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En Deep Work, Cal Newport sostiene que como vivimos en un mundo atiborrado de distracciones, la capacidad de realizar una tarea concentrado y de manera consistente se ha vuelto una ventaja competitiva.
Newport piensa que es imposible crear una obra significativa, ya sea un código informático, un reporte, una partitura, un manuscrito o una pintura, sin la capacidad de sentarse y concentrarse durante un buen rato.
Estoy de acuerdo.
Y quizás tú también.
Ambos lo sabemos. Pero igualmente luchamos (al menos yo) por concentrarnos.
Ante la imposibilidad o incapacidad de concentrarnos, escapamos posponiendo lo que tenemos que hacer.
Procrastinamos.
En la mitología grecorromana, Eros era el dios del deseo, la pasión y la lujuria, y Tánatos el dios de la muerte, el encargado de llevar las almas al inframundo.
Sigmund Freud se valió de estas deidades para describir dos fuerzas opuestas de la psicología humana, una asociada a la creación y otra a la inercia. Según Freud, Eros representaba la fuerza que impulsa a las personas hacia la vida y el placer, mientras que Tánatos es la fuerza que nos impulsa hacia la muerte y la destrucción.
Así, para el psicoanalista, nuestra mente se haya en una pugna entre estas dos fuerzas: la pulsión de vida representada por Eros y los instintos de destrucción encarnados por Tánatos.
Visto así, tal vez, nuestra lucha perpetua entre concentración y distracción, progreso y estancamiento, productividad y procrastinación, se encuentra absorbida en esta dialéctica hegeliana entre creación y destrucción, los dominios de Eros y Tánatos.
Por supuesto que muchos pensadores anteriores a Freud ya reflexionaron acerca de por qué a momentos nos embarga la apatía y el letargo, esa falta de motivación para cumplir con las tareas.
No le llamaban procrastinar, lógicamente.
Aristóteles, por ejemplo, usaba el término akrasia, o debilidad de la voluntad.
En décadas recientes, la biología ha dado ciertas luces sobre porqué procrastinamos, planteando una tensión entre el sistema límbico y la corteza prefrontal del cerebro. (El sistema límbico busca satisfacción instantánea, huyendo del dolor o malestar; la corteza prefrontal, por su lado, interviene en el razonamiento vinculado a posponer la gratificación y perseguir metas a largo plazo.)
Sin embargo, hoy no es Tánatos, ni el cerebro, los que nos hacen procrastinar.
Es el capitalismo, que al exaltar la ética laboral que posterga la recompensa, origina la estética consumista de lo inmediato.
Bajo ese modelo, situar algo en el futuro, apartándolo del presente, se ha vuelto tentadoramente (más) fácil.
En "Modernidad líquida" Zygmunt Bauman explica que procrastinar:
“Es una postura activa que busca tomar el control de la secuencia de eventos y alterarla a nuestro favor. Contrariamente a la creencia popular, la procrastinación no es simplemente pereza o indolencia, sino un intento de manejar las posibilidades y diferir la aparición de una cosa.”
Importante: una postura activa.
Pudiera ser que este enfoque proactivo al que alude Bauman esté vinculado a la función de la corteza prefrontal. Sin embargo, la biología no lo explica todo. Si bien determina lo posible, es la cultura la que moldea nuestras conductas.
Según Bauman, con la modernidad y el capitalismo nació la ética del trabajo, que enaltece la demora de la gratificación y el sacrificio actual por un futuro mejor:
“El tiempo se percibe como un viaje hacia un futuro mejor, y cada presente es evaluado en función de lo que lo sucede. El presente por sí solo carece de significado y valor, ya que su propósito es acercarnos a un valor más alto en el futuro.”
Por otro lado, al mismo tiempo surgió la estética del consumo que privilegia el placer instantáneo:
“Esta tendencia subordina el trabajo a un papel instrumental y enfatiza la gratificación instantánea en lugar de postergarla. En la sociedad actual, el consumismo se ha profundizado, llevando el principio de la procrastinación al límite.”
O sea que hoy, más allá de la pugna freudiana o su posible explicación biológica, aplazar las recompensas se ha vuelto cada vez más difícil, a razón de que nos encontramos viviendo un capitalismo del hiperconsumo y la inmediatez.
Sumemos a esto la tecnología, cuyos dispositivos y aplicaciones digitales han incrementado las distracciones, bombardéandonos de estímulos, lo que vuelve muy difícil mantener la concentración en algo.
El escenario es el siguiente:
Así, pues, en este contexto cultural y tecnológico, de gratificación instantánea, hiperconectividad y de proyección permanente (“lo mejor está por venir”), las condiciones para procrastinar parecen exacerbarse.
Sostengo, entonces, que la forma de abordar esto no es responsabilizar al individuo ofreciéndole trucos y técnicas para abolir la procrastinación (
compartió esta semana Tips para evitar la procrastinación) sino comprender y reflexionar sobre cómo los factores culturales alimentan al Tánatos freudiano que nos sabotea una y otra vez.Debemos entender que, dado que la procrastinación parece tener una raíz biológica y cultural, no podemos escapar de ella.
“Es mucho más cruel para aquellos que se le resisten que para los que se reconocen sus esclavos”, decía Ovidio sobre el deseo, pero reemplacemos deseo por procrastinación.
Parece imposible imaginar un mundo sin procrastinadores.
Si esto es así, entonces el principal desafío de la productividad no es evitar la procrastinación, una tarea inútil como la de Sísifo, sino ayudarnos a procrastinar bien: ayudarnos a decidir lo que en verdad podemos hacer y sentirnos en paz con aquellas cosas que debemos ignorar.
De esta forma, alguien productivo no será quien no procrastina, sino quien sabe elegir en qué va a procrastinar para enfocarse en lo que más (le) importa.
La invitación es, entonces, a aprender cómo procrastinar mejor.
Una técnica puede ser la denominada procrastinación estructurada propuesta por el profesor de filosofía John Perry.
La invitación de Perry es no resistirse a la procrastinación, sino usar el tiempo en que no queremos hacer cosas importantes haciendo otras de menor valor, pero que de igual modo representen un "progreso". La idea central es que procrastinar no debe implicar necesariamente no hacer nada, sino hacer (otras) cosas menos importantes pero que igualmente signifiquen un avance.
Esto podría ser repasar tus notas, organizar tu escritorio, leer un artículo pendiente, organizar tus carpetas y archivos, etc.
¿Estarás procrastinando?
¡Por supuesto!, qué duda cabe, pero esas tareas menores también te aportarán beneficios.
Por eso Perry escribe:
“El lector observador puede sentir que la procrastinación estructurada requiere cierta cantidad de autoengaño, ya que uno está constantemente perpetrando un esquema piramidal sobre sí mismo. Exactamente.”
En definitiva, bajo una mirada introspectiva sobre nuestros hábitos, la incidencia de los valores promovidos en la sociedad en que vivimos, y aceptando que procrastinar es ineludible, quizás sea posible mantener a raya a Tánatos y recobrar la energía creativa de Eros.
Bueno… a veces.
Recordé la idea del suicidio filosófico planteado por Albert Camus, donde supone que una persona vive esperando una mejor vida en el paraíso, así que se priva de vivir en el presente, sin tener la certeza de si existe o no un paraíso.
Así que desde ese punto de vista, procrastinar te permite vivir el momento, aunque como bien lo planteas, creo que debes seleccionar en qué procrastinar.