Hay momentos en que experimento una intensa monacopsis, esa sensación sutil pero persistente de estar fuera de lugar, especialmente cuando estoy rodeado de personas con las que no comparto intereses. Me gustaría escapar a un lugar vacío y silencioso, esos que en otros momentos están llenos de vida, como un parque de noche o un centro comercial a la hora de cierre, para experimentar una calma kenópsica aunque sea por unas horas.
Ese ambiente ya lo he generado en mi propio hogar, mi refugio de silencio y paz. Cuando estoy en mi casa planifico los días a gusto. Hago y dispongo de las horas según me place, siempre y cuando ninguna obligación lo impida. Durante esos días con frecuencia experimento kairosclerosis, instantes en el que me doy cuenta que soy feliz, pero en cuyo intento de saborear el momento y aferrarme al sentimiento, yo mismo provoco su desvanecimiento por culpa del intelecto. A veces hay que sentir y no pensar.
No obstante, son precisamente durante esos momentos en los que logro experimentar variados ambedos, esos trances de claridad emocional que usualmente aprovecho escribiendo en mi journal y reflexionando sobre mi condición presente.
O quizás es de lo que pretendo convencerme, pues debería reconocer que a veces me encuentro en un profundo estado de agnostesia, sin saber realmente cómo me siento.
Lo digo abiertamente porque algo recurrente en mis divagaciones es constatar la alazia que me invade, ese miedo a no ser capaz de cambiar, a pensar que los hábitos, rutinas y opiniones de hoy son los que me acompañarán de aquí en adelante sin poder hacer nada al respecto.
Tal vez sea otro miedo el que tengo, tal vez una frustración, una mimeomia producto de la sensación de encarnar un estereotipo que a ratos no quiero. Es como cuando conoces a un malotipo, esas personas que encarnan todo lo que no nos gusta de nosotros mismos.
Quizás, en vez de angustiarme, debería celebrar esos momentos en que me doy cuenta que estoy cambiando y madurando, pasando por un verdadero apolitus.
Porque, a veces, la fuente de nuestra ansiedad son las relaciones que tenemos con otros, como cuando sentimos ese miedo irracional a que alguien conocido está enojado con nosotros (simple y llana lyssamania), o cuando pensamos que sólo tenemos relaciones superficiales, triviales y débiles (evidencia de un claro cuadro naclofóbico), o cuando pensamos demasiado lo que queremos decir por miedo a decir lo incorrecto y desilusionar al otro (momofobia). Otras veces, en cambio, son las actitudes y acciones del resto las que nos hacen sentir cosas raras, como cuando sentimos dolonia, esa sensación incómoda y casi vergonzosa cuando alguien "nos quiere demasiado", lo que usualmente lleva a una immerensis cuando no entendemos porqué lo hacen. Nos reconocemos defectuosos y aún así siguen con nosotros.
Y es que las relaciones humanas se fraguan con miedos, algunos propios de la edad que avanza. Como la figofobia que nos invade cuando nos damos cuenta que mientras más viejos más solitarios nos volvemos, y que las amistades y conexiones van, inexorablemente, derivando y diluyéndose por simple desgano o falta de energía para mantenerlas. Porque mientras más pasa el tiempo también aumenta la probabilidad de tener despedidas que tal vez sean las últimas, quizás un amigo que migra a otro país, o un ser querido próximo a fallecer, lo que nos provoca una antiofobia ante la que solo queda resignarse y aceptar.
Sin duda las emociones son complejas y desconcertantes.
Más arriba describía mi estado agnostésico, pero en el fondo lo que revelo es la ansiedad que, creo, sentimos todos en algún momento cuando no nos conocemos realmente (anoscetia), o cuando nos convencemos (y resignamos) a que nuestras emociones y sensaciones no son más que reacciones químicas al interior de nuestros cuerpos, algo explicado mejor por la cantidad de azúcar en la sangre, la presión arterial o los niveles hormonales, más que cualquier constructo espiritual o filosófico que abracemos y queramos eregir como la fuente de nuestras impresiones. En fin, un profundo estado de indosencia.
Al final, deberíamos perseguir más momentos de liberosis, viviendo con más ligereza y preocupándonos menos por todo.
Por ejemplo, cuando escribo para Pequén, a veces me veo abrumado por la karanoia, ese terror a la página en blanco y sus posibilidades infinitas. Pero recuerdo que el primer y más importante lector soy yo, y que lo escrito debe complacerme a mí antes que a otro. No hay que dejar que los cudoclasmos pongan en riesgo nuestros proyectos creativos. La confianza se gana haciendo y no al revés.
¡Ahhh! ¡Qué son todas esas palabras desconocidas!
¿Dónde se me habrá ocurrido todo esto?
En la atmósfera meditativa que se consigue en el lugar más íntimo y tranquilo de los hogares: el baño. Pues sólo aquí es posible experimentar la pax latrina. Quizás en este preciso momento tú me estás leyendo, muy cómodo o cómoda, en este santuario de la distracción y la reflexión. (Ah, y de la higiene.)
Palabras nuevas e inventadas
Las organizaciones lingüísticas actualizan sus diccionarios todo el tiempo porque el lenguaje cambia con los años. Se acuñan nuevas palabras, se modifican significados y se adoptan términos de otras lenguas.
El laboratorio donde se prueban las palabras son nuestras conversaciones. Mientras más se usa una palabra, más relevancia adquiere. El problema es que hay un sesgo en lo que se acepta, porque se suele dar nombres a conceptos e ideas que son simples, tangibles y fáciles de expresar. Meme, influencer, emoji, nomofobia, webinar, por nombrar algunos.
Pero las emociones, por el contrario, no tienen esas características. Son complejas, contradictorias y difusas, (incluso) todo al mismo tiempo.
Acuñar “nuevos sentimientos” es, pues, un desafío mayor.
Pero en el lenguaje todo es posible, y si tenemos la convicción de que ninguna emoción debiera ser inexpresable, sólo queda intentarlo.
Esa fue la motivación de John Koenig para escribir su "Dictionary of Obscure Sorrows", una colección de puras palabras inventadas (neologismos) que quieren hacerse cargo de lo que hasta ahora no tenía nombre.
Quizás digas “ahh, palabras inventadas, no se vale”, pero ¿no son TODAS las palabras inventadas?
Lo que las hace "reales" es el impacto que tienen. Quizás si una palabra la conocen una o dos personas no vale la pena saberla, pero si millones de nosotros lo hace, la historia puede ser distinta.
¿Cuántas personas tienen que conocer una palabra para que podamos decir que es "real"?
Los significados de las palabras que usé:
manusia: sentimiento de ser ser humano; estado de ánimo base que todos sienten intensamente en cada momento de sus vidas, pero que nunca pueden precisar porque no tienen nada más con qué compararlo. Del sánscrito manusyá, ser humano.
kairosclerosis: momento en que miras a tu alrededor y te das cuenta de que actualmente eres feliz, intentando conscientemente saborear el momento, lo que lleva a tu intelecto a identificarlo, desmenuzarlo y ponerlo en contexto, donde lentamente se disolverá. Del griego antiguo καιρός (kairos), un momento sublime u oportuno + σκλήρωσις (sklḗrōsis), endurecimiento.
liberosis: deseo de preocuparse menos por las cosas; de encontrar una manera de relajar tu postura frente a tu vida y sostenerla con ligereza y de forma lúdica. Del italiano libero, libre. Un líbero es una posición en un equipo de voleibol que puede moverse con mayor libertad que otros jugadores, ingresando y saliendo libremente y sin permiso.
agnostesia: estado de no saber cómo te sientes realmente sobre algo, lo que te obliga a examinar las pistas ocultas en tu propio comportamiento, como si fueras otra persona. Del griego antiguo ἄγνωστος (ágnōstos), no conocer + διάθεσις (diáthesis), condición, estado de ánimo.
lyssamania: miedo irracional a que alguien que conoces esté enojado contigo por razones que no entiendes. En la mitología griega antigua, las Manías son espíritus que personifican la locura, y Lyssa, conocida por estallar en ira.
cudoclasmo: serie de dudas sobre uno mismo. Del griego antiguo κῦδος (kûdos), gloria, alabanza + κλάω, (kláō), romper.
malotipo: persona que encarna todas las cosas que menos te gustan de ti mismo, aparentemente una caricatura de tus peores tendencias, lo que te deja sintiéndote repelido y fascinado en igual medida, habiendo tropezado con el tipo de persona que nunca quieres ser. Del latín malus, malo + typus, un tipo de molde de escultor.
alazia: miedo a no ser capaz de cambiar. Del griego αλλάζω (allázo), cambiar + displasia, desarrollo anormal de tejido.
apolitus: momento en que te das cuenta que estás cambiando como persona, como un reptil mudando su piel. De apolysis, la etapa de muda cuando el caparazón de un invertebrado comienza a separarse de la piel + adultus, sacrificado.
anoscetia: ansiedad de no conocer "el verdadero tú". De an-, no + latín Nosce te ipsum, "Conócete a ti mismo."
indosencia: miedo de que tus emociones puedan sentirse profundas pero sean crudamente biológicas, menos relacionadas con el significado y la filosofía que con las hormonas, las endorfinas, los ciclos de sueño, etc. Acrónimo de los supuestos "químicos de la felicidad": Dopamina, Oxitocina, Serotonina y Endorfinas + in absentia, en ausencia.
ambedo: trance momentáneo de claridad emocional. Del latín ambedo, "Hundo mis dientes en."
naclofobia: miedo a que tus conexiones más profundas con las personas sean en última instancia bastante superficiales. Del griego αναχλός (anachlós), ligeramente unido + -φοβία (-phobía), miedo.
dolonia: estado de malestar provocado por personas que parecen quererte demasiado, lo que te hace preguntarte si deben haberte confundido con alguien más, alguien perfecto, desinteresado o fácil de entender desde la distancia, sintiéndote vagamente decepcionado de que no estén dispuestos a dedicar el tiempo que lleva conocer al verdadero tú. Del griego antiguo εἴδωλον (eídōlon), una imagen fantasmal de una forma ideal.
immerensis: incapacidad de entender las razones por las que alguien te ama, casi como si les estuvieras vendiendo un auto usado que sabes que tiene un montón de problemas, pero igual desean comprarlo. Del latín immerens, inmerecido.
antiofobia: miedo que a veces experimentas al dejar a un ser querido, preguntándote si esto resultará ser la última vez que lo verás, y cualquier adiós improvisado que les lances tendrá que servir como tu despedida final. Del griego αντίο (antío), adiós + -φοβία (-phobía), miedo.
monacopsis: sutil pero persistente sensación de estar fuera de lugar, tan inadaptado a tu entorno como una foca en una playa, torpe y pesado, soñando con la vida en tu hábitat natural. Del griego antiguo μοναχός (monakhós), solo, solitario + ὄψις (ópsis), visión.
pax latrina: atmósfera meditativa de estar solo en un baño, recluido dentro de tu propia cabina de aislamiento. Del latín pax, un período de paz + latrina, inodoro.
momofobia: miedo a hablar improvisadamente; terror a decir lo incorrecto y tener que ver cómo se desvanece la sonrisa de alguien al darse cuenta de que no eres quien pensaban que eras. Del griego antiguo μῶμος (momos), defecto, desgracia + -φοβία (-phobía), miedo. (Momo era el dios griego de la burla y las críticas.)
mimeomia: frustración de saber cuán perfectamente encarnas cierto estereotipo, sin siquiera pretenderlo. Del griego antiguo μῖμος (mîmos), imitador, actor + μῖσος (mîsos), odio.
figofobia: miedo a que tus conexiones con las personas sigan disminuyendo a medida que envejeces. Del griego φύγω (fýgo), me voy + -φοβία (-phobía), miedo.
kenopsia: la inquietante atmósfera de los lugares abandonados. Puedes sentirlo cuando te mudas de una casa, notando cuán vacío puede sentirse un lugar. Caminando por el pasillo de una escuela por la noche, o una oficina sin luz un fin de semana. Por lo general, están llenos de vida, pero ahora yacen abandonados y silenciosos. Del griego antiguo κενό (kenó), vacío + -οψία (-opsía), ver.
karanoia: terror de la página en blanco, que puede sentirse tanto liberador como confinante, tanto en la ilimitación de su potencial como en la laxitud de sus límites. Del japonés 空の (kara-no), en blanco.
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Toda una biblioplexia leerte ! 🤓
Yo leyendo esto → 🤯🤓🤯🤓🤯🤓🤯🤓
Comparto 100% la reflexión del final. Me carga cuando me dicen que una palabra "no existe" solo porque la RAE no la ha registrado.
Si una palabra que yo uso, tú la entiendes ¿cómo no va a existir?