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En la mayoría de los trabajos hay una persona que, a primera vista, destaca por sobre el resto.
Es la persona que se levanta muy temprano, que rara vez se toma vacaciones, que siempre está dispuesta a quedarse una o dos horas extra en la oficina. La que goza del reconocimiento de sus jefes, la que constantemente es ascendida, la que nunca se pierde una reunión y la que entrega siempre un trabajo impecable.
Probablemente nos refiramos a esta persona como alguien altamente eficiente, perfeccionista y exigente. O simplemente trabajólica. Pero, sin duda, con características que suelen ser aplaudidas en el mundo laboral, pues (supuestamente) indican dedicación y compromiso con el trabajo.
Sin embargo, esta persona también destaca por algo que quizás ignora: se encuentra en una incesante búsqueda de validación.
Porque como apunta Alain de Botton, una obsesión por la eficiencia y la productividad suele estar arraigada en una profunda sensación de no ser suficiente, de percibirse como un ser defectuoso, poco interesante, que debe compensar sus faltas a través de un desempeño perfecto. Todo con tal de limpiar ese yo que lo avergüenza...
Para esa persona el trabajo se convierte, pues, en el vehículo para expurgar esa supuesta indignidad.
Como le parece inconcebible tener algún valor más allá de lo que hace, esta persona no tiene idea de cómo dejar que alguien la conozca y valore fuera de sus logros.
En consecuencia, su meta no es —aunque así lo parezca o ella misma lo manifieste— ser empleado del mes. Lo que persigue, en el fondo, es ser aceptada y validada. Para esta persona, el trabajo no es más que el medio para alcanzar la aprobación que anhela.
Si conocemos una persona altamente eficiente, perfeccionista y exigente como la que describo —quizás nosotros seamos una—, sabemos que algo domina: técnicas y trucos de productividad. Ante la menor incitación, te hablará de la técnica de pomodoro, de la regla de los dos minutos, de la matriz de Eisenhower, de la ley de Pareto, del principio de Parkinson, de si usar Notion u Obsidian,...
Sin embargo, hay un conocimiento que ignora: que su búsqueda de máxima productividad no es más que un intento de evitar hacerse cargo de sus emociones difíciles, un intento de aplacar sus inseguridades y miedos que lo impulsan a validarse a través del trabajo.
En parte todos adolecemos de esto, porque la verdad es que todos los trucos de productividad son reguladores emocionales. Cuando usamos el calendario lo que hacemos es regular el miedo a la incerteza, a perder el tiempo, a sentirnos inútiles; y al mantener una lista de tareas lo que hacemos es contener el miedo al olvido, para sentir que lo que hacemos importa, se acumula y que se avanza.
De un modo u otro, todas son técnicas y herramientas para aplacar nuestras ansiedades, angustias y miedos.
Y todo eso está bien. No hay nada malo. Todos lo hacemos, conscientes o no.
El problema aparece cuando la persona obsesionada con la productividad ya no solo desea mantener a raya algún miedo sino que quiere eliminar el miedo por completo. No sentirlo jamás.
No comprende que, en realidad, quien se obsesiona con la eficiencia productiva se encuentra, paradójicamente, más atrapado en sus miedos que el resto, precisamente porque vive esclavo de la sensación de estar siempre atrasado, de la angustia de pensar que no ha hecho algo que debería, del estrés constante sobre lo que sigue pendiente y no ha atendido.
En otras palabras, las personas altamente eficientes, perfeccionistas y exigentes se sienten siempre al debe, siempre por debajo de un estándar y constantemente insatisfechas. En el fondo, se sienten inadecuadas para las demandas de la vida. (“I'm so embarrassed. I'm not a real person yet”, dice Frances Ha.)
Pero como bien lo saben —incluso ellas, lejos de la ingenuidad—, no se puede marcar check en la lista de tareas a algo que se llame “miedo”. La razón es muy simple: las técnicas y trucos de productividad no resuelven dificultades emocionales, sólo las enmascara temporalmente.
Sin embargo, las personas altamente eficientes, perfeccionistas y exigentes, en vez de confrontar sus emociones, se entregan febrilmente al trabajo sin fin, y aplican diversas formas de autosabotaje que refuerzan el ciclo.
Por ejemplo, se mantienen ocupadas todo el tiempo (busyness), un hábito que si bien se lleva como una medalla de honor no es más que una forma de evadirse a uno mismo. Una forma de mantenerse (muy) ocupado es la búsqueda incesante de perfección, lo que a veces se traduce, paradójicamente, en una disminución en la productividad, porque ello implica esperar el momento ideal para terminar las tareas.
O sea que, irónicamente, al estar siempre ocupadas y aspirando a la perfección, las personas (supuestamente) productivas terminan diluyendo y postergando sus esfuerzos, aduciendo que se preocupan de la calidad de su trabajo (“¡aún no está listo!”). Sin embargo, la razón muchas veces es otra, más íntima: simplemente se sienten inseguras sobre cómo se recibirá su esfuerzo, sobre cómo se evaluará su desempeño.
Estas personas necesitan admitir, pues, como primer paso, que utilizan técnicas de productividad no para alcanzar logros concretos sino para lidiar con emociones difíciles.
Se cuenta que Diógenes el Cínico, allá por el siglo IV a.C., enseñaba que debíamos tratar las emociones difíciles como perros callejeros: morderán y desgarrarán nuestros talones cuanto más intentemos huir, pero a menudo retrocederán si tenemos el coraje de volver la vista y encararlos. (Diógenes no conoce Valparaíso.)
Quizás las personas trabajólicas, altamente eficientes, perfeccionistas y exigentes deban explorar y reflexionar sobre cuál es el origen de la inseguridad que las empuja a esa febril carrera por la productividad extrema. Seguramente encontrarán algo de lo que sugiere Alain de Botton y que comenté al inicio: miedo al rechazo, búsqueda de validación, etc.
Luego comprenderán que además de reconocer y aceptar lo que sienten, también deberían enfrentar las causas de sus miedos y angustias. Porque quizás al principio les parecerá reconfortante (y suficiente) hablar de esto con su psicólogo, una vez por semana, sobre lo estresante que son sus trabajos. Pero sabrán que el desafío es otro: armarse de valor e iniciar esa conversación difícil con sus jefes (o con ellos mismos) sobre la carga de trabajo y las expectativas en torno a su desempeño.
En la reflexión tal vez aprendan a convivir con sus miedos y, mejor aún, desarrollen un poco de autocompasión y se acepten a sí mismos sin la necesidad de querer sobresalir en todo momento.
Porque la productividad, como yo la entiendo, no debe ser un escape o una anestesia, sino una expresión de lo que somos y queremos.
Gran artículo como siempre. Coincido con gran parte de la reflexión, personalmente, me gusta la idea de diversificar tu vida, preguntarte a menudo qué quieren decir las emociones y acciones que haces y no depender de la aprobación de los demás en el trabajo, sino de la tuya propia. Pero hay cierto punto en el que considero que estereotipas a las personas que buscan ser productivas, así que te lanzo dos ideas por si quieres comentar:
1. ¿Realmentela productividad es un síntoma de la búsqueda de la validación de los demás? A veces, como comentas, seguro que sí. Sin embargo, puede haber otros objetivos para querer ser productivo o eficiente. Un buen ejemplo es acabar antes el trabajo para poder pasar más rato con tu familia. A menudo creo que mezclamos conceptos y ponemos sobre los hombros de la productividad problemas sociales que existen con o sin ella. La productividad es solo una herramienta, lo que hagamos con ella es otro tema.
2. Por otro lado, no creo que las personas que no buscan ser productivas no quieran ser aceptadas y validadas. Creo que querer que los demás nos acepten es una emoción innata que todos tenemos, sin embargo, se puede buscar en unos caminos (como ser productivos y conseguir logros en el trabajo) u otros (por ejemplo, ser generosos con los demás). Personalmente, no creo que esconda más misterio que ese.
Un saludo y felicidades por el artículo.
Qué bonita forma de sacar a la luz los distintos lados de la perfección.