Un nuevo sustrato para la memoria
¿Y si respaldamos nuestro cerebro orgánico en uno sintético?
“Soy yo mismo, en cada instante, un enorme hecho de memoria.” (Paul Valéry)
En el Fedro de Platón se cuenta que las letras fueron inventadas por el dios egipcio Thot, que también inventó los números, la aritmética, la geometría y la astronomía.
Cuando Thot acudió a Thamus —el dios que entonces gobernaba Egipto— para mostrar sus inventos, sugirió que se enseñaran a todos los egipcios. En el caso de las letras, Thot dijo:
“Este invento, oh rey, hará a los egipcios más sabios y mejorará su memoria, pues es un elixir de memoria y sabiduría que he descubierto.”
Pero Thamus, dubitativo y más sereno, respondió:
“Este invento producirá olvido en las mentes de quienes aprendan a usarlo, porque no ejercitarán su memoria. Su confianza en la escritura producida por caracteres externos que no forman parte de ellos mismos, desalentará el uso de su propia memoria en su interior. Has inventado un elixir no de memoria, sino de olvido; y ofreces a tus discípulos la apariencia de sabiduría, no la verdadera sabiduría, pues leerán muchas cosas sin instrucción y, por lo tanto, parecerán saber muchas cosas, cuando en su mayor parte son ignorantes y difíciles de tratar, ya que no son sabios, sino que sólo parecerán serlo.”
O sea, para Thamus la escritura no podía reemplazar el ejercicio de la memoria.
Hoy, sin embargo, la vida moderna nos lanza 34 GB de información cada día, el equivalente a 174 periódicos, calcula Tiago Forte.
Resulta imposible recordarlo todo.
Estamos en un momento de la historia en que la disponibilidad de información ya no es un problema. La dificultad radica en la incapacidad de nuestros cerebros orgánicos de manejar la avalancha de datos de la era digital.
Hoy, el dios Thamus debería repensar su sentencia sobre la memoria.
Debemos recordar que al enfrentarse a nueva información nuestro cerebro hace tres cosas: consumir, procesar y decidir.
Gestionar el consumo es relativamente sencillo: solamente debemos ser selectivos sobre a qué información nos exponemos. Cultivar una ignorancia selectiva.
Pero procesar lo que consumimos es otra cosa.
Quizás el procesamiento más común sea el de registrar algo interesante en otro medio: un apunte en una libreta, un garabato en un post-it, o una nota en Evernote o Notion.
Todas son formas de procesar la información que consumimos.
Sin embargo, a veces (o muchas) caemos en lo que llamo "el síndrome Funes" —como aquel desdichado protagonista del cuento de Borges—: nos obsesionamos por los detalles y queremos registrarlo todo, perdiendo todo criterio de selección.
Nos cuesta entender que precisamente esa sobrecarga de información es la que, entre otras cosas, también nos produce ansiedad.
Por un cerebro de silicio
En la mitología griega, la diosa titánide Mnemósine, madre de las Musas, dio una designación a cada objeto, lo que permitió a los mortales expresarse y mantener conversaciones entre sí.
Y junto con el lenguaje, la diosa puso a disposición del ser humano el poder de recordar:
“Si no tuvieras memoria, ni siquiera podrías recordar que alguna vez disfrutaste del placer, y ningún recuerdo del placer presente podría permanecer contigo.” (Sócrates a Protarco; diálogo Filebo de Platón).
O sea, cada palabra se desvanecería sin dejar rastro si Mnemósine, la diosa de la Memoria, no la preservase.
Lección: el conocimiento es inseparable de la memoria.
En "La memoria vegetal", Umberto Eco expone cómo la memoria cumple un doble papel.
Por un lado, el de retener en el recuerdo lo experimentado y lo aprehendido, lo que sería la función divina de Mnemósine. Pero la memoria también debe filtrar, olvidando datos para conservar otros.
Retener y filtrar. (Otra dualidad.)
Y para desempeñar ambas funciones, la memoria ha pasado por distintos estadios.
En la antigüedad prehistórica, por ejemplo, la memoria era orgánica: el conocimiento colectivo se almacenaba únicamente en los cerebros de las personas y se accedía únicamente a través de la comunicación oral.
El conocimiento dependía de la buena memoria de los sabios.
Pero con la invención de la escritura, hace unos cinco o seis mil años atrás (¿o un regalo de Thot?), la memoria pasó a ser mineral y vegetal.
Mineral porque los primeros símbolos se grababan en tablillas de arcilla o se esculpían en piedra. Y vegetal por los libros, pues vegetal era el papiro y, desde el siglo XII, lo es también el papel.
Y así como los primeros jeroglíficos y runas antiguas tenían un sustrato mineral, también la tiene la más actual de las memorias, la de los computadores, cuya materia prima es el silicio.
El alcance del silicio, sin embargo, sobrepasa al de cualquier otro medio.
Mediante circuitos y microchips, el silicio puede almacenar y digerir grandes volúmenes de datos con rapidez y eficacia. La memoria del silicio rebasa con holgura las facultades de Mnemósine sobre la memoria orgánica, o las letras de Thot sobre la memoria vegetal.
Ahora nos enfrentamos a un dilema distinto al de los sabios antiguos: no necesitamos optimizar un sistema de almacenamiento de información, sino encontrar un sistema de conexión.
Sabemos que en el silicio podemos registrarlo todo. Ahora el desafío es saber relacionar y vincular.
Dicho de otro modo, ya superada la función de retención de la memoria, lo que necesitamos es mejorar la capacidad de procesar y filtrar.
Como respuesta a esa inquietud se ha planteado el concepto de Segundo Cerebro, un sistema diseñado para ayudar a capturar, almacenar y procesar ideas, conceptos, notas y otros fragmentos de información relevantes en una forma accesible y útil en el futuro.
Un Segundo Cerebro que actúe como una extensión de nuestra memoria orgánica, ampliando nuestra limitación biológica sobre la retención de información. Pero no sólo eso, sino también que ayude a capturar y conectar ideas, de manera que podamos construir asociaciones y conexiones que antes no había.
El problema es que pensamos que mientras más información retenemos/registramos, mejores serán esas conexiones.
Falso.
“La mente no funciona así. Cuando el volumen de información aumenta, nuestra capacidad para distinguir lo relevante de lo irrelevante sufre. Ponemos demasiado énfasis en datos irrelevantes y perdemos de vista lo que es realmente importante.”
Entonces, ¿qué información deberíamos almacenar en nuestro Segundo Cerebro?
En nuestra era digital, la recomendación de Tiago Forte es sencilla: no guardes lo que puedes buscar fácilmente.
No tiene mucho sentido anotar la población de Francia (si necesitas esa información algún día), pues en internet puedes buscar el último número en un instante.
En cambio, registra lo que resuene contigo.
¿Qué significa eso?
Significa que la información que guardes ha despertado algo en ti. Te ha inspirado, sorprendido o provocado. Una cita de un libro, un fragmento de un poema, la letra de una canción, una reflexión de un podcast.
Porque como escribe Tiago, en Google puedes buscar un dato pero no un sentimiento.
No vale la pena conservarlo todo. No hay que registrar algo por si acaso.
Hoy se dice que construir un Segundo Cerebro es una de las cosas más poderosas que uno puede hacer para sí mismo en esta era digital de la sobreabundancia de información. Porque si registramos solamente lo que resuena con nosotros, entonces el Segundo Cerebro puede convertirse en un compañero íntimo con quien pensar.
En el ensayo "Sobre la imaginación", la poeta y ensayista estadounidense Mary Rueffle escribe:
“La imaginación tiene una vida propia y su propia autonomía; no es aquello con lo que juegas, la imaginación es la que juega contigo.”
Quizás reemplazando imaginación por segundo cerebro capturemos su esencia.
Pero no seamos Funes
El cuento "Funes el memorioso" de Borges, que cité más arriba, cuenta la historia de Ireneo Funes, un joven que sufre un accidente que le deja una memoria eidética, lo que significa que es capaz de recordar absolutamente todo lo que ha visto o escuchado, sin ningún tipo de olvido o confusión.
Aunque al principio Funes se siente orgulloso de su habilidad, pronto se da cuenta que su memoria perfecta es una carga insoportable, ya que le impide concentrarse en el presente y le hace revivir cada momento de su vida con una intensidad abrumadora.
Quizás una salida para el pobre Funes hubiese sido trascender el cuerpo: expandir su capacidad mental más allá del límite orgánico, y transferir lo que retenía incansablemente en su cerebro a un medio mineral sin límites: una memoria de silicio.
Para mi, Funes encarna la idea de que una memoria orgánica infinita puede ser una maldición, ya que la verdadera libertad de atención y creatividad sólo pueden surgir de la capacidad de olvidar.
“Escribimos cosas tanto para ayudarnos a recordar como para ayudarnos a olvidar”, piensa Naval.
Quizás con un Segundo Cerebro podamos aprovechar ese elixir de memoria y sabiduría que nos regaló el dios egipcio Thot.
Una pequeña nota al pie, quizá como contrapunto: creo que Forte y compañía han idealizado demasiado el concepto del segundo cerebro.
Es una idea que siempre me ha parecido interesante, no obstante en mi experiencia es peligrosamente fácil perder demasiado tiempo intentando desarrollar y optimizar el sistema perfecto de captura, organización, etc. Muchas veces termina siendo una excusa para seguir postergando hacer las cosas verdaderamente importantes.
Es un clásico ejemplo de cuando confundimos un medio con un fin. Un "segundo cerebro" puede ser un medio muy útil, pero solo para algunos fines. No creo que sea una herramienta universal que todas las personas tengan o necesiten como un fin en sí mismo. Creo falta harto de eso en el discurso en general de quienes difunden (y venden) este tipo de metodologías.
En fin, como persona con mal de Diógenes digital en rehabilitación, quería traer esa idea también. Interesante columna como siempre!
“En cambio, registra lo que resuene contigo.” y a partir de ahí comenzar el viaje de descubrimiento del “yo propio”.