Si bien todos los años comienzan en enero y se acaban en diciembre, hay distintas formas de pensar un año.
Además de los años religiosos y étnicos —pienso en la celebración del Año Lunar asiático o el Diwali hindú—, cuando estudiaba, por ejemplo, el año académico comenzaba en marzo.
En mi empresa ponemos atención al año hidrológico, que comienza en abril —junto con las lluvias (se supone)— para planificar nuestros terrenos. Y también nos importa el año tributario, que va de enero a diciembre... del año anterior.
¡Hasta los planetas tienen sus propios años!
De la misma forma, yo tengo un año lector que comienza en mayo y termina en abril del año siguiente.
¿Por qué?
Porque durante el agobiante calor del verano chileno, especialmente el santiaguino (escribí esto con 35º a la sombra), resulta imposible concentrarse. Prefiero esperar a que el frescor otoñal revitalice mi mente:
“Así como el año hidrológico busca anticiparse a las crecidas de los ríos y planificar el llenado de embalses, yo organizo mis lecturas cuando logro recuperar la capacidad de inmersión que el verano me roba.”
O así es como me gustaría contarlo.
Pero no es cierto. 😅
La verdad es que hace unos cinco años me fui a Canadá por un año (de mayo a abril) y durante ese viaje decidí transformar mi relación con la lectura, convirtiéndome en un lector (más) activo, destacando pasajes y anotando ideas, en plan de conversar con los autores en vez de sólo escucharlos.
Gracias a ese cambio de actitud comencé a reflexionar más, a escribir más y, por pura inercia cinética, a leer más.
Hoy con Pequén ya cumplo tres años revisitando lecturas (te invito a revisar las ediciones anteriores del 2020-21 y 2021-22).
Enough.
Sin más preámbulo, te cuento lo que leí el último año.
Espero que algún título despierte tu interés, y si tienes recomendaciones, por favor escríbeme.
Narrativa contemporánea:
Comencé el año (en mayo) con 5 del argentino Sergio Chejfec. Un hombre recibe una invitación para escribir un libro cuyo tema es la ciudad (desconocida) donde ha sido convocado. Eso le basta a Chejfec para llevarnos a un viaje donde todo lo observable es digno de reflexión. Muy bueno. Cada vez me encanto más con este autor (de quien también he leído La experiencia dramática y Mis dos mundos).
Otro argentino fue Jorge Luis Borges, de quien leí Artificios, una variada colección de breves ensayos y cuentos (y de donde saqué la historia de Funes para Un nuevo sustrato para la memoria).
De mi escritor chileno favorito, Germán Marín, leí El Guarén y Tierra Amarilla, dos novelas cortas pero sumamente entretenidas y rápidas donde describe el Chile post-dictadura. También leí sus Conversaciones para solitarios, una selección de cuentos e historias breves (algunas de una página).
Subterra de Baldomero Lillo fue una relectura veinte años después de la primera. Quise recordar este clásico chileno que a muchos nos hicieron leer en la escuela. El libro lo componen varios cuentos que comparten un trasfondo: las precarias condiciones de los mineros del carbón de inicios del siglo XX.
Otro chileno fue Alejandro Zambra, de quien leí Formas de volver a casa. Muy ágil pero con gusto a poco (se hizo corto y los personajes no alcanzan a desarrollarse, en mi opinión).
También leí Nocturnos, primer libro de cuentos de Kazuo Ishiguro, que reúne cinco historias donde mezcla música, nostalgia y desarraigo. (Recomendado si estás de vacaciones.)
Pero la gran lectura del año fue, sin duda, Piranesi de la británica Susanna Clarke. Es una novela onírica, surrealista, sobre un hombre que vive en una casa infinita, llena de laberintos y habitaciones secretas. Tan bueno es que leí las 250 páginas de una sentada (literal, durante un vuelo Santiago-Sao Paulo).
Clásicos antiguos:
Este año me tomé el tiempo de leer con atención la Ilíada y la Odisea de Homero en las adictivas ediciones de Penguin Clásicos. Ambas historias son mundialmente conocidas: la primera narra los últimos años de la Guerra de Troya provocada tras el rapto de Helena por el príncipe Paris, y la segunda el retorno de Ulises a su natal Ítaca diez años después de la misma guerra. Para mi, la belleza de ambos libros no está en (saberse) la historia, precisamente, sino en el formato, las reflexiones y cosmovisión de la época. Disfruté mucho leyéndolos (y eso que ambos suman mil páginas).
De Sófocles leí Antígona, la tragedia griega sobre la mujer que desafió al rey Creonte para darle justo sepulcro a su hermano. Gran historia sobre la desobediencia y lo que realmente implican las leyes divinas y humanas.
También leí Leseras, una selección de poemas que Catulo escribiera en el siglo I a.C., en una traducción "chilenizada" por Leonardo Sanhueza. Catulo era un poeta romano bastante directo, que relataba situaciones cotidianas en un lenguaje coloquial, y que usaba su obra también para atacar:
Por dios que no hallo la diferencia
entre olerle a Emilio el culo o la boca:
ni ésta es más limpia ni más inmundo aquél.
Pensándolo bien, su culo es más limpio y mejor:
no tiene dientes.
Y si bien no pertenece al canon occidental grecolatino, otro clásico que leí fue La Araucana de Alonso de Ercilla. Es un extenso poema épico (700 pág. aprox.) sobre la invasión española en Chile en el siglo XVII (narra la Guerra de Arauco). Lo más interesante del libro es que a pesar de estar escrito desde la mirada del vencedor (Ercilla era un soldado español), exalta la valentía de araucanos y españoles en igual medida. En su época, este poema fue aplaudido por Cervantes y Voltaire.
Clásicos modernos:
Le llamo "moderno" a las obras de ficción anteriores a la Segunda Guerra Mundial.
De rusos leí:
La corista y otros cuentos (1886-1898) de Antón Chéjov, un conjunto de historias que tocan temas como la pobreza, el amor y la hipocresía. Me sorprende la capacidad de observación de Chéjov y cómo logra construir personajes atemporales.
La muerte de Ivan Ilich (1886) de Leo Tolstoy, un bello relato sobre el viaje interior de un "funcionario público" hacia su muerte. Me hizo pensar en toda la gente anciana que conozco y también en lo angustiante, triste pero liberador a la vez que puede ser el momento de partir, especialmente cuando hay una enfermedad terminal.
De franceses leí:
Rojo y negro (1830) de Stendhal, una novela psicológica que cuenta la historia de Julien Sorel, un joven ambicioso y humilde que escala posiciones sociales en la Francia de inicios del siglo XIX.
Madame Bovary (1857) de Gustave Flaubert, el retrato de una insatisfecha Emma en permanente evasión de su vida. Logras empatizar (y encariñarte) mucho con ella. Para mi, una GRAN novela.
De Franz Kafka leí El castillo (1926), una historia absurda sobre un agrimensor que lucha incansablemente contra el sistema para poder entrar a un castillo que aparentemente administra el pueblo. Muy entretenido, y en una línea distinta pero comparable a El proceso (que leí el año anterior): mientras que en El proceso el protagonista quiere que lo dejen en paz, en El castillo, ¡el señor K. quiere que lo atiendan de una buena vez! Absurdo por partida doble.
También leí algunas obras de ficción con tintes de ensayo filosófico, que aunque no caen en la categoría de "clásicos modernos", para mi sus autores sí lo son:
Diario de un seductor (1843) de Søren Kierkegaard, sobre las vivencias de Johannes, un esteta mujeriego incapaz de comprometerse. Es evidente el énfasis Existencialista en su relato. Como es una novela estilo diario de vida, las reflexiones íntimas abundan.
Un descubrimiento fue La infancia de un jefe (1939) de Jean-Paul Sartre, una novela que narra la infancia de un niño solitario y mimado que crece identificándose con ideales fascistas, revelando la psicología detrás de los líderes autoritarios. Un poco enredado pero te hace pensar mucho, especialmente sobre la importancia que tiene tu entorno y la educación que recibes.
Y de Albert Camus leí El verano (1953), libro breve que incluye el ensayo homónimo, donde relata un viaje a su natal Argelia, por entonces colonia francesa, y otros ensayos filosóficos variados. A su llegada a la capital, Argel, escribe:
“Para comprender el mundo, a veces es necesario apartarse de él. (...) Lo que se opone aquí es la magnífica anarquía humana y la permanencia de un mar siempre idéntico.”
Filosofía:
Si bien él no escribió absolutamente nada, leí The Art of Happiness de Epicuro, el filósofo griego que alcanzó a ser contemporáneo de Platón y Aristóteles, y que impartía enseñanzas sobre cómo alcanzar la felicidad mediante el cultivo de las amistades, el control de los deseos y una vida prudente. Evidentemente hay muchas deficiencias y contradicciones, pero rescato mucho de Epicuro, especialmente su crítica a los dogmatismos religiosos y el "verdadero" rol de los dioses (si crees en ellos).
Del matemático Gottfried Leibniz leí Monadología (1720), un tratado extrañísimo donde el alemán expone su teoría metafísica de que la realidad está compuesta de partículas indivisibles (mónadas) que reflejan el universo...
Harto más digerible fue Carta sobre la tolerancia (1689) de John Locke, un influyente ensayo político donde Locke argumenta a favor de la tolerancia religiosa sobre bases pragmáticas. Muy bueno.
De Immanuel Kant leí dos obras: Prolegómenos (1783), texto introductorio a la Crítica de la Razón Pura donde examina los límites del conocimiento racional y la "posibilidad" de la metafísica; y Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785), en que expone su concepto de ética y el imperativo categórico, así como sus principios de derecho y política.
También leí Discurso sobre el espíritu positivo (1844) del francés Auguste Comte, donde fundamenta su filosofía positivista, la cual sostiene que el conocimiento proviene de la ciencia y no de la metafísica o la teología. Fue un libro muy influyente en la época. De hecho, el lema Ordem e Progresso en la bandera de Brasil está inspirado en una cita que aparece en esta obra:
“Amor como principio y orden como base; progreso como meta.”
El arte de tener razón (1864) de Arthur Schopenhauer fue una lectura muy entretenida y didáctica. En él, el filósofo alemán explica las distintas estratagemas que son usadas en los debates para dar la impresión de estar en lo correcto... siempre. Todo a partir de la dialéctica aristotélica. Mucha ironía y humor. Recomendado.
También leí libros de filósofos sobre filósofos:
En Spinoza: Filosofía práctica, Gilles Deleuze hace un lúcido análisis de la Ética de Spinoza, explicando la concepción inmanente de la realidad y las implicancias prácticas de vivir éticamente.
De Sarah Bakewell leí En el café de los existencialistas, sobre el contexto histórico y social que hizo posible el pensamiento de Sartre, de Beauvoir, Camus y compañía, exponentes del movimiento existencialista. En el viaje aparecen Husserl, Heidegger, Merleau-Ponty, y varios más.
Por último, leí René Girard: de la ciencia a la fe, de Ángel Barahona, una muy buena introducción a las ideas del antropólogo y pensador francés sobre el deseo mimético, los chivos expiatorios y su interpretación del cristianismo. Muy bueno.
Ensayos y sociología
En la categoría ensayo leí al inventor del término: Michel de Montaigne, quien en sus Ensayos (1580) aborda diversos temas con un estilo subjetivo e irónico. Recomendado para todos quienes sufrimos de síndrome del impostor pero tenemos ideas que nos gusta expresar. La edición de Penguin Clásicos incluye además una correspondencia donde narra un viaje a Italia.
De Ralph W. Emerson leí Naturaleza y otros ensayos de juventud (1836), un conjunto de escritos sobre la contemplación espiritual de la naturaleza y otros temas trascendentalistas. Además de "Naturaleza" me gustaron "El escolar americano" y "Ética literaria".
Libros más contemporáneos fueron:
La memoria vegetal de Umberto Eco, una serie de ensayos sobre bibliofilia, bibliomanía y biblioclasia: “El libro es un seguro de vida, una pequeña anticipación de la inmortalidad.”
Tacto de Gabriel Josipovici, un entretenido relato sobre el rol del sentido del tacto en la cultura. Nunca pensé que se podía escribir un libro sobre algo tan raro. Despertó mi curiosidad desde el primer capítulo. (Agradezco a mi hermano por la recomendación y préstamo.)
Historia de nuestro vivir cotidiano de los chilenos Humberto Maturana y Ximena Dávila, una explicación (más) de la biología del conocer y cómo la cognición emerge de la interacción del ser humano y su entorno. Recomiendo todos los libros de Maturana, y este no es la excepción.
Nuestras primeras veces del antropólogo Nicolas Teyssandier, un libro de divulgación científica sobre los últimos hallazgos del Paleolítico. Tanto Tacto como este de Teyssandier son publicaciones de la editorial Roneo.
El gran descubrimiento en esta categoría fue Confidence Culture, de las británicas Shani Orgad y Rosalind Gill, un potente análisis sobre la obsesión contemporánea con la confianza, autoestima y autorrealización personal como imperativos universales, especialmente dirigidos a la mujer. Recomendadísimo.
Ensayos de productividad leí sólo dos: Four Thousand Weeks de Oliver Burkeman, una lúcida exploración de cómo vivir mejor reconociendo la inevitabilidad de la muerte pero sin caer en la parálisis; y Daily Rituals: Women at Work, una "segunda" parte de Mason Currey donde reúne las rutinas y hábitos de 143 artistas mujeres.
Por último, y sin saber donde meterlos, leí Una conversación con Claudio Bertoni de Felipe Cussen, texto que reúne entrevistas, reflexiones, poemas y fotografías del poeta chileno; y La noche de la verdad de Albert Camus, una compilación de todos los artículos que escribiera Camus para el periódico de resistencia política Combat entre 1944 y 1949. Los artículos versan sobre cómo Francia se rearmó internamente luego de la Segunda Guerra Mundial tras la partida de los nazis.
Listo: los 43 libros de mi último año lector.
Otro gran año de lectura.
Como habrás notado, traté de privilegiar títulos antiguos y clásicos pues, aun cuando no son nuevos, sí lo son si los lees por primera vez.
Si tuviera que escoger y recomendarte mi Top 10, estos son:
Por último, sobre consejos para leer más, algunos tips de Ryan Holiday que sigo:
Lleva un libro contigo a todas partes. Aprovecha los momentos libres.
Lleva un lápiz y/o destacador contigo. La lectura es mejor si tomas notas.
Los libros no son objetos sagrados. Como autor, a Ryan le encanta cuando la gente le entrega un libro para firmar que ha tenido un uso real. Cuando le entregan una copia impecable y le dicen que es su libro favorito, asume que solo lo están adulando. “Es obvio cuáles son mis libros favoritos”, dice Ryan, “porque se están desmoronando.”
En cada libro que leas intenta encontrar el próximo en las notas al pie o la bibliografía.
Sumo unos consejos propios:
No aprendas técnicas de lectura rápida. Si un libro puede leerse así, no merece ser leído.
No te impongas metas de cuántos libros vas a leer. Simplemente cultiva el hábito de ser buen lector. El número de libros que leíste (o piensas leer) es sólo una métrica de vanidad.
Lee varios libros a la vez pero de diferentes temáticas. (Es más fácil leer a Stendhal y Kant al mismo tiempo que a Kant y Spinoza.)
Y por último: alterna formatos. Yo prefiero papel, Kindle y iPad, en ese orden.
Te escribo en un año más.
Feliz año.
¡Vaya joya! Gracias por tus cercanas recomendaciones 😍
Gracias Daniel por compartir tantas joyas! Añado algunos título a mi lista de libros por leer la cual parece no tener fin! Me quedo con eso de hacer un libro tuyo, manosearlo, hojearlo, tomar notas al margen😉