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Juan vive en un barrio tranquilo.
Tiene un trabajo estable en el que gana un sueldo que le permite vivir sin preocupaciones económicas. No es rico, pero puede permitirse ciertos gustos: pasa sus fines de semana con amigos y familiares, asiste a conciertos y eventos culturales, y va al gimnasio regularmente para mantenerse en forma.
Juan valora la comodidad y la seguridad en su vida. Es un agradecido de lo que tiene: aprecia la estabilidad de su trabajo, la cercanía con su familia y la diversión que encuentra en su tiempo libre.
Si le preguntamos, seguramente Juan dirá que es feliz.
Elena, por otro lado, ha dedicado gran parte de su vida a la vocación política, participando activamente en un movimiento social comprometido con la justicia y el cambio. Su agenda está repleta de encuentros sociales (reuniones, campañas, talleres).
Elena encuentra un profundo significado a su vida contribuyendo a la sociedad, e intenta llevar sus días alineada con sus valores políticos y éticos.
Si le preguntamos, quizás Elena también diga que es feliz.
Pero Juan y Elena han escogido caminos distintos.
Juan encarna el ideal hedónico: valora la seguridad, la estabilidad y la comodidad, y aspira a una vida feliz que le reporte satisfacción personal.
Elena, por su parte, vive en línea con la noción aristotélica del areté (virtud): busca un significado profundo de su existencia a través de la contribución a un propósito colectivo.
Juan y Elena encarnan las dos visiones predominantes para entender qué constituye el bienestar humano: ¿la felicidad se alcanza con una vida de placer (hedónica) o una vida con significado (eudaimónica)?
La vida epicúrea de Juan
Una vida feliz bajo este modelo se alcanza cuando se goza de comodidad, seguridad y estabilidad. Factores que propician esto son contar con una condición socioeconómica favorable, o un trabajo seguro y decente, y/o un entorno familiar-social positivo, pero también desarrollando una mentalidad de optimismo y gratitud frente a la vida.
El objetivo del hedonista es, pues, la satisfacción personal.
Pero la principal crítica a la vida epícurea es la complaciencia, pues suele haber cierta resistencia al cambio y una insensibilidad hacia la desigualdad o la injusticia. Después de todo, ¿por qué cuestionarían un sistema que les ha brindado comodidad y bienestar?
Una ejemplificación de esto es reconocer cómo el hedonista contribuye a la sociedad: a través de donaciones y voluntariados; es decir, con el foco puesto (igualmente) en su propia satisfacción.
La vida aristotélica de Elena
Por otro lado, una vida feliz desde la mirada aristotélica del areté (virtud) se alcanza cuando se participa en una causa más grande que uno mismo. Cuando se tienen principios valóricos sólidos que obligan al sujeto a vivir con integridad y contribuir activamente a un proyecto colectivo.
El objetivo del eudaimónico es, pues, aportar a la sociedad.
Como resultado, las personas que llevan vidas significativas tienden a comprometerse y dedicar su tiempo a causas socialmente importantes (para ellas). Los veremos en movimientos políticos o culturales, difundiendo una religión, o bien organizando actividades comunitarias. Siempre con un foco en lo colectivo, pero levantando una bandera.
La principial crítica a la vida aristotélica de la virtud y el significado es la rigidez. A veces falta flexibilidad para adaptarse a los cambios propios de la vida, o bien se genera desilusión cuando no se identifica un propósito que llene o, peor, cuando el camino escogido no es el correcto.
La tercera vía
El problema es que tanto la vida hedónica como la vida eudaimónica fundan el bienestar humano en la obtención de resultados (ojalá, siempre) positivos, dejando de lado experiencias que no siempre son placenteras.
Por ejemplo Juan, el ideal epicúreo, se mantiene en su zona de confort porque lo satisface, pero quizás evita enfrentar desafíos emocionales o situaciones difíciles.
O Elena, la eudaimónica, comprometida con su causa política, quizás no sopesa que el logro de su propósito depende de muchos factores externos, lo que le genera desazón y un sentimiento de falta de realización personal que prefiere mantener en secreto.
Como ya dije, la obstinada búsqueda de satisfacción personal puede desembocar en complacencia, resistencia al cambio e insensibilidad. Y la devoción ciega a un ideal, por su parte, puede conducir al dogmatismo y la frustración.
¿Quizás sea prudente trascender esta dicotomía?
En este interesante artículo me encontré con una alternativa: la vida psicológicamente rica, una vida más allá del placer y la búsqueda de significado.
Así como el epicúreo persigue la satisfacción personal y el aristotélico contribuir a la sociedad como caminos hacia la felicidad, quien busca una vida psicológicamente rica privilegia experiencias interesantes donde la novedad y la complejidad van acompañadas de cambios profundos en la perspectiva de las cosas.
Por ejemplo:
Mandemos a Juan a un viaje en bicicleta por distintos países. La experiencia será novedosa para él porque dormirá al aire libre, en carpa, y recorrerá entornos naturales que contrastan con su rutina urbana previa. La experiencia también será compleja porque deberá planificar sus propias rutas, tendrá que adaptarse frente a condiciones climáticas cambiantes, o quizás deberá interactuar con culturas (e idiomas) que desconoce.
Pero esta experiencia le proveerá un nuevo punto de vista: al regresar del viaje, Juan apreciará de manera diferente la estabilidad laboral y sus relaciones personales, ganando una perspectiva más equilibrada sobre lo que realmente valora en la vida.
Esta experiencia estará lejos del ideal hedonista que persigue: a veces no lo pasará bien —estará cansado, pasará frío o hambre— y estará lejos de la comodidad y seguridad del hogar. Pero Juan ganará algo: aprenderá a conocerse mejor y obtendrá una nueva perspectiva sobre algunas cosas.
Ahora propongamos a Elena algo menos deportivo: que abandone por un tiempo sus lecturas contemporáneas y se sumerga en la literatura clásica.
La experiencia seguramente será novedosa porque Elena se adentrará en obras literarias que nunca había considerado. Y la experiencia también será compleja, porque a veces tendrá que concentrarse más para comprender el significado de los textos, pues quizás algunos tendrán estructuras narrativas complejas o un vocabulario difícil. O deberá estudiar los contextos históricos y sociales para compenetrarse mejor con los relatos.
Pero Elena ganará un punto de vista nuevo: desarrollará una apreciación más profunda por la riqueza de la literatura clásica, cuestionando sus preferencias literarias previas, y reconociendo, quizás, que algunos de los ideales que persigue pueden ser abordados desde otra perspectiva.
Y así como con Juan, el ejercicio de Elena estará lejos de su ideal eudaimónico: esta vez dedicará tiempo a satisfacer su curiosidad sin un propósito aparente, lo que quizás la haga sentir egoísta o poco comprometida. Pero ganará un punto de vista que no tenía.
Y allí radica la característica principal de quien prefiere una vida psicológicamente rica: la curiosidad y la apertura a nuevas experiencias. Porque, después de todo, sólo un curioso puede apreciar una experiencia novedosa, compleja y que potencialmente transforme un punto de vista.
Algo más relevante aún: dado que el abanico posible de “experiencias novedosas y complejas” es mayor, quien persigue una vida psicológicamente rica no sólo obtendrá nuevas perspectivas de experiencias positivas y felices, sino también de las vivencias que a veces preferimos no enfrentar.
Porque así como el hedonista busca la satisfacción personal y el eudaimónico contribuir a la sociedad, quien lleva una vida psicológicamente rica persigue sabiduría.
Y la sabiduría se encuentra en todas partes.
¿Qué tipo de sabiduría? La que suma nuevos puntos de vista, nuevas perspectivas. La que te hace cuestionarte y ver las cosas con más humildad y menos absolutismo.
Una buena vida en todo momento
Ahora un problema:
¿Podría decirse que una persona que ha sufrido una tragedia, experimentado un trauma, puede ser feliz?
Bajo la vida epicúrea probablemente no, porque no goza de estabilidad ni de comodidad, ni tiene ánimo para andar pensando positivo.
Tampoco bajo la vida eudaimónica, pues qué significado tendría haber pasado por una desgracia. Difícilmente su convicción en la trascendencia de un propósito colectivo la hará feliz.
Pero si considera deseable una vida psicológicamente rica, entonces sí es posible.
Porque su experiencia traumática (novedosa y compleja) también es una oportunidad para reflexionar y ampliar su visión de las cosas.
Saber reconocer los cambios de perspectiva que traen consigo los momentos difíciles, y encontrar valor en las experiencias que de otra manera no serían consideradas placenteras o significativas, es el núcleo de una vida psicológicamente rica.
Porque los momentos difíciles son inevitables, ¿no?
En otras palabras, una vida de riqueza mental implica valorar no solo los momentos brillantes de la vida, sino también los oscuros.
La vida psicológicamente rica se convierte así en un intento de capturar y celebrar las vidas que podrían carecer de felicidad y significado convencionales.
Porque, reconozcamos, no todos son felices o tienen una vida significativa.
Si uno valora la seguridad, la estabilidad y la comodidad, buscando una vida hedonista, pero enfrenta desafíos económicos o carece de una mentalidad positiva, alcanzar la satisfacción personal puede resultar una tarea imposible.
De manera similar, aquellos que aspiran a hacer una diferencia en el mundo y buscan una vida significativa pueden encontrarse en un dilema si no saben cómo contribuir, sienten que su aporte es ínfimo o experimentan una sensación de falta de propósito.
Una vida psicológicamente rica, en cambio, constituye una alternativa pues ofrece una perspectiva más integral, donde la sabiduría se convierte en el hilo conductor de la vida.
No se trata de negar la importancia de la satisfacción personal o la contribución social, sino de ampliar la mirada para incluir la sabiduría.
Visto así, la riqueza psicológica no debe pensarse como algo independiente del placer o el significado; más bien, los tres elementos se correlacionan entre sí.
Porque quizás una buena vida —o una vida feliz— no hay que elegirla entre opciones, sino pensarla como una combinatoria de estos tres elementos: satisfacción personal, contribución social y sabiduría.
Una de tres. Dos de tres. O todas. Pero todas opciones igualmente felices.
Así, una vida feliz no será simplemente la suma de momentos placenteros o aportes significativos, sino aquella que también incluya las experiencias menos alegres pero igualmente enriquecedoras.
Experiencias que aportan en riqueza mental.
Me parece una explicación fabulosa. Lejos de la melifluidad, el "sacar provecho" de los traumas y experiencias duras tal y como lo expones es enriquecedor. Llegando a cierta edad las heridas van cicatrizando y sirven de apoyo para no volver a dañarte. La búsqueda del conocimiento continua es un placer y una ayuda en el día a día para encontrar el sentido de la vida. ¡Gracias Daniel Salas!
¡Me ha encantado el escrito! No sabía nada de estas categorías y la verdad es que logran crear un modelo bajo el cual puedes explicar el comportamiento de las personas en muchas situaciones de la vida. Muchas gracias por compartirlo. Un saludo.