¿A quién queremos impresionar?
Sobre los escritos de Ralph Waldo Emerson y la historia de dos marineros.
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"El joven que desconfía de su habilidad, lleno de compunción por su existencia estéril, siempre se siente tentado a prestarse a movimientos públicos, y realiza como miembro de un grupo lo que no espera efectuar a solas." (Ralph Waldo Emerson)
En sus Meditaciones, el emperador romano Marco Aurelio cuestiona la permanente validación que buscamos en otros. "No deja de sorprenderme", escribe, "que nos queramos más a nosotros mismos pero nos importe más la opinión de otros que la nuestra."
Y es que quizás parte de las dificultades que enfrentamos a diario tengan que ver con el valor que nos damos a nosotros mismos. Desde cómo nos cuidamos, cómo mantenemos mejores hábitos, hasta qué tan seguros nos sentimos en una relación amorosa o en el trabajo.
Tal vez hemos sido engañados, como sostiene el estadounidense Ralph Waldo Emerson en su ensayo El escolar americano de 1837, considerado una declaración de independencia intelectual:
"Creo que el hombre ha sido engañado: se ha engañado a sí mismo. Casi ha perdido la luz que puede devolverle sus prerrogativas. Los hombres han perdido importancia. En la historia, en el mundo actual, los hombres son insectos, larvas, y los llaman «masa» y «rebaño»." (R.W. Emerson)
Olvidamos que nuestras respuestas y comportamientos están influenciados por el grado de confianza y seguridad que nos tenemos.
Tal vez —y fuera de aquellas dificultades sistémicas y globales (pandemia, inflación, guerra, etc.)— , algunos de nuestros problemas podrían ser resueltos, al menos parcialmente, si tuviésemos más confianza en nosotros.
Piensa en las oportunidades desaprovechadas por no confiar en tu creatividad y no compartir lo que haces; por no creerte capaz de comenzar ese negocio propio; por no transmitir con confianza tus opiniones e ideas. O si enfrentáramos con más seguridad nuestras relaciones personales quizás no nos costaría tanto fijar límites, expresar nuestras preocupaciones, o manifestar un punto de vista distinto, sin pensar que arriesgamos el vínculo.
Como nos advierte Emerson en su ensayo más conocido:
"El hombre es pusilánime y proclive a las disculpas. Como le falta firmeza para atreverse a decir «yo pienso», «yo soy», cita a cualquier santo o sabio." (R.W. Emerson)
Creo que parte de esta insatisfacción tiene que ver con el grado de confianza y seguridad que nos tenemos. "El descontento es la falta de confianza en uno mismo; es la enfermedad de la voluntad", afirma Emerson.
Por desgracia, como reflexiona Leo Babauta, desde niños se nos enseña a valorarnos conforme recibimos el elogio y validación de otros:
Según el número de Me gusta y comentarios en redes sociales.
Según los logros y premios que obtenemos.
Según la riqueza y posesiones materiales que tenemos.
Según el interés que otros tengan en pasar tiempo con nosotros.
O sea, aprender a valorarnos, ganar confianza y seguridad... a partir de algo externo. De impresionar a otros.
El problema, lógicamente, es que lo que ganamos con validación externa es frágil y momentáneo. Pues algunas veces recibiremos elogios pero otras veces no. Algunas veces nos sentiremos seguros y contentos; otras veces rechazados y miserables. Pero si pensamos que nuestro valor se obtiene de esa forma, haremos lo que sabemos (¿o aprendimos?) que nos hace sentir mejor: perseguir más elogio y más validación externa, tratando de impresionar a otros.
¿Cuál es la alternativa?
Para Ralph Waldo Emerson, considerado el primer estadounidense en influir en el pensamiento europeo —además de ser el fundador del Trascendentalismo y precursor del Pragmatismo—, la respuesta es simple: "La ayuda ha de venir únicamente del interior."
En este sentido, Emerson retoma la apelación kantiana a "servirse del propio entendimiento sin la guía de otro", anticipándose incluso a Nietzsche, al escribir que el valor propio no ha de buscarse dentro, sino por encima de sí mismo.
En su defensa por una confianza en uno mismo y una independencia intelectual, Emerson nos insta a actuar con integridad:
"Lo único que me concierne es lo que debo hacer, no lo que la gente crea que debo hacer. En esta máxima, tan difícil en la vida práctica como en la intelectual, reside la entera distinción entre grandeza y mediocridad. Es la más ardua porque siempre encontrarás a aquellos que creen saber mejor que tú en qué consiste tu deber." (R.W. Emerson)
Para Emerson, pues, la confianza y seguridad en uno mismo no se consigue impresionando a otras personas. En cambio, parte de la constatación de que cada persona es suficiente. De que las comparaciones, los celos y la competencia son contrarias a la confianza.
Y aunque la posición de Emerson nos pueda parecer individualista y egoísta, su concepto del verdadero valor propio no lo es, porque no es algo con lo que sea posible compararse. No es algo con lo que se pueda impresionar a otros.
El valor que nos tenemos, en cambio, se expresa en la intimidad, en la soledad de lo cotidiano:
"La vida privada de un hombre será una monarquía más ilustre, más formidable para su enemigo, más dulce y serena en su influencia sobre el amigo, que cualquier reino de la historia." (R.W. Emerson)
Por todo esto, para Morgan Housel —autor de The Psychology of Money—, la calidad de la vida está determinada según a quién queremos impresionar.
En esta columna Morgan comparte la historia de Donald Crowhurst y Bernard Moitessier, dos de los nueve participantes de la primera versión de la Golden Globe Race, la carrera (regata) cuyo objetivo es dar la vuelta al mundo en el menor tiempo posible, sin escalas, navegando solo en una embarcación a vela.
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En su primera versión de 1968, el periódico The Sunday Times ofreció cinco mil libras al ganador, monto equivalente a unos 100 millones de pesos chilenos de hoy.
Uno de los participantes, el inglés Donald Crowhurst, era dueño de una empresa que se encontraba al borde de la quiebra, por lo que al enterarse de la competencia se animó a participar, ¡aunque fuera un total principiante en navegación! Además, pidió ayuda a un empresario para financiar el viaje, prometiendo lo imposible. Crowhurst estaba convencido de que podría revertir su situación económica si ganaba la carrera, lo que lo llevó a mentir, proporcionando datos falsos de su verdadera ubicación durante la travesía. Su embarcación, Teignmouth Electron, fue encontrada meses después sin su ocupante, quien se cree se suicidó ante la desesperación de no conseguir su cometido (de hecho nunca dejó el Océano Atlántico) y tener que devolver el dinero prestado junto con enfrentar la mofa pública.
Otro de los participantes, Bernard Moitessier, en cambio, era un experto marino francés, candidato seguro a ganar la carrera en su embarcación Joshua. Moitessier participó del concurso por la sencilla razón de que amaba navegar. Recordando la travesía más tarde escribiría:
"Hubo tantos días hermosos en esta bella embarcación que realmente hizo que mi percepción del tiempo cambiara... Me sentía totalmente vivo. Fue fantástico."
Cuando se encontraba llegando a Cabo de Hornos, en el extremo sur de Chile, Moitessier se planteó lo impensable: abandonar la carrera. Le escribió al editor del Sunday Times:
"Estimado Robert, hoy es 18 de marzo. Me dirijo sin parar hacia las Islas del Pacífico porque soy feliz en el mar."
En junio de 1969, Moitessier desembarcó en la isla de Tahiti, donde permaneció por varios años. Allí conoció a su futura esposa, construyó una casa en la playa y escribió libros sobre navegación.
(Por si te interesa saber, el ganador de la carrera fue el inglés Robin Knox-Johnston, quien donó el premio a la familia Crowhurst luego de enterarse de la desaparición de Donald.)
La historia de Crowhurst y Moitessier nos sirve para sopesar el efecto del deseo mimético y la influencia de los mediadores.
A Moitessier nunca le interesó impresionar a otros. Corwhurst lo deseaba.
Pero, ¿a quién queremos impresionar?
Hoy vivimos en una sociedad hiperconectada que nos exige medir nuestro valor según medidas externas, a seguir un camino que otra persona establece como deseable. Con este camino se puede obtener elogios y validación.
La alternativa de la independencia, por el contrario, exige seguridad y confianza en uno mismo.
Debiéramos, pues, seguir el consejo del francés Michel de Montaigne, quien en sus Ensayos de 1580 —o sea, hace más de 400 años— reflexionaba sobre la importancia de la independencia intelectual, porque por mimesis a veces adoptamos como propias las capacidades u opiniones de otros:
"Somos como un hombre que, necesitando fuego, va a la casa de un vecino a buscarlo, y encontrando allí uno muy bueno, se sienta a calentarse sin acordarse de llevar nada a casa. ¿De qué nos sirve tener el vientre lleno de carne si no se digiere, si no se transforma en nosotros, si no nos nutre y sostiene?" (Michel de Montaigne)
La opinión pública es un débil tirano comparada con nuestra propia opinión. “Lo que un hombre piensa de sí mismo”, escribe Henry David Thoreau —amigo de Emerson y autor de Walden— “es lo que determina, o más bien indica, su hado.”
Emerson y Thoreau —y sin duda Moitessier— nos invitan a perseguir una vida de sencillez, independencia y confianza en uno mismo.
Una vida de distancia y diferenciación del resto, como postula René Girard, en que nuestro valor no tenga que ver con imitar impresionar a otros.