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"Identificar sesgos en otros es fácil, identificar sesgos en uno mismo es difícil. Sin embargo, esto último ofrece una recompensa mayor." (ideopunk)
Como seres humanos, nuestra habilidad para tomar decisiones está limitada por nuestras varias restricciones mentales.
Quien restringe lo posible es nuestra percepción, que opera de forma invisible como nuestro campo visual, como si se tratara de unos lentes que colorean la realidad.
Y es que nuestra percepción delimita lo que decidimos ver. Y lo que decidimos ver moldea cómo nos sentimos y lo que hacemos.
Nuestra percepción, pues, termina moldeando nuestro comportamiento. Por eso los Estoicos dedicaban tanto tiempo y energía pensando en esto:
"Tienes poder sobre tu mente, no sobre eventos externos. Date cuenta de esto y encontrarás fortaleza." (Marco Aurelio)
Claro que esto es más fácil decir que hacer, pues nuestra percepción opera de modo invisible si no la cuestionamos; parece algo que simplemente "es" y sobre lo que no reflexionamos.
Por ejemplo, una situación —perder un trabajo, un embarazo no planificado, una conversación difícil— le puede parecer negativa a una persona, y la misma situación como positiva a otra.
¿Quién está en lo correcto? Ambas y ninguna.
Porque así como en la última columna escribía sobre la ética spinozista, Shakespeare también afirmaba que "nada es bueno o malo, sino que el pensamiento es lo que hace las cosas buenas o malas."
O sea, no hay nada bueno o malo sin nuestra participación.
Hay cosas que pasan, y hay percepciones que interpretan dichas cosas. Hay eventos o hechos que ocurren —que no son ni buenos ni malos— y está la historia que nos contamos a nosotros mismos sobre lo que dichos eventos significan (y que es lo que nuestra percepción admite).
De manera que muchas veces creemos lo que queremos pensar.
Por eso es importante reflexionar sobre aquellos errores y restricciones que limitan nuestra percepción de las cosas, pues son ellos los que determinan cómo vemos el mundo y cómo intepretamos lo que ocurre.
De falacias y sesgos
A nivel cotidiano caemos en errores y trampas que merman nuestro razonamiento y que influyen en nuestras decisiones.
Esas "trampas" mentales usualmente operan en la forma de:
Sesgos cognitivos: errores sistemáticos en el pensamiento y la percepción, que afectan la calidad y resultado de las decisiones que tomamos.
Falacias lógicas: errores en el razonamiento que socavan la calidad de un argumento que sostiene una posición o decisión.
Sobre falacias lógicas ya escribí, cuando me refería a las estrategias comunicacionales en política.
Y sobre sesgos cognitivos también he escrito: cuando me refería a la creencia de que todo avanza hacia el progreso (sesgo optimista), o cuando pensamos que somos especiales e importantes, o cuando no somos conscientes de nuestra ignorancia, o cuando preferimos lo presente y novedoso por sobre lo antiguo y clásico (esto último sin duda amplificado por las redes sociales).
Pero sesgos cognitivos hay muchos:
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Lo característico es que los sesgos operan de forma automática e inconsciente. No nos damos cuenta que los tenemos hasta que reflexionamos sobre ellos. Aparecen de forma invisible cada vez que queremos tomar atajos en nuestras decisiones. Pero la velocidad y la eficiencia afectan nuestra percepción si lo que hacemos es malinterpretar sistemáticamente los eventos del mundo que nos rodea. (No hablo de información porque no tenemos un computador en la cabeza.)
Cinco sesgos cognitivos más
Por eso creo pertinente reflexionar cada vez que sea posible sobre nuestras creencias y suposiciones. Porque nuestra percepción de las cosas es maleable, y si somos conscientes de las trampas que nosotros mismos nos ponemos, entonces podemos aspirar a emitir mejores juicios sobre las cosas que nos pasan.
Claro que practicar lo que uno predica es difícil, especialmente cuando se trata de trampas de las cuales no somos conscientes. Es como cuando Mark Forsyth se refiere a lo desconocido:
“Hay cosas que sabemos que conocemos. También hay cosas desconocidas conocidas, es decir, que sabemos que desconocemos. Pero también hay cosas desconocidas que desconocemos, aquellas que no sabemos que desconocemos.”
Por eso conviene revisar los sesgos cognitivos en los cuales caemos.
Además de las columnas que he escrito sobre el tema, a continuación ofrezco una lista de otros cinco sesgos que resuenan con lo que yo mismo hago a diario, o bien con lo que observo en mi círculo cercano, y de los cuales conviene estar conscientes y reflexionar sobre su cotidianeidad a veces invisible.
(La lista es una selección de un conjunto más grande que compartió Sahil Bloom en unos artículos de su boletín.)
(1) Sesgo de correspondencia, también conocido como error fundamental de atribución, que ocurre cuando explicamos las acciones de los demás como algo característico de su personalidad, sin considerar el contexto, mientras que cuando nosotros hacemos cosas las atribuimos al contexto y no a nuestra personalidad.
En ambientes laborales, por ejemplo, parece fácil hacerse una imagen de la personalidad de nuestros colegas o jefes a partir de muy poca información. Si un compañero llega tarde, debe ser flojo, ¿no? Pero esa es una idea sesgada porque desconocemos los diversos factores que podrían explicar su tardanza.
O sea, bajo el sesgo de correspondencia solemos crear una imagen “acabada” de una persona a partir de poca información.
Lo curioso es que cuando nosotros actuamos de cierto modo exigimos que el resto vea el contexto, y no nos hacemos cargo de si lo que hacemos podría ser en realidad algo característico nuestro. ¡No soy desordenado! Es que justo hoy… ¡No soy negativo! Es que no sabes que…
(2) Realismo ingenuo o naïve, que en realidad engloba a varios sesgos egocéntricos (entre ellos el sesgo de correspondencia), bajo el cual creemos que nosotros vemos el mundo objetivamente, y que quien discrepa de nosotros debe estar mal informado o es ignorante.
Evidentemente esto conduce a un “punto ciego” en que pensamos que sabemos identificar errores y sesgos en otros, pero somos incapaces de reconocerlos en nosotros mismos.
Un partido de fútbol, por ejemplo, despierta análisis opuestos según quien lo mire. Para el fan de uno de los equipos no hay duda que el rival cometió más infracciones, que el árbitro actuó a su favor, o que tuvo suerte si pudo convertir un gol. Lo curioso es que el fan del otro equipo probablemente tenga opiniones parecidas sobre el primer equipo. (Lo mismo pasa en política.)
Probablemente este es el sesgo más relevante de la lista de hoy, pues es aquel que constata el hecho que la objetividad no existe: no hay una realidad objetiva por describir. Siempre son percepciones subjetivas (o realidades construidas, en palabras de Humberto Maturana). Porque cuando nos referimos a algo como “universal” es porque se trata de acuerdos —muchos tácitos— entre las personas. Nada más.
Aquí conviene recordar al pensador de mediados del siglo XIX, Ludwig Feuerbach, quien decía que:
“La verdad no la puede establecer nunca el individuo, sino el conjunto de la especie humana.”
(3) Sesgo de disponibilidad, también denominado heurística de disponibilidad, que es la tendencia a evaluar situaciones basándose en la información más inmediata, usando lo que tenemos más a mano.
O lo que es lo mismo: sobredimensionamos la importancia de la información reciente cuando nos formamos opiniones sobre las cosas.
El ejemplo más evidente es el impacto que tienen las noticias en nuestras opiniones y decisiones. Si queremos hacernos una imagen del mundo, probablemente lleguemos a un lugar oscuro si basamos nuestra opinión en lo que aparece en los diarios y noticieros.
Lo mismo pasa con cómo evaluamos nuestras relaciones personales, especialmente aquellas que terminan.
(4) Sesgo de supervivencia, cuya versión alternativa según Churchill sería: “La historia es escrita por los vencedores.”
Y es que usualmente lo que se conoce más son las historias de éxito, fama y riqueza de los vencedores, no de los perdedores. De esa forma, perdemos perspectiva y distorsionamos nuestras conclusiones porque omitimos lo que pasa con la mayor proporción de personas que “no la hace”.
Dicho en simple: sobreestimamos la probabilidad de éxito porque sólo leemos sobre gente exitosa…
Ejemplos hay muchos: emprendedores, Youtubers, influencers, escritores, músicos… Siempre parece “fácil” si sólo nos enteramos de quienes lo lograron.
Por último, (5) Sesgo de confirmación, que es la tendencia a consumir e interpretar sólo aquella información que confirma nuestras creencias y opiniones previas.
Ignoramos la evidencia que contradice lo que pensamos.
Como resultado, fallamos en percibir las cosas de una manera más imparcial, y optamos en cambio por verlas como queremos que sean.
Todos caemos en este sesgo, muy común y muy peligroso; un síntoma, por ejemplo, de la polarización política.
Los sesgos como contexto
”El cambio —real— viene de adentro hacia afuera. No proviene de cortar las ramas con técnicas rápidas. Viene de atacar la raíz: el tejido de nuestro pensamiento, los paradigmas fundamentales y esenciales que definen nuestro carácter y que crean los lentes a través de los cuales vemos el mundo.” (Stephen Covey)
Como ya lo decía Humberto Maturana, los seres humanos no vemos el mundo como existe objetivamente.
Por el contrario, tomamos varias piezas sueltas de información y las interpretamos de una manera que tenga sentido para nosotros. Por lo demás, las diferencias individuales, los valores, las emociones, los rasgos de la personalidad y las experiencias previas, sí influyen en nuestra percepción del mundo.
Eso significa que las interpretaciones son siempre subjetivas e influyen en las decisiones que tomamos y las acciones que ejercemos.
O sea que el contexto que las personas traen consigo influye en las conclusiones a las que llegan. (Tal vez por eso la famosa frase de “Yo soy yo y mi circunstancia” de Ortega y Gasset parece tan atemporal.)
Y es que uno de los componentes del contexto (o la circunstancia) son precisamente los sesgos cognitivos en los que caemos: tendencias y preferencias para interpretar los eventos y hechos que ocurren.
Por eso, mi invitación de hoy es simplemente comenzar a reconocer los “atajos” que tomamos cuando razonamos y damos sentido a las cosas. Quizás los cinco ejemplos que comparto resuenen contigo o con lo que ves en tu entorno.
Porque después de todo, ¿qué sucede cuando nos apegamos tanto a nuestros propios pensamientos, opiniones y creencias que ya no podemos dejarlos de lado ni tener otros?
Nos volvemos rígidos y cerrados, y los sesgos cognitivos terminan operando como respuestas predeterminadas.