“La primera y más importante preocupación de la filosofía es evitar cualquier influencia adversa, bloqueando la fuente de errores.” (Immanuel Kant)
Como explica Fernando Savater en La aventura del pensamiento, para el racionalista holandés Baruch Spinoza el hombre complementa al hombre. El otro nos completa.
Estamos mutilados sin la relación con los demás.
Para Spinoza, nada hay más útil para un ser humano que otro ser humano.
Estamos destinados a convivir con los demás, por lo que estamos obligados a buscar la coherencia; la armonía con los otros. Esto representa, además, la primera tarea como seres racionales (recordemos que Spinoza era un racionalista como Descartes o Leibniz).
De ello deriva la convicción —ya planteada por Humberto Maturana en Desde la biología a la psicología— de que los problemas sociales son siempre problemas culturales, porque tienen que ver con los mundos que creamos en la convivencia.
"La guerra no llega, la hacemos; la miseria no es un accidente histórico, es obra nuestra porque queremos un mundo con las ventajas antisociales que trae consigo la justificación ideológica de la competencia en la justificación de la acumulación de riqueza, mediante la generación de servidumbre bajo el pretexto de eficacia productiva."
De esto se desprende que, dado que construimos mundos en la convivencia, la solución de cualquier problema social siempre pertenece al dominio de la ética.
¿Pero qué es la ética?
Para Maturana, la aceptación del otro: cuando reflexionamos y actuamos teniendo en cuenta la legitimidad de la existencia del otro.
Esta definición es muy distinta a la moral, que tiene que ver con la imposición de normas conductuales.
La ética es un principio. La moral es una exigencia de obediencia.
Pensemos en la religión, por ejemplo, que comprende una moral basada en un texto y/o relato.
¿Es posible actuar éticamente siendo fieles a una religión? Por supuesto que sí, pero el problema (filosófico, por cierto) recae en el fundamento de dicha conducta.
¿Cuál es la convicción detrás de las normas de comportamiento impulsadas y defendidas por una religión?
¿Creemos que algo es bueno sólo porque los dioses dicen que es bueno?
En ese caso, podríamos suponer que los dioses son jueces justos y aceptar que están en lo correcto cuando dictaminan lo que está bien y lo que está mal, pero igualmente esto no explica porqué una cosa es buena o no.
Esto es lo que se conoce como el dilema de Eutifrón, denominado así por uno de los diálogos de Platón donde Sócrates debate con Eutifrón la definición de justicia.
Y es por este dilema que todos los intentos de basar la moral en una religión suelen fracasar.
Porque para moralizar "basta no comprender", como sostiene Gilles Deleuze. Sólo se requiere obediencia.
Y esto opera no solo en la esfera religiosa.
En efecto, como comenta Deleuze en un libro sobre Spinoza, toda ley —ya sea moral o social— se muestra como una exigencia de obediencia.
Las sociedades son, en principio, entes moralizadores.
Pero como toda obligación exigida, su obediencia no nos aporta (necesariamente) conocimiento alguno, no nos hace conocer nada.
Y esto porque la moral es la instancia que determina la oposición de los valores Bien-Mal. El conocimiento, en cambio, ocurre cuando reflexionamos y nos damos cuenta de la diferencia cualitativa ética entre lo bueno y lo malo.
Por eso Spinoza dirá algo que resuena con la concepción estoica de los juicios que hacemos sobre las cosas:
”Ninguna acción considerada en sí misma es buena o mala.”
La pregunta, no obstante, persiste: ¿cómo actuar éticamente sin doblegarse ciegamente ante una autoridad moral?
¿Cómo no caer en el dilema de Eutifrón, quien no supo definir qué era la justicia sino sólo decir que justo era lo que los dioses decían?
La ética spinozista
En La Aventura del pensamiento, Savater explica que la meta de Baruch Spinoza, aun cuando racionalista, no era perseguir un conocimiento desinteresado y objetivo del mundo (como Leibniz, por ejemplo), sino la liberación subjetiva del hombre —y mucho antes que Kierkegaard.
Por eso llama a su gran obra, que comenzó a redactar en 1661, simplemente Ética, un título que desconcierta a quienes suponen que la ética tiene que ver con deberes, obligaciones, normas, recompensas y castigos (lo que, como he explicado, es dominio de la moral).1
La ética de Spinoza rechaza de forma contundente este erróneo parentesco con la moral. Su pretensión es, por el contrario, determinar lo que constituye la auténtica conveniencia humana, y esto a través del lenguaje matemático (el título completo de su libro es Ética demostrada según el orden geométrico).
Pero Spinoza no olvida la espiritualidad. Su universo es panteísta, esto es, el universo es Dios, y viceversa.
Para Spinoza no hay Bien ni Mal (dominio de la moral), pero sí bueno y malo (dominio de la ética):
"Más allá del Bien y del Mal, esto al menos no quiere decir más allá de lo bueno y lo malo."
Y para Spinoza lo bueno y lo malo es simple: bueno es lo que conviene a nuestra naturaleza, y malo lo que no le conviene.
En su universo panteísta, cada cuerpo humano es parte del cuerpo de Dios, así que cuando hacemos daño a otros nos hacemos daño a nosotros mismos. De modo que para Spinoza la felicidad de cada uno de nosotros depende de la felicidad de todos. A esto hace referencia cuando habla de lo que le conviene a nuestra naturaleza.
Así, la Ética spinozista es una tipología de los modos inmanentes de existencia. Como explica Deleuze, su ética derroca al sistema del juicio (la moral), sustituyendo la oposición de los valores (Bien-Mal) por una diferencia cualitativa de modos de existencia (bueno-malo).
No se trata de someterse. Se trata de reflexionar bajo el principio de la aceptación del otro.
Pues obedecer no es conocer.
La moral kantiana
(O la preferida de los filósofos, en palabras de Savater.)
Para el alemán Immanuel Kant la moral está hecha de imperativos, de órdenes. Hay que hacer esto y aquello. No se debe hacer esto otro. Todos son mandatos (o imperativos).
La mayoría de los imperativos de nuestra vida son lo que Kant denomina hipotéticos (o condicionales): una orden dada en función de una actividad que voy a realizar. “Una acción posible como un medio para conseguir algo”, según define en su Metafísica de las costumbres de 1797.
En el caso de los imperativos hipotéticos, su motivación puede ser una recompensa después de la muerte, o riquezas o éxito o crédito en esta vida. En ambos casos, no obstante, el motor es la satisfacción del ego y no la bondad, por lo que para Kant este tipo de imperativo no puede ser la base del comportamiento ético. En efecto, un imperativo hipotéticotiene la forma “si quiero tal cosa debo hacer tal otra”, lo que suele instrumentalizar todo, incluido al ser humano.
Lo que Kant busca, por el contrario, son aquellos imperativos que no tienen condiciones. Mandatos que tenemos que hacer sí o sí, no porque vayamos a conseguir tal o cual cosa sino por nuestra sola condición de seres humanos.
Kant encuentra así lo que denomina el imperativo categórico, que desarrolla en su Crítica de la Razón Práctica (1788). Si bien se refiere al concepto de distintas formas, la definición básica es que la conducta ética se debe adecuar a la máxima racional de que nuestras acciones puedan ser tomadas como referencia para todo el mundo, tratando a las personas como fines en sí mismas y no como medios para nuestros fines.
Este imperativo es categórico porque implica su realización independiente de nuestros deseos.
O sea, el imperativo categórico adopta dos dimensiones:
Universalidad. Kant escribe: “Nunca debo proceder sino de tal modo que pueda querer también que mi acción se convierta en ley universal.” Esto significa que debemos actuar solo de una forma que se mantendría si todos se comportaran de esa manera.
Humanidad. Kant escribe: “Obra de tal manera que trates a la humanidad, ya sea en tu propia persona o en la de cualquier otra, nunca como un mero medio, sino siempre como un fin”. En otras palabras, debemos tratar a las personas como si tuvieran un valor intrínseco, en lugar de simplemente usarlas por lo que pueden darnos a cambio. Como complementa Savater, Kant cree que el bienestar de cada individuo debe ser considerado, en sentido estricto, como un fin en sí mismo.
Si adoptamos ambos principios en nuestra conducta, imposible no actuar de buena voluntad. Kant piensa, de hecho, que lo único a lo que no podemos renunciar es a tener buena voluntad. Si actuamos ateniéndonos a ella, sean cuales fueren las consecuencias, nadie nos puede reprochar moralmente nada.
Ética y convivencia
La importancia de la reflexión de hoy es, en primer lugar, la distinción entre ética y moral.
Porque como sostiene Spinoza en una cita seleccionada por Gilles Deleuze:
”Nadie nos da órdenes morales ni nos impone obligaciones. Suponer que el deber es el núcleo central del propósito ético es contemplar con ojos de esclavo, o por lo menos de funcionario, la tarea de la libertad.”
Todo debe nacer de la reflexión y el convencimiento.
”Si los hombres nacieran libres, no se formarían concepto alguno del bien y del mal mientras permanecieran libres.”
Para Spinoza el hombre no nace libre, sino que llega a serlo o se libera. El hombre es libre cuando se apodera de su capacidad de actuar. Por eso la ética spinozista se presenta como una empresa subjetiva fundada en la razón, en oposición a la moral como una teoría de los deberes, aun cuando su universo es panteísta.
Kant, por su parte, piensa que el requisito para el valor moral es la buena voluntad, entendiendo “el principio supremo de la moralidad” en la forma del imperativo categórico.
Para el alemán ingresamos al ámbito moral cuando nos regimos no por imperativos condicionales sino por imperativos categóricos.
¡Qué mejor forma de actuar! Reflexionando sobre lo bueno y lo malo en la convivencia y conveniencia humanas (Spinoza), y teniendo en cuenta la legitimidad de la existencia del otro, como un fin en sí mismo y pensando que lo que hacemos debiera tener validez universal (Kant).
Prefiero esto antes que aceptar un dogma religioso o espiritual sobre la base de una moral impuesta. No es necesario. Nadie tiene el monopolio de los principios éticos.
Lo que sí debemos sopesar es que las afirmaciones morales no reflejan verdades absolutas. Los juicios morales son un producto de las costumbres sociales, de las tendencias culturales y de las preferencias personales.
Pero nada más.
Por eso la distinción entre ética y moral es relevante.
Para terminar, dos reflexiones de Humberto Maturana.
La primera aparece en Desde la biología a la psicología:
“Todos los lectores conocen, por su propia experiencia, la naturaleza íntima del fenómeno social, y saben que su fundamento es ético. Estoy seguro que todos los lectores saben que la naturaleza íntima del fenómeno social humano está en la aceptación y respeto por el otro que está en el centro del amor como fundamento biológico de lo social.”
La segunda aparece en La revolución reflexiva, escrito junto a Ximena Dávila:
“Necesitamos una nueva forma ética de convivir. El único camino para llegar a ella es la reflexión, que nos permite escoger no desde una teoría, sino desde un deseo propio de convivencia.”
En la esfera religiosa, aun cuando fuera criado en una comunidad judío-portuguesa, Spinoza desarrolló ideas muy controvertidas respecto de la autenticidad de la Biblia hebrea y la naturaleza de la divinidad. Decía que la presunta sabiduría de los sacerdotes sólo era un medio para dominar a las masas. "El más grave error de la teología”, escribió —según rescata Gilles Deleuze—, “es el haber desatendido y ocultado la diferencia entre obedecer y conocer, el de hacernos tomar los principios de obediencia por modelos de conocimiento". Fue expulsado de la comunidad religiosa a la edad de 24 años.