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La figura del genio siempre ha sido enigmática.
El genio tiene ingenio. Goza de una imaginación y creatividad incomparables.
Pero no se sabe si es algo innato o cultivado.
Para Cicerón, por ejemplo, el ingenium (en latín) designaba las "semillas innatas de la virtud, que, si germinan y crecen, nos conducen a una vida feliz por la naturaleza en sí".
El término ingenium puede traducirse como "entendimiento" o "intelecto", de modo que para los clásicos el ingenio era la propensión a aprender, la aptitud para el descubrimiento. El ingenium era una capacidad innata al ser humano que podía estimularse y desarrollarse.
Siglos más tarde, el fundador de la filosofía moderna, René Descartes, también sostenía que el ingenium estaba presente en todos los individuos, pero también creía que alcanzaba un desarrollo mayor en unos más que en otros, independiente de la educación recibida, de modo que para el francés la agudeza del ingenio tendía a ser un don natural —las "semillas" de Cicerón— antes que una destreza adquirible desde cero.
Las personas creativas, imaginativas y originales eran, pues, quienes potenciaban su ingenio, una cualidad innata que podía desarrollarse, pero hasta cierto punto. Lo importante es que no eran "genios" en el sentido moderno, pues genius en latín significa otra cosa: viene de ǵenh o genō, dar a luz, producir. De modo que había personas con gran ingenio, pero no genios. A Leonardo da Vinci, por ejemplo, el multifacético y talentoso inventor del Renacimiento, lo describían de muchas maneras, pero en su época nunca de genio, porque esa palabra no se usaba para eso.
Esto cambiaría a principios del siglo XVIII cuando Antoine Galland, el primer traductor europeo de "Las mil y una noches" al francés, tradujera el término árabe "al-jinn" como "le-génie". En los cuentos árabes, los jinn (o djinn) son criaturas sobrenaturales y mitológicas, la tercera clase de seres creada por Dios, junto a los hombres y los ángeles.
Pero como explica Justin E.H. Smith en "Irracionalidad", la traducción de Galland hizo que la criatura mitológica árabe se transformara en "el genio" de la cultura popular, cuya encarnación más conocida es la del espíritu que sale de una lámpara para conceder deseos, aun cuando este ser no comparta origen etimológico con genius.
Sin embargo, a partir del siglo XVIII, ambas acepciones comenzaron a mezclarse y a usarse indistintamente, con significados que oscilaban entre el de cierta capacidad mental de un ser humano individual (más cercano al ingenium), y el de un ser mágico que guía o interviene en la vida humana (a la manera de un jinn).
Esto explica que Leibniz escribiera en su Teodicea de 1709 que “hay un número inconcebible de genios (génies) en las esferas celestiales, cuya magnitud excede nuestro campo de percepción”… O sea, los genios comenzaron a pensarse como seres sobrenaturales.
No obstante, con este trasfondo, fue Immanuel Kant quien dió el giro decisivo al concepto.
En su Crítica del juicio (1790), Kant deduce que:
“La palabra genio se ha sacado de la latina genius, que significa el espíritu propio particular (...) concedido a un hombre al nacer, que lo protege, dirige y le inspira ideas originales.”
O sea, el alemán hace propia la mezcla entre ingenio y “el genio” (jinn), omitiendo la etimología. Opta por asociar el concepto con una entidad espiritual que guía al individuo.
Más adelante, en la misma obra, identificará la genialidad con “la cualidad innata del espíritu (ingenium) por la cual la naturaleza da la regla al arte”. De este modo, para Kant el genio será aquel que ha recibido un don de la naturaleza cuya manifestación aparece en sus creaciones artísticas. Lo interesante es que la aclaración entre paréntesis con el término latino en la cita anterior es del propio Kant, para quien el ingenium será una disposición mental innata que sólo se eleva a genio propiamente dicho (genius) cuando involucra el raro poder de la naturaleza que "da la regla al arte". Con esto último Kant simplemente dice que la cualidad innata del genio (su naturaleza) es la que establece las reglas para la creación artística, lo que explica que un genio no siga reglas o técnicas, sino que cree algo nuevo y original. El genio kantiano no imita o copia.
Esta distinción kantiana dará inicio, pues, a la celebración del "genio" como un don excepcional de ciertos individuos, que les permite romper las barreras de la creatividad, innovar artísticamente, ver el mundo de una manera nueva y crear obras originales.
Así, mientras la herencia clásica —desde Platón, pero potenciada por racionalistas como Descartes y Leibniz— enseñaba que la razón era la facultad más elevada de la mente humana, compartida de igual manera por todas las personas en su condición de seres humanos, la genialidad kantiana es un recurso escaso y no hay método que permita infundirlo en un individuo. Uno es genio o no lo es, y ningún libro de instrucción podrá jamás enseñar nada al respecto.
Y así es como el genio que inicialmente se refería a aquella disposición natural para el aprendizaje de cualquier destreza o ciencia (ingenium), aparece ahora identificado con un profundo e incomunicable sentimiento interior.
Como comparte Justin E.H. Smith en su libro, esta nueva visión quedará perfectamente reflejada en las palabras de la joven escritora norteamericana Mary MacLane, quien en 1901, con sólo 19 años, escribió:
“Si no fuera porque estoy tan incesantemente absorta en la tristeza y la soledad, mi mente produciría una lógica bella, asombrosa. Soy un genio —un genio— un genio. Incluso después de todo esto puede que ustedes no adviertan que soy un genio. Es algo difícil de mostrar. Pero yo lo siento.”
Así pasamos del ingenium clásico y racionalista (pre-siglo XVIII) al genius kantiano y romántico (post-siglo XIX). De algún modo —quizás por la traducción de Galland— Kant relacionó al genio (jinn), un ser sobrenatural, con una capacidad del intelecto (ingenium) que se expresa en el arte.
Esta breve historia sobre etimología y filosofía, además de interesarme y hacerme investigar un poco, me hizo reflexionar sobre si la concepción romántica que ha perdurado hasta nuestros días, la del genio como un ser único e irrepetible, casi mágico, no ha contribuido a mitificar, por ejemplo, la empresa creativa para el común de los mortales, convirtiéndola en algo que solo unos pocos pueden lograr.
Es cierto que hoy la creatividad se fomenta en las escuelas y en todos lados, y que se nos dice que todos somos creativos —incluso los "creadores de contenido" explotan el término pues en inglés se autodenominan simplemente creators—, pero no me queda claro si la visión del genio como alguien único y casi sobrenatural ha sido superada. Reconozco que esta noción no ha obstaculizado el desarrollo de la creatividad, pero me intriga saber cómo esta noción romántica del genio permeó en nuestra sociedad altamente tecnócrata, técnica y especializada. Después de todo, ¿cómo se puede democratizar algo que, al mismo tiempo, nos parece atributo de unos pocos “elegidos”?
Hace unos meses vi la película “3000 Years of Longing” (Amazon Prime), donde Idris Elba interpreta a un djinn árabe que, además de cumplir su rol de espíritu liberado de una lámpara que retribuye el favor concediendo deseos, también es extremadamente inteligente, reflexivo y muy sabio. O sea, una mezcla aparentemente insalvable entre los “dos genios”: uno basado en el misticismo y otro en el ingenio.
Mi reflexión es esta: si seguimos considerando que la genialidad es una cualidad excepcional reservada para unos pocos, ¿cómo podemos, al mismo tiempo, promover la idea de que todos podemos ser genios?
Yo opté, en este caso, por quedarme con la simplicidad de las "semillas" de Cicerón y pensar que la imaginación y la creatividad nada tienen de especial, y que el valor está en lo que hacemos con las semillas (si las hacemos germinar y crecer), y no si contamos con ellas; algo, por mi parte, bastante obvio.
¡Muy interesante tu reflexión! Discrepo en que la creatividad se promueve en las escuelas: mi sensación como docente justamente la contraria. Las habilidades artísticas y creativas siguen teniendo poco valor a nivel social. Muchos creadores de contenido tampoco comparten desde el valor humano sino desde el valor comercial. Pero en definitiva, ¡es un tema muy interesante!
“… ¿cómo podemos, al mismo tiempo, promover la idea de que todos podemos ser genios?” podemos reconocer el genio cuando estamos frente a él, una vez que la genialidad ha ocurrido, no antes. Promover la idea de que todos podemos ser genios es una especulación.