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Dice Mark Manson que en los últimos cien años la psicología clínica ha desarrollado tantas formas de terapia como Adam Sandler ha hecho películas.
El campo es literalmente una sopa de letras. TCC, AEDP, DBT, IPT, ACT, CPP, SFBI, REBT, IFS, entre otros1. También aportan a la sopa enfoques más pronunciables —Gestalt, Existencial, Interpersonal, Rogeriano, Junguiano, Humanista, Psicoanalista, etcétera—, haciendo de la psicología clínica una gastronomía enjundiosa.
Con tantos enfoques terapéuticos, es válido preguntarse cuáles son más efectivos. De hecho, los mismos psicólogos se lo preguntan. Escribe Gena Gorlin:
A pesar de la riqueza de investigación y perspicacia clínica que los psicólogos han acumulado en el último siglo, todavía no existe una teoría unificada de cómo, cuándo o por qué funciona la terapia. En cambio, el conocimiento del campo está disperso en cientos de "escuelas de terapia" particulares que en su mayoría se ignoran mutuamente, a pesar de tener muchos elementos en común.
Al respecto, la conclusión a la que han llegado algunos estudios comparativos2: todos los enfoques funcionan.
De hecho, casi todos los tipos de terapia producen resultados relativamente similares; todos funcionan en cierto grado, pero ninguno a la perfección. Dependiendo del diagnóstico y proyección del paciente, algunas técnicas producen mejores resultados que otras, pero ninguna logra una victoria apabullante.
Lo que en los estudios parece indiscutible, no obstante, es lo siguiente: el simple hecho de hacer terapia tiene mucho más impacto que el tipo de terapia que se elija.
Otro antecedente interesante: investigaciones han mostrado que algunas personas perciben el mismo beneficio tanto al hablar con un amigo cercano que haciéndolo con un psicólogo. Aunque la guía y herramientas que aportan un amigo y un psicólogo son diferentes, ambos pueden proporcionar beneficios similares para la salud mental (en ciertos casos).
Esto quiere decir que a pesar de todas las teorías y marcos terapéuticos desarrollados en los últimos 130 años (pensemos Freud en adelante), el contenido de la terapia en sí misma no es realmente tan importante. Lo importante es esto: llevar a una persona a una habitación regularmente para hablar de sus problemas con otro ser humano que sea reflexivo, sepa escuchar y haga buenas preguntas.
O dicho de otro modo: el valor de la terapia no es la terapia en sí, sino el contexto, el entorno en que se desarrolla.
Por esa misma razón la escritura expresiva, el diario personal o íntimo, journal, o como quieras llamarle, también sirve.
De hecho aquí la investigación clínica también ha mostrado algo interesante: en algunos casos, mantener un diario personal puede llegar a ser igual o más beneficioso que una psicoterapia tradicional.
Y es que básicamente en el journal estás creando el mismo contexto que en una terapia: un entorno en el que puedes expresar tus pensamientos y sentimientos de una manera que se siente libre de juicios.
Pero, ¿por qué verbalizar nuestros pensamientos y sentimientos, expresarlos, verlos y analizarlos con distancia, nos ayuda?
La dualidad sujeto-objeto de Schopenhauer
Un giro copernicano que Immanuel Kant introdujo en la filosofía moderna en 1781, con su "Crítica de la Razón Pura", fue su entendimiento de la realidad.
El alemán distinguía entre "fenómenos" —lo que percibimos con nuestros sentidos y entendemos con nuestra mente; el mundo tal como lo vemos y experimentamos— y "noúmenos" (o cosas-en-sí) —la realidad última que está detrás de lo que percibimos—. Kant pensaba que los noúmenos nunca los podemos conocer directamente porque nuestra percepción está limitada por nuestras capacidades sensoriales y mentales.
Cuarenta años más tarde, en la primera mitad del siglo XIX, otro alemán, Arthur Schopenhauer, tomará esta idea pero la reformulará de otro modo.
Para Schopenhauer, el fenómeno de Kant implica que el mundo es una representación construida por nuestra mente, o más específicamente, por nuestro intelecto. El mundo no es una realidad objetiva independiente de nosotros, sino una construcción continua que hacemos a través de lo que percibimos y pensamos, de todo lo que vemos, oímos, tocamos, y de cómo eso lo interpretamos en nuestra mente. (Sobre el noúmeno kantiano Schopenhauer tiene una proposición distinta que amerita una reflexión más larga —y otra columna—, pero, en resumen, piensa que hay una esencia única que engloba todos los objetos y fenómenos, una entidad ciega e inconsciente que lo consume todo: la Voluntad.)
Lo importante es que para Schopenhauer, al entender el mundo como representación, la dualidad sujeto-objeto se hace fundamental en su filosofía.
El sujeto es la conciencia que experimenta el mundo, y el objeto es todo lo que se presenta ante esa conciencia. La conciencia, para Schopenhauer, es el sujeto que percibe el mundo como representación. Lo importante es esto: para el alemán todo lo que experimentamos, incluyendo nuestros pensamientos y emociones, son parte de esa representación.
En otras palabras, según Schopenhauer los pensamientos y emociones serían objetos de nuestra conciencia, "algo" que percibimos y experimentamos. (En realidad argumenta que son manifestaciones de la Voluntad.)
O sea que la conciencia (el sujeto) percibe el mundo y sus propios pensamientos y emociones como objetos. Esto significa que nuestros pensamientos y emociones no son el sujeto en sí, sino cosas que el sujeto (la conciencia) percibe y experimenta.
Este es el principio que explica que podamos analizar nuestros pensamientos a distancia, con perspectiva, sin identificarnos con ellos. Invocando a Schopenhauer, poder observarlos como si fueran objetos de nuestra conciencia.
La psicología llama "autoconciencia" (self-awareness) a la comprensión de la dualidad sujeto-objeto, y denomina "diferenciación" al acto de proyectar nuestros pensamientos y emociones como objetos de nuestra conciencia, separados del sujeto.
Esa es la vuelta filosófica al entorno que creamos tanto en la sesión de psicoterapia como en el acto de escribir un diario personal: lo que se hace en ambos casos es diferenciar y poner en perspectiva los pensamientos y sentimientos que tenemos.
Eso es lo que (nos) ayuda.
Eso es lo que se ejercita en el diario y se aprende en terapia: herramientas para fomentar la autoconciencia, herramientas para separar y diferenciarnos de nuestros pensamientos y emociones, de modo de reconocerlos, enfrentarlos, para no sentirnos dominados por ellos.
“En última instancia, la felicidad se reduce a elegir entre la incomodidad de tomar conciencia de tus aflicciones y la incomodidad de ser gobernado por ellas.” —Robert Wright
Así, cuando escribo en el diario (o le cuento al psicólogo) “Oh, hoy me sentí ansioso, sin darme cuenta, porque...” lo que hago es hacer de la ansiedad un objeto de mi conciencia, separada de mí, algo que me sucede pero que no es parte de mí. Porque sólo así puedo reflexionar y analizar lo que me pasa, y preguntarme (o que me pregunten) “¿Por qué te sentiste así? ¿Estás seguro que es ansiedad y no otra cosa? ¿Qué hay detrás?”
Sólo al ver los pensamientos y emociones proyectados en otro "medio" —el papel en el caso del diario, el psicólogo en la terapia— podemos trabajar la autoconciencia. Porque mientras no podamos "ver" nuestros sesgos e inseguridades, nunca nos cuestionaremos si son legítimos o no.
El mundo es mi representación. Sí.
Pero hay que cuestionarla.
Nota: Ciertamente mi invocación a la obra de Schopenhauer es arbitraria, una elección entre muchas posibles. Diversas corrientes filosóficas-espirituales han abordado esta idea de la diferenciación, no sólo él. Sin embargo, su obra me parece interesante porque a Schopenhauer se le considera un puente entre la filosofía occidental y oriental (en especial con el budismo y el taoísmo). De hecho se piensa que su obra filosófica es una fusión de las doctrinas brahmánicas y búdicas con las enseñanzas de Platón y Kant. Esto seguramente ocurre con muchos otros pensadores. Yo destaco, por ejemplo, la obra del biólogo chileno Francisco Varela, en donde hay mucho de neurociencia, fenomenología y budismo. Recomiendo su libro “De cuerpo presente”.
Si te interesan las siglas, esto significan: TCC = Terapia Cognitivo-Conductual; AEDP = Psicoterapia Dinámica Experiencial Acelerada (Accelerated Experiential Dynamic Psychotherapy); DBT = Terapia Dialéctica Conductual (Dialectical Behavior Therapy); IPT = Terapia Interpersonal (Interpersonal Psychotherapy); ACT = Terapia de Aceptación y Compromiso (Acceptance and Commitment Therapy); CPP = Psicoterapia Centrada en la Compasión (Compassion-Focused Psychotherapy); SFBI = Intervención Breve Centrada en Soluciones (Solution-Focused Brief Intervention); REBT = Terapia Racional Emotiva Conductual (Rational Emotive Behavior Therapy); IFS = Sistema de Familia Interna (Internal Family Systems). No es un listado exhaustivo ni completo, lógicamente.
Algunos de los estudios comparativos que revisé: sobre la eficacia de los enfoques (Clarkin 2014, Tolin 2010, Cuijpers et al. 2016, Smith & Glass 1977, Cuijpers et al. 2008, Thase 2013, Bradley et al. 2005, Wilson et al. 2008); sobre el entorno cercano (Olds & Richards 2023, Thompson et al. 2014, Vogel et al. 2007, Mitchell & Pistrang 2011); sobre journaling como terapia (Sohal et al. 2022, Pascoe 2016, Ruini & Mortara 2022, Nyssen et al. 2016, Van Emmerick et al. 2013).
¡Que maravilla de artículo!. Muchas gracias por compartir. Me ha encantado