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En Ocho trampas lógicas cerré la columna con una cita del filósofo alemán Arthur Schopenhauer, quien en su ensayo El arte de tener razón —escrito en 1830— afirmaba que:
“Si la naturaleza humana no fuese tan deplorable, en cada debate no deberíamos tener otro objetivo que el de descubrir la verdad.”
Pero tal como advierte el alemán, la realidad es otra.
Y es que para Schopenhauer el que resulta vencedor de una discusión muchas veces no se lo debe a su facultad de exponer convincentemente una tesis, sino más bien "a la astucia y habilidad con que la defiende." O sea, según el alemán, a veces quien discute no lo hace persiguiendo la verdad del asunto sino sólo por defender su posición. Schopenhauer se refiere a esto como el paso del interés por la verdad al interés por la vanidad.
Schopenhauer define en su ensayo lo que para él es la "esgrima intelectual" que practicamos para satisfacer nuestro ego cuando discutimos:
"El hombre, por naturaleza, siempre quiere tener razón: y lo que se sigue de esta característica es lo que enseña la disciplina a la que yo querría denominar dialéctica, pero que, para evitar malentendidos, denominaré dialéctica erística. Esta sería, pues, la teoría que estudia cómo procede la natural tendencia humana a querer tener razón siempre."
El filósofo pesimista define su dialéctica erística como "el arte de tener razón" sin preocuparse por la verdad objetiva, que para él es asunto de la lógica.
De este modo, Schopenhauer reduce la dialéctica a un mero instrumento para afrontar con éxito las discusiones y así satisfacer esa prepotencia humana de querer lograr la victoria sin tener en cuenta (necesariamente) la verdad.
La lógica de la apariencia
Como resumo en Ocho trampas lógicas, a grosso modo la lógica se ocupa de la forma de la argumentación, mientras que la dialéctica de su contenido o materia. O sea, lógica → forma; y dialéctica → fondo.
Y ambas disciplinas —lógica y dialéctica— nacen con la democracia ateniense del siglo V a.C.
Los primeros exponentes destacados de la dialéctica fueron los sofistas presocráticos Protágoras y Gorgias, quienes afirmaban que era posible sostener opiniones opuestas sobre cualquier tema; se trataba del uso del discurso con el fin exclusivo de persuadir a los oyentes (erística). Protágoras llegó a sostener que "todas las opiniones son ciertas". O sea, que dependiendo de cómo se presentara y argumentara una posición, todo era defendible. (De hecho, como una provocación, Gorgias escribió un discurso para explicar a los griegos la inocencia de Helena como causante de la Guerra de Troya.)
Fueron Sócrates y Platón (¿o sólo este último?) quienes criticaron esta concepción erística de la dialéctica.
Para ellos la dialéctica no era una mera técnica argumentativa desvinculada de la verdad sino, por el contrario, un método riguroso para la búsqueda de la verdad. Famosos son los diálogos de Platón con Sócrates como protagonista, en que este último, por medio de preguntas y respuestas, intentaba que sus interlocutores se contradijeran cuando trataban de inferir conclusiones poco claras o convincentes, para con ello llegar a consenso sobre la dificultad o ignorancia sobre un tema.
Para Sócrates la tarea de la dialéctica no era ponerse al servicio de una opinión particular para sostenerla o derribarla, sino poner a prueba todas las opiniones posibles, intentando refutar la pretensión de algunas de hacerse pasar como verdaderas.
Evidentemente, subyace en la obra de Platón un componente bastante optimista sobre lo que motiva a quienes discuten:
"Si se refuta mediante refutaciones benévolas, utilizando sin hostilidad preguntas y respuestas, brillan la comprensión y la inteligencia respecto a cualquier cosa." (Platón)
Posteriormente, distanciándose de su maestro Platón, Aristóteles devuelve la actividad dialéctica al ámbito de las opiniones —como Protágoras—, pero pensándolas no como puntos de vista meramente subjetivos y arbitrarios, sino como puntos de partida de opiniones plausibles que pueden construir consensos (y aportar conocimiento, por ejemplo, científico). Por eso para Aristóteles la erística no podía representar más que una degeneración de la dialéctica, dado que los objetivos de ambas eran muy distintos (tener la razón versus perseguir la verdad).
Sin embargo, tal distinción no fue totalmente comprendida en los siglos venideros.
En su obra Lógica de 1800, por ejemplo, el alemán Immanuel Kant escribe:
"Entre los griegos, los dialécticos eran los abogados y oradores, que podían conducir al pueblo adonde quisieran porque el pueblo se deja engañar por la apariencia. La dialéctica era entonces, pues, el arte de la apariencia. La lógica también se expuso durante un tiempo bajo el nombre de arte de discutir, y durante ese tiempo toda lógica y filosofía fueron cultivadas por ciertos charlatanes con objeto de simular cualquier apariencia."
Complementa diciendo que:
"La lógica general, considerada como organon, es siempre una lógica de la apariencia, esto es, una lógica dialéctica."
O sea, lo que hace Kant es reducir completamente la dialéctica a la erística.
Y es precisamente esta interpretación presocrática la que recoge Schopenhauer en El arte de tener razón: reduce la dialéctica a un conjunto de estratagemas (o pillerías) a utilizar como herramientas argumentativas con independencia de que se tenga o no razón. Para Schopenhauer —y Kant— la dialéctica tiene como tarea principal "atender únicamente a cómo uno defiende sus afirmaciones y refuta las del otro."
¿Y cómo se hace eso?
Estratagemas
En El arte de tener razón Schopenhauer reúne un total de 38 estratagemas, pillerías o trucos dialécticos, cuyo objetivo es dar la victoria a quien las usa en una discusión, sin tener en cuenta si se tiene o no razón.
Dado que nos encontramos en la recta final antes del Plebiscito constitucional del próximo domingo, a continuación comparto 10 de las 38 estratagemas de Schopenhauer, las que invito a leer y relacionar con algún debate o polémica reciente sobre el texto constitucional, o bien en general sobre posiciones políticas en materias que requieren de acuerdos para su resolución constitucional.
(La descripción de cada estratagema o truco es literal del libro El arte de tener razón. Los comentarios entre paréntesis son lógicamente míos.)
Truco 1: Llevar la afirmación del adversario más allá de sus límites, interpretarla del modo más general posible, tomarla en el sentido más amplio posible y exagerarla; la propia, por el contrario, en el sentido más limitado posible, reducirla a los límites más estrechos posibles: pues cuanto más general se hace una afirmación, tanto más expuesta queda a los ataques. (¿La derecha no trata así los temas de plurinacionalidad o seguridad?)
Truco 8: Suscitar la cólera del adversario, ya que, encolerizado, no está en condiciones de juzgar de forma correcta y percibir su ventaja. Se le encoleriza no haciéndole justicia, enredándole abiertamente y, en general, mostrándose insolente. (¿Jaime Bellolio, eres tú?)
Truco 12: Si el discurso trata de un concepto general que no tiene ningún nombre propio, sino que debe ser designado a través de una comparación, debemos elegir la comparación de tal modo que favorezca a nuestra afirmación. (Muchas veces se delata la intención mediante los nombres que le damos a las cosas: la derecha propone una constitución "escrita con amor" como alternativa a la propuesta "escrita desde la rabia").
Truco 14: Una triquiñuela descarada es que, después de haber contestado varias preguntas sin que las respuestas se hayan decantado a favor de la conclusión que perseguíamos, se plantee y proclame triunfalmente la tesis concluyente que se quería extraer a pesar que no se deduzca en absoluto de ellas. (Lamentablemente esto ocurre muy a menudo en los debates televisados, cuando la derecha se queda con la última palabra y entonces puede declarar lo que desee sin poder ser refutado.)
Truco 18: Si observamos que el adversario ha recurrido a una argumentación con la que nos derrotará, no debemos permitir que la lleve hasta el final, sino que oportunamente le interrumpiremos, haremos divagar o desviaremos el curso de la discusión y la llevaremos a otras cuestiones. (O sea, cualquier episodio de Radiografía constitucional con Mónica Pérez.)
Truco 27: Si ante un argumento el adversario se enfada, se le debe acosar insistentemente con ese argumento: no solo le ha encolerizado porque es bueno, sino porque hay que suponer que ha tocado el punto débil de su razonamiento y es probable que en ese punto se le pueda atacar más de lo que uno mismo ve de momento. (¿Jaime Bellolio, sigues ahí?)
Truco 29: Si uno se da cuenta de que le están derrotando, se realiza una diversión: es decir, se empieza a hablar de repente de algo completamente distinto como si estuviera relacionado con el asunto y fuera un argumento contra el adversario. (Véase estratagema 18, o bien escuche a Fernando Villegas.)
Truco 30: En vez de razones, empléense autoridades según la medida de los conocimientos del adversario. (...) La gente corriente tiene un profundo respeto por los expertos de cualquier tipo. (...) Las autoridades que el adversario no entiende en absoluto suelen ser las más eficaces. En caso de necesidad, también se puede no solo tergiversar las autoridades, sino falsificarlas sin más, o citar algunas que sean de nuestra entera invención: la mayoría de las veces ni tiene el libro a mano ni tampoco sabe manejarlo. ("Como es sabido por todos, en la constitución de Camerún...")
Truco 36: Aturdir, desconcertar al adversario mediante palabrería sin sentido. (Véase estratagemas 18 y 29.)
Truco 38: Cuando se advierte que el adversario es superior y que uno no conseguirá llevar razón, personalícese, séase ofensivo, grosero. El personalizar consiste en que uno se aparta del objeto de la discusión (porque es una partida perdida) y ataca de algún modo al contendiente y a su persona. (¿Tere?)
Principios básicos
Las estratagemas anteriores —una selección de 10 de las 38 que describe Schopenhauer— constituyen ejemplos atemporales de lo que se observa comúnmente en la esfera política. Y no debiera extrañarnos, pues la motivación dialéctica de muchos políticos es, precisamente, conseguir la aceptación de lo que se defiende sin importar su veracidad. Pareciera que es un principio básico del quehacer de todo político.
Y usualmente pasa que uno, como espectador de algún debate, o bien como participante en una discusión en este ámbito, se siente ofendido por los adversarios groseros y deshonestos. Al menos a mí me inunda la impotencia cuando escucho a Jaime Bellolio o Bernardo Fontaine derechamente mintiendo, tergiversando, abusando y engañando (¿habrán leído a Schopenhauer?).
Otro modo común de "discutir" que se ve especialmente en la derecha chilena es la interrupción permanente, el hablar más fuerte, el acotar innecesariamente para hacer perder el hilo conductor a su adversario, etc. (Aquí pienso en Katherine Martorell o Constanza Hube.)
Ejemplos hay muchos, de seguro de ambos bandos.
Pero lo que a veces cansa es que las estratagemas, pareciera, no son usadas de igual modo por ambos sectores. Como se trata de "trucos", siempre los más astutos se benefician de ellos.
Pareciera que debiéramos tener nuevos principios básicos para iniciar una discusión.
Para terminar, a modo de consejos o reflexiones finales, tres consideraciones sobre lo que debiera guiar la discusión política (pero que también son útiles en todo ámbito):
(1) El propio Arthur Schopenhauer reconoce que debemos compartir principios básicos para una discusión razonable, y que por tanto, hay que aprender a "elegir las batallas".
En El arte de tener razón se refiere al proverbio contra negantem principia non est disputandum:
"En toda disputa o argumentación es preciso estar de acuerdo sobre alguna cosa si se quiere juzgar la cuestión debatida conforme a un principio: no cabe discusión con quien niega los principios."
Luego, Schopenhauer reflexiona sobre un consejo que ya compartía Aristóteles en el último capítulo de sus Tópicos:
"No discutir con el primero que se presente, sino únicamente con aquellos a quienes se conoce y de los que se sabe que tienen el suficiente entendimiento para no plantear algo demasiado absurdo y tener que quedar por ello expuestos a la vergüenza; para discutir con razones y no con sentencias inapelables; para escuchar las razones y atenerse a ellas; y, por último, que estimen la verdad, escuchen de buena gana buenas razones, también de labios del adversario, y que tengan la ecuanimidad suficiente para poder soportar no llevar razón cuando la verdad está de la otra parte."
(2) A veces pienso que los políticos más sucios "siempre se salen con la suya", que incluso son recompensados por sus actos malintencionados. Pero en realidad (quiero creer) viven una vida miserable.
¿Por qué?
Porque quienes mienten, roban o traicionan han perdido la capacidad de confiar en otros. Viven a la defensiva, casi paranoicos, con la sensación de que alguien les hará lo que ellos le hacen al resto. Piensan que todos somos como ellos, por lo que nunca están tranquilos o satisfechos.
A veces estas personas nos pueden parecer "ganadores", incluso pueden despertar cierta envidia en nosotros (¡Mira cómo llegó ahí! ¡Hizo trampa y lo consiguió!), pero en realidad no han ganado nada. Son miserables. O pronto lo serán.
(3) Finalmente, debemos reflexionar siempre sobre la pregunta por la objetividad, especialmente en política, pues no existe una verdad objetiva sobre el modelo económico o político ideal y perfecto.
Pues así como Platón nos legó el método dialéctico socrático, también nos heredó la idea de un sistema político autoritario y elitista. Platón declaraba que las cosas nunca irían bien hasta que "los reyes fuesen filósofos o los filósofos fueran reyes." Es decir, buenas intenciones pero lejos del deseo de orden moderno.
Por ello, debemos atender la invitación que nos hacen Humberto Maturana y Ximena Dávila en La revolución reflexiva:
"Toda conversación que parta de posiciones partidistas va a ser ciega, porque defenderemos la teoría con la cual nos identificamos, más que mirar el ocurrir cotidianos. Todos los actos de nuestro vivir son actos políticos, porque vivimos en una comunidad, pero si buscamos ser capaces de cambiar nuestro convivir, primero tenemos que soltar nuestros apegos para reflexionar."