La pregunta por la objetividad
Lo que surge en la reflexión cuando nos equivocamos, mentimos o tenemos un problema.
¿Cuándo nos equivocamos?
¿En el momento de hacer (o decir) lo que hicimos (o dijimos)? ¿O cuando reflexionamos y nos damos cuenta de que lo que hicimos (o dijimos) no estuvo bien?
Yo pienso lo último, que el error aparece en la reflexión.
Lo mismo ocurre al distinguir entre percepción e ilusión, como nos enseña el biólogo chileno Humberto Maturana.
Ejemplo: estamos arriba de un bus pronto a partir en el terminal. Miramos por la ventana y de repente sentimos que el bus se mueve. Miramos de nuevo, y en realidad nos damos cuenta de que era el bus de al lado que retrocedía para salir, pero por un segundo —¡por un segundo!— creímos que el que se movía era nuestro bus. En ese momento, y sólo en ese momento, nos damos cuenta que vivimos una ilusión. O sea, después de la experiencia, en la reflexión.
“El error y la equivocación no ocurren en lo que se hace, sino que aparecen en la reflexión sobre lo hecho.” (Humberto Maturana y Ximena Dávila)
Esto debiera darnos cierta tranquilidad para cuando cometemos errores.
Muchas veces somos duros con nosotros mismos, nos culpamos y restregamos lo mal que actuamos en una situación dada. Pero si fuimos honestos, sabremos que el error o la equivocación sólo apareció en la reflexión posterior. En el momento del acto no sabíamos que estábamos cometiendo un error. Sólo lo supimos y aprendimos después.
¿Por qué culparnos si no lo sabíamos? ¡Deberíamos agradecer que ahora sí lo sabemos! (Y disculparse debiera ser más fácil...)
Pero la mentira es diferente al error y la equivocación.
Al mentir —en todas sus formas: siendo deshonestos, desleales, difundiendo información falsa, diciendo algo que no sentimos/pensamos, etc.— somos conscientes de que no estamos diciendo la verdad.
Como dice Maturana, a diferencia de cuando nos equivocamos, "en el momento que mentimos sabemos que mentimos."
La derecha chilena, por ejemplo, ¿miente o “sólo” se equivoca cuando desinforma? Quien roba o agrede, ¿es consciente de lo que hace en todo momento? Hay veces, por supuesto, que aún con la reflexión no es posible subsanar el error, tal como lo vivió Jorge del Carmen Valenzuela, el "Chacal de Nahueltoro", aparentemente rehabilitado y arrepentido en la cárcel, pero igualmente condenado a muerte.
Y es que más allá del dominio psicológico, psiquiátrico e incluso político o legal que engloba el comportamiento humano, rara vez nos detenemos a reflexionar sobre lo que asumimos de base para otorgar validez a nuestro actuar.
Y si no lo pensamos, ¿quién lo hace por nosotros?
Y si aún con la reflexión no nos damos cuenta del error, ¿quién lo denuncia por nosotros?
En general, lo que hacemos como sociedad es otorgar a determinadas personas el poder de definir la normalidad o anormalidad, la salud o la enfermedad, otorgándoles el derecho a ser escuchados y obedecidos en esos dominios, según explica Maturana en La objetividad, un argumento para obligar.
Así por ejemplo, en nuestra sociedad es el psiquiatra quien decide quién es el loco, el médico quién es el enfermo, y el juez quién es el delincuente, pues ellos pueden (aparentemente) emitir juicios exentos de toda subjetividad.
Y nosotros, quienes no tenemos dicho acceso a esa realidad objetiva, obedecemos.
El problema de la objetividad
En Historia de nuestro vivir cotidiano, Ximena Dávila y Humberto Maturana plantean que la creencia popular generalizada es que conocemos sólo parte de la realidad en cualquier dominio, y que existen vastas áreas de ella que ignoramos. Y que es esta ignorancia la que da lugar a las distintas corrientes de pensamiento, teorías y modelos de conocimiento.
Esta visión, no obstante, revela una importante suposición (y problema): que a través del conocimiento podemos tener acceso a una realidad independiente y objetiva, y que alguien, por tanto, en algún momento, tendrá la razón: revelará "la verdad" sobre algo.
Pero para Maturana el fenómeno del conocer es algo diferente.
Y es que como ya escribí en "Realidad: ¿objetiva o construída?", debido al operar de nuestro sistema nervioso como sistema cerrado (en esa columna explico lo que me refiero con esto), los seres humanos no podemos referirnos nunca a una realidad externa independiente de nuestra existencia. Toda "realidad" es un acuerdo perceptual con los demás seres humanos.
Así lo describe Maturana:
“El acuerdo perceptual con los demás constituye un consenso operacional sobre el uso de un criterio de validación particular, no una confirmación de la captación de una realidad objetiva independiente.”
Por lo tanto, Maturana nos invita a abandonar la idea de realidad objetiva y no utilizarla nunca para validar nuestras afirmaciones, pues lo que existe es una objetividad entre paréntesis, mediada por acuerdos y donde nosotros siempre formamos parte.
Porque cuando pensamos en una objetividad sin paréntesis, o sea, pretendiendo que existe una única realidad objetiva e independiente, y hay desacuerdos, entramos en negación, pues cada una de las partes tendrá la convicción de que ella tiene la verdad y sabe cómo son las cosas en realidad. Con la objetividad sin paréntesis uno tiene la razón y los demás están equivocados, errados o locos.
Pero con la objetividad entre paréntesis la necesidad de imponer un punto de vista desaparece, pues la cuestión ya no es más quién tiene la razón o quién se equivoca, sino si queremos o no coexistir, para lo cual será necesario llegar a acuerdos.
¿Y qué pasa con la salud mental?
Lo interesante de esta visión sobre la “realidad” es que ahora las distinciones que se hagan en relación a los "problemas de salud mental", como se refiere Maturana en Desde la biología a la psicología, serán cualitativamente diferentes si la explicación está dada desde la perspectiva de la objetividad sin o entre paréntesis.
Así, desde la objetividad sin paréntesis, pensamos que alguien debe tener la razón. Si vamos a una consulta psicológica, la razón la puede tener el terapeuta, el paciente, o ninguno. Desde la objetividad entre paréntesis, en cambio, todas las posiciones son igualmente legítimas y válidas.
Desde la objetividad sin paréntesis hay una enfermedad mental que sanar. Desde la objetividad entre paréntesis hay una dinámica social que produce ciertas consecuencias que nosotros identificamos como un problema.
Maturana cita el ejemplo del alcoholismo (los [ ] son míos):
"Desde la primera posición [objetividad sin paréntesis] el alcoholismo se cura tratando al paciente, el que debe de alguna manera cambiar; desde esta posición la familia y la comunidad apoyan el tratamiento sin que nada significativo les pase. Desde la segunda posición [objetividad entre paréntesis], la familia como sistema, en que el "alcoholismo" de uno de sus miembros es un aspecto de su realización, debe desintegrarse para que surga otro sistema en el cual eso no ocurra."
Dicho de otro modo, desde la posición de la objetividad sin paréntesis el alcoholismo es una "propiedad" del bebedor, algo que debe resolver él solo. Desde la posición de la objetividad entre paréntesis el alcoholismo es una propiedad de uno de los sistemas sociales a los que el "bebedor" pertenece (la familia, el trabajo, los amigos, etc.).
Desde la objetividad sin paréntesis quien llega a la consulta psicológica tiene un problema alcohólico desde mucho antes de que busque ayuda. Desde la objetividad entre paréntesis el “problema” surge sólo desde ese momento.
Así las cosas, ¿cuál perspectiva será la más adecuada para atender la salud mental? ¿Qué posición se hace cargo de la biología del observador y del paciente?
El camino de la objetividad entre paréntesis.
Esto quiere decir que si la biología del fenómeno del conocer, en palabras de Maturana, nos exige operar con la objetividad entre paréntesis, entonces nosotros, por ejemplo, como pacientes de una consulta psicológica, no debiéramos asumir que los terapeutas tienen una autoridad para decidir lo que le ocurre a otro ser humano, y basar el éxito de la terapia en nuestra obediencia. Eso sería asumir que el psicólogo tiene acceso a un conocimiento objetivo.
En cambio, debiéramos adoptar la posición de la objetividad entre paréntesis, la cual implica el reconocimiento de que la deseabilidad o indeseabilidad de cualquier comportamiento dado está determinado socialmente, y que no se puede afirmar que algo es bueno o malo, saludable o enfermo en sí mismo, como si éstas fueran características intrínsecas del fenómeno. (Recordemos, por ejemplo, que hasta principios del siglo XX casi cualquier condición mental era tratada como enfermedad, mientras que hoy hablamos de neurodiversidad o neurodivergencia para muchas de ellas.)
Por esto Maturana sostiene que la pregunta por la objetividad es un tema central en el dominio de la salud mental, y que no puede ignorarse.
¿Existe el problema crónico?
En Desde la biología a la psicología, Maturana define un problema como aquello que una persona vive como una dificultad que ella define como tal para sí misma o para otra persona. Pero si la frase "aquí hay un problema" no es enunciada y aceptada, no hay problema.
En otras palabras, para que un problema exista, una persona debe especificarlo y otra aceptarlo.
Visto así, el concepto de problema crónico desaparece.
Maturana explica:
"La cronicidad lleva el significado implícito de una dinámica de relaciones repetidas y recurrentes. Por esto un problema sería crónico si su distinción se diese de manera repetida o recurrente; pero si la distinción de un problema involucra la acción para cambiar el estado de las cosas que con él se señala, en un sentido estricto no puede haber problema crónico. A lo más puede haber una serie de problemas cambiantes o la distinción sucesiva de nuevos problemas."
O sea, así como ocurre con el error y la equivocación, los "problemas" también surgen en el momento de la reflexión. No antes.
Finalmente, al adoptar la posición de la objetividad entre paréntesis, la tarea del terapeuta, según Maturana, consiste en ayudar a sus pacientes a poner la objetividad entre paréntesis en su operar como miembros del sistema social que integran.
Y la tarea del terapeuta también es la del amigo, del pololo, del esposo, del hijo, del padre.
Mú bueno