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Durante gran parte de la historia la curiosidad ha estado ligada con el castigo.
Dice el Génesis bíblico:
“Y El Eterno Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de vida en medio del huerto, y el árbol del conocimiento del bien y del mal.” (Génesis 2:9)
Pero habiendo terminado su creación —el Jardín del Edén—, Dios puso al hombre y le advirtió: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17).
El conocimiento era propiedad exclusiva de Dios, no del hombre.
Pero la serpiente del huerto sabe que Dios miente y que quien coma del árbol del conocimiento no morirá. Seduce así a Eva:
“Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal.” (Génesis 3:5)
Eva come del fruto, y si bien significó descubrir, saber, la humanidad fue castigada por satisfacer su curiosidad.
El mismo Génesis narra también la historia de Lot (sobrino de Abraham) y su familia, quienes fueron ordenados por Dios a huir de Sodoma y Gomorra antes de iniciar su destrucción. La única advertencia era que no debían mirar atrás mientras escapaban.
Sin embargo, alguien desobedece: “Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal” (Génesis 19:26).
Nuevamente, la curiosidad, castigada.
En la mitología griega también abundan historias como estas.
A Pandora, primera mujer creada por los dioses, se encomienda el cuidado de una caja que no debía abrir por ningún motivo. Pero la curiosidad es más fuerte, y Pandora libera los males y desgracias en el mundo.
A Orfeo, músico y poeta, se permite resucitar a su amada esposa, Eurídice, quien deambulaba en el inframundo. La única advertencia de Hades es que mientras escape no debe mirar atrás. Pero Orfeo necesita saber, y antes de llegar a la superficie desobedece, lo que resulta en la pérdida de Eurídice, esta vez para siempre.
Estos son solo algunos ejemplos de personajes mitológicos que pagaron un precio por satisfacer su curiosidad. Hay muchos más.
Lo que queda claro es que la curiosidad es, en cierto sentido, destructiva.
Porque al comer del fruto, o al mirar, no hubo vuelta atrás. Fueron actos irreversibles.
El mundo después de satisfacer la curiosidad es distinto.
Bien lo sabían los dueños de esclavos en el Estados Unidos del siglo XIX.
En el Estado de Virginia, por ejemplo, una legislación promulgada en 1831 controlaba y limitaba la educación de esclavos, negros y mulatos "libres". Esta ley establecía prohibición total de enseñarles a leer o escribir.
Quizás nos gustaría pensar que estos son relatos superados.
Pero, por ejemplo, en Afganistán y parte de Pakistán el gobierno talibán prohíbe a las niñas asistir a la escuela.
Hoy.
Conocida es la historia de Malala Yousafzai, la activista pakistaní que a los 12 años de edad (2009) comenzó a escribir regularmente a la BBC detallando su vida bajo la ocupación de los talibanes. En 2012, Malala sufrió un atentado en el autobús que la llevaba a la escuela en el distrito de Swat, recibiendo impactos de bala en su rostro y hombro.
Los talibanes habían dado la orden de matarla.
¿Cuál es el miedo detrás de limitar (o derechamente prohibir) el conocimiento? ¿La curiosidad?
Pareciera que los devotos creyentes de hoy ignoran que su Dios no quería que el ser humano comiera del árbol del conocimiento. Que a la esposa de Lot, a Pandora, a Orfeo, no se les permitió algo tan simple como mirar.
En otras palabras, a todos ellos se les prohibió descubrir por ellos mismos.
Etimológicamente, la palabra curiosidad viene del latín curiositas, pero también comparte raíz con cura, palabra que significa preocupación, cuidado, protección.
¿Qué cosa cumple la función de proteger o cuidar?
Un velo.
O sea que curiosear puede entenderse como correr un velo. Descubrir algo detrás de él.
El curioso quiere develar algo escondido.
Visto así, la curiosidad se satisface de-velando.
Otros símbolos similares son la cortina que oculta el escenario de un teatro. El velo que cubre el rostro de la novia. La tapa de un libro. Todos estos elementos ocultan algo detrás, a la espera del curioso que quiere descubrir.
Por eso asistimos al teatro. Escuchamos música. Vamos al cine. Leemos.
Perseguimos el acto de develar pues en ese momento la curiosidad se alza, satisfecha.
Pero como hemos visto, la curiosidad también se castiga. Se restringe.
¿Por qué?
Porque el curioso descubre cosas que otro no quiere que sepa. El curioso corre un velo que debía permanecer estático.
A propósito de la ley de Virginia de 1831, hay una anécdota del entrenador de básquetbol estadounidense George Raveling, quien cuenta que una vez su abuela le preguntó por qué los dueños de esclavos escondían dinero en los libros.
"No lo sé, abuela", respondió George.
"Porque sabían que los esclavos no los abrirían", dijo la abuela.
Quizás esta historia nos devele la razón por la que era ilegal enseñar a leer a los esclavos, o la razón por la que regímenes totalitarios han quemado y prohibido libros, o la razón por la que en muchos lugares se mantiene al margen de la sociedad a mujeres y disidencias.
En definitiva, la razón por la que en distintos dominios no se permite satisfacer la curiosidad.
En el caso de la educación y el poder de la lectura, el novelista Kurt Vonnegut lo dice mejor que yo:
(Porque los lectores) “no tenemos que esperar a que algún ejecutivo de comunicaciones decida lo que tenemos que pensar a continuación, ni cómo debemos pensarlo.”
Ya lo decía hace un par de semanas: la palabra “leer” proviene del latín legĕre, cuya raíz también está en las palabras “inteligencia” y “elección”.
Para desarrollar la capacidad de comprender nuestro entorno y tomar decisiones informadas es crucial leer.
¡Quizás hemos descubierto la razón por la que se castiga la curiosidad!
La curiosidad permite descubrir por uno mismo. Pensar. Criticar. Explorar nuevas ideas y perspectivas. Cuestionar las creencias establecidas y los conocimientos aceptados.
Volviendo a la historia de George Raveling, vale la pena señalar que la riqueza sigue escondida en las páginas de los libros, pero no porque alguien oculte dinero allí.
Piensa en cuántas personas quieren mejorar en algo, aprender algo, comprender algo. Piensa en cuántas personas están desesperadas por tener éxito, por conocerse mejor, por salir de su burbuja, por superar sus miedos.
La mayoría de estas personas buscan soluciones por todas partes: fórmulas secretas, atajos, gurús.
Dan la vuelta al mundo antes de detenerse a mirar en el único lugar donde siempre se puede encontrar respuestas: la biblioteca.
Me gusta pensar la historia de la esposa de Lot en sentido contrario.
Que en vez de ser castigada por desobedecer, se haya vuelto una estatua de sal por no mirar, por no curiosear.
Después de todo, hay un famoso refrán que dice: “La curiosidad mató al gato.”
Sin embargo, solemos olvidar la segunda parte: “... pero la satisfacción lo trajo de vuelta.”
«La curiosidad permite descubrir por uno mismo. Pensar. Criticar. Explorar nuevas ideas y perspectivas. Cuestionar las creencias establecidas y los conocimientos aceptados».
Me quedo con esta frase. Me parece que resumen estupendamente el objetivo de una vida.
El conocimiento es en cierto sentido un castigo. Si sabes, no puedes después "no saber", aunque lo que hayas descubierto no te guste. Por ejemplo, puedes descubrir que tu pareja te engaña, que un político te roba o que alguien ha destruido la vida a un tercero. Efectivamente conoces una realidad que antes no tenías y, aunque tiene de positivo que sabes lo que te rodea, por otra parte, la desconfianza en los demás también puede existir. Ese conocimiento no lo hubieran tenido de no haber comido de la fruta. Pero hay otra dimensión aún más "oscura".
Personalmente, creo que la prueba divina no es una cuestión de que no quisiera que el ser humano (no vaya a ser que si pongo hombre alguien se enfade...) no conociese su alrededor. Si no, no le habría hecho a su imagen y semejanza. Es más bien una prueba de confianza: si te digo que de esto no comas, vamos a ver si eres de fiar. Y no, no lo fueron: pero lo más relevante es que ninguno dijo "pues sí, he comido y es mi responsabilidad". No, lo que hicieron fue echar la culpa al anterior: el hombre a la mujer y la mujer a la serpiente. Para mí es eso lo relevante: llegado el momento de responsabilizarse de sus hechos, el ser humano (da igual el sexo...) no lo hizo, sino que, después de libremente tomar una decisión, echó la culpa a quien le había "convencido" de hacer algo que no debió hacer o que, por otra parte, hizo a escondidas. Como si su propia voluntad no hubiera tenido nada que ver.
En resumen, no puedes "no saber" lo sabido, tienes que pechar con las consecuencias de saber, aunque no te gusten y has de ser responsable de las decisiones que tomes, aunque las hayas tomado con alguien que "te engañe", porque era tu responsabilidad ser sincero, leal y, sobre todo, saber de quién te puedes fiar.
(Lo siento, siempre me salen unos comentarios demasiado largos...).