
La existencia humana es fundamentalmente ambigua.
Por una parte, estamos atrapados (condenados) entre nuestra libertad, nuestra subjetividad, y por otro, nuestra facticidad, nuestra situación, nuestro contexto. Somos sujetos para nosotros mismos pero objetos para los demás.
Ser humano significa tener esa doble condición.
Pero como escribió Simone de Beauvoir en 1947:
“Existen aún al presente doctrinas que prefieren dejar en la sombra ciertos aspectos incómodos de una situación harto compleja. Pero es inútil que se nos mienta: la cobardía no satisface. (...) En la actualidad, los hombres experimentan más vivamente que nunca la paradoja de su situación. Se reconocen en el fin supremo al cual debe subordinarse toda acción, pero las exigencias de ésta los obliga a tratarse los unos a los otros como instrumentos o como obstáculos.”
Pero así, como instrumentos u obstáculos, reducimos y simplificamos artificialmente la condición humana. Lo que debemos reconocer, en cambio, es nuestra doble existencia: como sujetos libremente proyectados hacia un futuro incierto, que podemos moldear (parcialmente) a través de nuestros propios (limitados) proyectos; y como seres moldeados en relación con los demás.
Yo moldeo mi futuro, pero a la vez soy moldeado por mi pasado, mi presente, la sociedad, por las personas que me rodean, por facetas de mi cuerpo biológico y mi personalidad.
“Procuremos mirar la verdad cara a cara. Procuremos asumir nuestra ambigüedad fundamental”, dice Simone.
Pero de la libertad que gozamos como sujetos hay que entender algo: no es una cosa, una facultad, o una capacidad que los humanos poseamos en nuestra psicología. La libertad no es nada, sino sólo la forma en que nos lanzamos hacia ese futuro incierto.
Explica Simone:
“La libertad es la fuente de donde surgen todas las significaciones y todos los valores; es la condición original de toda justificación de la existencia; el hombre que busca justificar su vida debe querer ante todo y absolutamente la libertad por sí misma; al mismo tiempo que ella exige la realización de fines concretos, de proyectos singulares, se exige universalmente.”
O sea, dado que la libertad es el fundamento sin fundamento de la justificación de una actividad o proyecto, requiere que la asumamos activamente como propia. Que la reconozcamos. Si no lo hacemos, caemos en lo que Sartre llamaba “vivir de mala fe”. Y en el acto de asumir nuestra libertad, reconocemos también la libertad de los demás. Ese es el trato. Como dice Beauvoir, para alcanzar su verdad, “el hombre no debe procurar disipar la ambigüedad de su ser, sino por el contrario, aceptar realizarla.”
Pero hay dos tipos de limitaciones en la expresión de la libertad.
Por un lado, están las limitaciones físicas del mundo natural: los recursos son limitados, el tiempo avanza inexorablemente, no podemos estar en dos lugares al mismo tiempo, nos enfermamos, morimos. Y por otro, están los límites impuestos por otras personas: leyes, reglas, violencia, manipulación, dependencia.
O sea, si bien somos completamente libres de tomar decisiones a nivel subjetivo, estamos limitados en cómo podemos expresar estas decisiones en el mundo. Por eso explica Simone:
“Ser libre no significa contar con el poder de hacer no importa qué; es poder sobrepasar lo dado en procura de un porvenir abierto; la existencia de otro en tanto que libertad define mi situación y ella es, asimismo, la condición de mi propia libertad.”
Una forma de restricción de la libertad es la opresión, ya sea en el seno de una pareja, una familia, el entorno laboral, un gobierno o la sociedad toda. En cualquier caso, desde lo íntimo a lo comunitario, los opresores siempre intentan convencer a los oprimidos que su opresión es el estado natural de las cosas:
“Cuando un conservador quiere demostrar que el proletariado no se encuentra oprimido, declara que la distribución actual de las riquezas es un hecho natural y que, por tanto, no hay medio para oponérsele.”
Pero para Beauvoir la opresión no tiene nada de natural. Es, simplemente, una forma específica de interacción humana en la que un ser humano (o un grupo de ellos) niega la libertad de otro ser humano (o grupo de ellos). Pero al negar la libertad de otro se niega la ambigüedad fundamental de la existencia, aquella condición doble de ser tanto libre como situado; sujeto y objeto. El opresor toma, pues, al oprimido como completamente situado, al punto que lo objetifica completamente, sin reconocer que su facticidad es sólo una parte de su humanidad. La facticidad se refiere al conjunto de condiciones concretas que nos son dadas, no elegidas. Así, el opresor impide que el oprimido piense y participe libremente en su propio futuro, pues (le) niega ese ámbito de su existencia.
Y lo que sucede a menudo, ya sea en el contexto íntimo de una relación de dos, o a nivel comunitario cuando hay una opresión a mayor escala, es que si la opresión se desarrolla durante un largo período de tiempo, ocurre lo que Beauvoir denomina "mistificación". La mistificación —término prestado de la filosofía marxista— es la condición de estar tan oprimidos que ni siquiera nos damos cuenta; es el apego o deseo de la propia opresión, el estar atrapado en la falsa conciencia que el opresor ha inculcado y reforzado. En la mistificación, el oprimido cree que está condenado a su condición.
La mistificación se manifiesta, por ejemplo, cuando las mujeres en sociedades patriarcales internalizan creencias sobre su inferioridad intelectual, o en las sociedades capitalistas cuando los trabajadores en condiciones precarias asumen que su situación responde a una falta de méritos personales y no a estructuras económicas superiores.
Pero el opresor, al tratar al oprimido como una cosa, un mero objeto, termina también tratándose a sí mismo como una cosa. Y esto es realmente una tentación para cualquier persona, según Beauvoir, porque la libertad es realmente aterradora para todos. Estamos tentados a escapar de nuestra libertad tratándonos a nosotros mismos como objetos en el mundo: es más fácil para mí pretender que no tengo libertad (y vivir de mala fe) que asumir la responsabilidad de mi propio futuro.
El opresor, por cierto, aprovecha esta tentación que todos tenemos como humanos de tratarnos a nosotros mismos como cosas, de negar nuestra propia libertad, y convence al oprimido de que no es libre y que su existencia es sólo facticidad: todo le es dado, no elige nada. Pero al hacer esto, el opresor socava su propio poder porque, para ser reconocido como opresor, necesita que lo reconozca otro, un sujeto libre, porque sólo un sujeto puede reconocer a otro. Entonces, el opresor quiere extrañamente ser reconocido como tal, lo cual es un aspecto de la existencia fáctica, por alguien cuya subjetividad y libertad está negando. Por eso, según Beauvoir, el opresor también está atrapado en la negación de su propia ambigüedad al pasar por alto su propia facticidad. Y por eso, en este sentido, la opresión es autocontradictoria.
¿Y cómo se supera la opresión, especialmente si los oprimidos a menudo están atrapados en la trampa de la mistificación, donde ni siquiera se dan cuenta que están siendo oprimidos?
Beauvoir dice que el primer paso es que los oprimidos deben enfrentarse a su propia libertad, reconocer y asumir activamente este aspecto de su existencia. (Este es un momento clásico de concientización que también se encuentra en el feminismo cuando se trata de la opresión patriarcal, o el marxismo cuando se trata de la opresión burguesa.)
Sólo al reconocer activamente la propia libertad cuando se está oprimido, o sea, enfrentando el hecho que nos están oprimiendo, se puede pensar en derrocar las condiciones de la opresión, ante lo cual, para Beauvoir, se puede y debe negar temporalmente la libertad del opresor. Para superar la opresión se debe tratar al opresor, momentáneamente, como una cosa, negando su ambigüedad fundamental. Para Beauvoir, la libertad de quienes niegan la libertad de los demás puede (y debe) ser temporalmente negada, pero con un solo objetivo: restablecer el reconocimiento generalizado de la libertad entre todos los participantes de la relación, grupo o sociedad. Nos recuerda Simone que “se me oprime si se me encarcela, no si se me impide encadenar a mi vecino.”
Por eso, superar la opresión significa convertir al opresor en alguien que reconozca la libertad del oprimido, y que reconozca también su propia condición humana ambigua, de sujeto para sí mismo y objeto para los demás, de ser humano libre pero con limitaciones.
La reflexión final de Beauvoir es contundente y bella:
“Para que la idea de liberación posea un sentido concreto es necesario que el júbilo por la existencia esté afirmado en cada individuo y a cada instante. Condensándose en placer, en felicidad, es como el movimiento hacia la libertad adquiere en el mundo su figura carnal y real. Si la satisfacción de un anciano que bebe un vaso de vino no cuenta para nada, entonces la producción, la riqueza sólo son mitos huecos; sólo tienen sentido cuando se muestran susceptibles de recuperarse como alegría individual y viviente; la economía del tiempo, la conquista del ocio carecen de sentido si la risa de un niño que juega no nos emociona. Si no amamos la vida para nosotros mismos y a través del otro, es vano intentar justificarla de ninguna manera.”
La antinomia de la acción que Simone de Beauvoir describe en su ensayo de 1947 nos muestra que reconocer nuestra ambigüedad fundamental —ser simultáneamente sujetos y objetos, libres y situados— es el único camino para enfrentar la existencia humana y las relaciones sociales. La tensión sólo se resuelve mediante el reconocimiento recíproco de las libertades.
Necesitamos ir en búsqueda, pues, de una filosofía —una ética— que nos anime a asumir activamente esa ambigüedad.