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En el año 79 las ciudades de Herculano y Pompeya fueron tragadas por la furia del monte Vesubio, quedando sepultadas bajo las cenizas.
En 1709 Herculano fue descubierta, y en 1750 uno de los túneles excavados para explorar la ciudad alcanzó una enorme mansión junto al mar, propiedad de Lucio Calpurnio Pisón, suegro de Julio César, en cuyo interior se encontraron, además de estatuas de bronce y mármol, montones de rollos de papiro carbonizados. Una biblioteca quemada.
El lugar fue bautizado como Villa de los Papiros.
Durante los 275 años siguientes, los cerca de mil rollos rescatados permanecieron indescifrables. Pero en marzo de 2023 el proyecto Vesuvius Challenge se propuso desentrañar el contenido de los papiros, y en febrero de 2024 anunciaron algo increíble: la lectura parcial de un primer rollo.
Las primeras palabras rescatadas son de Filodemo (110-35 a.C.), filósofo epicúreo, en cuyas líneas finales de una porción del rollo critica a unos adversarios que no detalla (¿tal vez estoicos?) a quienes acusa de “no tener nada que decir sobre el placer.”
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Filodemo fue un divulgador de las enseñanzas de Epicuro (341-270 a.C.), y se cree era el “filósofo local” de la ciudad de Herculano, trabajando quizás en la misma biblioteca donde se rescataron los papiros.
Hoy, no obstante, el epicureísmo ha quedado reducido a una doctrina añeja que no merece atención. De las cuatro filosofías helenísticas más conocidas, sólo se ha visto un interés contemporáneo por el Estoicismo. Al epicureísmo, en cambio, como resultado del descrédito y tergiversación durante siglos, lo hemos convertido en sinónimo de hedonismo en un sentido moderno: una vida de libertinaje, egoísmo y represión de emociones. Una doctrina del placer a toda costa. Pero el epicureísmo no es (sólo) eso, sino algo más. Y para aprender de él sin acudir a fuentes secundarias, que son precisamente de donde heredamos esa visión simplista y negativa, debemos recurrir a las pocas cartas que el propio Epicuro escribió, y al poema "De rerum natura" de Lucrecio, que terminó cerca del año 50 a.C. (para luego suicidarse).
La filosofía de la buena vida
Una de las ideas principales del epicureísmo es que para poder disfrutar de la vida uno debe liberarse de los tres miedos que nos paralizan: el miedo a los dioses, el miedo a la muerte y el miedo a los tormentos del infierno.
Respecto a los dioses, por ejemplo, si bien creían en su existencia, los epicúreos aducían que no tenían nada que ver con el mundo material. No había injerencia, preocupación o interés divino por el devenir del ser humano. Aquí se encuentra uno de los primeros ejemplos serios de ateísmo o escepticismo religioso, porque incluso describían la religión como una superstición dañina. Escribe Lucrecio:
(...) más a menudo, por el contrario, es la Religión la que engendra la maldad y que ha dado lugar a acciones equivocadas, como cuando los líderes de los griegos, esos pares sin igual, profanaron el altar de la Virgen con la sangre del hijo de Agamenón, Ifigenia. (...) Tan poderosa era la Religión en persuadir a hacer lo incorrecto.
Tal vez por esto la escuela epicúrea tuvo tan mala reputación.
Cicerón, por ejemplo, que prefería al Estoicismo, se refería a la filosofía de Epicuro como un sinsentido sin dioses. Dante, por otro lado, siguiendo la visión cristiana dominante de su época, condenó a los epicúreos al sexto círculo del infierno en la "Divina Comedia" por su creencia de que el alma estaba ligada al cuerpo, y por lo tanto moría con él, sin resurrección ni vida después de la muerte. Escribe Lucrecio:
Es evidente que el espíritu tiene un día cuando nace, y tiene una hora cuando debe pasar.
Otro principio fundamental para los epicúreos era la convicción de que debemos estudiar y conocer el mundo de manera racional. Sigue Lucrecio:
Este temor, estas sombras de la mente, deben ser barridos no por los rayos del sol ni por los brillantes destellos del día, sino observando la Naturaleza y sus leyes.
Pero aun cuando hoy pudiera parecer razonable reconocer la legitimidad de estos principios —(i) de absoluta soledad y responsabilidad personal (pues los dioses no interfieren en las vidas humanas), (ii) de la religión como superstición y origen de miedos infundados, y (iii) de la aproximación racional para conocer el mundo—, los epicúreos fueron intencionalmente tergiversados como sensualistas y "vividores" por sus rivales y detractores, herencia que se mantiene.
Pero el placer epicúreo nada tiene que ver con la vida de lujuria y excesos con la que suele asociarse. Epicuro consideraba el placer simplemente como el opuesto lógico del dolor; es decir, placer como ausencia relativa de dolor, ausencia de dolor en mente y cuerpo. Explica él mismo:
Cuando digo que el placer es la meta de la vida, no me refiero a los placeres de libertinos o los placeres inherentes al disfrute positivo, como suponen ciertas personas que desconocen nuestra doctrina o no están de acuerdo con ella o la interpretan perversamente. Me refiero, por el contrario, al placer que consiste en la libertad del dolor corporal y la agitación mental. La vida placentera no es producto de una fiesta tras otra o de relaciones sexuales o de mariscos y otras exquisiteces ofrecidas por una mesa lujosa...
La buena vida implicaba, para Epicuro, disciplinar los apetitos, reducir al mínimo necesario los deseos y necesidades para una vida saludable, desapegarse de las posesiones materiales y retirarse de la participación activa en la vida pública, en compañía de unos pocos amigos. En resumen, una vida sencilla y reflexiva, ascética, incluso puritana.
Se entenderá de esto que el epicúreo “ideal” es, entonces, difícilmente equivalente a lo que se entiende por una vida de placer o hedonismo en el sentido moderno. De hecho, Epicuro tenía una visión negativa del placer más intenso y a veces doloroso del ser humano, el amor sexual: “El sexo nunca ha beneficiado a ningún hombre, y es un milagro si no lo ha perjudicado.”
Epicuro vivía, en cambio, siguiendo su precepto del lathe biosas ("vive escondido"):
Retírate del mundo; evita los dolores y peligros de la participación; busca tu propia seguridad y serenidad.
Y cumplió.
De su vida sabemos que se retiró de la participación activa en la vida social y política de Atenas y se recluyó con amigos, tanto hombres como mujeres (esto último sin duda una "novedad" en la época) en un Jardín que compró cuando tenía 35 años, hacia el año 307 a.C. También sabemos que vivió una vida sencilla, pasaba sus días estudiando, escribiendo, enseñando y conversando. Tampoco comía carne ni bebía vino.
Entendiendo (y criticando) la doctrina del placer
El hedonismo epicúreo opera bajo dos suposiciones básicas, ambas de carácter materialista: (1) que el bien moral es lo mismo que el placer, ya sea físico o mental; y (2) que el mal moral es lo mismo que el dolor, ya sea físico o mental. Esto implica que los actos morales son siempre "elecciones" deliberadas de posibles placeres concretos.
El hedonismo epicúreo procede, pues, a juzgar un acto como moral o inmoral no por el acto en sí mismo ni por reglas de comportamiento ni por los dictados de la razón, sino por la experiencia que produce: el placer y dolor resultantes del acto (ya sea inmediato y/o a largo plazo).
Por eso la ética epicúrea es relativa (no absoluta), y la moralidad claramente ambigua, porque para ellos el valor de un acto dado no dependía del carácter a priori del acto en sí mismo, sino de sus consecuencias psicológicas.
Así por ejemplo, si estás enfermo y necesitas cirugía, ¿por qué pasar por ese dolor si podemos evitarlo? Para un epicúreo, si la cirugía es lo recomendable para sanar entonces debe realizarse pensando en el bienestar futuro. O en otro ejemplo, si tienes la oportunidad de intimar con la esposa de un amigo, un epicúreo decidirá que el placer del acto no compensa el dolor a largo plazo (arrepentimiento, culpa, etc.). Lo mismo con otras vivencias cotidianas: beber alcohol (placer inicial, dolor posterior), hacer ejercicio (dolor inicial, placer posterior), y otras decisiones más profundas.
O sea, el epicúreo se la pasa en un análisis costo-beneficio permanente resolviendo la dualidad placer-dolor, quedando en evidencia, pues, su enfoque auto-protector y fuertemente individualista.
Después de todo, el epicúreo es un egocéntrico.
La justicia y la injusticia, por ejemplo, las ven puramente en términos de sus efectos psicológicos en la persona en su capacidad de agente, no en términos de la felicidad o infelicidad del destinatario a quien afectan los actos del agente, y mucho menos en términos de sus consecuencias sociales. Así, para un epicúreo la justicia de SU parte es buena únicamente porque es propicia para SU serenidad. De la misma manera, la injusticia es mala no por sus efectos en los demás, sino porque ÉL, como agente, debe vivir con el miedo a ser atrapado y castigado. Por eso el dolor y el placer para el epicúreo siempre son concebidos como SU dolor y SU placer, y por eso la ética epicúrea implica una forma de vida realizable sólo a nivel individual pero no comunitario.
Visto así, la vida del epicúreo es una vida de contradicciones y conflictos internos, pues no sólo le cuesta calcular el delicado equilibrio entre placeres y dolores, sino que su vida es demasiado auto-protectora e introvertida, tal vez demasiado reflexiva, corriendo el riesgo de volverse cada vez más indiferente a la sociedad y a la felicidad o infelicidad del resto.
Por estas razones para mí la doctrina del placer epicúreo no es una filosofía para imitar.
Lo que sí es destacable —y en mi opinión una contribución innegable—, es la invitación que hicieron, hace más de dos mil años, a reconocer la naturaleza material del mundo, de reconciliarnos con nuestra condición animal (que no es divina ni "especial"), a reflexionar sobre lo poco que necesitamos para vivir bien, a pensar que para ser felices debemos liberarnos de nuestros miedos, prescindiendo incluso de la religión como vía de respuesta.
¿No es este un planteamiento que podríamos escuchar de alguna corriente contemporánea? En eso reside la riqueza e influencia del epicureísmo.
Sin embargo, la buena vida se hace integrando la serenidad individual con un compromiso y responsabilidad colectivos. Un equilibrio entre introspección y participación.
Una vida fuera del Jardín.
Me parece súper interesante cuando coges cualquier teoría y te preguntas, ¿qué espacio tiene aquí el otro?. Llevas haciéndome pensar en esto desde que comentaste mi segunda entrada. Gracias por amplificar miras Daniel, creo que contribuyes a que mejoremos la forma de pensar.
Mis mayores influencias éticas, las cuales considero muy similares, son el epicureísmo y ciertas ramas del budismo. Estoy de acuerdo en su marcado corte individualista (por ello el budismo ha podido vivir en sociedades indias o chinas, por su recelo de la política), pero creo que no se reducen tan sólo a la vida de uno mismo.
Yo aplico el coste-beneficio utilitario de tipo hedónico a mis acciones con el resto. Creo que si somos sinceros, si nos preguntamos porqué ayudar a otros, la finalidad última que nuestras acciones propiciarán coincide con una disminución del dolor ajeno y una maximización del placer positivo (es decir, sin el dolor propio del placer con deseo). Es cierto que existe una negativa a reconocer esto, porqué fácilmente, como dices, uno puede olvidarse del resto. Parece que todas las éticas que buscan su base en la objetividad y en las ciencias (como debe ser, a mi parecer) se niegan a dar el salto y reconocer que el Bien es un estado subjetivo que se realiza en el instante presente en que acontecen las vivencias o sensaciones.
Se dice que racionalmente no debemos fumar porqué nos hace mal, pero ahí se supedita el bien a la realización de una vivencia futura. Se dice que debemos cuidar el cuerpo, equiparando el bien subjetivo a un correcto funcionamiento fisiológico. Esto se dice según una pretendida racionalidad, objetiva y científica, explicitando que necesitamos unos mínimos para poder gozar de vivir, cosa cierta. Lo mismo vale, aunque esto se critica más y está asumido, para el éxito social. Se dice que es bueno tener una mansión, amistades y reconocimiento.
La razón que encuentro por la cuál se critica el hedonismo de verdad es muy sencilla: el hedonismo verdaderamente asumido puede llevar a la muerte del individuo y a la de la sociedad, puede llevar a reconocer que vivir no es un bien. Si asumimos que sólo las vivencias y sus valencias justifican vivir, queda claro que muchas vidas no merecen la pena de ser vividas. Lo mismo vale para la continuación de una sociedad: no procrear lleva a la disolución de la misma.
Por estas razones, muchos temen al hedonismo de verdad por su proximidad al pesimismo filosófico y al antinatalismo (a diferencia del pesimismo, el hedonismo de verdad no se basa en un "a priori" universal y absoluto). El verdadero hedonismo es, a mi modo de ver, la única ética objetiva y científica, pues se centra en las sensaciones de los organismos. Las sensaciones no son acumulables, no son cosas. Por eso, es una falacia pensar que una vida larga es mejor que una vida corta. El bien o el mal no están en la duración de la vida, tampoco en la reconstrucción narrativa y biográfica que hacemos de ella. Están en cada sensación que experimentamos, y a lo sumo, en que la concatenación de estas (por eso hay que pensar a largo plazo) sea lo menos dolorosa y la más positiva. Se puede argumentar que evitar el dolor lleva a más dolor, pero eso no ataca el núcleo del argumento, sólo ataca una mala forma de llevarlo a la práctica que sí es criticable.
Un ejemplo: solemos preguntar a la gente cual fue el mejor momento de su vida. Esto es falaz, pues lo que solemos responder es un corte arbitrario en una reconstrucción biográfica, en la que seguramente hubo mucho dolor. Una respuesta típica podría ser: el día de mi boda (estoy estereotipando adrede). En tal respuesta, se ignora que estábamos muy nerviosos, fatigados por la preparación y saturados de saludar a la gente. Nadie respondería que el mejor momento de su vida fue la sensación de la tarde de ayer, cuando estaba digiriendo gustosamente un plato de lentejas. Probablemente, la segunda sería más objetiva y real, ya que atendería a una sensación concreta y no a una reconstrucción.
Estamos hechos para perdurar como individuos y sociedad, por eso no creo que se defienda jamás un hedonismo puro por muchos filósofos dedicados a la ética. Si se defendiese podríamos formular la siguiente pregunta: ¿por qué no maximizar al máximo la calidad de vida de los actuales humanos vivos y no procrear a la siguiente generación? No se produciría ningún mal, puesto que sólo en la existencia hay mal. La simple pregunta levanta ampollas, tanto a éticas religiosas como laicas, deontológicas como utilitarias.
Socialmente, jamás se aceptará. Individualmente, es viable y útil hacerlo, a mi modo de ver. Nadie pidió nacer, y el deber que tenemos con los otros radica en no causar daño y tratar de propiciar bien.