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“La felicidad implica la pérdida de la conciencia de la realidad y ocurre, al mismo tiempo, que esta desaparece apenas nos hacemos conscientes de ella.” —Rodrigo Olavarría, Cuaderno esclavo
En la base del deseo están el gustar y el querer.
Ambas palabras se encuentran entre las primeras que los niños aprenden a decir, y una vez que lo consiguen, nunca dejan de hacerlo.
El gustar tiene que ver con cómo algo nos hace sentir.
El querer, en cambio, es una predicción del gustar.
Cuando alguien dice “me gusta el chocolate”, está informando a los demás que el chocolate le hace sentir (un poco) mejor. Y cuando dice “quiero un chocolate”, está declarando, si tuviera que explicarse, algo así como “ahora no me encuentro al cien, pero un chocolate podría ayudar”.
En otras palabras, cuando decimos “quiero esto” estamos haciendo una afirmación sobre cómo creemos que esa cosa influirá en nuestro bienestar, satisfacción, felicidad, etc., una vez obtenida. Desde una simple taza de café por la mañana, un chocolate o un libro. O quizás algo más trascendente, como un reconocimiento en el trabajo, terminar los estudios, salir con esa chica o casarse con ella.
Es lógico: queremos aquellas cosas que, asumimos, nos harán sentir mejor.
Permíteme una iteración más: cuando queremos algo, nos prometemos que eso nos gustará cuando lo obtengamos.
Pero como bien sabemos, las promesas son más fáciles de hacer que de cumplir, y a veces pasa que obtenemos lo que queremos pero no nos sentimos mejor (nos gusta menos, poco o nada).
Experimentamos lo que los psicólogos Daniel Gilbert y Timothy Wilson denominan miswanting o “deseo erróneo”: el acto de perseguir cosas que pensamos nos harán sentir mejor sólo para descubrir que no lo hacen.
Analicemos un deseo compartido por todos: ser felices.
En la novela “La insoportable levedad del ser”, al abandonar a Franz, Sabina siente un vacío a su alrededor que no puede explicar.
Kundera tiene una respuesta:
“El objetivo hacia el cual se precipita el hombre queda siempre velado. La muchacha que desea casarse, desea algo totalmente desconocido para ella. El joven que persigue la gloria no sabe qué es la gloria. Aquello que otorga sentido a nuestros actos es siempre algo totalmente desconocido para nosotros.”
Este pasaje captura la naturaleza enigmática del deseo de felicidad:
Quiero casarme, dice la muchacha. Quiero gloria, dice el joven. ¿Cómo saben que eso les gustará, que eso los hará felices? No lo saben. No pueden saberlo. Es algo que sólo descubrirán después de haberlo conseguido. Nunca antes.
De modo que algunas veces deseamos cosas que no conocemos.
Porque si reconocemos el querer como una predicción del gustar, la predicción puede ser incorrecta. Cabe la posibilidad que las acciones emprendidas generen el efecto contrario.
Eso es el miswanting.
La complejidad es esta:
Hay cosas que deseamos (queremos) de las que podemos saber rápidamente si nuestra predicción de bienestar (que nos guste) es congruente. Alguna comida exótica, un destino turístico, una película o una noche con la persona que conocimos en el bar.
Pero hay otras cuyo efecto sólo descubrimos a largo plazo: una relación amorosa, una carrera universitaria, un proyecto laboral. Estos son deseos complejos porque no tenemos certeza sobre qué obtendremos de ellos.
Sabemos que queremos ser felices pero no conocemos los medios (lo que nos gusta), de manera que nos convencemos de que ciertas cosas son las que nos harán felices, aunque en la práctica no sepamos lo que realmente son.
Esto se debe, nuevamente, a la naturaleza enigmática de la felicidad: a veces nuestras acciones pueden hacernos felices a corto plazo pero infelices a largo plazo; o viceversa, momentos difíciles e incómodos ahora nos pueden reportar una satisfacción más adelante.
Estas complejidades y aparentes contradicciones son las que explican por qué existen tantas definiciones y aproximaciones sobre lo que significa ser feliz, quizás el gran misterio.
Yo mismo escribí sobre algunas: la idea de eudaimonia de Aristóteles, que hace hincapié en una vida de virtud, realización y contribución social, o el ideal hedonista de Epicuro de la felicidad como búsqueda de placer y satisfacción personal.
Ciertamente hay muchos caminos más: la vida intelectual, la vida del millonario, la vida artística/creativa, la vida influyente del poderoso, la vida religiosa/espiritual, etcétera.
¿Qué es, entonces, exactamente, la felicidad? ¿Una emoción fugaz, un estado mental o algo más tangible? ¿Es la ausencia de sufrimiento o el cumplimiento de un propósito? ¿O es simplemente un miswanting?
Quizás la respuesta sea sencilla y solo nos baste recordar a Kundera: “Aquello que otorga sentido a nuestros actos es siempre algo totalmente desconocido.”
O sea, puede que la felicidad sea un concepto tan impreciso que, aunque todos anhelemos alcanzarla, nunca podremos expresar claramente qué es lo que realmente queremos a priori.
Constituye así un espejismo hacia el cual todos caminamos.
En el libro “Fundamentación de la metafísica de las costumbres” de 1785, Immanuel Kant lamenta la indeterminación del concepto.
Para Kant la felicidad es un ideal de la imaginación, pues sólo se puede saber qué hace feliz a alguien por medio de la experiencia. Resulta imposible conocer con alguna precisión —y mucho menos albergar una esperanza de universalidad— sobre qué es lo que nos hace felices como seres humanos:
“Nadie es capaz de determinar, por un principio, con plena certeza, qué es lo que le haría verdaderamente feliz, porque para tal determinación sería indispensable tener omnisciencia. Así, pues, para ser feliz, no cabe obrar por principios determinados, sino solo por consejos empíricos.”
La felicidad puede, por consiguiente, ser objeto de miswanting o deseo erróneo.
Los engaños de la mente
Para Laurie Santos, académica de la Universidad de Yale, el miswanting puede atribuirse a las siguientes características “tramposas” de la mente:
(1) La intuición, que puede conducir a una incongruencia entre el querer y el gustar. Por eso siempre tomo distancia del consejo tipo “confía en tu interior” o “sigue tu intuición”, tan populares en estos tiempos, por la sencilla razón de que se puede estar equivocado (y no hay nada malo en eso).
La “intuición” puede servir para prestar atención a las cosas que son más importantes y significativas que otras, pero no tiene porqué ser garantía de un deseo congruente (querer = gustar).
(2) La mimesis, o sea, la tendencia que tenemos de comparar nuestras decisiones y resultados con lo que deciden y tienen otros. Porque constantemente comparamos lo que tenemos con otras personas: nuestros salarios, nuestra apariencia, nuestros matrimonios. Y constantemente deseamos lo que otros desean: un cierto trabajo, el destino de las vacaciones, la lectura del mes.
Olvidamos que en todo deseo participa un tercero. No hay una relación directa objeto-sujeto sino una del tipo objeto-mediador-sujeto, tal como describe René Girard (y que yo traté de explicar en Mediación del deseo mimético).
La mimesis nos dice que podríamos tener una buena vida (y ser felices), pero mientras haya alguien por ahí que lo esté haciendo mejor que nosotros, no nos sentiremos satisfechos.
(3) Otro engaño de la mente es que tiende a acostumbrarnos a las cosas, lo que se conoce como adaptación hedónica.
Cuando tienes una experiencia (que deseabas) por primera vez, es espectacular. Pero con el tiempo te acostumbras un poco. Lo mismo pasa con las cosas y las personas, lamentablemente. Puedes ser inmensamente feliz con alguien, o haciendo algo en particular, pero con el paso del tiempo solemos acostumbrarnos y perdemos (aunque sea un poco) el interés que nos despertaba al comienzo.
(4) Por último, y relacionado con la adaptación hedónica, está el sesgo de impacto, que ocurre cuando sobrestimamos el efecto que ciertos eventos o resultados tendrán en nuestra felicidad. Cuando asumimos que si X sucede, entonces eso impactará “mucho” nuestra felicidad y durante un largo período de tiempo.
En otras palabras, cuando anticipamos (sin fundamento) que algo que queremos nos gustará mucho cuando lo consigamos, para luego darnos cuenta que no era para tanto.
El resumen es este: la mente nos engaña constantemente.
Nos insta a confiar ciegamente en nuestra “intuición” (pero ¿es sano asumir que siempre estamos en lo correcto sólo porque “lo sentimos”?);
Moldea lo que queremos en virtud del deseo de otros (mimesis girardiana). Porque como dice la filósofa argentina Florencia Abadi: “El deseo nunca es propio y nunca es libre”;
Nos acostumbra a lo que conseguimos (adaptación hedónica); y
Nos convence que ciertas cosas serán extremadamente positivas y beneficiosas, cuando en realidad su efecto es mucho más modesto (sesgo de impacto).
Los engaños mentales del miswanting operan en todo orden de deseos.
Sin embargo, el gran misterio para mí sigue siendo el deseo de felicidad, precisamente porque es algo que todos anhelamos pero que no sabemos cómo abordar. Después de todo, ¿cómo perseguir algo que sólo sabemos que conseguimos a posteriori?
Quizás la tarea sea esa: estar permanentemente modulando nuestros deseos, calibrando que lo que queremos sea también lo que nos guste. O quizás eliminar el deseo por completo, como los buenos budistas, para quienes desear no es más que el origen de todo sufrimiento.
En la Teogonía (parte final, Trabajos) se cuenta que hubo una competencia oral entre dos gigantes poetas griegos, fundadores de la literatura occidental.
El evento ocurrió durante el funeral de Anfidamante, rey de Eubea, cuando el hijo del rey, Ganictor, propuso un certamen que reuniera a los poetas más sabios. Allí se enfrentaron Homero y Hesíodo.
Una parte de la contienda se desarrolló como sigue. Hesíodo pregunta, Homero responde:
(...)
¿La justicia y el valor para qué sirven?
Para asistirnos en nuestros afanes.
¿Cuál es el fin natural de la sabiduría humana?
Conocer bien las circunstancias y amoldarse a la situación.
¿En qué situación es seguro confiar en los hombres?
Cuando un mismo peligro amenaza nuestros negocios.
¿En qué consiste la felicidad humana?
En afligirse lo menos posible con la muerte y alegrarse muchísimo.
¿Habrá Homero resuelto el gran misterio?
Fantástico post repleto de referencias y, como siempre, de sabiduría! Añadiría que si para los budistas la felicidad es ausencia de deseo, esa ausencia de deseo se consigue estando plenamente presentes y siendo conscientes de los dones y regalos que nos rodean. Para mí la felicidad entronca con el agradecimiento. Estamos programados para estar siempre anticipando un futuro mejor y no arraigamos en el presente y todo lo que ya tenemos y somos. El antídoto del deseo, ese querer que casi siempre nos decepciona y que nos lleva a una carrera constante por más y más, es poner los pies en la tierra y sentir, respirar, ser. Somos felicidad. Un abrazo 🤗 M.
Me ha gustado mucho tu texto. Me recordó -en un sentido general- a los planteamientos que hace Gabriel Rolón en su libro "La Felicidad". No puedo estar más de acuerdo con el planteo sobre la intuición, que, desde mi punto de vista, si bien existe, me parece que el concepto se ha venido mucho a menos al poner tanto peso sobre sus hombros, pues al no ser infalibre, no siempre nos lleva a ese lugar exacto al que imaginamos que nos puede conducir solo con sentirla, dando paso entonces a sentimientos de fracaso y etc que tienen otras consecuencias. En fin, podría comentar cosas casi de cada párrafo, un gran tema para analizar.