🖼️ Una pintura:
Artemisia Gentileschi fue una pintora italiana del siglo XVII cuya formación comenzó en el taller de su padre, Orazio Gentileschi, quien se movía en un círculo de influyentes artistas de la talla de Caravaggio.
Pero en mayo de 1611, cuando Artemisia tenía 17 años, el pintor Agostino Tassi, amigo de su padre, la violó.
Si bien se inició un juicio contra Tassi, en esa época la violación no era un delito propiamente tal. El “problema” era otro: Tassi había deshonrado a la familia y había hecho a Artemisia “incasable”. La “solución” que buscaba el padre, Orazio, era que Tassi, entonces de 45 años, se casara con su hija (increíble: casarla con el violador casi 30 años mayor). Tassi se rehusó.
El juicio fue complejo. Como se estaba acusando a un pintor de renombre, la pobre Artemisia (recordemos, de 17 años) incluso fue torturada durante el proceso, como una forma de “asegurarse” que estuviera diciendo la verdad. Si bien Tassi fue finalmente declarado culpable, nunca acató ninguna sentencia.
Evidentemente esta experiencia marcó la vida de Artemisia, con una obra artística marcada por la violencia. Sin embargo, su enfoque fue diferente: centró su interés en retratar mujeres fuertes, usualmente sacadas de historias bíblicas. En “Jael y Sísara” de 1620, por ejemplo, que es la pintura que comparto hoy, nos muestra un momento del Antiguo Testamento en que Jael está a punto de matar a Sísara, un general que había sometido a su pueblo pero que ahora huía de los israelíes. Jael había engañado al militar, prometiéndole refugio y cuidados. Cuando el hombre se quedó dormido, Jael le clava una estaca en la cabeza con un mazo. Brutal.
Presta atención a la calma y determinación en el rostro de Jael. La misma expresión la tiene Judith en otra pintura de Gentileschi, “Judith decapitando a Holofernes”, sacada de otro relato bíblico.
Se dice que Artemisia usó el rostro de Tassi como modelo para Sísara y Holofernes. "Las obras deben hablar por sí mismas", escribió en 1649.
🍵 Dos reflexiones:
Robert Waldinger, que trabajó en el estudio más largo del mundo sobre felicidad, escribió: “La atención es la forma más simple de amor”. Es una idea potente: nuestra atención es probablemente la cosa más valiosa que tenemos para entregarnos mutuamente. [Fuente]
El acto de leer es un voto de soledad. Eres tú, el libro y el lugar donde has elegido para leer. Tener amigos y gente alrededor no es algo que sume a la experiencia. Sin embargo, en medio de esta ausencia de personas, no te sientes solo. Todo lo contrario: sientes como si estuvieras en compañía de alguien a quien aprecias, comprometido con lo que tiene que decirte. Eso es porque el acto de leer es también un voto de curiosidad, donde permites que la mente de otro entre en contacto con la tuya. [Fuente]
🦉 Un recuerdo del archivo:
Etimológicamente, la palabra curiosidad viene del latín curiositas, pero también comparte raíz con cura, palabra que significa preocupación, cuidado, protección. ¿Qué cosa cumple la función de proteger o cuidar? Un velo. O sea que curiosear puede entenderse como correr un velo. Descubrir algo detrás de él. El curioso quiere develar algo escondido. Visto así, la curiosidad se satisface de-velando. Otros símbolos similares son la cortina que oculta el escenario de un teatro. El velo que cubre el rostro de la novia. La tapa de un libro. Todos estos elementos ocultan algo detrás, a la espera del curioso que quiere descubrir.
Sigue leyendo → Detrás del velo
🪴 Algo más:
El fin de semana leí "El Mundo Resplandeciente" de Margaret Cavendish, considerada la primera obra de ciencia ficción escrita por una mujer, publicada en 1666, en pleno siglo XVII.
Piensa en las circunstancias de Margaret: a pesar de ser una aristocrática (Cavendish fue Duquesa de Newcastle), era una mujer que quería pensar y escribir acerca de diversos temas pero se enfrentaba al prejuicio indiscutible de la época de que lo intelectual era cosa de hombres.
Pero la Duquesa, siendo autodidacta, se formó en filosofía natural, una "ciencia" que abarcaba reflexiones de astronomía, geografía, matemática, etc. O sea, toda una intelectual que, sin embargo, no se benefició de discusiones con sus pares ni mantenía correspondencia con otros pensadores. Sus ideas no eran comentadas.
Consciente de su contexto, Margaret escribe en el prefacio de "El Mundo Resplandeciente":
(…) aunque no pueda ser ni Enrique V ni Carlos II, me esfuerzo en ser Margaret I. Y, aunque ni tengo poder ni ocasión para conquistar el mundo como lo hicieron Alejandro y César, y tampoco puedo ser dueña de uno, pues ni la Fortuna ni el Destino me lo darían, he creado un mundo por mí misma, por lo que nadie, espero, podrá culparme, al tener cada cual el poder de hacer lo que desee.
En la novela, la protagonista es una mujer que navega a través de un portal en el Polo Norte que la lleva a otro mundo. Allí se convierte en Emperatriz de este nuevo mundo, habitado por animales antropomórficos: hombres-oso, hombres-pájaro y hombres-araña, entre otros. Después de reorganizar este mundo en una sociedad utópica, la Emperatriz decide escribir filosofía y le pide a los espíritus que llamen a un gran pensador para ayudarla.
Buscando quién podría servir de escriba, la Emperatriz pide:
(…) «quiero tener el alma de algún famoso escritor de la Antigüedad, ya sea de Aristóteles, Pitágoras, Platón, Epicuro o similar». El espíritu dijo que esos hombres célebres fueron muy eruditos, sutiles e ingeniosos escritores pero que estaban tan ligados a sus propias opiniones que nunca podrían ser escribas pacientes. Entonces ella dijo: «Quiero el alma de uno de los más célebres escritores modernos, de Galileo o de Gassendus o Descartes o Helmont o Hobbes o H. More...». El espíritu respondió que estos eran finos e ingeniosos escritores pero, sin embargo, eran tan vanidosos que no aceptarían ser los escribas de una mujer. «Pero», prosiguió el espíritu, «hay una dama, la duquesa de Newcastle, que, aun sin ser la más erudita, elocuente, ingeniosa y genial, es una escritora sencilla y racional, pues los principios de sus escritos son el sentido y la razón. Y ella sin duda estará dispuesta a ofrecer todos los servicios que pueda».
Así, la propia autora, como Duquesa de Newcastle, se convierte en la escribana de la Emperatriz, ante el rechazo probable de cualquier pensador masculino (lo que aparentemente ocurre incluso en la ficción).
En general, toda la novela gira en torno a una fantasía conmovedora: que podría existir un mundo de hombres eruditos que valoren tanto la inteligencia natural y sincera de una mujer que acepten felizmente su autoridad sobre ellos.
Margaret cierra el libro con el siguiente epílogo:
Con esta descripción poética, el lector puede percibir que mi intención no es solo ser emperatriz, sino también autora de un mundo entero. Y que los mundos que he creado, tanto el Resplandeciente como el mundo filosófico, mencionado en la primera parte de esta descripción, están enmarcados y compuestos por las más puras, es decir, racionales, partes de materia que son partes de mi mente, por lo que la creación fue más fácil y rápida que las conquistas de los dos célebres monarcas del mundo, Alejandro y César. No he causado disturbios ni disoluciones de individuos, también denominadas muertes, como ellos hicieron. (...) Y en la formación de estos mundos he tenido más gozo y gloria que Alejandro y César al conquistar el mundo terrestre. Y, aunque he construido mi Mundo Resplandeciente como un mundo pacífico, permitiendo una religión, una lengua y un gobierno, podría haber creado otro mundo lleno de facciones, divisiones y guerras igual que este está lleno de paz y tranquilidad. Y las figuras racionales de mi mente podrían expresar tanto coraje para luchar como Héctor y Aquiles, y ser tan sabios como Néstor y tan elocuentes como Ulises y tan bellos como Helena. Pero he preferido la paz antes que la guerra, el ingenio a la política, y la honestidad a la belleza. En lugar de las figuras de Alejandro Magno, César, Héctor, Aquiles, Néstor, Ulises, Helena, etc., he escogido la honesta figura de Margaret de Newcastle, que ahora no cambiaría por todo este mundo terrestre.
Qué espeluznante la pintura, sabiendo todo lo que hay detrás, y qué maestría la de su creadora. Sorprende mucho que todo esto sucediera hace tan solo cuatrocientos años. Hemos avanzado tanto, por suerte, en algunas cosas! (En muchas cosas, diría, incluso!)