea, hay materias que no tienen nada que ver con la práctica religiosa, y por lo tanto no pueden mezclarse.)
"El derecho fundamental e inmutable de toda militancia voluntaria es el de alejar a cualquiera de sus miembros que transgreda sus reglas, pero no podrá jamás, por la incorporación de nuevos miembros, adquirir derecho alguno sobre los que no la integran." (O sea, es esperable que un miembro que no respeta las creencias sea expulsado, pero un miembro no tiene ningún derecho o autoridad sobre quien no lo es.)
"Nuestro único anhelo es que todo hombre goce de los mismos derechos que se garantizan a los demás. Si se me permite adorar a Dios según los cánones de Roma, debe también permitirse lo mismo a quienes lo hacen según las reglas de Ginebra." (O sea, tolerancia.)
Evidentemente, no es lo mismo leer la carta de Locke hoy que hace más de 300 años.
Lo potente, para mi, es que la misma invitación a la tolerancia religiosa de Locke puede ser leída hoy como un llamado a la tolerancia política.
Por ejemplo, Spinoza, contemporáneo de Locke, se refiere a la función del Estado en su Tractatus thelogico-politicus:
"El objetivo último de la instauración de un régimen político no es la dominación ni la represión de los hombres, ni su sumisión al yugo de otro hombre. El propósito de tal sistema es el de liberar al individuo del miedo, de tal modo que cada uno pueda vivir en seguridad, en la medida de lo posible; en otras palabras, que pueda conservar al más alto grado su derecho natural de vivir y actuar (sin perjuicio de sí mismo ni de otros)."
O sea, la misma invitación a la tolerancia.
El propósito del Estado es proteger al individuo, cuidarlo para que pueda expresarse según le convenga sin perjudicar a otros.
Siguiendo a Baruch, entonces, un régimen político no puede tener por objetivo la dominación ni la represión, porque el poder implica necesariamente el sometimiento de otro. Como escriben Humberto Maturana y Ximena Dávila en La revolución reflexiva, el poder es siempre por sometimiento: uno le da poder a otro u otra haciendo lo que este o esta pida.
El problema del poder entendido como dominación o control implica que los que están sujetos a la autoridad se hacen o sumisos o rebeldes, y ambas actitudes tienen sus desventajas.
En efecto, tal como explica el británico Bertrand Russell en uno de los ensayos de "Elogio de la ociosidad", los sumisos u obedientes pierden iniciativa (de pensamiento y de acción). Los rebeldes, por otra parte, aunque pueden ser necesarios, difícilmente puedan ser justos con lo existente.
"Hay muchas maneras de rebelarse y sólo un reducido número de ellas es sabio. Galileo fue un rebelde y fue sabio; los que creen en la teoría de que la tierra es plana son igualmente rebeldes, pero son unos ignorantes. Hay un gran peligro en la tendencia a suponer que la oposición a la autoridad es esencialmente meritoria y que las opiniones no convencionales tienen que ser correctas; no se sirve a ningún propósito útil rompiendo faroles."
Por eso, lo deseable en un sistema político no es la sumisión ni la rebeldía, sino la afabilidad y la buena disposición tanto para con las personas como para con las nuevas ideas. Recordemos: la modernidad rehúye del dogmatismo y abraza la duda. "No es deseable que los niños, por evitar los vicios del esclavo", escribe Russell, "adquieran los del aristócrata."
"La consideración hacia los demás, no solamente es asunto de importancia, sino también, en las pequeñas cosas de cada día, es un elemento esencial de civilización, sin el cual la vida social sería intolerable."
Para mi, esta es la misma tolerancia de la que habla Locke. Y Emerson en su ensayo Ética literaria:
"No dogmaticéis ni aceptéis el dogmatismo de nadie." (Ralph Waldo Emerson)
Por ello debemos abrirnos a la duda.
Porque recordemos: "toda conversación que parta de posiciones partidistas va a ser ciega, porque defenderemos la teoría con la cual nos identificamos", según plantean Maturana y Dávila. "Tenemos que soltar nuestros apegos para reflexionar."
La certeza es dogmatismo.
Debemos transitar desde la sabiduría de la fe, que predominara en la Edad Media, a la sabiduría de la incertidumbre, como plantea el novelista Milan Kundera.
En el ámbito político, debiéramos perseguir un sistema que opere como una planta y no como un fósil.
Pensando una constitución política como los estatutos de una sociedad:
"Creo que el cometido de los estatutos habría de ser expresar, y no inhibir, la opinión de la humanidad. Nuevos pensamientos, nuevas cosas." (R.W. Emerson)
De manera de respetar la transición que hizo posible lo moderno: con la duda como herramienta, pero con escepticismo y crítica.